miércoles, 31 de enero de 2024

SAN JUAN BOSCO Y LA VISITA AL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Capilla donde San Juan Bosco celebró su última misa. 

La presencia real de Jesucristo en el Sagrario siempre ha ejercido una fuerza de atracción irresistible en el corazón de los santos. Así se entiende la alta estima que San Juan Bosco tenía por la visita al Santísimo Sacramento como medio necesario y eficaz en nuestra lucha cristiana. A todos solía repetir sin cesar:

 «¿Queréis que el Señor os conceda muchas gracias? Pues visitadlo con frecuencia. ¿Queréis que os conceda pocas? Visitadlo pocas. ¿Queréis que el demonio os asalte? Visitad raramente a Jesús Sacramentado. ¿Queréis que el diablo huya de vosotros? Visitad con frecuencia a Jesús. ¿Queréis vencerle? Refugiaos muchas veces a los pies de Jesús. ¿Queréis, por el contrario, ser vencidos? Dejad de visitar a Jesús. Carísimos míos, añadía, la visita a Jesús Sacramentado es un medio necesarísimo para vencer al demonio. Id, pues, con frecuencia a visitar a Jesús, y el demonio no podrá nunca nada contra vosotros». (Cf. Antonino de Castellammare, El alma Eucarística).


 

domingo, 28 de enero de 2024

TOMÁS DE AQUINO, MODELO DE SANTIDAD Y DOCTRINA


Oh Dios, que hiciste de santo Tomás de Aquino

un varón preclaro por su anhelo de santidad

y por su dedicación a las ciencias sagradas;

concédenos entender lo que él enseñó

e imitar el ejemplo que nos dejó en su vida.

Por nuestro Señor Jesucristo.

(Oración colecta)



jueves, 25 de enero de 2024

PANEGÍRICO DE SAN PABLO

Murillo. La conversión de San Pablo

Es bien conocida la admiración y devoción que el Crisóstomo tenía por San Pablo. Prueba de ello son las homilías que dedicó a cantar las alabanzas del Apóstol, en el que veía una imagen viva del Corazón de Cristo. El oficio de lecturas de hoy, fiesta de la Conversión de San Pablo, nos ofrece un extracto de una de ellas.

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 «Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociaos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también y dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho.

Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios.

Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables.

Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable.

Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves.

Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito.

Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo». (De las homilías de San Juan Crisóstomo, obispo. Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo: PG 50, 477-480).