Las
imágenes que han circulado por las redes sociales sobre la penosa distribución
de la Sagrada Comunión durante la Eucaristía multitudinaria que presidió el
Papa Francisco en Manila, me han hecho recordar las propuestas que hiciera un prelado,
-por cierto, muy celoso por la sacralidad del culto y en plena sintonía con la
sensibilidad litúrgica de Benedicto XVI- en el sínodo sobre la Eucaristía de
2005. Ellas intentaban traducir en disposiciones concretas y prácticas lo que
toda alma de fe anhela: una percepción más nítida de la sacralidad en las celebraciones eucarísticas.
“El Instrumentum Laboris, en el nº 34, -se lee en el resumen de
su intervención- (ver aquí) se subraya la
importancia del sentido del carácter sagrado en la celebración de la
Eucaristía. Es útil estudiar modalidades concretas que ayuden a los fieles a
percibir de manera más clara el sentido de la sacralidad del Sacrificio
eucarístico, para que el Pueblo de Dios sea fortalecido en su fe y ayudado a
vivir santamente. Sería útil, por tanto, sobre la base de la Instrucción
Redemptionis sacramentum, aplicarse para eliminar los abusos que perjudican la
sacralidad de las celebraciones eucarísticas, y también habría que replantearse
algunas normas, cuya aplicación se presta a una interpretación abusiva. A modo de ejemplo, podríamos plantearnos si
son oportunas las ceremonias eucarísticas con un excesivo número de
concelebrantes, hecho que impide el desarrollo digno del acto litúrgico, o
también habría que analizar la conveniencia de la distribución de la Comunión a
todos los presentes en una Misa con un grandísimo número de fieles, cuando la
distribución general va en detrimento de la dignidad del culto. Conceder importancia al mantenimiento del
sentido de lo sagrado en las liturgias eucarísticas, significaría un gran bien
para toda la Iglesia” (destacado nuestro).
Por
muy excepcionales que sean las circunstancias de una misa masiva, si hay riesgo
de irreverencia hacia el Cuerpo de Cristo, es más prudente sustituir la
comunión sacramental por la espiritual. La única persona que está obligada a
comulgar en toda misa es el sacerdote que la celebra. Pero además no solo está en juego la reverencia y el respeto hacia las especies consagradas; se trata también de
la dignidad misma del pueblo de Dios: los fieles tienen derecho a recibir a su
Señor con unción, respeto y veneración; en ningún caso como simples aves de corral a la
hora de la pitanza.
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