Publico
la traducción castellana de un sugerente artículo del padre David Friel sobre
los lazos que atan la Iglesia y la lengua latina. Inspirado en un texto de Juan
Pablo II, el Padre Friel hace un planteamiento ingenioso de las relaciones entre
la Iglesia y el latín: no nos recuerda tanto los beneficios del latín, sino que
nos invita a pensar sobre los deberes que la Iglesia guarda para con esta lengua
señera que ha acompañado su vida desde los orígenes. El interés con que hoy
tantas naciones y culturas tratan de rehabilitar y conservar sus lenguas
aborígenes, contrasta con el generalizado desinterés que se observa dentro de
la Iglesia por las lenguas con las que guarda vínculos históricos indisolubles.
JPII: "La Iglesia romana tiene obligaciones
especiales con el latín"
Por Fr. David Friel
Artículo
original: ccwatershed.org
¿C
|
uál
es el papel del latín en la Iglesia contemporánea? Por un lado, el latín sigue
siendo el idioma oficial de la Iglesia y de su liturgia; por otra parte, el estudio
del latín se abandona en gran medida y no se utiliza en la mayoría de sus
ámbitos posibles.
¿Cuál
debería ser el rol de la lengua latina en la Iglesia del siglo XXI?
Nos
vendría bien revisar algunas palabras escritas por el Papa San Juan Pablo II en
su carta del Jueves Santo de 1980. En la tercera sección de la carta, el Santo
Padre aborda el tema de las "dos mesas del Señor" (Palabra y
Eucaristía). El reconoce las dimensiones positivas de las lecturas en lengua
vernácula introducidas después del Concilio Vaticano II: «El hecho de que estos
textos sean leídos y cantados en la propia lengua, hace que todos puedan
participar y comprenderlos más plenamente» (Dominicae
cenae, 10).
Pero
a renglón seguido, Juan Pablo II observa que la introducción de la lengua
vernácula también ha causado ciertos efectos negativos. Dice al respecto:
«No
faltan, sin embargo, quienes, educados todavía según la antigua liturgia en
latín, sienten la falta de esta ‘lengua única’, que ha sido en todo el mundo
una expresión de la unidad de la Iglesia y que con su dignidad ha suscitado un
profundo sentido del Misterio Eucarístico. Hay que demostrar pues no solamente
comprensión, sino también pleno respeto hacia estos sentimientos y deseos y, en
cuanto sea posible, secundarlos, como está previsto además en las nuevas
disposiciones» (Dominicae cenae, 10).
Luego,
como restándole importancia, el Santo Padre hace una declaración portentosa:
«La Iglesia romana tiene especiales deberes con el latín, espléndida lengua de
la antigua Roma, y debe manifestarlo siempre que se presente la ocasión» (Dominicae
cenae, 10).
Se
trata, por cierto, de una declaración absolutamente extraordinaria. No dice
simplemente que la Iglesia tiene una relación amistosa con el latín; no dice
solamente que hay una conexión histórica entre la Iglesia y la lengua latina;
tampoco dice que el latín haya sido solamente útil a la Iglesia. El tenor de
esta afirmación se mueve al nivel de un «deber». La Iglesia, según San Juan
Pablo II, tiene obligaciones hacia la lengua latina.
Esta
visión de la relación de la Iglesia con el latín es muy diferente a la
perspectiva sostenida por muchos liturgistas postconciliares. Considérese, por
ejemplo, la siguiente reflexión de la obra clásica de Martimort, La Iglesia en Oración:
«Por
otra parte, queda todavía lugar, por más restringido que sea, para el
repertorio tradicional, testigo de la oración de las diversas generaciones cristianas, y sobre todo para el canto
gregoriano latino, que es el único que puede asegurar fácilmente la
participación de todos en una asamblea internacional» (A.G. Martimort, La Iglesia en Oración. Introducción a la
Liturgia, Ed. Herder, Barcelona 1987, p. 194).
Esta
visión considera el latín como una cosa curiosa, si bien amable, del pasado
histórico de la Iglesia. Tal enfoque me parece irónicamente miope. Martimort
comienza por reconocer que el lugar del repertorio latino tradicional es
bastante limitado, para terminar alabando el valor del repertorio latino en las
reuniones internacionales. Esto es esencialmente una profecía autodestructiva.
Si el uso del canto gregoriano va a ser generalmente reducido por ser hoy
bastante «limitado», después de un período bastante corto, dejará de ser una
fuente efectiva de unidad entre los fieles en las reuniones internacionales.
Parece
que aquí se puede observar algo evidente; después de todo, ¿no es este el modo
en que la situación se ha desarrollado durante los años transcurridos desde el
concilio? El abandono extendido de la herencia musical de la Iglesia a raíz del
Concilio ha dejado a generaciones enteras de católicos sin el conocimiento
práctico o la experiencia vivida del canto gregoriano, de tal manera que el uso
del latín en las reuniones internacionales rara vez logra ayudar a los fieles
«a participar fácilmente».
El
efecto natural de «limitar» el repertorio tradicional parece tan evidente, que
uno se pregunta si la ignorancia generalizada del latín y del canto no se deba
más bien a un proyecto.
◊ ◊ ◊
El
Papa Juan Pablo II no especificó cuáles eran esas «obligaciones hacia el latín»
por parte de la Iglesia cuando las mencionó en 1980. Tal vez valga la pena
hacerlo ahora.
Ay...
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