viernes, 28 de agosto de 2015

TARDE TE AMÉ

“¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti”. (San Agustín, Confesiones, L. 10)

sábado, 22 de agosto de 2015

GLORIOSA EMPERATRIZ DE TODAS LAS CRIATURAS

Gloriosa emperatriz de todas las criaturas. Así llama San Buenaventura a la Virgen María en uno de sus sermones sobre la Asunción. Una hermosa mención mariana para este día en que la Iglesia celebra su realeza y nos dirige esta invitación: 

Christum regem, qui suam coronavit Matrem, venite, adoremus. Venid, adoremos a Cristo Rey, que ha coronado a su Madre. Y cuánta razón en este pensamiento de un alma enamorada: “Llénate de seguridad: nosotros tenemos por Madre a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, Reina del Cielo y del Mundo”. (San Josemaría Escrivá, Forja 273).

sábado, 15 de agosto de 2015

AVE TEMPLUM SANCTISSIMAE TRINITATIS


Assumpta est Maria in coelum, gaudent angeli. María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima…
Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender. Sólo la fe acierta a ilustrar cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. Sabemos que es un divino secreto”. (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n°171)

jueves, 13 de agosto de 2015

SIGNOS LITÚRGICOS ENRIQUECEDORES. EL CONFITEOR DE LA MISA TRADICIONAL

En la forma extraordinaria del rito romano abundan los signos y gestos litúrgicos que lucen e impresionan más que en su forma ordinaria. Y esto me induce a pensar que la vigencia y conocimiento de la misa tradicional no puede considerarse un simple adorno para satisfacer ciertas sensibilidades refinadas, sino una auténtica necesidad que no puede estar ausente de una profunda y cabal formación litúrgica de sacerdotes y fieles.
Un ejemplo entre muchos es la reiteración del Confiteor al inicio de la misa tal como se realiza en el rito antiguo. Ya antes de la reforma litúrgica, G. Chevrot destacaba la fuerza expresiva de esta doble recitación frente a la posibilidad de una recitación conjunta –sacerdote y pueblo al mismo tiempo- del Yo Confieso, que finalmente se adoptó en el rito nuevo. Estas son sus propias palabras:
La segunda oración dicha al pie del altar es el Confiteor… El sacerdote se inclina profundamente, y, públicamente se reconoce pecador y se golpea el pecho… «Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa», dice el sacerdote por tres veces, que corresponde al triple pecado de pensamientos, de palabras y de acciones. Sigue inclinado y parece esperar su sentencia, pero la asamblea le responde invocando sobre él la piedad divina: «Que Dios todopoderoso tenga misericordia de ti y, perdonados tus pecados, te lleve a la vida eterna.» Y llega entonces el momento de que la concurrencia confiese sus pecados.
La reiteración del Confiteor es mucho más impresionante que si su fórmula fuera dicha una sola vez por el oficiante y los fieles conjuntamente. El sacerdote, que inmediatamente ejercerá el inaudito privilegio de traer a Jesús sobre el altar, tenía que ser el primero que por sí solo se pusiera en el rango de los pecadores, pero los concurrentes se reúnen con él inmediatamente. A partir de esta segunda oración entra en acción la Comunión de los santos. La Iglesia del Cielo y la Iglesia de la Tierra son tomadas por testigos de nuestros pecados e imploramos su ayuda fraternal para que obtengan nuestro perdón. La Bienaventurada Virgen María, inmune de todo pecado; el arcángel San Miguel, que combatió el orgullo de los Ángeles rebeldes; Juan el Bautista, que predicó la necesidad de la penitencia para el perdón; Pedro y Pablo, las dos columnas de la Iglesia, que fueron también dos pecadores: Pedro, que cayó en un momento de debilidad, para convertirse enseguida en el modelo de arrepentimiento, y Pablo, el antiguo perseguidor de Cristo, que reparó sus errores por un prodigioso apostolado; todos los santos, todas las santas y todos los cristianos de la Tierra ruegan por esta asamblea que se arrepiente de sus pecados (Georges Chevrot, Nuestra Misa, Madrid 1962, p. 41-42). 
El destacado del texto es nuestro.

sábado, 8 de agosto de 2015

LA CRUZ DE CRISTO, FUERZA INVENCIBLE DE DOMINGO

No es rebajando las exigencias del Evangelio de Cristo sino abrazando con amor las exigencias de su Cruz, cómo los santos han servido a la Iglesia y conquistado millares de almas para su Señor. Ojalá no lo olviden algunos padres sinodales que próximamente se reunirán junto al sucesor de Pedro para orar, fortalecer e incentivar la pastoral familiar.
¡Qué bien lo entendió Santo Domingo de Guzmán y cuántas lumbreras pudo así regalar a la Iglesia la Orden por él fundada! Incluso del más sabio de todos sus hijos, Santo Tomás de Aquino, se cuenta  que su libro fue siempre el crucifijo.

“La cruz de Jesús –dice al respecto Fray Manuel Ángel Martínez de Juan, OP- es para los cristianos de todos los tiempos el testimonio más elocuente del amor de Dios hacia la humanidad y el símbolo de su victoria sobre el pecado y la muerte. Constituye el elemento esencial de la espiritualidad cristiana que todos debemos esforzarnos por reproducir en nuestra vida. La cruz inspira todo impulso hacia la santidad. Santo Domingo, siguiendo las huellas del Salvador, se abrazó a la cruz y la amó sólo porque Jesús también la amó e hizo de ella la expresión más alta de su amor al Padre y a la humanidad.
Domingo se impregnó hasta lo más profundo de su ser de estos sentimientos de Jesús e imprimió en el corazón de sus frailes el amor a la cruz y a todo lo que ella representa. Su pobreza voluntaria, su vida austera, su caridad apostólica, sus renuncias constantes son la mejor muestra de su amor a la cruz de Jesús. Pero donde se expresa con mayor claridad su unión a Cristo sufriente es en la oración. Quienes convivieron con él de cerca nos cuentan que durante la celebración de la eucaristía derramaba tal cantidad de lágrimas, sobre todo al pronunciar las palabras del canon, que una gota no esperaba a la otra. Esta emotividad y dramatismo brotaba del asombro y de la tristeza propia de los santos al recordar la incomprensión del amor infinito de Dios por parte de la humanidad. Domingo sufre con Cristo y en Cristo por quienes viven alejados de Cristo. De ahí nace su deseo de anunciar a todos la Palabra de Dios como prolongación del ministerio de Jesús. En su oración privada y personal Domingo abría su corazón a Cristo sufriente para suplicarle con lágrimas e incluso con rugidos: “Señor, ten piedad de tu pueblo. ¿Qué será de los pobres pecadores?” Y para intensificar su oración unía a ella el esfuerzo corporal mediante genuflexiones, postraciones, flagelaciones… Todo ello expresa la misma preocupación de Jesús por la salvación de la humanidad...
Este amor a la cruz fue igualmente inmortalizado por los bellos frescos de Fray Angélico donde Domingo aparece orando al pie de la cruz, ya sea arrodillado junto al madero ensangrentado del crucificado, ya sea abriendo sus brazos en forma de cruz al mismo tiempo que observa como la sangre de Cristo riega la tierra sedienta, o cubriendo su rostro después de haber contemplado tanto dolor en Jesús crucificado, o postrándose ante la cruz y tocando casi con su mano la sangre que corre por el madero, o abrazándose con ternura al árbol de la vida”.

viernes, 7 de agosto de 2015

BODAS DE DIAMANTE SACERDOTALES DEL PRELADO DEL OPUS DEI

El 7 de agosto de 1955 Mons. Javier Echevarría, actual prelado del Opus Dei, recibió de manos de Mons. Juan Ricote, entonces obispo auxiliar de Madrid, la ordenación sacerdotal. Con motivo de sus bodas de diamante sacerdotales, agradecemos a la Trinidad Beatísima el ministerio fecundo y humilde de este hijo egregio de San Josemaría Escrivá, cuya vida ha quedado bien plasmada en su lema episcopal: Deo omnis gloria.

jueves, 6 de agosto de 2015

LA TRANSFIGURACIÓN, MISTERIO DE LUZ

"La liturgia nos invita hoy a fijar nuestra mirada en este misterio de luz. En el rostro transfigurado de Jesús brilla un rayo de la luz divina que él tenía en su interior. Esta misma luz resplandecerá en el rostro de Cristo el día de la Resurrección. En este sentido, la Transfiguración es como una anticipación del misterio pascual.
La Transfiguración nos invita a abrir los ojos del corazón al misterio de la luz de Dios presente en toda la historia de la salvación. Ya al inicio de la creación el Todopoderoso dice: "Fiat lux", "Haya luz" (Gn 1, 3), y la luz se separó de la oscuridad. Al igual que las demás criaturas, la luz es un signo que revela algo de Dios: es como el reflejo de su gloria, que acompaña sus manifestaciones. Cuando Dios se presenta, "su fulgor es como la luz, salen rayos de sus manos" (Ha 3, 4). La luz -se dice en los Salmos- es el manto con que Dios se envuelve (cf. Sal 104, 2). En el libro de la Sabiduría el simbolismo de la luz se utiliza para describir la esencia misma de Dios: la sabiduría, efusión de la gloria de Dios, es "un reflejo de la luz eterna", superior a toda luz creada (cf. Sb 7, 27. 29 s). En el Nuevo Testamento es Cristo quien constituye la plena manifestación de la luz de Dios. Su resurrección ha derrotado para siempre el poder de las tinieblas del mal. Con Cristo resucitado triunfan la verdad y el amor sobre la mentira y el pecado. En él la luz de Dios ilumina ya definitivamente la vida de los hombres y el camino de la historia. "Yo soy la luz del mundo -afirma en el Evangelio-; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).
¡Cuánta necesidad tenemos, también en nuestro tiempo, de salir de las tinieblas del mal para experimentar la alegría de los hijos de la luz! Que nos obtenga este don María, a quien ayer, con particular devoción, recordamos en la memoria anual de la dedicación de la basílica de Santa María la Mayor. Que la Virgen santísima consiga, además, la paz para las poblaciones de Oriente Próximo, martirizadas por luchas fratricidas. Sabemos bien que la paz es ante todo don de Dios, que hemos de implorar con insistencia en la oración, pero en este momento queremos recordar también que es compromiso de todos los hombres de buena voluntad. ¡Que nadie se substraiga a este deber"!

(Meditación del Papa Benedicto XVI, Castelgandolfo, 6 de agosto de 2006)

domingo, 2 de agosto de 2015

J. H. NEWMAN. MARÍA, MADRE DE DIOS Y REINA DE LOS ÁNGELES

Hoy, 2 de agosto, la Iglesia conmemora a Nuestra Señora de los Ángeles. Aprovecho la ocasión para presentar una breve y fina meditación del Beato J. H. Newman en la que contempla la realeza de María sobre los ángeles en su relación al más augusto título de Madre de Dios.

María es Regina Angelorum,
Reina de los ángeles

"Puede ser apropiado conectar este gran título con la Maternidad de María, es decir, con la venida del Espíritu Santo sobre ella en Nazareth, después de la anunciación del ángel Gabriel y del nacimiento de nuestro Señor en Belén. Como madre de nuestro Señor ella está más cerca de Él que cualquier ángel, aun de los serafines que lo rodean y claman continuamente “Santo, Santo, Santo”.
Los dos Arcángeles que tienen un oficio especial en el Evangelio son San Miguel y San Gabriel, y ambos están asociados con María en la historia de la encarnación: Gabriel cuando descendió sobre ella el Espíritu Santo y Miguel cuando nació el Divino Niño.
San Gabriel la saludó como “llena de gracia” y “bendita entre las mujeres”, le anunció que descendería sobre ella el Espíritu Santo y que tendría un Hijo que iba a ser el Hijo de Altísimo.
Del ministerio de San Miguel en el nacimiento del Hijo divino leemos en el Apocalipsis escrito por el Apóstol San Juan. Sabemos que nuestro Señor vino para establecer el Reino de los Cielos entre los hombres, y fue muy duro nacer asaltado por los poderes del mundo que querían destruirlo. Herodes buscó quitarle la vida, pero fue derrotado cuando José huyó a Egipto con el Niño y su Madre. Pero San Juan nos dice en el Apocalipsis que Miguel y sus ángeles fueron los guardianes reales de la Madre y el Niño, en ese momento y en otras ocasiones. 
San Juan tuvo una visión, “un gran signo en el cielo”, entendiendo por cielo la Iglesia o el Reino de Dios: “una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”, y cuando estaba por dar a luz apareció “un gran Dragón rojo”, es decir, el espíritu maligno, listo “para devorar a su hijo” cuando naciera. El Hijo fue preservado por su propio poder divino, pero luego el espíritu maligno la persiguió a ella. Sin embargo, San Miguel y sus ángeles llegaron para el rescate y prevalecieron contra él.
“Hubo una gran batalla”, dice el escritor sagrado. “Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron… Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás” (Apoc 12, 1-9). Ahora como entonces, la Bienaventurada Madre de Dios tiene huestes de ángeles que la sirven, y ella es su reina".(John Henry Newman, Meditaciones y Devociones, Buenos Aires, 2006, p. 49-50)