lunes, 22 de junio de 2015

TOMÁS MORO. UN CORAZÓN DILATADO POR EL AMOR

Dignas de encomio resultan las palabras que Tomás Moro dirigió a sus jueces cuando dictaron sentencia de muerte en su contra y le preguntaron si aún deseaba añadir algo en su defensa. El santo mártir, como un gigante delante de frágiles marionetas, comentó: "No más que lo siguiente: Como podemos leer en los Hechos de los Apóstoles, Pablo estuvo presente en la muerte de San Esteban y guardó la vestimenta de los que le apedreaban. A pesar de ello, ambos son hoy en día santos en el cielo y serán allí amigos para siempre. Así, yo espero -y rezaré de todo corazón por ello-, que, aunque me hayáis condenado aquí en la tierra, nos encontraremos para nuestra eterna salvación en el cielo". Santo Tomás Moro, como es habitual en la historia de los mártires de la Iglesia, también se hizo eco de la plegaria misericordiosa de su amado Maestro cuando pendía en la Cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

viernes, 12 de junio de 2015

EL CONSUELO DE DIOS

Cor Iesu, fons totius consolationis, miserere nobis. Corazón de Jesús, fuente de toda consolación, ten piedad de nosotros.

Hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, recojo esta reflexión de San Juan Pablo II sobre una característica muy propia del Corazón de Cristo: ser fuente de todo consuelo. En el Corazón Sacratísimo de Jesús el hombre, tantas veces desgarrado y errante, encuentra el consuelo definitivo que lo llena de esperanza y le descubre a Cristo como un amigo que nos ofrece una paz y compañía que solo Él puede dar.

“Dios, Creador del cielo y de la tierra, es también "el Dios de toda consolación" (2 Co 1,3; Rm 15,5)… En Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestro hermano, el "Dios-que-consuela" se hizo presente entre nosotros. Así lo indicó primeramente el justo Simeón, que tuvo la dicha de acoger entre sus brazos al niño Jesús y de ver en El realizada la consolación de Israel"(Lc 2,25). Y, en toda la vida de Cristo, la predicación del Reino fue un ministerio de consolación: anuncio de un alegre mensaje a los pobres, proclamación de libertad a los oprimidos, de curación a los enfermos, de gracia y de salvación a todos (Lc 4,16-211: Is 61,1-2). Del Corazón de Cristo brotó esta tranquilizadora bienaventuranza: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados" (Mt 5,5), así como la tranquilizadora invitación: "Venid a mi todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt 11,28). La consolación que provenía del Corazón de Cristo era participación en el sufrimiento humano, voluntad de mitigar el ansia y aliviar la tristeza, y signo concreto de amistad. En sus palabras y en sus gestos de consolación se unían admirablemente la riqueza del sentimiento y la eficacia de la acción. Cuando, cerca de la puerta de la ciudad de Naím, vio a una viuda que acompañaba al sepulcro a su hijo único. Jesús compartió su dolor: "Tuvo compasión de ella" (Lc 7,13), tocó el féretro, ordenó al joven que se levantara y lo restituyó a su madre (Lc. 7,14-15).
El Corazón del Salvador es también, más aún, principalmente "fuente de consuelo" porque Cristo, juntamente con el Padre, dona el Espíritu Consolador: "Yo pediré al Padre y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre" (Jn 14,16: 14,25; 16,12): Espíritu de verdad y de paz, de concordia y de suavidad de alivio y de consuelo: Espíritu que brota de la Pascua de Cristo (Jn 19,28-34) y del evento de Pentecostés (Hch 2,1-13).
Toda la vida de Cristo fue por ello un continuo ministerio de misericordia y de consolación. La Iglesia, contemplando el Corazón de Cristo y las fuentes de gracia y de consolación que de Él manan, ha expresado esta realidad estupenda con la invocación: "Corazón de Cristo, fuente de todo consuelo, ten piedad de nosotros" Esta invocación es recuerdo de la fuente de la que, a lo largo de los siglos, la Iglesia ha recibido consolación y esperanza en la hora de la prueba y de la persecución; es invitación a buscar en el Corazón de Cristo la consolación verdadera, duradera y eficaz; es advertencia para que, tras haber experimentado la consolación del Señor, nos convirtamos también nosotros en convencidos y conmovidos portadores de ella, haciendo nuestra la experiencia espiritual que hizo decir al Apóstol Pablo: el Señor "nos consuela en toda tribulación nuestra para poder consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios" (2 Co 1,4). Pidamos a María, Consoladora de los afligidos, que, en los momentos oscuros de tristeza y angustia, nos guíe a Jesús, su Hijo amado, "fuente de todo consuelo”. (San Juan Pablo II, 13 de agosto de 1989)