sábado, 29 de mayo de 2021

ELEVACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Decía San Juan Damasceno que «la oración es la elevación del alma a Dios». Por lo general, a nuestra alma, tan pegada a la tierra, le cuesta elevarse hasta las alturas de Dios; sin embargo, hay ocasiones en que Dios mismo la toma, como si de un pajarillo se tratase, para colocarla en la copa de un alto árbol y desde allí mostrarle las maravillas del mundo sobrenatural. Algo así sucedió a Santa Isabel de la Trinidad cuando escribió su Elevación a la Santísima Trinidad, luego de horas de retiro y contemplación ante el Santísimo Sacramento. Esta sublime oración es el fiel reflejo de toda su vida interior. Pero si hay algo que marcó profundamente su camino espiritual, es la creciente fascinación por la presencia de la Trinidad en su alma, fascinación que encendía su corazón en un amor rendido y lo incitaba a convertirse en una perpetua alabanza de gloria «a sus Tres». En fin, un texto ad hoc para meditar en la fiesta de la Trinidad Beatísima.

***

«¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y apacible, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro Misterio!

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión preferida y el lugar de vuestro reposo. Que nunca os deje solo; antes permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reserva a vuestra acción creadora.

¡Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros... hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra Vida. Venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos. Luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. Oh amado Astro mío, fascinadme para que no pueda ya salir de vuestro resplandor.

Oh Fuego abrazador, Espíritu de amor, venid sobre mí para que en mi alma se realice una como encarnación del Verbo; que yo sea para Él una humanidad suplementaria, en la que Él renueve todo su misterio.

Y vos, oh Padre, inclinaos hacia vuestra pobrecita criatura, cubridla con vuestra sombra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

Oh mis «Tres», mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo, me entrego a vos como una presa, sepultaos en mí para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas».

 

21 de noviembre de 1904

 

(Versión de M. M. Philipon. O.P., La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad, Buenos Aires 1943, pp. 327-328).

martes, 25 de mayo de 2021

LA MISA TRADICIONAL, UNA ENTREVISTA SUSTANCIOSA (II)

Misa Solemne en iglesia andaluza de Fernández Cruzado

Publico la segunda parte de la entrevista al padre Eric Iborra sobre la antigua liturgia. Enlace a la primera parte: aquí.

LA LITURGIA TRADICIONAL 
Por el padre Eric Iborra

¿Qué decir del canto gregoriano que ocupa un lugar importante en esta liturgia? ¿Su contraste con las modas musicales actuales no corre el riesgo de ocasionar desánimo, de parecer algo demasiado «desfasado»?

¡Una pregunta muy interesante! En primer lugar, no solo está el gregoriano; también está la polifonía para las celebraciones más solemnes: un vasto repertorio de música europea que comprende varios siglos. Una música que permanece viva fundamentalmente en la forma extraordinaria, aunque también en la forma ordinaria, al menos en ciertos países privilegiados como Austria, Alemania o Inglaterra... Lo que aprecio en el canto litúrgico es su repetitividad y al mismo tiempo su variedad: cuando escuchas un Kyriale I, IX, XI o XVII, uno sabe exactamente lo que se está celebrando, en qué periodo litúrgico uno se encuentra. Por otra parte, el canto gregoriano (o el polifónico del siglo XVI en especial) permite saborear mejor la palabra de Dios, tan valorada hoy en día y con la que literalmente está «rellena» toda la misa, desde el introito hasta el último evangelio. La palabra de Dios en la liturgia no se limita de hecho, como podría pensarse, exclusivamente a las «lecturas», que son ciertamente más variadas en la nueva forma. Ella está presente en todas partes de la misa y bajo formas diferentes. Introito, gradual, aleluya, tracto y otras antífonas, al ser cantadas, pueden introducir a los oyentes en una auténtica lectio divina (con una mirada previa al misal para captar el sentido), en una larga meditación de los versos, apoyada por la melodía. Comparto el punto de vista de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, cuando insiste en que una participación fructuosa en la misa no significa necesariamente que todo el mundo cante todo.

La liturgia es dialógica, pero también coral: la schola canta precisamente lo que otros no están en condiciones de cantar, en vez de nivelar la calidad del canto para hacerlo accesible a todos. Hacer que descienda al corazón lo que se canta es un mejor modo de participar que dispersarse intentando en vano producir una melodía adecuada. Y soy lo suficientemente mal cantante para estar convencido de lo que digo.

En todo caso, estoy persuadido de que hay músicas que no tiene nada que hacer en la liturgia, porque derivan de otro orden, el profano. En sus escritos sobre la liturgia, Joseph Ratzinger hablaba de las músicas dionisíacas, que desencadenan las pasiones, de músicas políticas, que favorecen el adoctrinamiento, de músicas comerciales, que no tiene nada que decir, salvo venderse para adornar el silencio que el hombre moderno tanto teme. La música litúrgica rompe con la banalidad de los sonidos que escuchamos en otros lugares. Está al servicio de un encuentro espiritual. Precisamente por eso es bueno que sea sublime. Es en el desierto o sobre la montaña donde Moisés se encuentra con el Totalmente-Otro; no en su oficina o en el mercado... Quien se niega a «desatar sus sandalias» para introducirse en tierra sagrada –dicho de otro modo, quien no está dispuesto a dejarse arrebatar, quien viene a misa cargado con sus hábitos «mundanos»–, ese no podrá gustar lo que la liturgia quiere darle; tal vez pueda hacerse alguna ilusión en la Forma Ordinaria, donde el cambio de ambiente es menor, pero no en la Forma Extraordinaria.

La búsqueda de la belleza en la liturgia no tiene que ver fundamentalmente con ese «esteticismo» que algunos denuncian tan a menudo, si bien haya quienes puedan dejarse seducir por él y quedarse allí.

Algunas diócesis hablan de una renovada atracción de las jóvenes generaciones por la forma extraordinaria. ¿Comparte esta observación en su medio? Si es así, ¿a qué atribuye este atractivo?

En efecto, estoy impresionado por la diferencia de edad promedio. Benedicto XVI, en el Motu proprio, ya había admitido su sorpresa al respecto. El usus antiquior atrae a los jóvenes, y no nos engañemos: no son ante todo jóvenes «marcados políticamente», como suele creerse, sino solo personas sobre las que ha surtido efecto la magia del rito. En un mundo banal, horizontal, vulgar, sin más puntos de referencia que las emociones manipuladas, ellos descubren de repente un espacio preservado, una especie de esclusa que les abre la puerta del cielo a través de su verticalidad. Pienso en la escala de Jacob: terribilis est locus iste (este lugar es terrible). Es además el introito de la misa de la Dedicación de una iglesia. Me impresiona ver que la mayoría de los jóvenes catecúmenos de más edad que he podido acompañar en mis parroquias de doble rito han optado por la forma tradicional, porque precisamente gracias a ella han quedado «encandilados», sea que llegasen por casualidad o invitados por amigos, incluso cuando un buen número de ellos vinieran mentalmente de muy lejos. También estoy impresionado por el número de acólitos que, al descubrir la forma extraordinaria y llegar a conocerla desde dentro como ayudantes, han descubierto también su vocación religiosa o sacerdotal.

Ciñéndome a una dimensión puramente psicológica, creo que el usus antiquior ofrece algo que no se puede encontrar en ninguna otra parte: por un lado, el sentido de la altura, de lo vertical, de lo sagrado, de lo hierático; por otro lado, el sentido de las «formas» (Hochformen, como diría Joseph Ratzinger) de los «ritos», en definitiva, de las «reglas», de algo capaz de resistir, precisamente para una generación que carece de ellas. Entrar en el usus antiquior requiere una cierta inversión de tiempo (duración, viajes), de comprensión (servicio del altar, cantos, lengua, etc.), y de práctica (porque la vida cristiana no se limita a la misa). He notado además que los feligreses del usus antiquior están más fácilmente disponibles para los diversos servicios parroquiales. Uno tiene la sensación de encontrar lo que los pastores buscan con tanta frecuencia: una verdadera vida de comunidad.

¿Qué consejo daría a los laicos o religiosos que desean descubrir y comprender la forma extraordinaria?

Creo que lo mejor es ir y sumergirse en ella, un poco como haría un etnólogo: ver simplemente las cosas, con una empatía a priori por el rito y por la gente. Por supuesto, no todo será perfecto. Incluso diría: asistir a una misa solemne, con todo el despliegue litúrgico que la acompaña, y al día siguiente, asistir a una misa rezada, con la asistencia más reducida que suele haber entre semana. Un obispo me decía que de allí se desprende un recogimiento que evoca la oración de los religiosos. Por experiencia sé que hay personas que quedan como suspendidas en esta atmósfera: descubren lo que siempre habían buscado sin jamás haberlo podido imaginarl. ¡Y hay otros que huyen! La liturgia tradicional podría parecer divisiva, aunque no solo ella. La sabiduría de la Iglesia hace que hoy sea una de las formas aceptadas de la piedad litúrgica católica; el hecho de que no sea acogida por todos no impide que sea el hogar espiritual de muchos, especialmente entre los jóvenes. Ver, experimentar, es una cosa; pero luego es preciso instruirse sobre el tema: leer, y hay buenas obras de presentación, empezando por los misales.

¿Qué consejo se puede dar a los que ya están familiarizados con esta forma del rito para ayudar a que lo descubran sus hermanos católicos y también los no creyentes?

San Pablo dice que no podemos guardar para nosotros mismos los tesoros de los que somos depositarios. No hay que dudar en invitar a los amigos, cuando se es joven por ejemplo, a asistir a una misa tradicional.

Hay de todo en el mundo que nos rodea; en especial, están aquellos que no se sienten ligados al nuevo rito, cuya aplicación a veces deja tanto que desear, y que van a volver a la práctica religiosa gracias a la misa tradicional. Hay otros también para los que el cristianismo ya no significa nada y que lo descubrirán gracias a lo que constituye su corazón: el culto. El lado misterioso puede tanto distanciar como atraer. Pero no se debe intentar reducir el contraste entre sagrado-profano.

Para terminar, añadiría dos cosas en beneficio de aquellos que están familiarizados con la Forma Extraordinaria: humildad y espiritualidad. En efecto, dos escollos pueden acecharnos: a veces un cierto sentimiento de superioridad, que puede estar teñido de orgullo; otras veces un cierto formalismo, que puede estar teñido de superficialidad espiritual. Sobre el primer punto, pienso en las palabras de San Pablo: «¿Qué tienes que no hayas recibido?». Si se está convencido de que el usus antiquior es superior, es preciso decir que no es el único. Desde siempre ha habido diversidad de ritos en la Iglesia. Y en una época de subjetivismo como la nuestra, parece difícil que se imponga a todos. Sobre el segundo punto, parafraseando a San Juan de la Cruz, ¿por qué no ir más allá del espejo de las «superficies plateadas» (enunciados de fe, oraciones vocales, prácticas, etc.) para sumergirnos más frecuentemente en el oro de las profundidades que ellas recubren? Esto es, de corazón a corazón con el Señor: una oración alimentada por la meditación de las «negritas». Es así como Joseph Ratzinger, siguiendo a uno de sus maestros, llamaba al contenido mismo de la liturgia: los textos impresos en negro en los misales. Es de la profundidad de este encuentro que todo puede renacer nuevamente, y convertirnos en esos testigos habituales que, por su comportamiento y su conversión siempre recomenzada, captan la mirada y el corazón de la gente...


 

sábado, 22 de mayo de 2021

LA MISA TRADICIONAL, UNA ENTREVISTA SUSTANCIOSA (I)

Misa tradicional en San Roque, París

Publico (en dos partes) traducida al español una entrevista del padre Eric Iborra, vicario parroquial de San Roque, una hermosa iglesia situada en el corazón de París. El texto me parece de máximo interés porque don Eric habla desde su propia y personal experiencia, como sacerdote que ejerce el ministerio en una central parroquia «bi-ritualista», es decir, donde se celebran de modo habitual ambas formas del rito romano: la ordinaria y la extraordinaria. Una convivencia quizá imposible para algunos; para muchos, un bien posible y precioso que difundir. Y el testimonio del padre Iborra viene a confirmar esta segunda opción. La entrevista apareció en Appel de Chartres (Llamada de Chartres), informativo de la asociación Notre-Dame de Chrétienté (Nuestra Señora de la Cristiandad), que organiza cada año para Pentecostés la conocida peregrinación de Notre-Dame de Paris a Notre-Dame de Chartres.

Texto original en francés: Appel de Chartres n. 245-fevrier-2021


LA LITURGIA TRADICIONAL
Por el padre Eric Iborra

¿Cómo ha sido su descubrimiento de la Forma Extraordinaria del Rito Romano?

¡Simplemente por obediencia a mi arzobispo! En el año 2007, el cardenal Vingt-Trois me nombró vicario en la parroquia de Saint-Eugène, bien conocida en el mundo tradicional. Notificado por Pascua, pude aprender el usus antiquior con los monjes de la abadía de Triors. Debo decir que sintonicé inmediatamente. Necesité una semana de práctica para poder decir mi primera misa rezada, luego de 18 años de ordenación en los que ya practicaba, en privado, la versión original del Misal de 1969. Durante algunos años seguí utilizando para mi oración personal la Liturgia Horarum, que había practicado desde mis años de seminario en Roma. Antes de cambiar al Breviario de 1960 luego de mis años en San Eugenio...

En cuanto sacerdote, ¿qué piensa usted de esta forma litúrgica como expresión de la fe?

Durante mi aprendizaje en Triors, quedé impresionado por la precisión de los ritos que, al envolver al celebrante –también a la comunidad– con sus rúbricas, hacen comprender mejor a ambos la grandeza del misterio que se realiza en el altar. Ello significa que la liturgia no es algo que se fabrica, sino algo que se recibe, y esto al término de un desarrollo homogéneo que subraya su antigüedad fundamental. Es el misterio de la tradición litúrgica. Los ritos que rodean la actualización del sacrificio único de Cristo por el sacerdote (cf. Epístola a los Hebreos) ponen especialmente de relieve la presencia real en las oblatas. ¡Un llamado de fe, a cada genuflexión!

Otro aspecto –el de la orientación, a decir verdad, siempre presente en la versión latina del Misal de 1969– es el recuerdo de que la misa no es una amena conversación de salón, sino un acto de culto rendido a Aquel que está entronizado «más allá del velo» (cf. nuevamente la Epístola a los Hebreos). El sacerdote tiene entonces conciencia de ser el pastor que guía a su rebaño (representando al «Supremo Pastor de las ovejas», según la expresión de san Pedro) hacia el Padre, ofreciendo a su vez el sacrificio de propiciación que da precisamente acceso al cielo. No es sólo un maestro frente a una audiencia...

¿En qué medida –según su opinión– esta forma litúrgica contribuye a alimentar la fe del sacerdote y de los fieles?

El usus antiquor, cuando se celebra con recogimiento, nos recuerda que la liturgia no nos pertenece; que nuestras celebraciones, como dicen los prefacios, son una participación en la liturgia celestial. La multiplicidad de los ritos de la Misa hace que en este ámbito el sacerdote sea más un servidor que un maestro. Las repeticiones, las redundancias mismas, me recuerdan el balbuceo de los profetas del Antiguo Testamento ante la trascendencia divina, cuando ella se les manifestaba; en la liturgia nos encontramos sobrecogidos, nos tapamos la boca con nuestra mano frente al Misterio, como en el pasado Jeremías o Ezequiel. Es también el sentido del canto –y Joseph Ratzinger lo ha señalado en muchas ocasiones– que sublima la palabra, superada por la profundidad de lo que acontece; sublimación que termina en el silencio del canon, a veces velado por los motetes que acompañan su recitación.

Nosotros «entramos en el canon», cruzando el «velo» (siempre la Epístola a los Hebreos) o la «nube» (Moisés). En la liturgia tradicional, cuyos ritos orquestan este apofatismo, hay algo de mistagógico, una iniciación al Misterio que sobrepasa toda expresión y domina toda celebración. El velo impuesto por los ritos, los ornamentos, el silencio, el latín, la música sacra, es un poco como el iconostasio de las liturgias orientales, con las que la liturgia tradicional tiene tantos puntos en común, más en todo caso que la nueva.

El motu proprio «Summorum Pontificum» de Benedicto XVI pretendía, entre otras cosas, facilitar un enriquecimiento mutuo de las dos formas del rito. ¿Cómo percibe este enriquecimiento en el marco de su apostolado?

El Papa Benedicto XVI ha hecho algunas propuestas de enriquecimiento de la forma extraordinaria que son una manera discreta de sugerir que no se trata de una pieza de museo, sino que, situada en la historia, como toda realidad humana, es susceptible de evolución. La tradición nunca ha dejado de evolucionar. Benedicto XVI había propuesto actualizar el calendario litúrgico, introducir (o reintroducir) algunos prefacios o formularios de misas. Creo que la Congregación para la Doctrina de la Fe trabaja con cautela en ello. Pero, inversamente, el descubrimiento de la forma extraordinaria permite comprender mejor el origen y los gestos de los ritos de la forma ordinaria, ya que la concisión de las rúbricas del Misal de 1969 crea una nebulosa que fomenta la creatividad a veces desafortunada del celebrante, incluso cuando quiere hacerlo bien. Podemos inspirarnos en los ritos y gestos de la antigua liturgia para dar más consistencia a la nueva, a veces un poco escasa en su ritualidad...

Observo que en las parroquias «bi-ritualistas» por las que he pasado, la celebración de la forma ordinaria ha ganado en solemnidad, hasta el punto de que algunos feligreses cambian de una forma a otra. Me parece que el hecho de que los mismos sacerdotes, como es el caso, celebren ambas formas, permite también derribar prejuicios.

La Forma Extraordinaria va a la par con lo que se denomina «Tradición». Aparte del rito, ¿se manifiesta esta Tradición en el apostolado con los fieles (catecismo, escautismo, cantos, ayudar misas, compromisos parroquiales, de parejas)? ¿Qué frutos le atribuye?

El Motu proprio ha permitido celebrar el conjunto de los sacramentos según la forma tradicional. Esto permite tener una pastoral más homogénea: bautismo, confirmación, eucaristía, y también matrimonio, unción y funerales, sin olvidar, por supuesto, la confesión. El hecho de confesar durante la misa facilita el acceso a este sacramento de personas que vienen a menudo de lejos para frecuentar nuestras parroquias. En las parroquias «bi-ritualistas», las actividades de formación, las peregrinaciones, los servicios tienen frecuentemente una formación compuesta: unos aprenden de otros y viceversa. Algunos grupos están más específicamente ligados a una forma en particular.

De modo particular insistiría en dos realidades que me han marcado más: la música y el servicio al altar. La celebración dominical de la liturgia antigua es exigente en el plano musical y a menudo se traduce en la puesta en marcha de un coro de buen nivel. Es también un instrumento de apostolado, ad extra (una liturgia enaltecida) y ad intra (los coristas progresan en su fe y en las virtudes propias de la pertenencia a un grupo exigente). Lo mismo ocurre con el servicio al altar, mucho más exigente en la forma extraordinaria, que lleva a cierto número de acólitos a descubrir, a lo largo de las celebraciones, una vocación sacerdotal o religiosa.

El uso del latín en la liturgia a menudo desconcierta a los fieles que se preguntan sobre este rito. Algunos lo ven como un obstáculo a la comprensión y, por tanto, a la unidad. ¿Es una constatación que usted también ha hecho?

Está claro que el latín ya no se comprende fácilmente y en lo personal estoy lejos de ser un buen latinista. Pero no hay que exagerar esta dificultad; la Vulgata no es tan hermética a los oídos franceses (o españoles, N. del T.), y la mayor parte de los textos del ordinario son fáciles de memorizar. Como dice santo Tomás de Aquino, no es necesario comprender todo en detalle para poder rezar durante la liturgia. En algunas parroquias se puede disponer de un folleto bilingüe que facilita la integración de las personas que están de paso y no disponen de misal. Esta puede ser una forma de alentar a quienes la falta de comprensión de los textos pudiera llegar a constituir un obstáculo insuperable. Pero en general los que aprecian la atmósfera de la liturgia tradicional no se dejan paralizar por esto, y el lado misterioso de una lengua que apenas se entiende puede incluso incrementar el encanto...

No voy a detenerme ahora en todas las ventajas que se pueden encontrar en el latín. Citaré solo dos de las que he tenido experiencia: es la lengua de la unidad (nos damos cuenta de ello cuando viajamos o cuando vienen extranjeros a nuestra parroquia); y es la lengua que ha llegado a ser sagrada (mientras que la lengua vernácula es también la de lo «corriente»). Para un mejor conocimiento del latín litúrgico, hay a veces en las parroquias cursos de iniciación, basados en textos muy bien preparados.

¿Qué aporta el uso del misal a los fieles que asisten a la misa según esta forma?

En los lugares donde no hay un folleto bilingüe, el misal suple. Pero el interés de un misal no se limita a la comprensión de lo que se escucha en un determinado momento. También permite familiarizarse con la liturgia (su ciclo y su ordinario, su común y su propio); puede servir de apoyo a la oración silenciosa por la meditación de los textos litúrgicos que contiene. Tiene una dimensión catequética, que a menudo incluye una introducción a los diversos sacramentos y oficios, notas sobre los santos y las fiestas, oraciones y cantos habituales, e incluso extractos del catecismo. En resumen, es un vademécum precioso, enriquecido con recuerdos e imágenes. ¡Y no se olvide de poner su nombre y dirección si quiere encontrarlo luego de haberlo olvidado en un banco o una silla!

Segunda parte: aquí


 

domingo, 16 de mayo de 2021

VENCIÓ EL LEÓN DE LA TRIBU DE JUDÁ

Extracto de un sermón de San Agustín en la fiesta de la Ascensión del Señor. Para el santo doctor, mediante la resurrección y ascensión al cielo se consuma la exaltación suprema de Cristo, el triunfante León de la tribu de Judá (cf. Gen 49, 8-10), como su plena victoria sobre el diablo, el león enemigo que ruge tras la presa que busca devorar (cf. 1 Pr 5, 8).

* * *

«La glorificación de nuestro Señor Jesucristo llegó a su término con su resurrección y ascensión. Su resurrección la celebramos el domingo de Pascua, su ascensión la celebramos hoy. Uno y otro son días de fiesta para nosotros, pues resucitó para dejarnos una prueba de la resurrección, y ascendió para protegernos desde lo alto. Tenemos, pues, como Señor y Salvador nuestro a Jesucristo que, primero, pendió del madero y, ahora, está sentado en el cielo. Pendiendo del madero, pagó nuestro precio; sentado en el cielo, reúne lo que compró...

La victoria de nuestro Señor Jesucristo se convirtió en plena con su resurrección y ascensión al cielo. Entonces se cumplió lo que habéis oído en la lectura del Apocalipsis: Venció el león de la tribu de Judá (Ap 5, 5). A él se le llama, a la vez, león y cordero: león por su fortaleza, cordero por su inocencia; león en cuanto invicto, cordero en cuanto manso. Este cordero degollado venció con su muerte al león que busca a quien devorar. También al diablo se le llama león por su fiereza, no por su valor. Dice el Apóstol Pedro: Conviene que estemos vigilantes contra las tentaciones, porque vuestro adversario el diablo ronda, buscando a quien devorar (1 Pr 5, 8). Indicó también cómo hace la ronda: cual león rugiente ronda buscando a quien devorar. ¿Quién no iría a parar a los dientes de este león si no hubiera vencido el león de la tribu de Judá?» (San Agustín, Sermón 263).

Fuente: augustinus.it

martes, 11 de mayo de 2021

HOY Y AHORA, EXHORTACIÓN DEL NACIANCENO A NO RETRASAR EL BAUTISMO

En una homilía de Navidad, la número 40, San Gregorio Nacianceno nos ha dejado una bellísima catequesis sobre el Bautismo como el sacramento de la iluminación. Parte de este sermón está dedicado a exhortar a los fieles a no dejarse llevar por la idea –extendida aún en tiempos de Gregorio entre los catecúmenos– de postergar la recepción del Bautismo para la vejez o para el término de la vida. Al laudable deseo de no manchar la túnica blanca de la inocencia bautismal durante la vida, se unía también en estos casos una comprensión deficiente y quizá demasiado «utilitarista» del valor y significación del baño bautismal. Las palabras de Gregorio manifiestan que tal costumbre no era vista con buenos ojos por los pastores de la Iglesia. San Gregorio advierte que, como apuesta, este proceder siempre es riesgoso: una muerte repentina puede dejarnos privados del bautismo para siempre, con sus consecuencias irreparables. Pero más interesante aún, es notar cómo advierte a sus oyentes del sutil engaño que aquí se esconde: es como un susurro de Satanás diciéndote al oído: Dame a mí el presente y ofrécele a Dios el futuro; dame el «hoy» y endósale a Dios el «mañana». Los consejos ofrecidos aquí por el Nacianceno tienen una perenne actualidad en los combates de la vida cristiana. No podemos jugar con un mañana que ni siquiera sabemos si llegará para nosotros; el tiempo de Dios es siempre el hoy. «¡Mañana!: alguna vez es prudencia; muchas veces es el adverbio de los vencidos», escribió San Josemaría en Camino (n. 251).

 * * *

«Procúrate la salvación y considera cualquier oportunidad como apta para el Bautismo. Si nunca prestas atención al hoy y acechas el mañana, te pasará inadvertido que el maligno, según es en él costumbre, te engaña cada poco tiempo. Dame a mí el presente, y el futuro a Dios. A mí la juventud, a Dios la vejez. A mí los placeres, a él la inutilidad. ¡Cuán grande es el peligro que te rodea! ¡Cuán grandes las desgracias! ¡Mayores de lo que piensas! Fuiste víctima de la guerra, te sepultó un terremoto, te tragó el mar, te devoró una fiera, te consume una enfermedad o, tal vez algo diminuto: se te ha atragantado una migaja de pan. ¡Qué hay más fácil que hacer morir a un hombre, por muy orgulloso que esté de ser imagen de Dios! Tal vez acabó contigo una fiesta inmoderada, o te derribó el viento, o quizá una medicina que en vez de saludable resultó dañina, o un juicio inhumano, o un verdugo inexorable, o, en fin, cualquiera de las cosas que produce una muerte súbita y más poderosa que el socorro con que se acude a remediarla.

Mas si te previenes con el sello y aseguras tu futuro con la más sólida y bella de las ayudas, marcado en alma y cuerpo con Espíritu y ungüento al igual que antaño hiciera Israel durante la noche con la sangre que protegía a los primogénitos, ¿qué podrá sucederte?...

¿Temes acaso la gracia y demoras la purificación por no corromperla, con temor de no disponer de otra? ¿No te inspira mayor temor correr peligro en la persecución y verte privado de lo más importante que posees, que es Cristo? ¿Por tal motivo huyes de ser cristiano? ¡Recházalo! Tal miedo no es propio de una persona sana, es razonamiento de demente. ¡Oh imprudente precaución, si es menester decirlo! ¡Ah mañas del maligno! ¡Es oscuridad y como finge! Si no puede vencer en enfrentamientos abiertos conspira en la oscuridad. Se presenta como consejero, como si fuera bueno, procurando que de ningún modo podamos escapar a su acoso. Esto es, sin duda alguna, lo que trama también en esto caso. Pues no pudiendo persuadir manifiestamente a despreciar el Bautismo, desea causar daño mediante una falsa seguridad para que tu propio temor te haga olvidar lo que temes: temeroso de destruir el don, por tal motivo precisamente, te privas de disfrutarlo. Falso es el maligno y jamás dejará de serlo hasta que no compruebe que nos apresuramos hacia el cielo del que él fue arrojado. Más tú, varón de Dios, descubre la estrategia del enemigo y entabla combate contra él por defender lo que verdaderamente importa. Mientras seas catecúmeno, estarás a la puerta de la religión cristiana. Es preciso que estés dentro, que traspases el umbral, que examines las cosas santas de los santos y que habites con la Trinidad. Grandes son las cosas por las que luchas. Has menester de una gran seguridad. Defiéndete con el escudo de la Fe. Se atemorizará en tu presencia cuando emplees tales armas. Por eso quiere despojarte de la gracia, para una vez desarmado y sin amparo, dominarte con facilidad. Busca adueñarse de cada edad, de cada forma de vida por un medio distinto. Recházalo recurriendo a todos los procedimientos» (San Gregorio Nacianceno, Homilías sobre la Natividad. Homilía 40, Ed. Ciudad nueva 1986, , nº 14, 16 y 17).

viernes, 7 de mayo de 2021

LA IRA DE DIOS

Rembrandt. Cristo expulsa a los mercaderes 
del templo. Foto: wikipedia.org

Interesante texto del cardenal Ratzinger que nos alerta de una consideración puramente humana y sentimental de la misericordia y del perdón divinos. Tanto el acto de perdonar como el de ser perdonado entrañan exigencias: por parte del que perdona, un empeño sacrificado por conducir al perdonado hacia la verdad que ha traicionado; por parte de quien recibe el perdón, el humilde reconocimiento de su error y la disposición de dejarse curar. «El perdón -dice Ratzinger- tiene su vía interior: perdón y curación, que exigen retorno a la verdad». La realidad de la ira divina juega un papel importante en este camino; es necesaria para que el pecador sopese el hondo desorden del mal, las exigencias del amor auténtico y no experimente el perdón como tácita aceptación de su mal obrar. La misericordia de Dios es inseparablemente don y tarea: aceptación de su amor, y empeño constante por vivir en la verdad de ese amor.

* * * 

«Un Jesús que está de acuerdo con todo y con todos, un Jesús sin su santa ira, sin la dureza de la verdad y del verdadero amor, no es el verdadero Jesús tal y como lo muestra la Escritura, sino una caricatura suya miserable. Una concepción del «Evangelio» en la que ya no existe la seriedad de la ira de Dios, no tiene nada que hacer con el evangelio bíblico. Un verdadero perdón es algo completamente distinto de una débil permisibilidad. El perdón está lleno de pretensiones y compromete a los dos: al que perdona y al que recibe el perdón en todo su ser. Un Jesús que aprueba todo es un Jesús sin la cruz, porque entonces no hay necesidad del dolor de la cruz para curar al hombre. Y, efectivamente, la cruz cada vez más viene excluida de la teología y falsamente interpretada como mal suceso o como un acontecer puramente político. (Joseph Ratzinger, Mirar a Cristo, Edicep 1990, p. 99)


martes, 4 de mayo de 2021

BRAZOS EN CRUZ

San Francisco orando con sus brazos en cruz

Probablemente la oración más intensa y fructuosa de la vida de Cristo fue su oración silenciosa y secreta mientras pendía de la cruz con sus brazos extendidos. Las siete palabras que profirió desde lo alto del madero, como rayos fugaces de luz insondable, nos asoman al abismo de su oración salvadora. Se comprende que la plegaria con los brazos abiertos en forma de cruz fuera tan amada para los primeros cristianos. Tertuliano decía: «nosotros, en cambio, no alzamos tan solo las manos, sino que las extendemos, e imitando la Pasión del Señor al orar, confesamos a Cristo Señor».

Pero rezar con los brazos en cruz está lejos de ser un gesto sentimental y meloso, expresión de superficial misticismo. Es un gesto recio, de soldado que se dispone a entrar en batalla frente a enemigos poderosos. En este sentido, me gusta lo que escribió León Bloy en uno de sus diarios:  «Los brazos en cruz; gesto para alejar a los burgueses y a los demonios» (Mi Diario, Ed. Mundo moderno 1947, p. 172).