jueves, 31 de diciembre de 2020

AL LLEGAR LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

Luca Giordano. Adoración de los pastores. 

«Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer...» (Cf Gal 4, 4) escribe San Pablo a los Gálatas. En su comentario a esta carta paulina, Tomás de Aquino se hace eco de la tradición que llama plenitud de los tiempos a la época prefijada por Dios Padre para enviar a su Hijo al mundo. Esto viene justificado, en primer lugar, por la plenitud de gracias que se derramaron sobre el mundo en ese tiempo, como lo sugiere el salmo 64, 10: El río de Dios está rebosando de aguas. Asimismo, porque es el tiempo en que se hacen realidad las figuras de la antigua Ley y se cumplen las promesas anunciadas desde antiguo: no he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla, como se dice en Mateo 5, 17 (Cf In Gal c. 4, lect. 2).

En definitiva, el nacimiento del Redentor constituye la plenitud de los tiempos porque es la hora de la más plena y copiosa donación de Dios a los hombres, y es también el tiempo en que la historia de la salvación alcanza su máxima plenitud de significado; solo el misterio de la Encarnación da pleno sentido al tiempo y a la historia. 

Santo Tomás ha desarrollado además otra razón, esta vez con raíces ontológicas, sobre la Encarnación como plenitud del tiempo. En efecto, por este misterio el universo entero se reviste de una especial plenitud al regresar, por medio de la naturaleza humana asumida por el Verbo, a la Causa de la cual manó y en la que radica todo su bien. En una obra de juventud escribió: «Hay que saber que al tiempo de la Encarnación se le llama tiempo de plenitud por muchas razones. En primer lugar, a causa de la perfección del universo, porque entonces el universo llegó a su máxima realización, precisamente cuando todas las criaturas, en el hombre, volvieron a su Principio en la naturaleza humana asumida por Dios, como se lee en Ephes 1, 10: para realizar (su misterio) al cumplirse el tiempo, recapitulando todas las cosas en Cristo» (In III Sent.,  d. 1, q. 2, a. 5, Exp. tex). Encontramos la misma idea en una obra tardía: «Por la Encarnación, en fin, toda la obra de Dios alcanza, en cierto modo, su perfección, porque el hombre, que es lo último que fue creado, vuelve a su principio por una especie de círculo, al unirse con el Principio de todas las cosas por la obra de la Encarnación» (Comp Theol, c. 20). 

Con la Encarnación el tiempo alcanza su plenitud porque de alguna manera parece ya haber dado todo de sí, en el mismo instante que entra a participar de la eternidad de Dios. Muy sugerentes resultan estas palabras del doctor Angélico dichas como una razón más de que la plenitud de los tiempos se realiza con la Encarnación: «En cuarto lugar, por la grandeza de lo ocurrido en aquel tiempo; porque entonces nació el Señor del tiempo, de suerte que al suceder algo superior al tiempo, éste queda completado» (In III Sent., Ibid.) Solo resta que el mismo Verbo encarnado conduzca esta plenitud del tiempo a su consumación gloriosa. 

El cumplimiento de la plenitud de los tiempos no es fruto de la necesidad o del acaso. Es un tiempo establecido sabiamente por Dios desde siempre (ab aeterno). Santo Tomás expone dos razones que ayudan a comprender la elección divina sobre el momento de la venida de Cristo: no convenía que se realizase al inicio de la historia, ni tampoco que se dilatara para el fin de los tiempos. Dice al respecto: 

«Ahora bien, dos razones se dan de que aquel tiempo es el preordenado para la venida de Cristo. Una se toma de su grandeza. Porque al ser tan grande el que había de venir, convenía que por muchos indicios y con muchos preparativos se dispusieran los hombres a recibirlo: En diferentes ocasiones y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por los profetas (Heb 1, 1). La otra se toma de la condición del que había de venir. Puesto que era el médico quien vendría, era necesario que antes de su llegada quedaran convencidos los hombres de su enfermedad, tanto en cuanto a la falta de ciencia en la ley de la naturaleza como en cuanto a la falta de virtud en la ley escrita. Por lo cual era necesario que una y otra, o sea, tanto la ley de la naturaleza como la ley escrita precedieran a la venida de Cristo» (In Gal c. 4, lect. 2), mostrando así su insuficiencia para la restauración de la humanidad caída. 


 

domingo, 27 de diciembre de 2020

JUAN, EL HIJO DEL TRUENO

San Juan Evangelista. Vladimir Borovikovsky

En el florilegio de textos que Dom Guerenger recoge para la fiesta del Evangelista San Juan, hay unas cuantas alabanzas tomadas de la Liturgia Griega. Entre las menciones honoríficas para el «predilecto del Señor», destaco la interpretación insinuada sobre el apodo hijo del trueno que le dio el Señor junto a su hermano (Cf Mc 3, 17). En efecto, su evangelio se inicia con un rotundo y solemne trueno: «Al principio era el Verbo», acompañado del más resplandeciente relámpago: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros».

* * *

«Celebremos con alabanzas espirituales al siervo de Cristo, al venerable Juan, al que es flor de la virginidad, mansión escogida de egregias virtudes, instrumento de la Sabiduría, templo del Espíritu Santo, voz ardiente de la Iglesia, ojo lúcido de la caridad.  

Venid, fieles, coronemos hoy con cánticos divinos al abismo de la Sabiduría, al escritor de los dogmas de la ortodoxia, al glorioso Juan, al predilecto, porque él fue quien clamó: «Al principio era el Verbo». Por eso apareció como voz de trueno, iluminando al mundo con su Evangelio, el ilustre maestro de la Sabiduría.

Lira de celestiales melodías, por Dios mismo pulsada, místico escritor, boca de palabra divina, canta con suavidad el Cántico de los Cantares y ruega por nuestra salvación» (Dom Prospero Gueranger, El Año Litúrgico, Burgos 1953, p. 889).


 

sábado, 26 de diciembre de 2020

MI VILLANCICO PREFERIDO

El arte flamenco, fruto del genio andaluz, hunde sus raíces en variadas culturas de gran personalidad. Ese arte ha producido también las más hermosas canciones populares de navidad –los villancicos–, que conmueven a niños y adultos, suscitando emociones nobles de alegría, de asombro y de piedad por la venida del Niño Dios a la tierra.  En sus letras simples y sencillas se esconde una teología de la buena, quizá poco valorada de sabios y prudentes, pero amada de pequeños y humildes. Del amplio repertorio de villancicos flamencos, puestos a escoger, no puedo ocultar mi preferencia por El Naranjel o Romance del ciego, sublime y sentida composición popular, capaz de despertar los más bellos afectos por la Sagrada Familia en su regreso a Nazaret.

 

 





miércoles, 23 de diciembre de 2020

¡OH EMANUEL!

Govert Flink. Ángeles anuncian 
el nacimiento de Cristo a los pastores. 

Con el nacimiento del Redentor se hace patente que Dios es verdaderamente un Dios con nosotros. «Ya no es el Dios lejano –decía Benedicto XVI– que, mediante la creación y a través de la conciencia se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado» (24-XII-2009). 

* * *

Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza y salvador de las naciones, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro (Antífona del 23-XII). 

«¡Oh Emmanuel, Rey de Paz! hoy es tu entrada en Jerusalén, tu ciudad escogida, pues allí tienes el Templo. Pronto hallarás también en ella tu Cruz y tu Sepulcro; y día vendrá en que establezcas allí tu tremendo tribunal. Ahora penetras humilde y callado en la ciudad de David y de Salomón. Es simplemente un lugar de paso para Belén. Pero tu Madre María y su esposo José, no dejan por eso de entrar en el Templo para ofrecer al Señor sus votos y homenajes: entonces se realiza por vez primera la profecía del Profeta Ageo, cuando anunció que la gloria del segundo Templo había de ser mayor que la del primero. Efectivamente, este Templo posee ahora un Arca de la Alianza mucho más preciosa que la de Moisés, e incomparablemente superior a cualquier otro santuario, por la dignidad de Aquel a quien encierra. Es el mismo Legislador quien está aquí y no simplemente unas tablas de piedra donde está grabada la Ley. Pero en seguida el Arca viva del Señor desciende las gradas del Templo y se dispone a continuar su camino hacia Belén, adonde le llaman otras profecías. Adoramos, oh Emmanuel, todos tus pasos por la tierra, admirando la fidelidad con que cumples todo lo que de ti está escrito, para que nada falte de las señales que deben manifestarte, oh Mesías, a tu pueblo. Acuérdate que va a sonar la hora; haz que todo esté dispuesto para tu Nacimiento; ven a salvarnos; ven, para que podamos llamarte no sólo Emmanuel, sino Jesús, es decir, Salvador» (Ibid., p. 656). 

O Emmanuel, canto y partitura: www.youtube.com

 

martes, 22 de diciembre de 2020

¡OH REY DE LAS NACIONES!

Señor, tus manos me hicieron y me plasmaron canta el salmista (cf Sal 119, 73). Esas mismas manos descienden ahora del cielo para llevar acabo la restauración de su obra predilecta –desfigurada por el pecado–, y devolverla a su prístina belleza y perfección. Así nos lo recuerda esta oración del día de Navidad: Oh Dios que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo,...

* * *

Oh Rey de las naciones, objeto de sus deseos, piedra angular que juntas en ti los dos pueblos, ven y salva al hombre a quien formaste del limo de la tierra (Antífona del 22-XII). 

«¡Oh Rey de las naciones! cada día te vas aproximando más a Belén donde habrás de nacer. Va a concluir el viaje, y tu augusta Madre, animada y fortalecida con tal dulce carga, camina en constante coloquio contigo. Adora a tu divina majestad, y da gracias por tu misericordia; se alegra de haber sido elegida para la sublime misión de ser Madre de Dios. Desea y goza ya del momento en que te verá por sus propios ojos. ¿Podrá servir dignamente a tu soberana grandeza, la que se considera como la última de las criaturas? ¿Osará levantarte en sus brazos, estrecharte contra su corazón, amamantarte en su humano regazo? Y con todo eso, al pensar que se avecina la hora, en que sin dejar de ser su hijo vas a salir de ella y reclamar todos los cuidados de su ternura, su corazón desfallece, y al unirse su amor materno con el amor de Dios, está a punto de expirar en aquella desigual lucha de la naturaleza humana con los más fuertes y poderosos afectos reunidos en un mismo corazón. Pero tú la sostienes ¡oh Deseado de las naciones! porque quieres que llegue a ese momento feliz en que dé a la tierra el Salvador, y a los hombres la Piedra angular que los ha de unir en una sola familia. ¡Bendito seas, oh divino Rey, en los prodigios de tu poder y de tu bondad! Ven cuanto antes a salvarnos, acordándote del amor que tienes al hombre por haber salido de tus manos. Ven, pues tu obra ha degenerado y está perdida y condenada a muerte: tómala en tus poderosas manos y rehazla; sálvala; pues la continúas amando y no te avergüenzas de ella» (Dom Prospero Gueranger, El Año Litúrgico I, 1952, p. 654).

O Rex Gentium, canto y partitura: www.youtube.com

lunes, 21 de diciembre de 2020

¡OH ORIENTE!

Con razón el nacimiento del Salvador es comparado con el despuntar del sol naciente. La humanidad, sumida desde la caída original en una prolongada y tenebrosa noche, mira por fin al oriente y contempla los primeros rayos del Sol divino, y exulta con su luz que jamás conocerá el ocaso.

* * *

Oh Oriente, esplendor de la luz eterna y Sol de justicia, ven e ilumina a los que están sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte (Antífona 21.XII).

«¡Oh Jesús, Sol divino, vienes a sacarnos de la eterna noche: sé por siempre bendito! Mas, ¡cuánto pruebas nuestra fe antes de brillar ante nuestra vista en todo tu esplendor! ¡Cómo te complaces en ocultar tus destellos hasta el momento señalado por tu Padre celestial para que aparezcas en la plenitud de tu brillo! He aquí que vas atravesando la Judea, y te acercas a Jerusalén; el viaje de María y de José toca a su fin. Por el camino, una gran muchedumbre que llega de todas las direcciones y para cumplir el edicto de empadronamiento, cada cual en su ciudad de origen. Ninguno de todos esos hombres ha adivinado que estuvieras tan cerca de ellos ¡oh divino Oriente! A María, tu Madre, la toman por una mujer más; a lo sumo, reconocen la dignidad e incomparable modestia de tan augusta Reina, sienten vagamente el rudo contraste que existe entre tan soberana majestad y un exterior tan humilde, pero en seguida olvidan el feliz encuentro. Pues, si a la Madre miran con tanta indiferencia ¿tienen acaso un solo pensamiento para el hijo que lleva encerrado en su seno? Y sin embargo de eso, ese Hijo eres tú mismo ¡oh Sol de justicia! Aumenta en nosotros la fe, y el amor. Si esos hombres te amaran ¡oh libertador del género humano! te harías sentir de ellos; tal vez no te verían sus ojos, pero al menos ardería su corazón dentro de su pecho; suspirarían por ti, y con sus ansias y oraciones anticiparían el momento de tu llegada. ¡Oh Jesús, que atraviesas el mundo creado por ti, sin forzar a ninguna de tus criaturas! queremos acompañarte durante el resto de tu viaje; queremos besar en la tierra las huellas benditas de la que te lleva en su seno; no te abandonaremos hasta que contigo lleguemos a la afortunada Belén, a esa casa del Pan, donde por fin te verán nuestros ojos ¡oh Esplendor eterno, Señor y Dios nuestro!» (Ibid., p. 652).

O Oriens, canto y partitura: www.youtube.com


domingo, 20 de diciembre de 2020

¡OH LLAVE DE DAVID!

Antonio Palomino. Niño Jesús Salvador

La llave y el cetro son signos de la potestad regia. El Mesías Redentor viene a liberarnos del cautiverio del pecado, del demonio y de la muerte. Sobre todo, con su llave omnipotente, viene a abrirnos las puertas del Reino de los cielos que el pecado había cerrado para siempre. Ya podemos adentrarnos en el mundo de su luz admirable y respirar el aire puro de su gracia.

* * *

Oh llave de David, y cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ven y saca de la cárcel al cautivo que está sentado en las tinieblas y en la sombra de la muerte. (Antífona del 20-XII)

«¡Oh Hijo de David, heredero de su trono y de su poderío! en tu triunfal marcha vas recorriendo una tierra sometida en otros tiempos a tu abuelo, y hoy esclavizada por los Gentiles. Por todas partes reconoces a tu paso los lugares que fueron testigos de los prodigios de la justicia y de la misericordia de Dios Padre para con su pueblo, en tiempos del Antiguo Testamento que ya termina. Pronto, libre ya del velo virginal que te envuelve volverás a recorrer todas esas tierras; pasarás por ellas haciendo el bien, curando toda suerte de miserias y enfermedades, y sin tener donde descansar tu cabeza. Al menos hoy te ofrece el seno materno un dulce y tranquilo refugio, donde recibes las demostraciones del más tierno y respetuoso amor. Pero, debes salir, Señor, de ese feliz retiro; es necesario, oh Luz eterna, que brilles en medio de las tinieblas, porque el cautivo a quien vas a libertar yace sumido en las mazmorras. Sentado en las sombras de la muerte va a perecer en ellas si no vienes pronto a abrir sus puertas con tu Llave omnipotente. Oh Jesús, ese Cautivo es el género humano esclavo de sus vicios y errores; ven a romper el yugo que le abruma y degrada; ese cautivo es nuestro propio corazón, esclavizado con frecuencia por sus malas inclinaciones: ven, oh divino Libertador, a liberar todo lo que gratuitamente creaste libre, y a hacernos dignos de ser hermanos tuyos» (Dom Gueranger, Id, p. 641). 

O clavis David, canto y partitura: www.youtube.com

sábado, 19 de diciembre de 2020

¡OH RAÍZ DE JESÉ!

Del viejo tronco de Jesé, padre de David, brotará un vástago santo y poderoso, que se levantará como señal gloriosa para todos los pueblos (Cf Is 11, 1-10). La antífona de hoy nos recuerda que Jesucristo es el feliz cumplimiento de la promesa profética. La espera del Mesías -con toda razón- toma forma de ansia impaciente: iam noli tardare, ya no tardes más.

 * * *

Oh Raíz de Jesé, que eres cual estandarte de los pueblos, ante el que los reyes guardarán silencio, a quien las naciones dirigirán sus plegarias; ven a librarnos; no tardes ya. (Antífona del 19-XII)

 «Ya estás, pues, en marcha hacia la ciudad de tus abuelos, oh Hijo de Jesé. El Arca del Señor se ha levantado ya y se dirige con su Señor dentro, al lugar de su descanso. ¡Cuán bellos son tus pasos, oh Hija del Rey, en el esplendor de tu calzado (Cant VII, 1) cuando caminas llevando la salvación a las ciudades de Judá! Los ángeles te dan escolta; rodéate tu fiel esposo con toda su ternura, el cielo se complace contigo y la tierra se estremece de júbilo, sosteniendo a su Creador y a su augusta Reina. Sigue, pues, oh Madre de Dios y de los hombres, Propiciatorio omnipotente donde se contiene el divino Maná que guarda al hombre de la muerte. Nuestros corazones marchan en tu compañía; juramos como tu real abuelo no entrar en casa, no subir a nuestro lecho, no cerrar nuestros párpados, ni descansar nuestra cabeza hasta que hayamos hallado para tu Señor una morada en nuestros corazones una tienda para el Dios de Jacob. Ven, pues, oh tallo de Jesé, oculto en el seno purísimo del Arca Santa, hasta que llegue el momento de revelarte a los pueblos como estandarte victorioso. Entonces los reyes vencidos se callarán en tu presencia, y las naciones se dirigirán a ti con sus ruegos. Date prisa, oh Mesías, ven a vencer a todos tus enemigos, ven a libertarnos» (Dom Prospero Gueranger, El año litúrgico, I, Burgos 1952, p.640).

O Radix Iesse, canto y partitura: www.youtube.com


 

viernes, 18 de diciembre de 2020

¡OH ADONAI, JEFE DE LA CASA DE ISRAEL!

Moisés y la zarza ardiente

La admiración por el misterio (¡Oh!) y la súplica anhelante del Redentor (¡Ven!) entretejen las antífonas mayores del Adviento. Compuestas por los siglos VII-VIII, expresan los deseos de salvación de la humanidad de todos los tiempos, e invitan a una espera vigilante y amorosa del Señor.

* * *

Oh Adonai, Señor, jefe de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la llama de la zarza que ardía, y le diste la ley en el monte Sinaí; ven a redimirnos con la fuerza de tu brazo. (Antífona del 18-XII)

«¡Oh soberano Señor, Adonai! ven a rescatarnos, no con tu poder, sino con tu humildad. Antiguamente te apareciste a tu siervo Moisés en medio de una santa llama; diste la ley a tu pueblo entre rayos y truenos: ahora no se trata de amedrentar sino de salvar. Por eso, conocedores tu purísima Madre María y su esposo José del edicto del Emperador que les obliga a emprender el camino de Belén, ocúpanse de los preparativos de tu próximo Nacimiento. Dispone ella, oh Sol divino, los humildes pañales que han de cubrir tu desnudez, y que en este mundo creado por ti te protegerán contra el frío, cuando aparezcas en medio de la noche y del silencio. Así es como nos has de librar de la servidumbre del orgullo, así como se dejará sentir tu brazo poderoso, aunque parezca débil e inútil a los ojos de los hombres. Todo está dispuesto, oh Jesús, tus pañales te esperan: sal pues cuanto antes y ven a Belén, para rescatarnos del poder de nuestros enemigos» (Dom Guerenger, Ibid., p. 635-636). 

O Adonai, canto y partitura: www.youtube.com


jueves, 17 de diciembre de 2020

ORANDO CON LAS ANTÍFONAS DEL ADVIENTO. ¡OH SABIDURÍA!


Prope est iam Dominus: venite adoremus, el Señor está ya cerca, venid adoremos, nos hace repetir la liturgia de la Iglesia en estas últimas ferias del tiempo de Adviento. Hoy comienzan también las siete grandes antífonas llamadas «O», que son un apremiante suspiro para que venga el Mesías, cuyas prerrogativas y títulos gloriosos proclaman. Estas antífonas encierran en sí todo el espíritu del Adviento y son un magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia. En su conocida obra El Año Litúrgico, Dom Gueranger nos ha dejado un comentario piadoso a cada una de ellas que deseo publicar en días sucesivos.

* * *

Oh Sabiduría, que saliste de la boca del Altísimo, que tocas de una extremidad a la otra y dispones todas las cosas con fuerza y dulzura al mismo tiempo: ven a enseñarnos los caminos de la prudencia. (Antífona del 17. XII)

«¡Oh Sabiduría increada, que vais a haceros pronto visible al mundo, cuán bien aparece en estos momentos que todo lo gobiernas! He aquí que por tu permisión divina, va a salir un edicto del emperador Augusto, para empadronar al mundo. Todos los ciudadanos del Imperio deberán acudir a su ciudad de origen. En su orgullo, creerá el emperador haber conmovido en favor suyo a todo el género humano. Agítanse los hombres por todas partes a millones, y atraviesan en todos los sentidos el inmenso imperio romano; piensan que obedecen a un hombre y es a Dios a quien obedecen. Todo ese gran movimiento no tiene más que una finalidad: la de llevar a Belén a un hombre y a una mujer que tienen su humilde morada en Nazaret de Galilea; para que la mujer desconocida de los hombres y amada del cielo, al concluir el mes noveno de la concepción de su hijo, le diese a luz en Belén, según lo anunciado por el Profeta: “Es su salida de los días de la eternidad: ¡Oh Belén, de ningún modo eres la más pequeña entre las mil ciudades de Judá, porque El saldrá de ti!” ¡Oh Sabiduría divina, cuán fuerte eres para conseguir tus fines de manera infalible, aunque oculta a la mirada de los hombres! ¡cuán suave para no forzar su libertad y cuán paternal previendo nuestras necesidades! Escogiste Belén para nacer en ella, porque Belén significa Casa de Pan. Con esto nos quieres demostrar que eres nuestro Pan, nuestro manjar, nuestro alimento de vida. Nutridos por un Dios, no podremos ya morir. ¡Oh Sabiduría del Padre, Pan vivo bajado del cielo! ven pronto a nosotros, para que nos acerquemos a ti, y seamos iluminados por tus destellos; concédenos esa prudencia que conduce a la salvación» (Dom Prospero Gueranger, El año litúrgico, I, Burgos 1952, p.634).

O Sapientia, letra y melodía en gregoriano: www.youtube.com


 

martes, 15 de diciembre de 2020

BODA EN FORMA EXTRAORDINARIA

Un amigo nuestro nos envía esta fotografía de su reciente matrimonio celebrado según la Forma Extraordinaria del Rito Romano. La boda tuvo lugar en la parroquia Sagrada Familia de Linderos, diócesis de San Bernardo, Chile. Nuestra más cordial enhorabuena para estos jóvenes esposos.

 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

RORATE CÆLI, EL HIMNO DEL ADVIENTO

La letra y la melodía gregoriana del himno de Adviento Rorate Caeli hieren las fibras más profundas del corazón humano. Sentimientos de angustia y dolor por la desolación que ha causado el pecado y la infidelidad a Dios; reconocimiento humilde de la maldad y vaciedad que nos envuelve; súplica sentida y urgente para que no se dilate más la venida del Cordero que regirá la tierra. Finalmente, la consoladora respuesta del Señor: pueblo mío, yo soy tu Dios y tu Redentor, pronto verás la salvación. Humildad, contrición, esperanza, sed de Dios, rondan este himno sublime que nos invita a levantar los ojos en una ansiosa espera del Justo, Jesucristo Señor Nuestro, el único capaz de cancelar nuestra iniquidad.


Derramad, oh cielos, el rocío de lo alto, y las nubes lluevan al Justo

1. No te enojes, Señor, no te acuerdes más de nuestra maldad: he aquí que la ciudad del Santo está desierta; Sión ha quedado arrasada, Jerusalén ha sido desolada; la casa de tu santidad y de tu gloria, donde te alabaron nuestros Padres.

2. Hemos pecado y nos hemos vuelto inmundos. Todos hemos caído como una hoja y nuestras iniquidades nos han arrastrado como el viento. Escondiste tu faz de nosotros y nos abandonaste al poder de nuestra iniquidad.

3. Mira, Señor, la aflicción de tu pueblo, y envía al que has prometido; envía al Cordero que rige la tierra, desde el desierto de piedra hasta el monte de la hija de Sión, para que Él nos quite el yugo de nuestro cautiverio.

4. Consolaos, consolaos, pueblo mío; pronto vendrá tu salvación. ¿Por qué te consumes de tristeza? ¿Por qué se renueva tu dolor? Te salvaré, no temas: Yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu Redentor.

 

 

 

domingo, 29 de noviembre de 2020

LA ESPERANZA DEL ADVIENTO

Parte final de la homilía «Vocación Cristiana» de San Josemaría Escrivá. Fue pronunciada el primer domingo de Adviento de 1951; el autor recuerda la impresión que le causó ver un águila enjaulada en condiciones muy precarias. El Adviento, como tiempo de gozosa esperanza, nos invita a romper las cadenas que nos atan a la tierra y reemprender el vuelo majestuoso hacia las altas cimas de la vida cristiana.

 * * *

«No quería deciros más en este primer domingo de Adviento, cuando empezamos a contar los días que nos acercan a la Natividad del Salvador. Hemos visto la realidad de la vocación cristiana; cómo el Señor ha confiado en nosotros para llevar almas a la santidad, para acercarlas a Él, unirlas a la Iglesia, extender el reino de Dios en todos los corazones. El Señor nos quiere entregados, fieles, delicados, amorosos. Nos quiere santos, muy suyos.

De un lado, la soberbia, la sensualidad y el hastío, el egoísmo; de otro, el amor, la entrega, la misericordia, la humildad, el sacrificio, la alegría. Tienes que elegir. Has sido llamado a una vida de fe, de esperanza y de caridad. No puedes bajar el tiro y quedarte en un mediocre aislamiento.

En una ocasión vi un águila encerrada en una jaula de hierro. Estaba sucia, medio desplumada; tenía entre sus garras un trozo de carroña. Entonces pensé en lo que sería de mí, si abandonara la vocación recibida de Dios. Me dio pena aquel animal solitario, aherrojado, que había nacido para subir muy alto y mirar de frente al sol. Podemos remontarnos hasta las humildes alturas del amor de Dios, del servicio a todos los hombres. Pero para eso es preciso que no haya recovecos en el alma, donde no pueda entrar el sol de Jesucristo. Hemos de echar fuera todas las preocupaciones que nos aparten de Él; y así Cristo en tu inteligencia, Cristo en tus labios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras. Toda la vida —el corazón y las obras, la inteligencia y las palabras— llena de Dios.

Abrid los ojos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca (Lc 21, 28) hemos leído en el Evangelio. El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza. Todo el panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad diaria.

Pídelo conmigo a Nuestra Señora, imaginando cómo pasaría ella esos meses, en espera del Hijo que había de nacer. Y Nuestra Señora, Santa María, hará que seas alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, ¡el mismo Cristo!»  (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 11).


 

domingo, 22 de noviembre de 2020

PERMANECER EN LA BARCA, UN COMENTARIO DE SAN AGUSTÍN

Rembrandt. La tormenta en el mar de Galilea 

En un sermón sobre las palabras del evangelio: y la nave en medio del mar era azotada por las olas, pues el viento les era contrario (Cf. Mt 14 y ss.), San Agustín nos ofrece dos imágenes sugestivas sobre el significado espiritual de esta nave agitada por las olas. Una de ellas nos presenta la nave, hecha de madera, como símbolo de la Cruz Cristo, única tabla de salvación a la que debemos abrazarnos si no queremos perecer ahogados en las aguas tormentosas de este mundo; en la otra, muy típica en los comentarios de los Padres, la nave simboliza la Iglesia, la barca que lleva a los discípulos, que recibe y lleva Cristo, su Rey y Capitán. Aunque las olas la hagan fluctuar, sigue siendo una nave; solo se nos pide que no salgamos de ella, arrojándonos al mar, porque sin ella la perdición es inmediata, advierte san Agustín.

* * *

«La lectura evangélica que acabamos de escuchar exhorta a la humildad de todos nosotros a ver y reconocer dónde estamos y a dónde tenemos que tender y apresurarnos. En efecto, no deja de simbolizar algo la barca que transportaba a los discípulos y que, en medio de las olas, zozobraba a causa del viento contrario. Y no sin motivo el Señor, tras dejar a la muchedumbre, subió al monte para orar en soledad; luego, al volver al lado de sus discípulos caminando sobre el mar, los halló en peligro y, tras subir a la barca, los alentó y calmó las olas. ¿Qué tiene de maravilloso que pueda calmar todo el que lo creó todo? Sin embargo, después que subió a la barca, se le acercaron los que iban en ella y le dijeron: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios. Pero, antes de tener esa certeza, se habían turbado al verle sobre el mar, pues dijeron: es un fantasma. Mas, cuando subió a la barca, eliminó de sus corazones la duda del espíritu, pues corría más peligro su espíritu por la duda que su cuerpo por las olas. 

Mediante el conjunto de cosas que hizo, el Señor nos advierte cómo hemos de vivir aquí. De hecho, en esta vida temporal no hay nadie que no sea peregrino, aunque no todos deseen regresar a la patria. Al mismo tiempo, sufrimos el oleaje y las tempestades que se desatan durante el trayecto mismo, pero es necesario que, al menos, nos hallemos en la barca. Porque si en la barca hay peligro, fuera de ella la muerte es segura. Por mucha fuerza que tenga en sus brazos el que nada en el piélago, en algún momento, derrotado por la inmensidad del mar, tragado por las olas, se ahoga. Es, pues, necesario que vayamos en la barca, esto es, que nos lleve un madero para poder atravesar este mar. Y este madero que trasporta nuestra debilidad es la cruz del Señor, con la que nos signamos y nos libramos de ahogarnos en este mundo. Sufrimos las olas, pero allí está Dios para socorrernos (...). 

Entre tanto, la barca que lleva a los discípulos, esto es, la Iglesia, fluctúa y es sacudida por tempestades, es decir, las tentaciones. Y no cesa el viento contrario, el diablo que la combate y se esfuerza por impedir que llegue al descanso. Pero es mayor el que intercede por nosotros. Pues en esa fluctuación en que nos debatimos nos da confianza, viniendo a nosotros y confortándonos; lo único que se requiere es que, al vernos turbados en la barca, no salgamos de ella, arrojándonos al mar. Porque, aunque la barca fluctúe, es una barca: solo ella lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Es cierto que peligra en el mar; pero sin ella la perdición es inmediata. Mantente, pues, en la barca y ruega a Dios. Cuando todas las decisiones resultan ineficaces, cuando es insuficiente el hábil manejo del timón y el mismo despliegue de las velas resulta más peligroso que útil; cuando tienen que prescindir de toda ayuda y fuerza humana, a los marineros solo les queda la voluntad de rogar y elevar su voz a Dios. Por tanto, quien concede a los navegantes llegar al puerto, ¿va a abandonar a su Iglesia, de modo que no la conduzca a su descanso?» (San Agustín, Sermón 75, n. 1-2 y 4). 

Fuente: augustinus.it


 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

500 AÑOS DE LA PRIMERA MISA EN CHILE

Cruz conmemorativa de los 500 años de la primera Misa 
en territorio chileno. Bahía de las Sardinas

Al cumplirse el quinto centenario del descubrimiento del Estrecho de Magallanes, un amable lector nos informa de las celebraciones realizadas con motivo de festejarse también los 500 años de la primera Misa celebrada en suelo chileno.

En una ceremonia naval que tuvo lugar en la bahía Fortescue, en el Estrecho de Magallanes, y que fue encabezada por los buques escuela Esmeralda, de Chile, y Juan Sebastián de Elcano, de España, el pasado martes 20 de octubre se efectuó una misa de acción de gracias y la inauguración de una cruz conmemorativa de los 500 años de la primera misa en Chile, la que fuera oficiada el 11 de noviembre de 1520, fiesta de San Martín de Tours, en el Puerto de las Sardinas, hoy bahía Fortescue, por Fray Pedro de Valderrama, capellán de la expedición de Fernando de Magallanes, descubridor del Estrecho y en consecuencia de Chile por el extremo sur, 16 años antes que Diego de Almagro lo hiciera por el norte, proveniente del Perú.

La flamante Cruz del Puerto de las Sardinas debe su nombre al que Magallanes puso a este accidente geográfico marítimo en noviembre de 1520, y que en 1669 fue rebautizado por el navegante inglés John Narborough con el nombre de bahía Fortescue. 

«Deus ab austro veniet», Dios llega desde el sur (Hab 3, 3), ha sido el lema que la Iglesia en Magallanes ha querido asociar a la memoria de tan relevante acontecimiento.

En carta dirigida al obispo de Punta Arenas, el Papa Francisco expresa su alegría por este feliz aniversario. Recuerda que se trata una fecha histórica para toda la Iglesia católica en Chile, al disponer la Divina Providencia que hace 500 años el sacerdote Pedro de Valderrama, capellán de la expedición de Hernando de Magallanes, ofreciera por vez primera, en aquellas tierras, el sacrificio de la Santa Misa. (Mensaje completo aquí).

Mapa de la travesía por el Estrecho
 Foto: la Tercera

Enlaces de interés sobre el tema:

1. Noticia con hermosas ilustraciones publicada en el sitio oficial de la Armada de Chile:

https://www.armada.cl/armada/armada-realiza-misa-flotante-en-bahia-fortescue-para-conmemorar-los-500/2020-10-22/140702.html

2. Video resumen de la ceremonia de la Armada de Chile.

https://www.facebook.com/143435619063515/posts/4626066667467032/?sfnsn=wa

3. Crónica «Cruz del Puerto de las Sardinas». Publicada en el portal de Radio Polar.

http://radiopolar.com/noticia_160772.html

4. Una excelente fuente de consulta sobre el tema es el libro del historiador Mateo Martinic, Una travesía memorable. Hallazgo y navegación del Estrecho de Magallanes (21 octubre - 28 noviembre 1520).

http://www.bibliotecadigital.umag.cl/handle/20.500.11893/1603



domingo, 15 de noviembre de 2020

LA AMENAZA PASTORALISTA

Nada cambia en la doctrina, solo cambian sus aplicaciones pastorales ante las nuevas circunstancias. Reconozco que este tipo de argumentación me pone nervioso. Por eso me ha parecido oportuno traducir un artículo (también incluye audio) de Aldo Maria Valli sobre la ola de «pastoralismo» que inunda a la Iglesia desde hace décadas. El término «pastoral», tan persistente en la jerga eclesial, parece haber perdido su genuino significado; frecuentemente manipulado, se ha prestado para justificar cambios e interpretaciones novedosas en los ámbitos de la fe, de la moral o del culto. Hoy se tiene la impresión de que «por razones pastorales» todo puede ser subvertido en la vida de la Iglesia. Por supuesto que algunas afirmaciones de Valli pueden ser matizadas, pero en su conjunto ofrecen luz y orientación para comprender algo de estos tiempos revueltos y confusos que nos ha tocado vivir. Me parece importante el análisis sobre las consecuencias disolventes que encierra «la pastoral», cuando ésta viene presentada como una especie de vía alternativa o contrapuesta a la senda doctrinal o dogmática.


***

El abuso de la pastoral
Por Aldo Maria Valli

Cuando la pastoral reemplaza la doctrina

Una de las palabras más comunes en la Iglesia actual es «pastoral». No hay discurso en el que esta palabra no venga utilizada, siempre con un papel central, como si la pastoral se hubiese convertido en el fundamento de la vida de la Iglesia y de su enseñanza. Pero la pastoral de suyo es una praxis y, como tal, no puede ser puesta como fundamento de nada, no puede explicar nada y no puede sostener nada. En cuanto praxis, necesita una doctrina que la funde y la respalde. Los resultados de este vuelco están ante nosotros. Desde hace décadas, la Iglesia Católica insiste sobre el «cómo» sin explicar el «porqué», se ocupa de los medios para la acción, pero descuida los presupuestos y los fines últimos.

Hace años, cuando mi esposa y yo éramos un poco más jóvenes, o un poco menos viejos, había un párroco que nos invitaba a las «reuniones para novios» (todavía se les llamaba así) para que pudiéramos contar nuestra vida de fe, nuestra unión fiel y nuestra elección de tener una familia numerosa. Y recuerdo muy bien que las parejas, en ese salón parroquial donde nos reuníamos, no se sentían atraídas por el «cómo» habíamos logrado permanecer fieles y tener seis hijos, sino por el «porqué». En efecto, son las motivaciones las que despiertan más interés.

El predominio de la visión pastoral es fruto del Concilio Vaticano II. Fue Juan XXIII quien quiso un Concilio pastoral y no dogmático, un Concilio destinado no a revisar la doctrina, sino a proponerla mejor, de un modo más conforme a las nuevas exigencias. El hecho es que en ese Concilio «pastoral» se insinuó una falta de confianza con relación a la doctrina, considerada no acorde con los tiempos. En la mayoría de los casos se evitaba decirlo, pero la necesidad de un maquillaje pastoral nació del hecho de que la Iglesia se sentía atrasada, de manera que los que sí querían cambiar la doctrina se movieron bien para aprovechar la oportunidad. Lo cierto es que en el mismo momento en que el Concilio se declaró «pastoral» introdujo una nota de desconfianza hacia la doctrina, cuando en realidad nada es más pastoral que la doctrina misma, nada más pastoral que el dogma que guía y orienta a las ovejas. Este es el malentendido inicial, del cual en el plano teológico y doctrinal se han derivado múltiples deformaciones, si no verdaderas y propias herejías, y en el plano litúrgico, múltiples abusos.

En este Concilio «pastoral» hubo otro malentendido. Se trata de la invitación de Juan XXIII a curar los errores con la «medicina de la misericordia». Ahora bien, esta medicina puede ser usada, y de hecho la Iglesia siempre la ha usado, con todas las personas que, arrepentidas de sus propios pecados, manifiestan una seria intención de vivir según la ley divina y de no pecar más. Pero el problema es que, con el Concilio «pastoral» y no dogmático, la Iglesia, para presentarse más amigable, más joven y más solidaria, pensó que podía aplicar la misma receta y utilizar la misma medicina también con las ideas y las ideologías. Sin embargo, éstas no saben qué cosa significa el arrepentimiento y el propósito de no volver a pecar. El resultado fue que esas ideas e ideologías fueron, en la práctica, despachadas sin más por la Iglesia, que les permitió entrar en sus propias filas. Fue así, sobre la base de una supuesta elección «pastoral», que el relativismo, el subjetivismo, el modernismo, el marxismo y el comunismo irrumpieron en la Iglesia, conquistando seminarios y cátedras universitarias. De esta manera fue cómo la doctrina y el depositum fidei terminaron bajo ataque. La elección pastoral fue en realidad un equívoco pastoral, que se perpetúa hasta nuestro días, porque no hay nada más pastoral que una doctrina sólida y claramente expuesta.

Bajo la bandera de la «pastoral» el Concilio Vaticano II se negó a condenar y a tomar medidas disciplinarias. De aquí nace aquella actitud que luego hemos visto aparecer en el «¿quién soy yo para juzgar?» del Papa Francisco, una frase que quizá se escapó de la mente, pero no por ello menos densa de valor programático. Una Iglesia que no desea condenar ni hacer valer una disciplina, obviamente gusta mucho al mundo, que la exalta y halaga, pero no es Iglesia, porque no es madre ni maestra, sino solo una compañera de camino que se limita a consolar de manera genérica, sin exhortar a la conversión y sin ofrecer en último término auténticas perspectivas de salvación.

Además, hay que añadir que una cosa es la visión pastoral y otra el pastoralismo, que presiona en todos los niveles y se aviene muy bien, como veremos, con el sinodalismo y el democraticismo. También estos «ismos» son en gran parte fruto del Concilio Vaticano II y de una visión distorsionada de la vida de la Iglesia, tomada de la política.

Sé bien que el Vaticano II no puede ser considerado el origen de todos los problemas, pero está claro que algunos problemas estallaron allí, y lo que vivimos hoy es una consecuencia directa de lo que sucedió en aquel período conciliar.

Una primera consecuencia que me parece evidente es la idea, ampliamente difundida, de que no es tan importante enseñar las verdades necesarias para la salvación del alma, sino ayudar a los fieles a vivir su fe aquí, en este mundo. Falsa dicotomía, porque la mejor manera de vivir la fe en este mundo consiste precisamente en hacerse intérprete de la verdad.

La segunda consecuencia es que en la enseñanza ya no hay una última palabra. Avanzamos según los tiempos y las circunstancias. Como praxis, la pastoral depende de la realidad en la que se implementa. Decae, por tanto, la idea de inmutabilidad. Todo es contingente, incluso la enseñanza de la Iglesia. La doctrina, convertida en esclava de la pastoral, se vuelve un sistema variable.

La tercera consecuencia es que en el primer plano ya no está Dios, a quien dar gloria por medio del culto, sino el hombre, con sus necesidades y sus nudos que desatar. Sucede entonces que la verdad se adapta cada cierto tiempo, según las circunstancias en las que viven los destinatarios de la enseñanza. Y estas adaptaciones, en no pocas ocasiones, conducen a desviaciones reales.

Una cuarta consecuencia es la tendencia a justificar el error y encontrar atenuantes, de tal modo que la pastoral se convierte de hecho en una búsqueda de pretextos para poder excusar de la culpa. Si una enseñanza dogmática se opone al error, una enseñanza pastoral, al menos tal como la hemos conocido o la conocemos actualmente, asume el error y casi llega a justificarlo en nombre de la humana «fragilidad».

La quinta consecuencia es que la doctrina ya no es un corpus unitario, sino que aparece como realidad fragmentada y despedazada. Al depender de las circunstancias, la enseñanza pierde su carácter unitario. Entonces se abre el camino a la idea del pluralismo: muchas respuestas diferentes para muchas preguntas diferentes. Y aquí llegamos a la moralidad del caso a caso, dominada por el relativismo.

La sexta consecuencia es la confusión, bien visible en nuestro tiempo. Al decaer la unidad de la doctrina, se forman distintas líneas de interpretación y cada uno puede elegir la que más le guste. Por tanto, lo que es válido en una diócesis puede no serlo en absoluto en la diócesis vecina. Lo que enseña el párroco A puede ser diferente de lo que enseña el párroco B. Es una falta de unidad que se traduce, a su vez, en una pérdida de coherencia, e incluso de prestigio, de autoridad.

Como séptima consecuencia, quisiera mencionar el desprecio por la tradición, percibida como un conjunto de cosas viejas y no como el tesoro a transmitir en cada época, más allá y por encima de las circunstancias históricas.

Finalmente, y es la octava consecuencia, subrayo el desprecio radical que los pastoralistas, no obstante toda la ternura y comprensión mostradas en las palabras, guardan hacia los fieles, vistos por ellos como criaturas que en realidad no tienen la posibilidad de acceder a la verdad absoluta e inmutable, sino que tan solo pueden ser acompañadas hacia ciertas parcelas de verdad, según las circunstancias.

En definitiva, hay un fuerte componente determinista en la pastoral, y no podría ser de otro modo, ya que, como hemos dicho desde el principio, estamos hablando de una praxis.

Pero me gustaría concluir con otra consideración. Se refiere al argumento que tantas veces escuchamos en boca de los «pastoralistas», incluso en niveles muy altos de la jerarquía, y que consiste en decir: dado que las verdades fundamentales, ciertas e inmutables, son conocidas por todos, es inútil insistir en ellas; es mucho mejor  ocuparse de la pastoral. Pero esta es una ilusión colosal, porque no es cierto que la verdad cierta e inmutable sea conocida por todos. De hecho, a menudo existe una gran ignorancia, y el pastoralismo no hace más que acentuarla.

Contraponer pastoral y ley es una operación engañosa. No hay misericordia más elevada y concreta, no hay pastoral más eficaz, que la practicada por quienes exhortan a respetar, sin peros, los mandamientos divinos. Estos mandamientos no han sido dados al hombre como ideales hacia los que deba orientarse en la medida de lo posible, sino como caminos bien señalados para nuestra salvación y, finalmente, para nuestro mayor bien.

El pastoralismo es hijo de una ebriedad ideológica no diferente, en sustancia, de la que golpeó al pensamiento filosófico; y no es casualidad que ciertos resultados se vean hoy, justo cuando encontramos guiando la Iglesia a aquella generación que en el 68 rondaba la treintena.

La víctima número uno de la embriaguez es el sentido común. Efectivamente, el simple, querido y viejo sentido común, traicionado por legiones de pseudo-pastores que, al no tener el valor de decir que ya no creían en las enseñanzas de siempre, han empezado a discutir sobre el «realismo pastoral»; anteponiendo de hecho el hombre a Dios, se han puesto a predicar no en vista de la salvación del alma, sino en vista del bienestar psicofísico de la persona, como si existiera un deber de Dios por perdonar y un derecho de la criatura a ser perdonada.

Como escuché en la presentación de ese hermoso libro de Monseñor Nicola Bux Con los sacramentos no se juega, la Iglesia tiene tres caminos para cambiar el corazón de los hombres: el magisterio, la oración y los sacramentos (sobre todo la Eucaristía). Hoy, en cambio, la Iglesia prefiere poner en el centro los programas pastorales genéricos.

Desde hace más de medio siglo, la Iglesia no hace más que elaborar «planes pastorales» cada vez más sofisticados y detallados. ¿Pero con qué resultado? Está a la vista de todos: el «pueblo» está más ateo y más agnóstico, la gente no va a la iglesia y los sacerdotes y religiosos gozan de menos prestigio y credibilidad. ¿No basta todo esto para caer en la cuenta de que el camino de los «programas pastorales» ha fracasado?

Lamentablemente la Iglesia Católica, al igual que la burocracia estatal, se ha convertido en un aparato cuyo primer objetivo, a menudo, ya no es servir (a los fieles en el caso de la Iglesia, a los ciudadanos en el caso del Estado), sino preservarse a sí misma. Y todo esto se puede traducir con una sola palabra: traición.

Aldo Maria Valli

Fuente: radioromalibera.org y aldomariavalli.it 


domingo, 1 de noviembre de 2020

EL JARDÍN DE DIOS

Recojo una preciosa reflexión de Benedicto XVI sobre la festividad de Todos los Santos, el día en que la Iglesia, que aún peregrina y sufre en la tierra, nos invita a mirar al cielo, la Patria donde residen nuestros hermanos que forman la Iglesia triunfante y victoriosa. El Papa emérito compara la multitud de los bienaventurados a un jardín botánico, en el que la belleza tan variada de flores y plantas nos hace pensar en el genio del Creador. Así sucede con los santos: son como un «jardín» donde el Espíritu de Dios ha suscitado con admirable fantasía una multitud de santos y santas, de toda edad y condición social, de toda lengua, pueblo y cultura.

 * * *

«Celebramos hoy con gran alegría la fiesta de Todos los Santos. Al visitar un jardín botánico, nos sorprende la variedad de plantas y flores, y resulta natural pensar en la fantasía del Creador, que ha transformado la tierra en un maravilloso jardín. Experimentamos un sentimiento análogo cuando consideramos el espectáculo de la santidad: el mundo se nos presenta como un “jardín”, donde el Espíritu de Dios ha suscitado con admirable fantasía una multitud de santos y santas, de toda edad y condición social, de toda lengua, pueblo y cultura.

Cada uno es diferente del otro, con la singularidad de la propia personalidad humana y del propio carisma espiritual. Pero todos llevan grabado el “sello” de Jesús (cf. Ap 7, 3), es decir, la huella de su amor, testimoniado a través de la cruz. Todos viven felices, en una fiesta sin fin, pero, como Jesús, conquistaron esta meta pasando por fatigas y pruebas (cf. Ap 7, 14), afrontando cada uno su parte de sacrificio para participar en la gloria de la resurrección.

La solemnidad de Todos los Santos se fue consolidando durante el primer milenio cristiano como celebración colectiva de los mártires. En el año 609, en Roma, el Papa Bonifacio IV consagró el Panteón, dedicándolo a la Virgen María y a todos los mártires. Por lo demás, podemos entender este martirio en sentido amplio, es decir, como amor a Cristo sin reservas, amor que se expresa en la entrega total de sí a Dios y a los hermanos. Esta meta espiritual, a la que tienden todos los bautizados, se alcanza siguiendo el camino de las “bienaventuranzas” evangélicas, que la liturgia nos indica en la solemnidad de hoy (cf. Mt 5, 1-12). Es el mismo camino trazado por Jesús y que los santos y santas se han esforzado por recorrer, aun conscientes de sus límites humanos.

En su existencia terrena han sido pobres de espíritu, han sentido dolor por los pecados, han sido mansos, han tenido hambre y sed de justicia, han sido misericordiosos, limpios de corazón, han trabajado por la paz y han sido perseguidos por causa de la justicia. Y Dios los ha hecho partícipes de su misma felicidad: la gustaron anticipadamente en este mundo y, en el más allá, gozan de ella en plenitud. Ahora han sido consolados, han heredado la tierra, han sido saciados, perdonados, ven a Dios, de quien son hijos. En una palabra: “de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 3.10).

En este día sentimos que se reaviva en nosotros la atracción hacia el cielo, que nos impulsa a apresurar el paso de nuestra peregrinación terrena. Sentimos que se enciende en nuestro corazón el deseo de unirnos para siempre a la familia de los santos, de la que ya ahora tenemos la gracia de formar parte. Como dice un célebre canto espiritual: “Cuando venga la multitud de tus santos, oh Señor, ¡cómo quisiera estar entre ellos!”.

Que esta hermosa aspiración anime a todos los cristianos y les ayude a superar todas las dificultades, todos los temores, todas las tribulaciones. Queridos amigos, pongamos nuestra mano en la mano materna de María, Reina de todos los santos, y dejémonos guiar por ella hacia la patria celestial, en compañía de los espíritus bienaventurados "de toda nación, pueblo y lengua" (Ap 7, 9). Y unamos ya en la oración el recuerdo de nuestros queridos difuntos, a quienes mañana conmemoraremos» (Benedicto XVI, Angelus 1° de noviembre de 2008).