sábado, 30 de diciembre de 2017

MIENTRAS EL MUNDO DORMÍA

«Dum médium siléntium tenérent ómnia, et nox in suo cursu médium iter habéret, omnípotens Sermo tuus, Dómine, de cælis a regálibus sédibus venit» (Sap. 18, 14-15).


«Estando sumergido todo en un profundo silencio y cuando la noche en su carrera había corrido la mitad del camino, Vuestro Verbo omnipotente,  oh Señor, descendió del cielo, de vuestro regio trono».





jueves, 28 de diciembre de 2017

«CAMBIO EN LA RELIGIÓN», UN ENSAYO CLARIFICADOR (1ª PARTE)


Transcribo a continuación un sugerente ensayo del destacado historiador chileno Mario Góngora (1915-1985). Este ensayo, junto a otros como «Historia y Aggiornamento» o «Sobre la descomposición de la conciencia histórica del catolicismo», constituyen un interesante análisis de los cambios ocurridos en la religión durante las tormentosas décadas que siguieron al Concilio Vaticano II. Consciente de estar viviendo un momento que define «como un inmenso tiempo de confusión», Góngora intenta determinar las causas filosóficas e históricas que subyacen al penoso proceso de descomposición que describe. Muchas de sus reflexiones resultan de evidente actualidad. Se trata de una crisis de imprevisible salida, «un drama histórico espiritual en el cual hay que vivir decidiéndose arriesgada y resueltamente».

CAMBIO EN LA RELIGIÓN*
Por Mario Góngora

            La noción de catolicismo como signo solemne de unidad e inmutabilidad (en oposición a las herejías, que eran «variaciones», según la concepción de Bossuet) ha entrado hoy día en una crisis de inconmensurable profundidad. Todos los esfuerzos por ocultarlo o paliarlo no pasan de ser convencionalismos. Tan sólo permanece inviolado el núcleo de la piedad: la doctrina y el culto han sido sometidos a tales embates que no se puede ya negar seriamente que el Concilio último y sus secuelas han cambiado la religión.
            El siglo se abre con un Papa visionario, Pío X, cuya encíclica de 4 de octubre de 1903 atestigua tan intensamente (y tan insólitamente, dada la tradicional parquedad de Roma en este género) un sentimiento apocalíptico: «Si se piensa en todo el mal que hay en el mundo, es posible preguntarse si el Hijo de Perdición no está ya entre nosotros». Pío X veía pues como posible que la Apostasía y el Hijo de Perdición de que habla San Pablo como signos escatológicos, estuviesen ya inminentes.
            Sesenta años después, en 1962, al inaugurar Juan XXIII el Concilio Vaticano II, dirá en cambio: «En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral, llegan a veces a nuestro oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que, aunque con celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida.
Tales son quienes en los tiempos modernos no ven otras cosa que prevaricación y ruina…»
Mas, nos parece necesario decir que disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos, como si fuese inminente el fin de los tiempos. En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un nuevo orden de relaciones de humanas, es preciso reconocer los arcanos designios de la Providencia divina, que a través de los acontecimientos y de las mismas obras de los hombres, muchas veces sin que ellos lo esperen, se llevan a término, haciendo que todo, incluso las adversidades humanas, redunden en bien para la Iglesia».
La contraposición de ambas perspectivas históricas es el mejor indicio del antagonismo de constelaciones espirituales globales. Al texto de Pío X, transido de apocalipticismo, corresponde una Iglesia que se sabía atacada desde afuera y minada por dentro. En este último sentido, Pío X intentó con todas sus fuerzas atajar el Modernismo eclesiástico (fundamentalmente, un afán de introducir el método crítico de la historiografía y filología profanas en la exégesis bíblica, y un evolucionismo inmanentista en la Dogmática, aparte naturalmente de la actitud general denotada por el mismo nombre del movimiento). Pero tuvo un éxito muy breve: un observador laico como Bernanos anunciaba ya en 1926 la avanzada de «los furrieles del Modernismo» dentro del clero francés.
A la Iglesia concebida por Pío X que procuraba con todas sus fuerzas preservar su individualidad, ha sucedido, tras el Concilio, una Iglesia que, como reza el slogan, procura «abrirse al mundo», fundirse con el resto de las  comuniones cristianas; si fuere posible, con las no cristianas; y todavía con mayor anhelo, participar de las esperanzas de los grandes movimientos secularistas contemporáneos (pacifismo, democratismo, socialismo, comunismo, anarquismo, etc.). De otro lado, este progresismo católico quiere presentarse como un retorno arqueológico al Cristianismo primitivo, saltando por encima de las generaciones de la Historia eclesiástica. Sin embargo, «el Mundo» no era una dimensión valorada en forma precisamente positiva en el Nuevo Testamento: Juan, el discípulo que Jesús amaba, dedica todo un capítulo de su primera Epístola a la contraposición de Dios y del Mundo; Jesús mismo dice en un pasaje que no ruega Él por el Mundo. En cuanto a «los profetas de calamidades» desestimados por Juan XXIII convendría traer a la memoria, fuera del Apocalipsis mismo, los numerosos textos de contenido apocalíptico que se encuentran en los Evangelios y Epístolas. El cristianismo primitivo distaba mucho de corresponder a la imagen idílico-naturalista de la interpretación liberal: podría calificarse de «optimista» en vistas de la Parousia, pero no en absoluto de su propio tiempo. Los textos que lo confirmarían son innumerables.
Se podría decir que esta caracterización de la Iglesia «Postconciliar» es demasiado simplista, y está trazada a un nivel de masas, más que del pensamiento de teólogos o exégetas (al menos de los que rehúyen la popularidad). Naturalmente. Pero resultaría muy difícil negar que las tesis condenadas en los dos grandes documentos antimodernistas de Pío X se ven hoy muy difundidas en la literatura eclesiástica de todos los niveles. Y sobre todo, dado el predominio de la «Ilustración de Masas», los slogans son más fuertes que concepciones individuales de los teólogos. Particularmente notorio es el sello de esa «Ilustración de Masas» (tomando  aquí la palabra «Ilustración» en su sentido histórico-espiritual, Aufklärung) en el resentimiento de gran parte del clero contra la historia de la Iglesia, su demostrativo afán de renegar, por ejemplo, de las devociones, imágenes y formas diversas de lo sagrado. Aparte del resentimiento, comparece allí el afán de complacer a las masas, sin saber adivinar que en el fondo de la psicología colectiva hay arquetipos insondables, que resisten a toda esa tentativa racionalista. El llamado «espíritu del Concilio», a este nivel clerical, viene a ser como una resurrección de los Iconoclastas, es un odio a todo lo que «tenía forma» dentro de la vieja Iglesia. Sin embargo, la piedad cristiana ha sido más tenaz de lo que aquella mentalidad «ilustrada» presuponía.
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*Este ensayo fue publicado originalmente en la Revista «Vigilia», año I, vol. I, n° 3, Santiago de Chile, VII-VIII, 1977. Más tarde apareció, junto a otros artículos del autor, en el volumen póstumo: Mario Góngora, Civilización de masas y esperanza. Y otros ensayos, Ed. Vivaria, Santiago de Chile, 1987, p. 135-141. Este último es el texto que ahora reproducimos.


domingo, 24 de diciembre de 2017

UN NIÑO NOS HA NACIDO


«C
risto ha nacido: ¡Glorificadlo! Cristo ha descendido del cielo: ¡Salid a su encuentro! Cristo está en la Tierra: ¡Exaltadlo!...
Yo pregonaré el significado de este día: se encarnó quien era incorpóreo, el Logos toma cuerpo, el invisible es visto, se hace tangible el intangible, comienza  quien está fuera del tiempo. El Hijo de Dios se convierte en Hijo de Hombre». (San Gregorio Nacianceno, En la Natividad del Señor, Homilía 38, 1-2).

jueves, 21 de diciembre de 2017

VEN SEÑOR JESÚS Y NO TARDES


«E
s muy difícil expresar en un sermón la gama de indigencias que nos achacan. Pero pueden reducirse a tres raíces comunes y en cierta manera principales. Ninguno de nosotros puede prescindir de consejo, de ayuda y de protección. Es general de toda la raza humana esta triple miseria… Porque nos dejamos seducir con facilidad; somos débiles en las obras y frágiles parar resistir. Nos falta agudeza de discernimiento entre el bien y el mal y nos engañamos. Si procuramos hacer el bien, desfallecemos. Si intentamos resistir al mal, caemos y nos rendimos.
Por esto necesitamos la venida del Salvador. Es imprescindible, para hombres así embargados, la presencia de Cristo. Y, ¡ojalá venga con tan infinita condescendencia, que more en nosotros por la fe e ilumine nuestra ceguera! Permanezca con nosotros y ayude a nuestra debilidad y que su fuerza proteja y defienda nuestra fragilidad.
Si él está en nosotros,  ¿quién nos podrá engañar? Si él está con nosotros, ¿qué nos será imposible con aquel que nos robustece? Si él está en favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros? Es un fiel consejero que no puede engañarse ni engañar. Es el robusto cooperador que  nunca se cansa. Es el eficaz protector que pisotea diestramente al mismo Satanás con nuestros propios pies y desbarata todas sus asechanzas. Es la sabiduría de Dios, siempre dispuesto a instruir a los ignorantes. Es la fuerza de Dios, capaz de alimentar siempre a los lánguidos y librar al que zozobra. Corramos con gran decisión, hermanos míos, hacia este único maestro. Llamemos en toda ocasión a este valiente compañero. Encomendemos nuestras almas a este fiel protector en todo combate. Vino a este mundo para vivir entre los hombres, con los hombres y en favor de los hombres; para iluminar nuestras tinieblas, suavizar nuestras penas y evitar los peligros» (San Bernardo, En el Adviento del Señor, Sermón 7, 1-2).

miércoles, 13 de diciembre de 2017

UN PESEBRE DESAFORTUNADO


C
uando vi las primeras imágenes del pesebre que se instaló este año en la plaza de San Pedro, debo confesar que experimenté un disgusto no menor. Opté por guardar silencio, a la espera de conocer otras opiniones sobre el reciente Belén; temía que mi primera impresión de rechazo y hasta de repugnancia estuviese prejuiciada por mis personales gustos estéticos. Pero una vez que el reconocido corresponsal Edward Pentin ha publicado en su cuenta de twitter algunas fotografías del nuevo pesebre, abriendo así la puerta a comentarios y debates, me he animado a hacer también público mi parecer.
Me sentí aliviado al ver que casi la totalidad de las respuestas al twitter de Pentin eran francamente negativas: horrible; esto no es arte, es una burla a la Natividad de Nuestro Señor; parece profetizar el derrumbe de la Basílica de San Pedro. Otros expresan su sorpresa de modo interrogativo: ¿por qué las figuras tienen un aire deforme y demente?; ¿pero qué diablos es esto?; ¿se trata de una broma? Y no falta quien propone encomendar a los responsables de este Nacimiento y rezar un rosario en desagravio a Nuestra Señora.
No hay que olvidar que los comentarios en twitter suelen ser extremos. Sin embargo, muchas veces recogen esas primeras impresiones espontáneas y poco deliberadas (el motus primo primi, dirían los moralistas) que algunos hechos suscitan en nosotros.
Pues bien, el primer movimiento que causa este presepio no parece nada favorable. Por supuesto que es muy loable la idea de catequizar con imágenes las tradicionales obras de misericordia corporales, y más aún si se hace con la espléndida imaginería napolitana. Pero el Belén no parece ser el marco más adecuado para tal finalidad. No puede permitirse que la centralidad del nacimiento del Dios hecho hombre quede opacada por una multiplicidad de escenas que ni de lejos parecen suscitar sentimientos de caridad o piedad. Y lo más infame es constatar cómo la majestuosa desnudez del Divino Infante se verá afrentada por un hombre desnudo de tinte sensual y exhibicionista. Me apena profundamente la posibilidad de que familias y niños que se acerquen al Belén de San Pedro para rezar, puedan retirarse con un sabor amargo tras contemplar un cadáver, un desnudo o un loco en su mazmorra, que lejos de estar pidiendo sepultura, vestido o visita, parecen reclamar ser retirados cuanto antes de la escena.

Para más detalles y comentarios ver: twitter. Edward Pentin

sábado, 9 de diciembre de 2017

LA INMACULADA EN LA CATEDRAL DE PAMPLONA

U
n amigo, profesor de la Universidad de Navarra, me envía estas fotografías de la Misa tradicional celebrada en el colosal templo de la catedral de Pamplona, con motivo de la reciente festividad de la Inmaculada Concepción. Nos alegra dar noticias de este grupo consolidado de fieles que, con su capellán, contribuyen a la difusión de tan sublime tesoro de la liturgia católica.






jueves, 7 de diciembre de 2017

MARÍA, CAMINO DEL ADVIENTO


«Y
a habéis caído en la cuenta, si no me equivoco, que la Virgen es el camino que recorre el Salvador hasta nosotros. Sale de su seno, como el esposo de la alcoba. Ya conocemos el camino que, como recordáis, empezamos a buscar en el sermón anterior. Ahora tratemos, queridísimos, de seguir la misma ruta ascendente hasta llegar a aquel que por María descendió hasta nosotros. Lleguemos por la Virgen a la gracia de aquel que por la Virgen vino a nuestra miseria.
Llévanos a tu Hijo, dichosa y agraciada, madre de la vida y madre de la salvación. Por ti nos acoja el que por ti se entregó a nosotros. Tu integridad excuse en su presencia la culpa de nuestra corrupción. Y que tu humildad, tan agradable a Dios, obtenga el perdón de nuestra vanidad. Que tu incalculable caridad sepulte el número incontable de nuestros pecados y que tu fecundidad gloriosa nos otorgue la fecundidad de las buenas obras. Señora mediadora y abogada, reconcílianos con tu Hijo. Recomiéndanos y preséntanos a tu Hijo. Por la gracia que recibiste, por el privilegio que mereciste y la misericordia que alumbraste, consíguenos que aquel que por ti se dignó participar de nuestra debilidad y miseria, comparta con nosotros, por tu intercesión, su gloria y felicidad. Cristo Jesús, Señor nuestro, que es bendito sobre todas las cosas y por siempre» (San Bernardo, En el Adviento del Señor, Sermón 2, 5).

domingo, 3 de diciembre de 2017

ADVIENTO, MIRAR AL QUE VIENE

Visitación de Domenico Ghirlandaio (1491) 
Foto wikimedia.org   

«C
uando considero, al celebrar este tiempo de Adviento del Señor, quién es el que viene, me desborda la excelencia de su majestad. Y, si me fijo hacia quienes se dirige, me espanta su gracia incomprensible. Los ángeles no salen de su asombro al verse superiores a aquel que adoran desde siempre y cómo bajan y suben, a la vista de todos, en torno al Hijo el hombre. Al considerar el motivo de su venida, abarco, en cuanto me es posible, la extensión sin límites de la caridad. Y cuando me fijo en las circunstancias, comprendo la elevación de la vida humana. Viene el Creador y Señor del mundo, viene a los hombres. Viene por los hombres. Viene el hombre.
Alguien dirá: ¿Cómo puede hablarse de la venida de quien siempre ha estado en todas partes? Estaba en el mundo, y aunque el mundo lo hizo él, el mundo no lo conoció. El Adviento no es una llegada de quien ya estaba presente; es la aparición de quien permanecía oculto. Se revistió de la condición humana para que a través de ella fuera posible conocer al que habita en una luz inaccesible. No desdice de la majestad aparecer en aquella misma semejanza suya que había creado desde el principio. Tampoco es  indigno de Dios manifestarse en su propia imagen a quienes resulta inaccesible su identidad. El que había creado al hombre a su imagen y semejanza, se hizo hombre para darse a conocer a los hombres» (San Bernardo, En el Adviento del Señor, Sermón 3, 1).