martes, 30 de abril de 2013

REFORMA Y EPISCOPADO


El padre Louis Bouyer fue uno de los primeros teólogos de renombre, que ya en la misma década de los 60, expresó públicamente su descontento frente al así llamado “espíritu del Concilio” y frente a los derroteros que tomaban las reformas impulsadas por la asamblea conciliar. Se trató de un grito de alarma lanzado al aire por parte de una voz autorizada y nada sospechosa de tradicionalismo. Sus preocupaciones y temores los expuso en un opúsculo publicado en 1968 bajo el título La descomposición del Catolicismo. Consciente de que con su ensayo atraería sobre sí las iras de quienes trabajaban sin pausa en el desmantelamiento de la Iglesia, no dudó sin embargo en presentar un diagnóstico realista, por momentos crudo, de la situación de la Iglesia postconciliar y proponer medidas, a veces drásticas, para remontar el trágico panorama de crisis en que la Iglesia se sumergía. Su pena y su dolor eran grandes, como grandes habían sido también sus esperanzas y expectativas puestas en el Concilio. “A menos que nos tapemos los ojos, -escribe en las primeras páginas de su libro- hay incluso que decir francamente que lo que estamos viendo se parece mucho menos a la regeneración con la que se había contado que a una descomposición acelerada del catolicismo”.
Ya entonces Bouyer veía con claridad, que cualquier reforma con pretensiones de éxito duradero que se quisiese llevar a cabo en la Iglesia, debía comenzar por una selección mucho más atenta, casi minuciosa se podría decir, de quienes están llamados a enseñar, regir y santificar la grey del Señor, es decir, de los obispos. Estas son sus palabras,  a las que me parece no hay nada que añadir: “Finalmente, ¡el episcopado! Hace unos meses conversaba yo sobre la situación actual de la Iglesia con un obispo africano, que no sólo es uno de los mejores obispos del continente negro, sino uno de los mejores de la Iglesia contemporánea. Con esa amable sonrisa maliciosa con que Dios ha iluminado los rostros más oscuros de la humanidad me decía: “¿Qué quiere usted? La Iglesia, después del Concilio, se halla en una situación parecida a la de nuestros ejércitos africanos. De la noche a la mañana se ha hecho generales a personas elegidas y formadas para no ser nunca más que sargentos mayores. Esto no podrá marchar en tanto no se salga de esta situación”. Confieso que tengo la impresión de que aquel obispo ponía el dedo en la llaga del episcopado actual.”

lunes, 29 de abril de 2013

CATALINA DE SIENA, UNA MUJER SIN PELOS EN LA LENGUA


Hoy, festividad de Santa Catalina de Siena, reproduzco la catequesis que el Papa Benedicto XVI dedicó a esta santa y valiente mujer, el miércoles 24 de noviembre de 2010.

"Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero hablaros de una mujer que tuvo un papel eminente en la historia de la Iglesia. Se trata de santa Catalina de Siena. El siglo en el que vivió —siglo XIV— fue una época tormentosa para la vida de la Iglesia y de todo el tejido social en Italia y en Europa. Sin embargo, incluso en los momentos de mayor dificultad, el Señor no cesa de bendecir a su pueblo, suscitando santos y santas que sacudan las mentes y los corazones provocando conversión y renovación. Catalina es una de estas personas y también hoy nos habla y nos impulsa a caminar con valentía hacia la santidad para que seamos discípulos del Señor de un modo cada vez más pleno.
   Nació en Siena, en 1347, en el seno de una familia muy numerosa, y murió en Roma, en 1380. A la edad de 16 años, impulsada por una visión de santo Domingo, entró en la Tercera Orden Dominicana, en la rama femenina llamada de las Mantellate. Permaneciendo en su familia, confirmó el voto de virginidad que había hecho privadamente cuando todavía era una adolescente, se dedicó a la oración, a la penitencia y a las obras de caridad, sobre todo en beneficio de los enfermos.
  Cuando se difundió la fama de su santidad, fue protagonista de una intensa actividad de consejo espiritual respecto a todo tipo de personas: nobles y hombres políticos, artistas y gente del pueblo, personas consagradas, eclesiásticos, incluido el Papa Gregorio XI que en aquel período residía en Aviñón y a quien Catalina exhortó enérgica y eficazmente a regresar a Roma. Viajó mucho para solicitar la reforma interior de la Iglesia y para favorecer la paz entre los Estados: también por este motivo el venerable Juan Pablo II quiso declararla copatrona de Europa: que el viejo continente no olvide nunca las raíces cristianas que están en la base de su camino y siga tomando del Evangelio los valores fundamentales que aseguran la justicia y la concordia.
  Catalina sufrió mucho, como tantos santos. Alguien incluso pensó que había que desconfiar de ella hasta el punto de que, en 1374, seis años antes de su muerte, el capítulo general de los Dominicos la convocó a Florencia para interrogarla. Pusieron a su lado a un fraile erudito y humilde, Raimundo de Capua, futuro Maestro general de la Orden, el cual se convirtió en su confesor y también en su «hijo espiritual», y escribió una primera biografía completa de la santa. Fue canonizada en 1461.
  La doctrina de Catalina, que aprendió a leer con dificultad y aprendió a escribir cuando ya era adulta, está contenida en El Diálogo de la Divina Providencia o Libro de la Divina Doctrina, una obra maestra de la literatura espiritual, en su Epistolario y en la colección de las Oraciones. Su enseñanza está dotada de una riqueza tal que el siervo de Dios Pablo VI, en 1970, la declaró doctora de la Iglesia, título que se añadía al de copatrona de la ciudad de Roma, por voluntad del beato Pío IX, y de patrona de Italia, según la decisión del venerable Pío XII.
  En una visión que nunca se borró del corazón y de la mente de Catalina, la Virgen la presentó a Jesús que le dio un espléndido anillo, diciéndole: «Yo, tu Creador y Salvador, me caso contigo en la fe, que conservarás siempre pura hasta que celebres conmigo en el cielo tus nupcias eternas» (Raimundo de Capua, Santa Caterina da Siena, Legenda maior, n. 115, Siena 1998). Ese anillo sólo era visible para ella. En este episodio extraordinario reconocemos el centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda auténtica espiritualidad: el cristocentrismo. Cristo es para ella como el esposo, con quien vive una relación de intimidad, de comunión y de fidelidad. Él es el bien amado sobre todo bien.
  Ilustra esta unión profunda con el Señor otro episodio de la vida de esta insigne mística: el intercambio del corazón. Según Raimundo de Capua, que transmite las confidencias que recibió de Catalina, el Señor Jesús se le apareció con un corazón humano rojo esplendoroso en la mano, le abrió el pecho, se lo introdujo y dijo: «Amada hija mía, así como el otro día tomé tu corazón, que tú me ofrecías, ahora te doy el mío, y de ahora en adelante estará en el lugar que ocupaba el tuyo» (ib.). Catalina vivió verdaderamente las palabras de san Pablo, «ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).
  Como la santa de Siena, todo creyente siente la necesidad de uniformarse a los sentimientos del corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como Cristo mismo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con él alimentada con la oración, con la meditación sobre la Palabra de Dios y con los sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la sagrada Comunión. También Catalina pertenece a la legión de santos eucarísticos con los cuales quise concluir mi exhortación apostólica Sacramentum caritatis (cf. n. 94). Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es un extraordinario don de amor que Dios nos renueva continuamente para alimentar nuestro camino de fe, fortalecer nuestra esperanza, inflamar nuestra caridad, para hacernos cada vez más semejantes a él.
  En torno a una personalidad tan fuerte y auténtica se fue constituyendo una verdadera familia espiritual. Se trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de esta joven de elevadísimo nivel de vida, y a veces impresionadas también por los fenómenos místicos a los que asistían, como los frecuentes éxtasis. Muchos se pusieron a su servicio y sobre todo consideraron un privilegio ser dirigidos espiritualmente por Catalina. La llamaban «mamá» pues como hijos espirituales obtenían de ella el alimento del espíritu.
  También hoy la Iglesia recibe un gran beneficio del ejercicio de la maternidad espiritual de numerosas mujeres, consagradas y laicas, que alimentan en las almas el pensamiento de Dios, fortalecen la fe de la gente y orientan la vida cristiana hacia cumbres cada vez más elevadas. «Hijo os declaro y os llamo —escribe Catalina dirigiéndose a uno de sus hijos espirituales, el cartujo Giovanni Sabbatini—, en cuanto yo os doy a luz mediante continuas oraciones y deseo en presencia de Dios, como una madre da a luz a su hijo» (Epistolario, carta n. 141: A don Giovanni de’ Sabbatini). Al fraile dominico Bartolomeo de Dominici solía dirigirse con estas palabras: «Amadísimo y queridísimo hermano e hijo en Cristo dulce Jesús».
  Otro rasgo de la espiritualidad de Catalina está vinculado al don de lágrimas. Estas expresan una sensibilidad exquisita y profunda, capacidad de conmoción y de ternura. No pocos santos han tenido el don de lágrimas, renovando la emoción de Jesús mismo, que no retuvo ni escondió su llanto ante el sepulcro del amigo Lázaro y ante el dolor de María y de Marta, y a la vista de Jerusalén, en sus últimos días terrenos. Según Catalina, las lágrimas de los santos se mezclan con la sangre de Cristo, de la cual ella habló con tonos vibrantes e imágenes simbólicas muy eficaces: «Haced memoria de Cristo crucificado, Dios y hombre (…). Poneos como objetivo a Cristo crucificado, escondiéndoos en las llagas de Cristo crucificado; sumergíos en la sangre de Cristo crucificado» (Epistolario, carta n. 21: A uno cuyo nombre se calla).
  Aquí podemos comprender por qué Catalina, aun consciente de las faltas humanas de los sacerdotes, siempre tuvo una grandísima reverencia por ellos, pues dispensan, mediante los sacramentos y la Palabra, la fuerza salvífica de la sangre de Cristo. La santa de Siena siempre invitó a los ministros sagrados, incluso al Papa, a quien llamaba «dulce Cristo en la tierra», a ser fieles a sus responsabilidades, impulsada siempre y solamente por su amor profundo y constante a la Iglesia. Antes de morir dijo: «Al separarme de mi cuerpo yo, en verdad, he consumido y dado la vida en la Iglesia y por la Iglesia santa, lo cual es una singularísima gracia» (Raimundo de Capua, Santa Caterina da Siena, Legenda maior, n. 363).
  De santa Catalina, por tanto, aprendemos la ciencia más sublime: conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia. En El Diálogo de la Divina Providencia, ella, con una imagen singular, describe a Cristo como un puente tendido entre el cielo y la tierra. Está formado por tres escalones constituidos por los pies, el costado y la boca de Jesús. Elevándose a través de estos escalones, el alma pasa por las tres etapas de todo camino de santificación: el alejamiento del pecado, la práctica de la virtud y del amor, y la unión dulce y afectuosa con Dios.
  Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de santa Catalina a amar con valentía, de modo intenso y sincero, a Cristo y a la Iglesia. Por esto, hagamos nuestras las palabras de santa Catalina que leemos en El Diálogo de la Divina Providencia, como conclusión del capítulo que habla de Cristo-puente: «Por misericordia nos has lavado en la sangre, por misericordia quisiste conversar con las criaturas. ¡Oh loco de amor! ¡No te bastó encarnarte, sino que quisiste también morir! (...) ¡Oh misericordia! El corazón se me ahoga al pensar en ti, porque adondequiera que dirija mi pensamiento, no encuentro sino misericordia» (cap. 30, pp. 79-80). Gracias."
Fuente: www.vatican.va

viernes, 26 de abril de 2013

PENSANDO EL CELIBATO CON PROFUNDIDAD


Conservo entre mis papeles un viejo recorte de diario, con un artículo del filósofo alemán Josef Pieper sobre el celibato sacerdotal. Se publicó en el suplemento dominical Artes y Letras (E 17) del periódico El Mercurio de Santiago de Chile, el 10 de julio de 1988. Aunque escrito hace 25 años, creo que mantiene intacta su actualidad y frescura.  Lo he transcrito para el blog tal como apareció en su día -desconozco si está publicado en otro lugar- con la finalidad de volver a presentar el pensamiento siempre fino y sutil de Pieper, sobre una realidad que desde antiguo ha ornamentado, a modo de joya preciosa, la corona del sacerdocio católico. (El párrafo destacado es mío).


¿CÓMO DISCUTIR ACERCA DEL CELIBATO SACERDOTAL?

Por Josef Pieper

Si la Iglesia solicitara oficialmente mi opinión sobre la asociación entre la consagración sacerdotal y celibato obligatorio me abstendría de responder.  Que esto quede claro de partida. No tengo la menor intención de dar consejos a los personeros eclesiásticos. Como todo el mundo sabe, sacerdocio y celibato por naturaleza no van necesariamente unidos y de ello no se siguen forzosamente argumentos a favor o en contra de la asociación que de hecho ambos tienen; sólo pueden traerse a colación los motivos que redundan en la conveniencia de esta práctica, deseable y necesaria para la Iglesia. Para poder hablar del tema en forma competente, sería indispensable contar con una experiencia mucho más profunda y amplia que la que pueden facilitar las estadísticas de cualquier índole. ¿Quién puede pretender que cuenta con esta experiencia? Mi observación, en todo caso, no intenta pronunciarse así como así “a favor” o “en contra” de lo que ha sido hasta ahora costumbre en la Iglesia. Sólo deseo señalar algunos puntos de reflexión, que, según creo, no se mencionan demasiado en las actuales discusiones en torno al tema.
Es cierto que, como ya se ha dicho, no existe una relación esencial, es decir inherente a la naturaleza de ambos, entre sacerdocio y celibato. Esto no lo sostiene nadie. No obstante hay una correspondencia interna entre ambos. Ella varía de acuerdo a la persona que juzga, porque depende de lo que ésta considere como núcleo de la función sacerdotal. Si se considera al sacerdote primordialmente como un predicador, como alguien que “medita la palabra”, como el organizador de la vida comunitaria, como el que preside el culto divino dominical, de hecho no habría mayor motivo para que permaneciese célibe. Pero ciertamente para quien ve en el sacerdote, de acuerdo con la verdadera teología y con la doctrina oficial de la Iglesia y del Concilio Vaticano II, ante todo a quien gracias a su consagración tiene la plena potestad de realizar el misterio divino, para quien ve en él al elegido que presenta, ante toda la Iglesia, el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo, ése verá al menos un profundo sentido en la correlación de la misión sacerdotal con una forma también sacerdotal de vida, que incluye el celibato, y podrá comprender la armonía interna de ambas. En consecuencia, quizá se debiera aclarar antes de discutir la pregunta “celibato ¿sí o no?, esta otra pregunta: ¿Qué es un sacerdote?
Es ciertamente inquietante que, en lo que a este punto se refiere, predomine dentro del estamento sacerdotal una inseguridad que afecta la base misma. De hecho, la encontramos por doquier. Está presente en la respuesta de aquel párroco estudiantil de Amsterdam, quien al preguntársele si se le hacía duro no poder ya celebrar la Santa Misa después de su matrimonio respondió que “mucho más importante le era predicar”. Esta idea actualmente se manifiesta en la frase, muy discutible (pero representativa) contenida en un comentario acerca del decreto sacerdotal del Concilio Vaticano II: “el compromiso más poderoso del sacerdote” estaría en la acción pastoral y en el mensaje, en tanto que los actos sacramentales, sobre todo la Santa Misa, estarían en gran parte expuestos al deterioro, de acuerdo a la experiencia.
Es obvio que la tan invocada “conciencia de la propia dignidad” del sacerdote no estaría de hecho en concordancia con lo que la Iglesia dice acerca del sacerdocio. Podrán invocarse motivos de índole fisiológica, sociológica, tal vez incluso teológica para explicar esta contradicción. Sin embargo, en mi simple condición de persona cristiana, yo no sabría dar, en tal situación, ningún consejo más serio ni mejor que éste: inmunizarse contra opiniones individuales efectistas, sobre todo si lo que pretenden es interpretar el Nuevo Testamento y usar desvergonzadamente la doctrina oficial de la propia Iglesia.
Si la motivación verdadera y última del celibato sacerdotal radica realmente en la correlación única en su género, con la persona de Cristo, de partida tiene que parecer muy discutible, por decir lo menos, el que se pretenda plantear en absoluto este tema como objeto de una “encuesta de opinión” o de una campaña plebiscitaria político-eclesial. La negativa formal y expresa a dar su voto por parte de una sorprendente cantidad de sacerdotes consultados, en cuanto se les remita consciente o inconscientemente a este motivo, es un signo magnífico y alentador. Es cierto que la auténtica convicción del pueblo creyente, vale decir, de todos los individuos miembros de la Iglesia, ya se trate de sacerdotes o seglares, es, sin lugar a dudas, no sólo representativa, sino que también es, en cierto sentido, normativa en su significado. Esta convicción, sin embargo, debido a su naturaleza, no puede consultarse lisa y llanamente al modo de una comprobación de datos estadísticos. Tal vez el propio consultado no la tenga tan presente como para formularla de buenas a primeras.
La discusión en torno al celibato, naturalmente, no involucra tan sólo la idea que se tiene acerca de la esencia del sacerdocio, sino que también la concepción del ser humano en su conjunto. De tal modo que, nuevamente habría quizás que preguntarse, antes de discutir acerca del celibato, sobre la imagen del hombre, por ejemplo, sobre el significado de la sexualidad en la existencia considerada como un todo. Habría que clarificar, ante todo, que el ser humano integral es hombre o mujer, pero que, no obstante, la realización plena de la persona humana, como lo señalan tanto la simple experiencia cotidiana como los estudios antropológico-filosóficos, no está ligada al ejercicio del acto sexual. Quien afirme lo contrario estaría confundiendo y desconociendo no sólo la dignidad de la “virginidad”, sino que al mismo tiempo el sentido y la realidad del matrimonio desde su fundamento mismo.
Al decir “virginidad” por fin –reconozco que se trata de un vocablo que, usado en relación con el varón, tiene una connotación casi siniestra para nuestra sensibilidad idiomática- hemos traído un tema que, curiosamente, casi nunca se menciona en la discusión pública en torno al celibato, pese a que la prohibición de casarse para el sacerdote no es más que un caso especial de soltería consagrada a Dios. Es verdad, por supuesto, que este tema no puede ser en modo alguno objeto de discusiones televisivas o conferencias públicas. Que la soltería, como afirman los padres de la Iglesia y los maestros de la fe, no es un valor en sí misma, sino en cuanto se oriente a Dios y en cuanto sea capaz de liberar al ser humano para las cosas divinas, remontándose por sobre todo lo que es organización externa; que el celibato consagrado, según la interpretación oficial, por así decir, de la Iglesia orante, se funda en el mismo misterio que confiere su dignidad a la unión matrimonial del hombre y la mujer, tal como lo expresa la liturgia de consagración de vírgenes: todo esto puede ser meditado, explicado y aclarado tan sólo en la célula más íntima de la Iglesia misma, en el aliento vital de la contemplación, que en la fe se abre al misterio.

Fuente: El Mercurio. (Santiago de Chile) Domingo 10 de julio 1988. Suplemento Artes y Letras, E 17.

viernes, 19 de abril de 2013

19. IV. 2005. DÍA GRANDE EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA



Justo hace ocho años, tras la fumata blanca de aquella hermosa tarde primaveral del 19 de abril de 2005, el mundo entero esperaba con ansiedad el anuncio del nuevo Papa que sucedería a Juan Pablo II tras su largo y fecundo Pontificado. Nadie negaba las notables condiciones del entonces Cardenal Ratzinger para sucederlo y su carácter de favorito; incluso algún medio informó que el Papa enfermo habría manifestado privadamente su deseo de que él fuera su sucesor. Sin embargo la edad, los frecuentes ataques de la prensa liberal hacia su persona y los deseos de retirarse manifestados más de una vez al Papa, dejaban espacio para la incógnita. Si al padre Lombardi, actual vocero del Vaticano, lo acaban de seleccionar para otorgarle un premio como comunicador, al entonces Cardenal chileno Jorge Medina Estévez que anunció a la Iglesia y al mundo el nuevo Papa, merecería otorgársele medalla de oro. ¡Qué bien lo hizo! Desde el balcón central de la logia de la Basílica de San Pedro, en el transcurso de tres minutos que se hicieron eternos, frente a una muchedumbre que a cada palabra se agitaba en alborozo, casi como jugando con el mundo entero, manifestando ser un genio de la dramaturgia –en expresión de Peter Seewald-, el Cardenal protodiácono hizo retumbar su voz: “…Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Ratzinger”. Y un estampido de voces, aplausos, abrazos, de agitación de banderas, y de otras tantas expresiones de gozo, no se hicieron esperar. Me place recordar con detalle lo ocurrido aquel día porque creo permanecerá como un día glorioso en los anales de la historia de la Iglesia y, en mi memoria, como uno de los acontecimientos más dichosos que me ha tocado vivir. Y estoy convencido que la dicha de ese día ya nunca cesará.





martes, 16 de abril de 2013

86 AÑOS DEL PAPA BENEDICTO


“Su vida y su misión son una maravillosa obra de Dios”. Así resumía la vida de Benedicto XVI, hace algunas semanas, el profesor y teólogo de Colombo Anton Meemana. Quizá muchos recordarán la célebre homilía que pronunció el Cardenal Ratzinger, entonces Decano del Colegio Cardenalicio, en las exequias de Juan Pablo II. Toda ella giró en torno al diálogo, compuesto de llamada y respuesta, entre Dios y el santo Papa difunto: a cada “sígueme” de Jesús, siguió el “aquí estoy” de Karol Wojtyla. Y es ese diálogo el secreto que transforma una vida humana en una maravillosa obra de Dios.  Igualmente lo ha sabido hacer Joseph Ratzinger; dotado de talentos muy superiores a la media común de los hombres buenos e inteligentes, prefirió no brillar con colores propios, sino poner toda su vida talentosa al servicio de Dios y de su Iglesia santa: toda su riqueza la invirtió en la Iglesia y quiso que fructificara solo para ella. Por eso su figura permanecerá incólume entre los grandes de la Iglesia. Dotado de una sensibilidad estética casi angelical, su vida está también marcada por el empeño de mostrarnos la belleza del Logos divino, de la verdad, de la fe, del culto católico. Ante un mundo famélico y anoréxico de trascendencia, Benedicto XVI nos ha ofrecido con su vida y su magisterio un manjar suculento de verdad y belleza. Unidos en la oración, millones de fieles te decimos hoy, Papa Benedicto: gracias y muchas felicidades.

lunes, 15 de abril de 2013

PONTIFICADOS VIRTUALES Y PONTIFICADOS REALES

Ofrezco la traducción castellana de un sugerente artículo del Padre Giovanni Scalese, sacerdote Barnabita, tomado de su propio e interesantísimo blog Senza peli sulla lingua y titulado Pontificati virtuali. Vale la pena leerlo para no olvidar hasta qué punto la manipulación mediática puede volver lo virtual en "real" y lo real en "virtual".

PONTIFICADOS VIRTUALES
En los días pasados me ha escrito desde Alemania (el último post ha sido tomado por Müsteraner Forum für Thelogie und Kirche, por lo que ha tenido una cierta difusión en los países de habla alemana) una señora que expresaba su consternación por la actitud tomada por los medios de comunicación en relación al recién elegido Papa Francisco. “Todos se han volcado en elogios hacia el nuevo Obispo de Roma. Pero, ¿dónde estaban en estos ocho años? El Papa Benedicto fue crucificado desde el primero hasta el último día, salvo cuando ha renunciado; entonces sí se han hecho sentir. El porqué de tanto entusiasmo, ¿viene dado por el hecho de que el nuevo Papa lleva la cruz de fierro, zapatos negros, pantalones negros?” La señora me pedía que le explicara tan diverso enfoque adoptado por los medios en relación al Papa Benedicto y al Papa Francisco.
He salido al paso con una cita del Evangelio: “Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, os excomulguen, y maldigan, y proscriban vuestro nombre como malo por amor del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestro galardón será grande en los cielos. Del mismo modo  actuaron sus padres con los profetas... Pero ¡ay de vosotros cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, porque del mismo modo actuaron sus padres con los falsos profetas". (Lucas 6, 22-23; 26).
Además del Evangelio, que permanece siempre válido, he continuado mi reflexión sobre la pregunta de la señora: ¿cómo se explica que aquellos medios que durante ocho años han seguido atacando a Ratzinger por cualquier motivo, hoy también por cualquier motivo siguen elogiando a Bergoglio? Que existe una diferencia de trato está patente a los ojos de todos. El miércoles pasado Rafaela, refiriéndose al hecho de que el Papa Francisco en la audiencia general había hablado solo en italiano, se preguntaba justamente ¿qué cosa habría ocurrido si el Papa Benedicto, a partir de 2005 hubiese adoptado la misma costumbre?...Cuando Benedicto XVI fue a Polonia (2006) fue criticado con aspereza por un vaticanista porque había decidido tener los discursos y homilías en italiano. Escribió, en efecto: “se esperaba que tomase lecciones de polaco”. Después del primer mensaje Urbi et Orbe (Navidad de 2005) hubo quien ironizó porque el Santo Padre había saludado solo en 33 lenguas, alrededor de la mitad que su predecesor. Cuando en los años sucesivos llegó a batir todos los récores precedentes, nadie le hizo los debidos cumplidos. Estamos por ver si mañana en los diarios los vaticanistas habrán hecho alguna lectura sobre el hecho de que ayer el Papa Francisco ha dado los saludos solamente en italiano. Yo tengo mis dudas, aunque estoy seguro que será otra ocasión más para elogiar al nuevo Papa, a quien gusta la simplicidad y el contacto directo con la gente. También habrá alguno que quiera hacer una lectura teológica de esta novedad, afirmando que el Papa Bergoglio se siente sobre todo Obispo de Roma y por tanto utiliza la lengua que se habla en Roma (luego alguien tendrá que explicarme por qué hay que ir a buscar al Obispo de Roma “al fin del mundo” e incomodar a tantos Cardenales provenientes de tantas partes, cuando se podría hacer todo en casa, con tantos buenos sacerdotes disponibles en la diócesis de Roma.
No sé si han notado que, para los medios, cualquier gesto del Papa Francisco se convierte en un acontecimiento: abraza a un niño o a un discapacitado, y pareciera ser la primera vez que esto sucede, cuando los últimos Pontífices estaban habituados a gestos similares, sin que nadie prestara mayor atención. Cualquier cosa que diga, aún la más simple, se convierte en un oráculo. El otro día escuché casualmente, no recuerdo si en la radio o en la televisión: “Palabras fuertes aquellas del Papa Bergoglio: ¡debemos ayudarnos unos a otros!”. Por favor, no me mal interpreten; no estoy criticando al Papa Francisco ni comparando sus discursos con los del Papa Benedicto. Cada uno se expresa a su manera; hay necesidad tanto de la lección magistral como de la simple reflexión espontánea; todo tipo de intervención tiene su importancia, según las circunstancias. Lo que me fastidia es la exageración de los medios.
Tengo la impresión de que se está creando un pontificado virtual, en contraposición a un también pontificado virtual precedente, de signo opuesto. Han  sido tres semanas en que nadie habla ya de pedofilia en la Iglesia; nadie habla de los Vatileaks, ni de corrupciones en la Curia Romana; tampoco habla nadie del IOR. ¿Todo resuelto? ¿Bastó elegir un nuevo Papa para que se resolvieran automáticamente todos los problemas? Hay aquí dos cosas: o todo era un montaje mediático de entonces, o bien todo es un montaje mediático de ahora. No es posible que los problemas que parecían hacer vacilar a la Iglesia, de un día para otro se hayan disuelto en la nada. Y nótese bien que, dejando a un lado las tonterías que se dicen, hasta ahora no se ha hecho ninguna reforma; el único nombramiento que ha tenido lugar es el del nuevo arzobispo de Buenos Aires; sin embargo todo parece ir sobre rieles. Parece que el problema era un solo: Joseph Ratzinger.
Sinceramente me cuesta comprender el motivo de tanta aversión. Ciertamente él también ha cometido errores (¿hay alguien que esté exento de hacerlo?). Personalmente pienso que su mayor limitación ha sido la incapacidad de escogerse colaboradores (basta ver cómo el cónclave anterior, formado por Cardenales nombrados por Juan Pablo II, lo prefirió a él antes que a Bergoglio; mientras que este cónclave, compuesto en buena parte por Cardenales creados por él, prefirió al que había sido entonces su “rival”). El Papa Ratzinger, que bien conocía los mecanismos de la Curia, se rodeó de hombres de carrera que, en el momento oportuno, le volvieron las espaldas. Otra crítica que se le podría hacer es que no ha sido capaz de realizar las reformas que se había propuesto: sobre todo la reforma de la Curia Romana; después la “reforma de la reforma” en el campo litúrgico; finalmente la reconciliación con los lefevristas. Pero, por otra parte, ¿cómo habría podido realizar tales reformas sin la ayuda de sus colaboradores?
En todo caso, esta o aquella crítica, no justifican la aversión de los medios frente a Ratzinger. Debe existir otro motivo que se nos escapa. Alguien ha sugerido la hipótesis de que su “pecado original” estaría en su origen alemán. No lo sé: Alemania ha sido quizá el país donde más se le ha hostigado ¿Quizá su culpa principal ha sido ser tradicionalista? Algunos años atrás escribí un post donde sostenía que Ratzinger quizá siempre ha permanecido fundamentalmente como “liberal”. Francamente es difícil encontrar el motivo real por el que durante ocho años (sin contar los años precedentes), los medios se han ejercitado en el tiro al plato contra el Papa Benedicto.
Sin embargo, estoy convencido de que la actitud que los medios han tenido frente a Ratzinger, en cualquier momento podrían asumirla también frente a Bergoglio. Si estuviera en el papel del Papa Francisco no dormiría tranquilo: jamás fiarse de los aduladores; de un día para otro podrían volverse en contra. No sé si lo han advertido, pero ya se han lanzado algunas advertencias mafiosas: la primera, de haber apoyado la dictadura militar; ahora, de haber adherido a la “Guardia de Fierro” (por no hablar de la película, de 2012, pero que ahora ha llegado a Italia, Mea máxima culpa). No sirve de nada que después Introvigne, o algún otro por él, pretenda demostrar la inconsistencia de tales acusaciones: en el momento en que el New York Times decide lanzar un ataque, no hay santo que se mantenga en pie; puede ser todo absolutamente falso, pero el simple hecho de que una misma acusación vaya saltando de diario en diario, la transforma en “verdad”. Y en tales circunstancias, incluso el testimonio de los Premios Nóbeles se vuelve superfluo; lo que entonces cuenta es lo que dicen los medios: una verdad virtual, como virtual es el mundo en que vivimos.  


sábado, 13 de abril de 2013

ORACIÓN A LOS ÁNGELES QUE GUARDAN NUESTROS SAGRARIOS


Recojo esta piadosa oración pensando en tantos templos católicos expuestos hoy al vandalismo de quienes ignoran por completo “el silencioso y maravilloso misterio de los innumerables tabernáculos que forman constelaciones de luz, visibles solo a los ángeles, a los santos y a los creyentes, cubriendo la faz de la tierra”. (PABLO VI, Homilía en el Congreso Eucarístico Nacional de Italia, 1-VI-1965).

“Oh Espíritus Angélicos que custodiáis nuestros Tabernáculos, donde reposa la prenda adorable de la Sagrada Eucaristía, defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor”

San Josemaría Escrivá, Camino 569


jueves, 11 de abril de 2013

SENTIDO DEL ESPLENDOR LITURGICO


Reproduzco, traducido en lengua castellana, un interesante artículo de Mattia Rossi publicado el 4 de abril pasado en el diario italiano Il Foglio. El autor aporta interesantes reflexiones sobre el porqué del esplendor litúrgico y el sentido de los ornamentos y objetos sagrados.

Ojo, la liturgia no puede ser pobre; su riqueza es símbolo de otra realidad sublime y divina

En el undécimo volumen de la Opera Omnia de Joseph Ratzinger, sobre la "Teología de la Liturgia", se recoge en la contraportada  una declaración ni siquiera muy disimulada: "Es en relación a la liturgia donde se decide el destino de la fe y de la Iglesia". En estos primeros días de pontificado (¿quizá de episcopado?) del Papa Francisco se vuelven muy actuales y casi exigen una reflexión obligada las relaciones sobre  pobreza (no pauperismo) y liturgia. Una reflexión, que si no se subestima, se da entre una dimensión humana, la pobreza, y aquella otra divina, la liturgia. En efecto, porque se ha esfumado, durante estos años convulsionados del post-concilio, la naturaleza exquisitamente divina la liturgia: ese asomarse del Cielo sobre la tierra, la prefiguración terrena de la Jerusalén celestial, que reclama mientras tanto la majestad y la gloria. En la liturgia, actualización incruenta del sacrificio de Cristo sobre la Cruz,  es Dios mismo quien  sale al encuentro del hombre: ella no está hecha por el hombre –de otro modo sería idolatría-  sino que es divina, como lo recuerda también el Concilio Vaticano II.
En este contexto, asume evidentemente una gran  importancia el discurso sobre los ornamentos.  Ya lo ha señalado magistralmente  Annalena Benini  en su "Nostalgia benedictina" en el Foglio del 23 de marzo pasado: "Benedicto XVI se revestía de símbolos y tradiciones mostrando a todos que él ya no se pertenecía a sí mismo, y mucho menos al mundo". Era de Cristo, era el “alter Christus”, como lo es siempre el sacerdote en la liturgia. Con la ornamentación ya no es un hombre privado, sino que prepara (dispone) el puesto a otro; y este otro es nada menos que el Rey del Universo. Empobrecer el esplendor de los ornamentos significa inevitablemente empobrecer a Cristo. Y ha sido nada menos que el mismo Jesús quien ha separado el concepto de pobreza personal de la Iglesia como institución. Lo hace en el Evangelio de Juan, donde aceptó la unción de una mujer de Betania: "Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, y ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos; la casa se llenó del olor del perfume. Entonces Judas Iscariote, uno de sus discípulos, que lo iba a entregar, dijo: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y dado a los pobres? Pero él no lo decía porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo: dejadla, porque lo ha  guardado para el día de mi sepultura. Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Derramando este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho en vista de mi sepultura. En verdad os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, se contará lo que ésta ha hecho para memoria suya (Jn 12, 3-5)”. En primer lugar, Él justifica el culto con oleos finos (y, viene a cuento que Juan recuerde que es Judas el que se queja del derroche de dinero, que, sin embargo, podría haber sido destinado a los pobres); y, sobre todo, queda patente la existencia de un fondo común entre los doce.
¿Volvemos a los orígenes? Habrá que volver entonces a las telas de oro y púrpura encontradas en la tumba de Pedro. Es evidente que no siendo el pauperismo un rasgo distintivo de la vida cultual de la Iglesia, entonces ella nos "transmite lo que ha recibido", para usar una frase del apóstol Pablo (1 Corintios 15, 3). De Pío XII, paradigma colectivo del esplendor litúrgico, se dice que dormía sobre una tabla de madera desnuda y seguía unas dietas duras y modestísimas. Pero en privado. El anclaje litúrgico hecho de mucetas, casullas y fanones, es una manifestación parcial de la Jerusalén celestial, de la liturgia de los ángeles, como dice San Gregorio. Una tradición hecha de canto gregoriano, que es la encarnación sonora de la Palabra de Dios, es garantía de una respuesta adecuada a la Palabra misma. Una tradición hecha de una lengua sagrada, el latín, inmutable en la que cada palabra ya es en sí misma teología.
Benedicto XVI, mediante la escuela litúrgica de sus misas papales, nos ha enseñado esta hermosa lección: restablecer el primado de la liturgia, fuente y culmen de la vida de la iglesia, es restablecer el primado de Cristo. "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí", afirma San Pablo. El sacerdote, con los ornamentos, "se reviste" de Cristo (Ga 3, 27), del hombre nuevo (Ef 4, 24), para llegar a ser por Cristo, con Cristo y en Cristo. El Padre misericordioso, nos ha enseñado Joseph Ratzinger, después de haber abrazado al hijo a su regreso, que es una resurrección espiritual, le ordena que tome el "mejor vestido" (Lc 15, 22).
Y esto no es más que la aplicación del Concilio Vaticano II, al cual muchos apelan para demostrar la definitiva superación del arte sacro de la tradición: “Los Ordinarios tengan una vigilancia especial para evitar que los ornamentos sagrados y objetos de valor, que son ornato de la casa de Dios, sean vendidos o regalados" (Sacrosanctum Concilium, 126); y también se determina en la Instrucción General del Misal Romano: “En los días más solemnes pueden usarse vestiduras festivas más preciosas”(n. 346).

Por Mattia Rossi

domingo, 7 de abril de 2013

UNA ORACIÓN DESATENDIDA EN FAVOR DEL CONCILIO

   
Hojeando un viejo misal de fieles -que pena que ya casi no existan, pues jugaban un papel catequético formidable en el seno de las familias católicas- me encontré con una sencilla estampa que arriba reproduzco y que lleva por título Oración por el Concilio Ecuménico. La leí con emoción, pues se trata de una ferviente súplica al Espíritu Santo pidiendo por los frutos del inminente Concilio Vaticano II y, según creo, compuesta por el mismo Papa Juan XXIII. Además toda ella rebosa de esa piedad tan propia de la Iglesia anterior al Concilio que suele remover mucho más eficazmente los corazones que tantas oraciones insulsas que plagan la folletería espiritual moderna.
Pero luego de una emotiva lectura inicial me quedé consternado y exclamé: ¡Dios mío, nada de lo que aquí se pedía se ha cumplido! A la difusión de la luz y la fuerza del Evangelio en la sociedad humana, vino a suceder un paulatino oscurecimiento y debilitamiento de la fe, comenzando por las sociedades más católicas de entonces. A la nueva pujanza de la Religión Católica y de su activismo misional que se imploraba, siguió por desgracia una gran desbandada de sacerdotes, religiosos y religiosas, junto a la casi total paralización de la actividad misionera en el mundo. Al más profundo conocimiento de la doctrina de la Iglesia y al mayor establecimiento de las costumbre cristianas entre los hombres, sucedió la siembra de todo tipo de doctrinas dudosas y teorías heréticas y un destierro generalizado de las buenas y sanas costumbres, ya no solo cristianas sino también de las propias de la ética natural más elemental. A la obediencia de las decisiones conciliares y al generoso acatamiento de sus disposiciones, sobrevino un concilio virtual –en expresión de nuestro amado Benedicto XVI- que poco o nada tenía que ver con el Concilio real y sus auténticas decisiones. Al laudable deseo de reunión de todos los que se glorían del nombre de cristianos bajo un solo Pastor, ha seguido una rara práctica ecuménica  -a veces simple sincretismo- que no ha atraído a nadie a la Iglesia Romana, donde se sabe que vive y gobierna el único verdadero Pastor. En fin, los prodigios de un nuevo Pentecostés, por ahora no se han renovado en absoluto. Y la consternación del búho se mudó en interrogaciones: ¿Señor, qué ha sucedido para que te hayas negado conceder un mínimo de fecundidad a este evento conciliar? ¿Hay algo que durante el desarrollo de la gran asamblea conciliar, o bien en los años subsiguientes te haya verdaderamente contristado? ¿Por qué no te has dignado atender a estas súplicas? Pero me consoló el comentario de un amigo historiador: “mira, me dijo, 50 años en la historia de la Iglesia no son nada”.

viernes, 5 de abril de 2013

CATÓLICOS EN CHILE





La escasa disminución del número de católicos en Chile durante la última década ciertamente no es motivo de alegría, pero nos deja más tranquilos frente a encuestas particulares u opiniones episcopales que vaticinaban una baja más severa que las cifras oficiales arrojadas por el último censo. Mientras en 2002 un 69,9% de la población se declaraba católica, hoy lo hace un  67,4%, es decir, cerca de 2,5 puntos porcentuales menos. Esta baja es pequeña si la comparamos con los 11 puntos porcentuales que bajó la población católica en Chile durante el último cuarto del siglo XX (1975 -2000). Se confirma así la tesis de que los intentos de politizar la fe o desvirtuar los fines sobrenaturales específicos de la Iglesia, suelen provocar una estampida mucho mayor de fieles que las tristes miserias que  han acompañado la vida de algunos de sus ministros. 

martes, 2 de abril de 2013

EL OTRO LAVADO DE PIES


Hay un lavado de pies bastante más sacrificado y efectivo del meramente simbólico que se realiza en la ceremonia del Jueves Santo. Sacrificado, por el tiempo y la paciencia que requiere; efectivo, porque en él se lava auténtica mugre humana y no piececitos previamente amononados y perfumados para la ocasión. En este lavatorio al que me refiero, se lava toda la suciedad e inmundicia moral del hombre; se cicatrizan heridas purulentas; se extraen tumores y granos feos de muy variada peligrosidad; o bien se sacude el polvo acumulado que todo lo ennegrece. Pero como suele suceder con lo que hay de más sublime en este mundo, este lavatorio rara vez es noticia y pocas veces reconocido. Por esto, el búho quiere rendir homenaje a esos miles y miles de sacerdotes que gastan lo mejor de sus vidas sin ningún aplauso –salvo, por cierto, el de Dios- en lavar los pies de las almas redimidas por Cristo en el sacramento de la Confesión. Con imagen que utilizó el Papa Francisco en la encantadora homilía de su Misa Crismal, pienso que el mejor camino del que disponen los sacerdotes para impregnarse del olor de sus ovejas y evitar convertirse en simples burócratas, consiste en dedicar muchas horas a confesar. Con emoción recuerdo el comentario de un anciano sacerdote, ya jubilado, que dedicó sus últimos años a confesar en un populoso santuario:  aquí -decía- he aprendido a conocer la Iglesia. Me imagino que este es el sano realismo eclesial por donde el nuevo Pontífice desea conducir la Iglesia.