El
calendario de la forma extraordinaria del rito romano celebra hoy la fiesta de
la preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Maravilloso misterio que no
ha cesado de introducir a los discípulos de Cristo, comenzando por los
apóstoles Pedro y Pablo, por caminos de amorosa contemplación hacia su
Redentor. La admiración de Pedro por
haber sido rescatados de nuestro vano vivir «no con plata y oro corruptibles,
sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha» (1 Pe 1, 19); la constante exaltación que
Pablo hace de la sangre de Cristo como medio de nuestra justificación (Cf Rom 5, 9; Ef 1, 7); la ardiente y conocida súplica de Ignacio: «Sangre de
Cristo, embriágame»; la conmovedora insistencia con que Isabel de la Trinidad
pide a los sacerdotes que se acuerden de ella en el altar y sumerjan su alma en
la Sangre del Cordero para que sea bautizada, bañada y empapada por esa Sangre
de la que está sedienta (cf M.M. Philipon, Doctrina
espiritual de sor Isabel de la Trinidad, Buenos Aires 1943, p. 1984); el
ansia apostólica de Josemaría al considerar que cada alma ha costado a
Cristo «toda su Sangre» (Forja n°
881), bastan para testimoniar hasta qué punto hemos de amar la Sangre redentora
de Cristo y trabajar para que ni una sola gota haya sido derramada en balde.
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