sábado, 24 de septiembre de 2022

REDENTORA DE LOS CAUTIVOS

En una conocida súplica a la Virgen, estrella luminosa que nuestros ojos nunca deben dejar de contemplar, San Bernardo nos invita a dirigir nuestra mirada a María con fe y confianza inquebrantables, porque es el medio por excelencia para vernos libres de la más penosa de las cautividades: la del pecado. Un texto especialmente adecuado para meditar en la festividad de Nuestra Señora de la Merced.  

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«¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.

Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.

Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.

Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.

No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara». 

SAN BERNARDO


 

jueves, 8 de septiembre de 2022

MARÍA, AURORA DE SALVACIÓN

Nacimiento de la Virgen. Giotto, 1305

Oración de San Juan Pablo II en la fiesta de la Natividad de María (Frascati, 8 de septiembre de 1980).

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¡Oh Virgen naciente,

esperanza y aurora de salvación para todo el mundo, vuelve benigna tu mirada materna hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias!

¡Oh Virgen fiel,

que siempre estuviste dispuesta y fuiste solícita para acoger, conservar y meditar la Palabra de Dios, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro precioso que nos han transmitido nuestros padres!

¡Oh Virgen poderosa,

que con tu pie aplastaste la cabeza de la serpiente tentadora, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las cuales hemos renunciado a Satanás, a sus obras y a sus seducciones, y que sepamos dar en el mundo un testimonio alegre de esperanza cristiana!

¡Oh Virgen clemente,

que abriste siempre tu corazón materno a las invocaciones de la humanidad, a veces dividida por el desamor y también, desgraciadamente, por el odio y por la guerra, haz que sepamos siempre crecer todos, según la enseñanza de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial!

Amén.



 

sábado, 3 de septiembre de 2022

BELLEZA LITÚRGICA Y BELLEZA DIVINA

Traduzco al español una interesante reflexión sobre la belleza de la Misa como el ámbito más apropiado para experimentar la belleza de Dios. 

Fuente: itresentieri.it

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Cuidar la belleza de la misa... 
para experimentar la belleza de Dios
por Maria Bigazzi

La santa Misa es el sacrificio de Jesús, el mismo sacrificio de la cruz que se perpetúa en nuestros altares de modo incruento.

La belleza y el cuidado de la liturgia se dirigen del todo a Dios, al que nunca podremos honrar plenamente a causa de nuestra miseria, pero al que debemos dar siempre todo lo que esté de nuestra parte.

La pobreza se detiene a los pies del altar decía san Francisco de Asís; para Dios nada es demasiado.

Pero para penetrar más hondamente en el grandioso misterio del sacrificio de Jesús por nuestra salvación, acontecimiento humanamente tan grande y difícil de comprender si no es con los ojos de la fe, –también ella don de Dios–, la celebración de la santa Misa debe ser cuidada y debe invitar a los fieles a la adoración y al respeto.

En la Misa el centro de gravedad debe estar en Dios, no en el hombre.

Y esto es lo que lamentablemente no sucede en muchas celebraciones, hoy convertidas en un espectáculo, donde lo profano le roba espacio a lo sagrado.

Para acercarnos más a Dios, que es Bondad, Verdad y Belleza, debemos atesorar estas mismas perfecciones.

La celebración eucarística debe exaltar la belleza y majestad de Dios, debe invitar al corazón a participar plenamente en el sacrificio de Jesús, a inmolarse con Él, porque la Misa, además de prefigurar la alegría futura, es sacrificio y sufrimiento, y participar en ella significa revivir lo que Jesús vivió durante su pasión y muerte.

Concentración, adoración, silencio y respeto. Estos comportamientos deben caracterizar la celebración eucarística.

Precisamente por ello, la Misa en el antiguo rito romano es hoy más popular, ya que incluso los jóvenes y las nuevas generaciones han comprendido la necesidad y la importancia de estos aspectos que unen más íntimamente a Jesús y, por medio de un lenguaje universal propio de la universitas christianorum, unen también a todos los hermanos en Cristo del mundo.

El amor que Dios enciende en los corazones que se acercan a la santa Misa con devoción, adoración y respeto es tal, que ya no se apaga más y seguirá ardiendo por Él durante la eternidad.