jueves, 29 de octubre de 2015

LA PEDAGOGÍA DE LA ANTIGUA LITURGIA

Presentamos en castellano un extracto de la homilía que Mons. Guido Pozzo, Secretario de la Comisión Ecclesia Dei, pronunció el pasado 23 de octubre en la iglesia de Santa María in Campitelli, con ocasión de la peregrinación Summorum Pontificum a Roma.

“¿Dónde se puede por otra parte vivir, contemplar e interiorizar, de modo privilegiado y seguro, el encuentro con el misterio divino?
La grandeza de la liturgia no consiste en ofrecer una diversión espiritual, por muy grata que sea, sino en dejar que nos toque el misterio de Dios que se hace presente a nosotros, pues por nuestras solas fuerzas no conseguiríamos aproximarnos a él.
La celebración de la Santa Misa en el rito romano tradicional pone en evidencia elementos y aspectos indispensables para hacernos percibir la sacralidad del Rito, la presencia real de Cristo, el carácter sacrificial de la Misa que es, precisamente, el sacrificio de Cristo. Todo esto ayuda en la construcción del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
La liturgia antigua no es una reliquia del pasado sino una realidad viva de la Iglesia que contribuye a hacer actual el patrimonio de santidad y de oración que la Tradición nos transmite.
La celebración de la Santa Misa según la liturgia tradicional nos hace también tomar una mejor conciencia de que la razón de ser de la liturgia es la adoración del misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La grandeza de la liturgia y su fuerza residen en la educación de los creyentes a la adoración: solo en la adoración puede madurar la experiencia  profunda de un verdadero encuentro con el Dios vivo. En el acto de adoración también madura la misión social de la eucaristía, que no solo estrecha las distancias entre Dios y nosotros, sino que tiende también a derribar las fronteras que nos separan unos de otros y que impiden la reconciliación fraterna y el buen entendimiento entre los hombres.
Durante vuestra peregrinación romana, ahora que está a punto de abrirse el año jubilar de la misericordia, proclamad en voz alta la profesión de nuestra fe católica. Creemos con una certeza firme que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Firmes en esta segura confianza, nosotros nos confiamos a Él: Cristo presente en medio de nosotros vence la potencia del Maligno y la Iglesia, como comunidad visible de su misericordia, permanece como el signo de nuestra reconciliación definitiva con el Padre”.

sábado, 24 de octubre de 2015

EVANGELIO DEL SUFRIMIENTO Y FAMILIA. UN SORPRENDENTE TESTIMONIO DE SAN JUAN PABLO II

A finales de mayo de 1994, Juan Pablo II regresaba al Vaticano después de haber estado internado casi un mes en el hospital Gemelli de Roma. Ese año el Santo Padre lo había dedicado a la familia, sobre la que entonces también se cernían densos e inquietantes nubarrones. Durante el Ángelus del domingo 29 de mayo, el Santo Padre hizo una impactante confidencia –poco frecuente en él- sobre el sentido del sufrimiento padecido, asociándolo al futuro de la familia. Un texto digno de meditación ahora que está por concluir el Sínodo sobre la familia.

"Por medio de María quisiera expresar hoy mi gratitud por este don del sufrimiento, asociado nuevamente al mes mariano de mayo. Quiero agradecer este don. He comprendido que es un don necesario. El Papa debía estar en el hospital; debía estar ausente de esta ventana durante cuatro semanas; del mismo modo que sufrió hace trece años, debía sufrir también este año.
He meditado, he vuelto a pensar en todo esto durante mi hospitalización. Y he reencontrado a mi lado la gran figura del cardenal Wyszynski, primado de Polonia, de cuyo fallecimiento se cumplió ayer el decimotercer aniversario. Al comienzo de mi pontificado, me dijo: 'Si el Señor te ha llamado, debes llevar a la Iglesia hasta el tercer milenio'.  El mismo llevó a la Iglesia en Polonia hacia su segundo milenio cristiano. Así me habló el cardenal Wyszynski.
Y he comprendido que debo llevar a la Iglesia de Cristo hasta este tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que eso no basta: necesitaba llevarla con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en este año? ¿Por qué en este Año de la familia? Precisamente porque se amenaza a la familia, porque se la ataca. El Papa debe ser atacado, el Papa debe sufrir, para que todas las familias y el mundo entero vean que hay un evangelio -podría decir- superior: el evangelio del sufrimiento, con el que hay que preparar el futuro, el tercer milenio de las familias, de todas las familias y de cada familia.
Quería añadir estas reflexiones en mi primer encuentro con vosotros, queridos romanos y peregrinos, al final de este mes mariano, porque debo este don del sufrimiento a la Santísima Virgen y se lo agradezco. Comprendo que era importante tener este argumento ante los poderosos del mundo. Tengo que encontrarme nuevamente con los poderosos del mundo y tengo que hablar. ¿Con cuáles argumentos? Me queda este argumento del sufrimiento. Y quisiera decirles: comprended, comprended por qué el Papa ha estado nuevamente en el hospital, por qué ha sufrido nuevamente, comprendedlo, pensad una vez más en ello".
Fuente: vatican.va

viernes, 23 de octubre de 2015

LA MISA, GRAN OBRA DE MISERICORDIA

“A los ojos de la fe, escribe el Beato Columba Marmión, la misa pertenece a un orden de valores infinitamente más elevado: glorifica plenamente a Dios. Muchos espíritus son incapaces de comprender esta verdad; tacharán nuestras palabras de exageradas, pero en el otro mundo, frente a la realidad, comprenderán que las acciones verdaderamente grandes son aquellas cuyo alcance persiste en la eternidad.

Se habla a veces, con una especie de irreflexivo desdén, de un sacerdote que “dice su misita” y que apenas puede ocuparse de un trabajo útil. Y sin embargo, a los ojos de la Verdad infalible, ese sacerdote, por su sola misa celebrada con piedad, aun cuando no haya nadie que asista a ella, realiza una obra divina, porque honra al soberano Señor y lo vuelve propicio a las miserias del mundo entero” (C. Marmión, Jesucristo ideal del sacerdote, Buenos Aires 1954, p.180).

jueves, 15 de octubre de 2015

UNA AUTÉNTICA AMIGA DE DIOS

Santa Teresa de Jesús, decía Benedicto XVI, “representa una de las cimas de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos”. Al celebrar hoy su fiesta en este año de jubileo por los 500 años de su natalicio, sirva como humilde homenaje el siguiente extracto de la audiencia que el Papa emérito dedicó a esta gran mujer, que dejó este mundo musitando con sincera satisfacción: «muero hija de la Iglesia».

“No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura. En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico.
Asimismo, la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia quaedam hominis ad Deum», un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae ii-ii, 23, 1). La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella misma con él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición para prorrumpir en una oración.
Otro tema importante para la santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia. Santa Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia: manifiesta un vivo «sensus Ecclesiae» frente a los episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo. Reforma la Orden carmelita con la intención de servir y defender mejor a la «santa Iglesia católica romana», y está dispuesta a dar la vida por ella (cf. Vida 33, 5).
Un último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quiero subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma. La santa tiene una idea muy clara de la «plenitud» de Cristo, que el cristiano revive. Al final del recorrido del Castillo interior, en la última «morada» Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en la unión con Cristo a través del misterio de su humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día. Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida. (Benedicto XVI, Miércoles 2 de febrero de 2011).

viernes, 2 de octubre de 2015

LOS ÁNGELES, NUESTROS MEJORES AMIGOS

La existencia de los ángeles custodios es una hermosa manifestación de la auténtica solidaridad creacional que Dios ha deseado establecer entre todas sus criaturas. 
El Catecismo Romano enseña que “la Providencia de Dios ha dado a los Ángeles la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre”. Son las criaturas más perfectas que Dios ha creado, invisibles a nuestra mirada puramente humana, pero bien visibles y patentes a los ojos de la fe. A continuación un breve extracto de un sermón sobre los Ángeles Custodios del Santo Cura de Ars.

“Hermanos míos, nuestros ángeles custodios son nuestros más fieles amigos, porque están con nosotros día y noche, en todo tiempo y lugar; la fe nos enseña que los tenemos siempre a nuestro lado. Eso es lo que hizo decir a David: «No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos (Sal 90,11)”. Y para que veamos cuán grandes son sus cuidados para con nosotros, el profeta dice que nos llevan en sus manos como una madre lleva a su hijo.
¡Ah! es que el Señor previó los peligros sin número a los que estaríamos expuestos en la tierra, en medio de tantos enemigos y que todos buscan nuestra perdición. Sí, son los ángeles buenos que nos consuelan en nuestras penas, que hacen nos demos cuenta cuando el demonio nos quiere tentar, que presentan a Dios nuestras oraciones y todas nuestras buenas acciones, que nos asisten en la hora de la muerte y presentan nuestras almas a su soberano juez”.