sábado, 31 de enero de 2015

CUANDO LA COMUNIÓN ESPIRITUAL CONVIENE MÁS QUE LA COMUNIÓN SACRAMENTAL

Las imágenes que han circulado por las redes sociales sobre la penosa distribución de la Sagrada Comunión durante la Eucaristía multitudinaria que presidió el Papa Francisco en Manila, me han hecho recordar las propuestas que hiciera un prelado, -por cierto, muy celoso por la sacralidad del culto y en plena sintonía con la sensibilidad litúrgica de Benedicto XVI- en el sínodo sobre la Eucaristía de 2005. Ellas intentaban traducir en disposiciones concretas y prácticas lo que toda alma de fe anhela: una percepción más nítida de la sacralidad en las celebraciones eucarísticas.
“El Instrumentum Laboris, en el nº 34, -se lee en el resumen de su intervención- (ver aquí) se subraya la importancia del sentido del carácter sagrado en la celebración de la Eucaristía. Es útil estudiar modalidades concretas que ayuden a los fieles a percibir de manera más clara el sentido de la sacralidad del Sacrificio eucarístico, para que el Pueblo de Dios sea fortalecido en su fe y ayudado a vivir santamente. Sería útil, por tanto, sobre la base de la Instrucción Redemptionis sacramentum, aplicarse para eliminar los abusos que perjudican la sacralidad de las celebraciones eucarísticas, y también habría que replantearse algunas normas, cuya aplicación se presta a una interpretación abusiva. A modo de ejemplo, podríamos plantearnos si son oportunas las ceremonias eucarísticas con un excesivo número de concelebrantes, hecho que impide el desarrollo digno del acto litúrgico, o también habría que analizar la conveniencia de la distribución de la Comunión a todos los presentes en una Misa con un grandísimo número de fieles, cuando la distribución general va en detrimento de la dignidad del culto. Conceder importancia al mantenimiento del sentido de lo sagrado en las liturgias eucarísticas, significaría un gran bien para toda la Iglesia” (destacado nuestro).
Por muy excepcionales que sean las circunstancias de una misa masiva, si hay riesgo de irreverencia hacia el Cuerpo de Cristo, es más prudente sustituir la comunión sacramental por la espiritual. La única persona que está obligada a comulgar en toda misa es el sacerdote que la celebra. Pero además no solo está en juego la reverencia y el respeto hacia las especies consagradas; se trata también de la dignidad misma del pueblo de Dios: los fieles tienen derecho a recibir a su Señor con unción, respeto y veneración; en ningún caso como simples aves de corral a la hora de la pitanza.