sábado, 29 de julio de 2017

10 AÑOS DE SUMMORUM PONTIFICUM. DE LA BELLEZA DE LA LITURGIA A LA BELLEZA DE LA GLORIA


Entre tantos artículos que han aparecido con motivo del décimo aniversario de Summorum Pontificum, me he topado con un testimonio breve y finísimo de Stefanno Chiappalone, que ahora presento traducido al español. El autor, colaborador de Alleanza Cattolica, familiarizado con los temas belleza y culto –la via pulchritudinis de Benedicto XVI–, nos narra su primer encuentro con la antigua liturgia y cómo la belleza exuberante de su rito le condujo a entrever la belleza que se aloja en el corazón de todo rito auténticamente católico. En sus palabras veo también insinuada una delicada razón de por qué la forma extraordinaria del rito romano no conviene que sea alterada, pues su inmutabilidad es su riqueza, como sucede siempre con cualquier obra de arte. Paradójicamente, pretender enriquecerla sería empobrecerla.

10 años de "Summorum Pontificum"
Por Stefano Chiappalone


C
orría el año 2001 y todavía recuerdo con asombro las páginas de un viejo misal con las palabras: «Introibo ad altare Dei: ad Deum qui laetificat iuventutem meam»; «Llegaré al altar de Dios. Al Dios que alegra mi juventud». Efectivamente, mi joven edad de entonces se alegró no poco cuando, de allí a pocos meses, esas palabras tomaron cuerpo en la capilla de unos amigos sacerdotes que oficiaban también con el viejo misal gracias al indulto concedido por el Papa San Juan Pablo II (1978- 2005). El sacerdote mismo desaparecía, vuelto también él en dirección al Oriente, vuelto hacia el Señor, como cada uno de los fieles; una multitud de gestos, reverencias y genuflexiones, de signos de la cruz y besos al altar. Quizá demasiados, según cierto racionalismo moderno que ignora la lógica del amor. ¿Pero qué madre no multiplicaría las caricias hacia su hijo? ¿Y qué enamorado es parco en los besos para con su amada? La liturgia de los gestos se entrelazaba luego con la del silencio, en un continuo in crescendo de lo que, en términos profanos, podríamos definir como el clímax de un drama que va de la tragedia del Gólgota a la poesía de aquel Prólogo del Evangelio de Juan, que concluía la celebración como destilando el misterio recién vivido: «Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis: et vidimus gloria eius», «y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria».

También la belleza de la liturgia evangeliza, como lo demuestra el famoso episodio de la conversión de Rus [pueblos del actual norte de Rusia, N. de T.] y, en tiempos más recientes, el número –quizá no mayoritario, pero no por eso irrelevante– de aquellos que después de diez años vuelven con el ánimo agradecido a aquel 7 de julio de 2007, cuando el entonces Papa Benedicto XVI (2005-2013), con el motu proprio Summorum Pontificum, reconocía la plena ciudadanía en la Iglesia a la liturgia anterior a las reformas que tuvieron lugar a finales de 1970; liturgia que existe, por tanto, como la «forma extraordinaria», junto a la más reciente. El origen de tal propuesta no respondía a la simple nostalgia, ya que «… también personas jóvenes descubren esta forma litúrgica, se sienten atraídos por ella y encuentran en la misma una forma, particularmente apropiada para ellos, de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía» (Carta a los Obispos con ocasión de la publicación del motu proprio del 7 de julio de 2007).

Entre los críticos de aquel documento pontificio no faltó quien redujera este fenómeno a puro esteticismo, como si se tratara de una cuestión de meras decoraciones del altar o adornos en los ornamentos. Si no fuese tan reductiva, tal crítica tendría incluso algo de verdad; lo que me atrajo de la liturgia antigua fue también sin duda una experiencia estética, pero se trataba de una belleza en tal modo grande y eterna, que para poder expresarla no hubiese bastado todo el oro y el incienso del mundo. En aquel antiguo misal, que hojeaba con el asombro de tener entre las manos algo que estaba entre un samizadt [término que designaba la copia y distribución clandestina de literatura prohibida por el régimen soviético, N. de T.] y un fragmento de un planeta por descubrir, entreveía la belleza que se encuentra en el corazón de toda liturgia. A través de la «misa extraordinaria» descubrí que toda misa, en cualquier rito, es extraordinaria. Y confieso que sentí nostalgia, no tanto del pasado, cuanto de aquellas cosas del más allá y que están por venir,  «aquellas cosas que ni ojo vio, ni oído oyó» (1 Cor 2, 9).

jueves, 27 de julio de 2017

TRAS LOS VIENTOS QUE CORREN



«Sobre el campanario de la iglesia moderna,
el clero progresista, en vez de cruz, coloca una veleta»
(Nicolás Gómez Dávila)












lunes, 24 de julio de 2017

LA IGLESIA Y SU DEBER PARA CON EL LATÍN


Publico la traducción castellana de un sugerente artículo del padre David Friel sobre los lazos que atan la Iglesia y la lengua latina. Inspirado en un texto de Juan Pablo II, el Padre Friel hace un planteamiento ingenioso de las relaciones entre la Iglesia y el latín: no nos recuerda tanto los beneficios del latín, sino que nos invita a pensar sobre los deberes que la Iglesia guarda para con esta lengua señera que ha acompañado su vida desde los orígenes. El interés con que hoy tantas naciones y culturas tratan de rehabilitar y conservar sus lenguas aborígenes, contrasta con el generalizado desinterés que se observa dentro de la Iglesia por las lenguas con las que guarda vínculos históricos indisolubles.

JPII: "La Iglesia romana tiene obligaciones
especiales con el latín"

Por Fr. David Friel
Artículo original: ccwatershed.org

¿C
uál es el papel del latín en la Iglesia contemporánea? Por un lado, el latín sigue siendo el idioma oficial de la Iglesia y de su liturgia; por otra parte, el estudio del latín se abandona en gran medida y no se utiliza en la mayoría de sus ámbitos posibles.
¿Cuál debería ser el rol de la lengua latina en la Iglesia del siglo XXI?
Nos vendría bien revisar algunas palabras escritas por el Papa San Juan Pablo II en su carta del Jueves Santo de 1980. En la tercera sección de la carta, el Santo Padre aborda el tema de las "dos mesas del Señor" (Palabra y Eucaristía). El reconoce las dimensiones positivas de las lecturas en lengua vernácula introducidas después del Concilio Vaticano II: «El hecho de que estos textos sean leídos y cantados en la propia lengua, hace que todos puedan participar y comprenderlos más plenamente» (Dominicae cenae, 10).
Pero a renglón seguido, Juan Pablo II observa que la introducción de la lengua vernácula también ha causado ciertos efectos negativos. Dice al respecto:
«No faltan, sin embargo, quienes, educados todavía según la antigua liturgia en latín, sienten la falta de esta ‘lengua única’, que ha sido en todo el mundo una expresión de la unidad de la Iglesia y que con su dignidad ha suscitado un profundo sentido del Misterio Eucarístico. Hay que demostrar pues no solamente comprensión, sino también pleno respeto hacia estos sentimientos y deseos y, en cuanto sea posible, secundarlos, como está previsto además en las nuevas disposiciones» (Dominicae cenae, 10).
Luego, como restándole importancia, el Santo Padre hace una declaración portentosa: «La Iglesia romana tiene especiales deberes con el latín, espléndida lengua de la antigua Roma, y debe manifestarlo siempre que se presente la ocasión» (Dominicae cenae, 10).
Se trata, por cierto, de una declaración absolutamente extraordinaria. No dice simplemente que la Iglesia tiene una relación amistosa con el latín; no dice solamente que hay una conexión histórica entre la Iglesia y la lengua latina; tampoco dice que el latín haya sido solamente útil a la Iglesia. El tenor de esta afirmación se mueve al nivel de un «deber». La Iglesia, según San Juan Pablo II, tiene obligaciones hacia la lengua latina.
Esta visión de la relación de la Iglesia con el latín es muy diferente a la perspectiva sostenida por muchos liturgistas postconciliares. Considérese, por ejemplo, la siguiente reflexión de la obra clásica de Martimort, La Iglesia en Oración:
«Por otra parte, queda todavía lugar, por más restringido que sea, para el repertorio tradicional, testigo de la oración de las diversas generaciones  cristianas, y sobre todo para el canto gregoriano latino, que es el único que puede asegurar fácilmente la participación de todos en una asamblea internacional» (A.G. Martimort, La Iglesia en Oración. Introducción a la Liturgia, Ed. Herder, Barcelona 1987, p. 194).
Esta visión considera el latín como una cosa curiosa, si bien amable, del pasado histórico de la Iglesia. Tal enfoque me parece irónicamente miope. Martimort comienza por reconocer que el lugar del repertorio latino tradicional es bastante limitado, para terminar alabando el valor del repertorio latino en las reuniones internacionales. Esto es esencialmente una profecía autodestructiva. Si el uso del canto gregoriano va a ser generalmente reducido por ser hoy bastante «limitado», después de un período bastante corto, dejará de ser una fuente efectiva de unidad entre los fieles en las reuniones internacionales.
Parece que aquí se puede observar algo evidente; después de todo, ¿no es este el modo en que la situación se ha desarrollado durante los años transcurridos desde el concilio? El abandono extendido de la herencia musical de la Iglesia a raíz del Concilio ha dejado a generaciones enteras de católicos sin el conocimiento práctico o la experiencia vivida del canto gregoriano, de tal manera que el uso del latín en las reuniones internacionales rara vez logra ayudar a los fieles «a participar fácilmente».
El efecto natural de «limitar» el repertorio tradicional parece tan evidente, que uno se pregunta si la ignorancia generalizada del latín y del canto no se deba más bien a un proyecto.

◊     ◊     ◊

El Papa Juan Pablo II no especificó cuáles eran esas «obligaciones hacia el latín» por parte de la Iglesia cuando las mencionó en 1980. Tal vez valga la pena hacerlo ahora.

viernes, 21 de julio de 2017

EL PADRE SOSA Y LAS VIEJAS RÚBRICAS


Por fin un jesuita iunctis manibus ante pectus, con las manos juntas ante el pecho, conforme a la antiquísima rúbrica del misal romano.

jueves, 20 de julio de 2017

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL NOMBRE DE DIOS

La revelación del nombre de Dios contenida en el libro del Éxodo ha inspirado profundas reflexiones en muchos Padres y Doctores de la Iglesia. San Agustín nos ha dejado unas valiosas consideraciones sobre el misterio de Dios al meditar las respuestas que Dios da a Moisés sobre cuál es su nombre. Ser inmutable y eterno; Creador misericordioso amante de los hombres, son las principales notas que Dios ha querido revelar a su siervo Moisés. En los siguientes comentarios de San Agustín se puede apreciar una vez más, cómo su honda formación platónica y su fe profunda en la revelación divina, se funden en una armoniosa síntesis teológica al servicio de la comprensión de la fe: fides quærens intellectum.

«H
abla Dios a Moisés… Dice, pues: Yo soy el que soy; me envió el que es. Al preguntar por el nombre de Dios, se le contestó eso: Yo soy el que soy. Dirás a los hijos de Israel: El que es, me envió a vosotros. ¿Qué significa eso? ¡Oh Dios, oh Señor nuestro!, ¿cómo te llamas? Contesta: me llamo “Es”. ¿Y qué significa “Me llamo Es”? Que permanezco eternamente, que no puedo cambiar. Porque las cosas que cambian no son, pues no permanecen. ¿Qué significa permanecer? Lo que se muda fue algo y será algo; pero no es, puesto que es mudable. Luego la inmutabilidad de Dios se dignó presentarse con este vocablo: Yo soy el que soy».
¿Por qué entonces después se puso otro nombre al decir: Y dijo el Señor a Moisés: Yo soy el Dios de Abrahán. El Dios de Isaac, el Dios de Jacob? Porque como Dios es inmutable, hizo todas las cosas por misericordia, y el mismo Hijo de Dios se dignó tomar carne mudable, permaneciendo en su ser Verbo de Dios, para venir y socorrer al hombre. Se dignó, pues, revestirse de carne mortal aquel que es, para que pueda decirse: Yo soy Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob». (San Agustín, Sermón VI sobre La vocación de Moisés, 4-5, Ed. BAC, Madrid 1981, Vol. VII, p. 106)

«D
ecía, pues, el ángel, y en el ángel el Señor a Moisés, cuando le preguntaba su nombre: Yo soy el que soy. Esto dirás a los hijos de Israel. El que es me envió a vosotros. Ser es vocablo de inmutabilidad. Todo aquello que cambia deja de ser lo que era y comienza a ser lo que no era. El ser es. Un ser verdadero, un ser puro, un ser auténtico no lo tiene sino aquel que no cambia. Él es el ser verdadero. De quien se dice: Todo lo cambias y se cambiará, pero tú eres siempre el mismo. ¿Qué significa: Yo soy el que soy, sino soy eterno? No soy criatura, ni cielo, ni tierra, ni ángel, ni virtud, ni trono, ni dominación, ni potestad. Siendo, pues, este nombre propio de eternidad, es mayor la dignación con que toma nombre de misericordia.
Yo soy Dios de Abrahán, y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Aquel nombre era para él, éste para nosotros. Si él hubiese querido ser sólo en sí mismo, ¿qué seríamos nosotros?  Si entendió, o mejor, puesto que entendió cuando le dijeron: Yo soy el que soy, el que es me envió a vosotros, creyó que esa sublimidad era excesiva para los hombres, y vio que esa sublimidad distaba mucho de los hombres. Porque quien entendiere dignamente lo que es y auténticamente es, y fuere tocado por la luz de la esencia veracísima, aunque sea repentinamente como un relámpago, se ve muy inferior, muy distante, muy desemejante… Dios reanima al que desespera, pues le vio temeroso, como diciéndole: porque he dicho: Yo soy el que soy, y también: El que es me envió, has entendido qué es el ser, y has desesperado de comprenderlo. Levanta la esperanza: Yo soy Dios de Abrahán, Dios de Isaac y de Jacob. Soy el que soy, soy el mismo ser, pero de modo que quiero estar con los hombres. Así, de algún modo podremos buscar a Dios y descubrir al que es; y por cierto, no está lejos de cada uno de nosotros: pues en él vivimos, nos movemos y somos. Por lo tanto, alabemos su esencia y amemos su misericordia» (San Agustín, Sermón VII sobre La zarza que arde, 7, Id p. 117).

domingo, 16 de julio de 2017

VIRGEN DEL CARMEN BELLA

Tu gloria Ierusalem, tu lætitia Israel,
tu honorificentia populi nostri

Tú eres la gloria de Jerusalén, la alegría de Israel,
el honor de nuestro pueblo

sábado, 15 de julio de 2017

SAN BUENAVENTURA, RENDIDO POR LA CIENCIA DE LA CRUZ

Hacia el final de su opúsculo espiritual La vida mística o tratado de la pasión del Señor, San Buenaventura pone en labios de Cristo, como resumen de lo que nos ha querido enseñar con su pasión y cruz, esta conmovedora súplica: «Premia mi Encarnación y Pasión, entregándote todo a mí. Por ti me encarné, por ti padecí. Yo me di a ti; date tú a mí». Luego cierra su escrito con esta oración humilde y encendida:

«¡Oh dulcísimo buen Jesús! Padre de las lumbres de quien procede toda dádiva buena y doto don perfecto (Sant 1, 7), mira con ojos de misericordia a los que humildes te confesamos, a nosotros que verdaderamente sabemos que nada podemos hacer sin Ti; Tú, que te diste en precio de nuestro rescate, haz que, aunque menos dignos de tanto precio, nos rindamos a tu gracia íntegramente, perfectamente y en todo; y así conformados a la imagen de tu pasión, recobremos también aquella que perdimos pecando, la imagen de tu divinidad. Por nuestro Señor. Amén». (San Buenaventura, en Diez opúsculos místicos, Buenos Aires 1947, p. 347)

jueves, 13 de julio de 2017

ENLOQUECIDA POR EL AMOR


Si el Evangelista Juan pudo escribir: «hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), a Santa Teresa de los Andes se le podría atribuir, parafraseando al discípulo amado, una sentencia similar: he conocido el amor que Dios me tiene y he enloquecido por él. Solo un crecimiento vertiginoso en el amor a Dios puede explicar que un alma pura y delicada, antes de alcanzar los 20 años, fuera elevada a las más altas cumbres de la santidad y de la contemplación infusa.
Teresa desde muy joven se sintió cautivada por el Corazón de Cristo: «En este instante estoy presa por Él. Me tiene encarcelada en el horno del amor. Vivo en él, mi hermana querida. ¡Qué paz, qué dulzura, qué silencio, qué mar de bellezas encierra ese divino Corazón!». Locura es el término más apropiado para describir su vida. Al poco tiempo de entrar en el Carmelo, escribe una carta a su hermano Luis donde se halla una de sus frases célebres: «Cuando una ama, no puede hablar sino del objeto amado. ¿Qué será cuando el objeto amado reúne en sí todas las perfecciones posibles? No sé cómo puede hacer otra cosa que contemplarle y amarle. ¿Qué quieres si Jesucristo, ese loco de amor, me ha vuelto loca»?
¡Cuánta razón llamar a los santos los locos de Cristo! ¡Y qué locura más razonable y dichosa!

sábado, 8 de julio de 2017

PRIMERA MISA SOLEMNE EN LA CATEDRAL DE PAMPLONA

E
n el grandioso templo de la Catedral de Pamplona, el joven sacerdote José María Egurrola, natural de Bilbao y perteneciente al Instituto del Buen Pastor, celebró su primera misa solemne en la forma extraordinaria del rito romano.  A continuación algunos momentos de la emotiva y hermosa celebración, que tuvo lugar el pasado 4 de julio.




jueves, 6 de julio de 2017

SUMMORUM PONTIFICUM, UN ACTO DE JUSTICIA

Gratias tibi o Benedicte!

Con motivo del décimo aniversario del Motu Proprio Summorum Pontificum por el que Benedicto XVI levantó las absurdas trabas que pesaban sobre el uso de la antigua liturgia, me parece interesante releer un texto extraído de las memorias del papa Ratzinger, cuya atenta lectura ayuda a comprender hasta qué punto a sus ojos Summorum Pontificum era un acto de justicia que no consentía más demora. En este aniversario agradecemos de todo corazón al papa emérito haber devuelto a la Iglesia lo que era suyo, lo que no podía dejar de pertenecerle, y que de un modo hasta entonces desconocido se le había arrebatado.

«P
ara la mayor parte de los padres conciliares la reforma propuesta por el movimiento litúrgico no constituía una prioridad; más aún, para muchos de  ellos ni siquiera era un tema a tratar. Por ejemplo, el cardenal Montini, que después, como Pablo VI, se convirtió en el verdadero papa del Concilio, al presentar su síntesis temática al comienzo de los trabajos conciliares, había dicho con claridad que él no alcanzaba a encontrar en este asunto ninguna tarea especial para el Concilio. La liturgia y su reforma se habían convertido, desde el final de la Primera Guerra Mundial, en una cuestión apremiante solo en Francia y Alemania y, de un modo más preciso, desde el punto de vista de una restauración lo más pura posible de la antigua liturgia romana; a ello se unía también la exigencia de una participación activa del pueblo en el acontecimiento litúrgico. Estos dos países, entonces teológicamente en primer plano (a los que se necesitaba añadir obviamente Bélgica y Holanda), consiguieron obtener en la fase preparatoria que se elaborase un esquema sobre la Sagrada Liturgia, que se insertaba de un modo más bien natural en la temática general de la Iglesia. Que después este texto haya sido el primero en ser examinado por el Concilio no dependió en absoluto de que creciera un interés por la cuestión litúrgica en la mayoría de los padres, sino del hecho de que no se preveía que hubiera grandes polémicas y de que, en cualquier caso, se consideraba el conjunto como objeto de un ejercicio en el que se podían aprender y experimentar los métodos de trabajo del Concilio. A ninguno de los padres se le habría pasado por la cabeza ver en este texto “una revolución” que habría significado el “fin del Medievo”, como a la sazón algunos teólogos creyeron deber interpretar…»
«En este contexto, no sorprende que la “misa normativa” que debía entrar –y entró– en el lugar del Ordo missæ precedente fuese rechazada por la mayor parte de los padres convocados en un sínodo especial en el año 1967. Que algunos (¿o muchos?) liturgistas que estaban presentes como asesores tuviesen ya desde el principio la intención de ir mucho más allá, hoy se puede deducir de algunas de sus publicaciones; no obstante, seguramente no habrían recibido el consentimiento de los padres a estos deseos» (Joseph Ratzinger, Mi vida, Ed. Encuentro, Madrid 2005, p. 119-121).

lunes, 3 de julio de 2017

CARDENAL BURKE: NO PARECE QUE LA ANTIGUA LITURGIA SEA COSA DE CARCAMALES

Cardenal R. L. Burke. Foto Fratres in Unum
Extracto de la entrevista concedida por el cardenal R. Leo Burke a la página católica Fratres in Unum, durante su reciente estancia en Brasil.
El próximo mes el motu proprio Summorum Pontificum cumple 10 años. ¿Cuál es la importancia de este documento para crecer en el amor a la Sagrada Eucaristía y cómo valora su Eminencia la recepción y aplicación que ha tenido?

«El documento es importantísimo porque después del Concilio Vaticano II se difundió la idea de una nueva liturgia, o dicho con otras palabras, una Sagrada Liturgia completamente diferente a la que la Iglesia venía celebrando durante siglos. Por ejemplo, la forma de la Santa Misa se había mantenido prácticamente sin cambios desde la época de San Gregorio Magno. Luego, sucedió que el rito de la misa fue en primer lugar acortado drásticamente, muchas de sus riquezas fueron eliminadas, y lo que volvió la situación aún peor, fueron las experiencias litúrgicas que se realizaron con el rito.
Y así, con tantas experiencias mundanas, en las que el hombre es colocado como centro, se perdió el sentido de que la misa es una acción de Cristo mismo. Es Cristo quien actúa en la Santísima Eucaristía para hacer presente sacramentalmente su sacrificio del Calvario. Así, el Papa Benedicto XVI ha expresado muy claramente en su carta a los obispos con ocasión de la promulgación del motu proprio Summorum Pontificum, que era su esperanza de que la celebración de las dos formas del único Rito Romano sirviera para restaurar el sentido de lo sagrado en la Sagrada Liturgia. Parece extraño decirlo, pero desde la promulgación del motu proprio, hubo cierta resistencia por parte de algunos obispos y sacerdotes, si bien por parte de otros obispos, sacerdotes y valerosos fieles, hubo un gran sentimiento de alegría, al ver restaurada la hermosa forma de la Misa tal como fue conocida durante siglos. Y veo, en donde voy a celebrar la forma extraordinaria de la misa, que siempre hay un gran número de fieles, entre ellos muchos jóvenes y también jóvenes familias, y esto me muestra que la forma extraordinaria del Rito Romano es importantísima para comunicar el don incomparable que es la Sagrada Eucaristía. A veces, escucho: “¡Ah, tendremos la forma extraordinaria solo hasta que todos estos viejos se mueran!”. Sí, hay personas mayores, como yo, que aman la forma extraordinaria de la Misa; pero hay muchos, muchos jóvenes que, a diferencia de mí, nunca la conocieron cuando niños, pero han llegado a conocerla ahora y están muy, pero muy vinculados a ella».

sábado, 1 de julio de 2017

SUMÉRJAME EN LA SANGRE DE CRISTO

El calendario de la forma extraordinaria del rito romano celebra hoy la fiesta de la preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Maravilloso misterio que no ha cesado de introducir a los discípulos de Cristo, comenzando por los apóstoles Pedro y Pablo, por caminos de amorosa contemplación hacia su Redentor.  La admiración de Pedro por haber sido rescatados de nuestro vano vivir «no con plata y oro corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha» (1 Pe 1, 19); la constante exaltación que Pablo hace de la sangre de Cristo como medio de nuestra justificación (Cf Rom 5, 9; Ef 1, 7); la ardiente y conocida súplica de Ignacio: «Sangre de Cristo, embriágame»; la conmovedora insistencia con que Isabel de la Trinidad pide a los sacerdotes que se acuerden de ella en el altar y sumerjan su alma en la Sangre del Cordero para que sea bautizada, bañada y empapada por esa Sangre de la que está sedienta (cf M.M. Philipon, Doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad, Buenos Aires 1943, p. 1984); el ansia apostólica de Josemaría al considerar que cada alma ha costado a Cristo «toda su Sangre» (Forja n° 881), bastan para testimoniar hasta qué punto hemos de amar la Sangre redentora de Cristo y trabajar para que ni una sola gota haya sido derramada en balde.