Hojeando
un viejo misal de fieles -que pena que ya casi no existan, pues jugaban un papel
catequético formidable en el seno de las familias católicas- me encontré con
una sencilla estampa que arriba reproduzco y que lleva por título Oración por
el Concilio Ecuménico. La leí con emoción, pues se trata de una ferviente
súplica al Espíritu Santo pidiendo por los frutos del inminente Concilio
Vaticano II y, según creo, compuesta por el mismo Papa Juan XXIII. Además
toda ella rebosa de esa piedad tan propia de la Iglesia anterior al Concilio
que suele remover mucho más eficazmente los corazones que tantas oraciones insulsas que
plagan la folletería espiritual moderna.
Pero
luego de una emotiva lectura inicial me quedé consternado y exclamé: ¡Dios mío,
nada de lo que aquí se pedía se ha cumplido! A la difusión de la luz y la fuerza del Evangelio en la sociedad
humana, vino a suceder un paulatino oscurecimiento y debilitamiento de la
fe, comenzando por las sociedades más católicas de entonces. A la nueva pujanza de la Religión Católica y de su
activismo misional que se imploraba, siguió por desgracia una gran
desbandada de sacerdotes, religiosos y religiosas, junto a la casi total
paralización de la actividad misionera en el mundo. Al más profundo
conocimiento de la doctrina de la Iglesia y al mayor establecimiento de las
costumbre cristianas entre los hombres, sucedió la siembra de todo tipo de
doctrinas dudosas y teorías heréticas y un destierro generalizado de las buenas
y sanas costumbres, ya no solo cristianas sino también de las propias de la
ética natural más elemental. A la obediencia de las decisiones conciliares y al
generoso acatamiento de sus disposiciones, sobrevino un concilio virtual –en expresión de nuestro amado Benedicto XVI- que
poco o nada tenía que ver con el Concilio real y sus auténticas decisiones. Al
laudable deseo de reunión de todos los que se glorían del nombre de cristianos
bajo un solo Pastor, ha seguido una rara práctica ecuménica -a veces simple sincretismo- que no ha atraído
a nadie a la Iglesia Romana, donde se sabe que vive y gobierna el único
verdadero Pastor. En fin, los prodigios de un nuevo
Pentecostés, por ahora no se han renovado en absoluto. Y la consternación del
búho se mudó en interrogaciones: ¿Señor, qué ha sucedido para que te hayas
negado conceder un mínimo de fecundidad a este evento conciliar? ¿Hay algo que
durante el desarrollo de la gran asamblea conciliar, o bien en los años
subsiguientes te haya verdaderamente contristado? ¿Por qué no te has dignado
atender a estas súplicas? Pero me consoló el comentario de un amigo
historiador: “mira, me dijo, 50 años en la historia de la Iglesia no son nada”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario