viernes, 4 de agosto de 2017

PREOCUPADO POR EL AJUAR DE DIOS

Siempre recuerdo con humor un comentario sobrado de ironía pero no exento de verdad que oí a un anciano historiador sobre la reforma litúrgica: mira, me decía, quisieron hacer una misa pobre para los pobres y los pobres dejaron de ir a misa. Afortunadamente no fue este el criterio que guió al santo Cura de Ars cuando, movido por su incansable celo apostólico, emprendió la conquista de la nueva grey que se le encomendaba.  
En una de las mejores biografías sobre San Juan María Vianney, encontramos un claro testimonio de su preocupación generosa y sacrificada por el decoro del culto y la liturgia. Vivía lo que diariamente recitaba silenciosamente en el ofertorio de la misa: Domine, dilexi decorem domus tuæ, et locum habitationis gloriæ tuæ; Señor, he amado el decoro de tu casa y el lugar donde reside tu gloria. También por esto Dios colmó de fecundidad el ministerio de su humilde siervo.
  
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a santificación del domingo, sin la cual la vida cristiana queda reducida a la nada, fue el primer objetivo que se propuso. La casa del Señor estaba abandonada; era, pues, menester conducir a ella a los fieles, y para esto darle más atractivo… El Rdo. Vianney amó en seguida aquella antigua iglesia como si fuese su casa paterna. Para embellecerla, comenzó por lo principal, o sea, por el altar, centro y razón de ser de todo el templo… La iglesia ganó mucho en decencia y novedad.
Después procuró aumentar el ajuar de Dios, como decía en su lenguaje sabroso y lleno de imágenes. Visitó en Lión los talleres de bordados y orfebrerías y compró cuanto le pareció de más precio. En la campiña, decían aquellos comerciantes admirados, hay un cura pobre, delgado y mal arreglado, que parece no tener un céntimo, y se lleva para su iglesia lo mejor. Un día de 1825, la señorita de Ars fue con él a la ciudad para comprar ornamentos para la misa. A cada cosa que le mostraban, repetía: ¡No me parece bastante bien!... ¡Ha de ser mejor que esto!
Estas transformaciones materiales no fueron en modo alguno inútiles. Fueron una prueba del celo del pastor y alegraron a las almas fervorosas; algunos, desconocidos en el templo, con más curiosidad, quizás, que devoción, se dejaron ver en la iglesia los domingos» (Francis Trochu, El Cura de Ars, Ed. Palabra, Madrid 1986, p. 172).

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