miércoles, 26 de octubre de 2016

EL «ODIUM PAPÆ», LA MÁS VERGONZOSA HERENCIA DE LUTERO

En los primeros meses del año 1545, justo un año antes de su muerte, Lutero escribió un injurioso y desvergonzado panfleto titulado Contra el papado de Roma, fundado por el diablo. Aunque no contiene ninguna idea novedosa, asevera un buen conocedor del reformador protestante, «es preciso darlo a conocer porque la tónica constante en la vida del Reformador –el odium papae– (el odio al papa) reaparece aquí con una fuerza loca y desencadenada, como un grito desesperado de un moribundo que recoge un momento todas sus energías vitales para lanzar al mundo una denuncia, una condenación y un mensaje testamentario cuyas cláusulas no pueden disimular una desilusión y una derrota.
De un psiquiatra danés que ha estudiado en dos gruesos volúmenes la psicosis luterana, copiamos las frases siguientes:
Su odio al papa corre como un hilo rojo, como una idea directiva, a través de  sus últimos escritos. Comienza cautelosamente, vislumbrando en el papa, como muchos otros herejes, al terrible y místico anticristo de la Escritura; el papa se configura cada vez más claramente como el peor enemigo suyo, y, consiguientemente, de Dios. Con esta idea, que va tomando formas cada vez más vigorosas, trata de fortalecer y aliviar su ánimo interiormente destrozado, y se exalta hasta un patetismo que resuena con las trompetas del último día y hasta las cimas de un lenguaje que ofrece una lírica sin igual de vocablos contumeliosos. Sus escritos contienen una infinidad de denuestos, injurias, groserías y obscenidades populares, que se amontonan cada vez más alto y culminan en los años que preceden a su muerte… En los apelativos que da al papa hallamos representada toda la zoología: cerdo, burro, Farzesel (designación fétida del papa Farnese: Furz-Esel), rey de los asnos, perro, rey de las ratas, lobo, oso-lobo, hombre-lobo, león, dragón y cocodrilo, dragón infernal, larva, bestia, etc. Su punto más alto se halla en el texto que escribió Lutero poco antes de su muerte para las despreciables caricaturas de Cranach sobre el papa» (Ricardo García-Villoslada, Martín Lutero, Vol. II, Ed. BAC,  Madrid, 2008, p. 539).
Aunque en sus lecciones sobre el Génesis Lutero aseguraba ego non curo papam, el papa no me importa, no sin razón se ha señalado esta extraña contradicción en la psicología del reformador: «No deja de ser curioso que este Martín Lutero cuya vida entera de Reformador no fue otra cosa que una perpetua y casi morbosa obsesión del papa, asegure aquí que el papa no le inquieta ni le importa un comino y que cuanto más irritado lo ve contra Lutero, tanto más éste lo menosprecia. Entonces, ¿cómo se explica que esté repitiendo a todas horas la cantinela del anticristo y del asno romano y por qué deja en testamento a sus seguidores el odio al Papa?» (Id., p. 538).
Se comprenderá finalmente que a quienes profesamos una auténtica veneración filial por el Santo Padre, sea quien sea, se nos excuse respetuosamente si nos negamos a participar en cualquier evento conmemorativo de los quinientos años de la reforma luterana; reforma, a nuestro parecer, de consecuencias devastadoras. 
Son las ventajas, quizá, de ser un simple católico de a pie, o, como se diría hoy, de la periferia.

sábado, 22 de octubre de 2016

SAN JOSÉ SÁNCHEZ DEL RÍO, GRANDE COMO UN IGNACIO DE ANTIOQUÍA

Conmueve descubrir en el joven mártir cristero San José Sánchez del Río, canonizado recientemente por el Papa Francisco, aquella misma nobleza de espíritu que hallamos en los grandes mártires de la primera hora. Aunque separados por veinte siglos de distancia, pero contemporáneos por un idéntico amor sin límites a Jesucristo, resulta imposible no ver en la muerte heroica de San Joselito reminiscencias del grandioso martirio del Padre apostólico de Antioquía. Precisamente en vísperas de la fiesta de San Ignacio, el joven mártir mexicano fue inscrito en el catálogo de los santos.
Así, el mismo Espíritu que ponía en el corazón de Ignacio ansias de padecer y morir por Cristo, pone igualmente en el corazón de José Luis el deseo de defender, si es necesario con la entrega de la propia vida, los derechos de Cristo Rey sobre este mundo suyo –suyo porque lo ha creado con su Omnipotencia y recreado con su Sangre—.
«No voy a tener una oportunidad como ésta para llegar a Dios», escribe Ignacio en su carta a los romanos.  «Mamá, nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora», repite Joselito a su madre para obtener su consentimiento y poder unirse al ejército cristero. 

Ignacio teme un peligro: que algunos fieles de Roma, quizá más influyentes, puedan conseguir para él un indulto. Por eso dirá en su carta a los romanos: «Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras; para llegar a ser pan limpio de Cristo». A su vez, enterado Joselito de los esfuerzos de su familia para ofrecer un rescate por él, les hace saber que no paguen un solo centavo por su libertad. Prefiere morir antes que traicionar en lo más mínimo a Cristo Rey.
Es hecho prisionero a causa de un acto noble y heroico de caridad: cede su caballo al capitán de su menguado batallón, don Luis Guízar Morfín, diciendo: ─Mi general, aquí está mi caballo. Sálvese usted aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí─. Y a su madre escribe: «Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios».
Finalmente con la misma serena paz y alegría con que Ignacio navegó hacia Roma vigilado por soldados brutales y fieros como leopardos, Joselito caminó con sus pies desollados por los verdugos hacia la fosa que le habían preparado, vitoreando: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!».
Con toda la Iglesia proclamamos: «Te Martirum candidatus laudat exercitus», a ti, Dios nuestro, te alaba el blanco ejército de tus Mártires. La página sangrienta que acompaña toda la Historia de la Iglesia jamás podrá ser borrada; la escribe con caligrafía de oro el mismo Espíritu Santo a través de los siglos, y se convierte en semilla fecunda de santos y santas que adornan el jardín de Dios: la santa Iglesia Católica.

lunes, 17 de octubre de 2016

QUE MIS HUESOS SIEMPRE GRITEN: ¡AHÍ ESTÁ JESÚS!

San Manuel González, santo obispo español recientemente canonizado por el Papa Francisco, estuvo poseído de un verdadero delirio de amor por el Tabernáculo, ese pequeño y humilde palacio donde el Verbo hecho carne se digna habitar entre nosotros. Veía con luces divinas qué distinta sería la vida de tantos fieles, sacerdotes y laicos, si comprendieran en profundidad las riquezas que se encierran en el Sagrario.
Hasta tal punto quiso ser pregonero de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, que pidió ser sepultado junto a un Sagrario «para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: “¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!”».

En un pequeño libro, pensado como un conjunto de confidencias entrañables que Jesús dirige desde el Sagrario a sus sacerdotes, Don Manuel pone en labios del Maestro estas palabras:

«Déjame que preceda a nuestra conversación una queja que tengo de muchos de mis sacerdotes.
¡Los veo muy poco por mis sagrarios!
Los veo en las bibliotecas y en las aulas aprendiéndome, en los púlpitos y en la propaganda enseñándome, los veo en diversidad de lugares haciendo mis veces, los veo también ¡qué pena!, en lugares en los que ni tienen que aprenderme, ni hacer nada por Mí... y, sin embargo, por mis Sagrarios, ¡los veo tan poco! y a ¡tan pocos!
¿Verdad que tengo motivos para quejarme?

¡Si scires…!

¡Si supieras, Sacerdote mío, lo que se aprende leyendo libros, estudiando cuestiones, examinando dificultades a la luz de la lámpara de mi Sagrario!
¡Si supieras la diferencia que hay entre sabios de biblioteca y sabios de Sagrario!
¡Si supieras todo lo que un rato de Sagrario da de luz a una inteligencia, de calor a un corazón, de aliento a un alma, de suavidad y fruto a una Obra!...
¡Si supieras tú y todos mis Sacerdotes el valor que para estar de pie junto a todas las cruces infunde ese rato de rodillas ante mi Sagrario!...
¡Ah! Si se supiera prácticamente todo esto, ¿cómo se verían mis sagrarios tan vacíos de Sacerdotes y en cambio tan llenos los círculos de recreos, los paseos públicos, y alguna vez... hasta los cafés, cines y teatros?
¡Si supieran! ¡Si supieran!» (San Manuel González G., El Corazón de Jesús al corazón del sacerdote).

sábado, 15 de octubre de 2016

SIETE LUCEROS MÁS EN EL FIRMAMENTO DE LA IGLESIA

Así luce la fachada de la Basílica de San Pedro 
a la espera de la solemne ceremonia de mañana 
en la que el Papa Francisco canonizará a siete nuevos santos.
Omnes Sancti et Sanctæ Dei, orate pro nobis!

SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD, UNA VIDA CONVERTIDA EN ALABANZA

Mañana, 16 de octubre, el Papa Francisco canonizará a la Bienaventurada Isabel de la Trinidad, una joven carmelita francesa que con solo 26 años alcanzó tal grado de madurez interior y sobrenatural, que bien puede ser contada entre los grandes místicos de la Iglesia. Pregonera de la inefable presencia de la Trinidad en el alma, ella misma nos revela lo que fue el gran sueño de su vida: convertir su entera existencia en una permanente alabanza de la gloria divina.

«Voy a hacerle una confidencia muy íntima, nos dice en una de sus cartas: mi mayor sueño consiste en ser “la alabanza de su gloria”. Esto lo he leído en San Pablo, y mi Esposo me ha hecho comprender que ésa era mi vocación aquí en el destierro mientras espero ir a cantar el Sanctus eterno en la ciudad de los santos. Pero eso exige una gran fidelidad, ya que, para ser alabanza de gloria, hay que estar muerta a todo lo que no sea El, para no vibrar más que al toque de sus dedos, y la miserable Isabel le hace algunas faenas a su Maestro. Pero El, como Padre tierno, la perdona, su mirada divina la purifica, y ella, como San Pablo, procura “olvidar lo que ha dejado atrás y lanzarse de lleno hacia lo que tiene por delante”. ¡Cómo se siente la necesidad de santificarse y de olvidarse de uno mismo para vivir por entero al servicio de la Iglesia…!» (Las páginas más bellas de sor Isabel. Ed. Monte Carmelo, Burgos 1999, p. 205)

miércoles, 12 de octubre de 2016

A ESA NOBLE E HIDALGA ESPAÑA

En el día de la Hispanidad, sirva como homenaje agradecido a nuestra Madre Patria, el extracto de un discurso pronunciado en 1906 por el Rev. Don Esteban Muñoz Donoso, eximio representante de la mejor oratoria chilena decimonónica, con ocasión de un Te Deum de acción de gracias por la salvación del Rey de España, tras el atentado sufrido el día de sus bodas.

En esa oportunidad, el orador sagrado, admirado por la entereza de su Majestad Alfonso XIII, el coraje con que muchos nobles señores corren a escudar al joven rey en peligro, y el clamor del pueblo que fulmina al parricida y vitorea frenético a su Rey inerme y ensangrentado, se siente trasladado «a los días más heroicos de la noble, de la hidalga España». Y continúa diciendo: «De esa España, señores, que cual pueblo alguno luchó cerca de ocho siglos por su libertad, por la fe cristiana, por la civilización verdadera; que eclipsó a la Medialuna en Granada, que la hundió en Lepanto; esa España, señores, que sacó de las aguas a esta América salvaje, y la convirtió en el brillante y vasto mundo de Colón; de esa España, señores, que vertió a torrentes sus tesoros y la sangre generosa de sus hijos por defender la fe católica y domeñar la prepotencia de la herejía; de esa España que llenó los cielos de santos y la tierra de héroes, sabios y artistas admirables; de esa España, en fin, que es nuestra Madre España, que nos legó cuanto puede honrar y engrandecer a un pueblo. Sus glorias son nuestras glorias, sus penas son nuestras penas… Sí, une Iglesia Chilena, tu canto de regocijo al de la Madre España; no sean los mares obstáculo al abrazo de filial cariño: llora con su lloro, canta con su canto. Ayúdale a agradecer los favores del Omnipotente, a bendecir sus piedades y a pedir con ella que Dios la aliente en sus pruebas, la serene en sus zozobras, en sus lágrimas la consuele, la colme en sus esperanzas; que su joven Rey sea digno vástago de los Fernandos, Carlos y Felipes; que la proteja y bendiga hasta  hacer brillar de nuevo los días gloriosos de su prístina grandeza. Te Deum laudamus, te Dominum confitemur». (Tomado del volumen 11 de la Biblioteca de Escritores de Chile, dedicado a los Oradores Sagrados Chilenos. Santiago, 1913)

martes, 11 de octubre de 2016

ORACIÓN DEL PAPA JUAN A SAN PÍO X

San Juan XXIII, cuya memoria celebra hoy la Iglesia, tuvo una gran devoción por San Pío X. Con motivo de sus bodas de oro sacerdotales (agosto de 1954) el Papa Juan, siendo aún Patriarca de Venecia, compuso esta piadosa oración a su santo predecesor, tanto en la sede de Venecia como en la sede de Roma.

3  de septiembre de 1962. San Juan XXIII ora ante la urna de San Pío X, en la Basílica Vaticana

«El día de mi primera misa extendiste tus manos sobre mi cabeza de nuevo sacerdote arrodillado a tu paso en el Vaticano.
Conservé siempre en el corazón el recuerdo de aquel gesto y de las suaves palabras, llenas de augurios y bendiciones, que lo acompañaron.
Aquí me tienes cincuenta años después. Tú, ciudadano de la Jerusalén celeste, gozas en la gloria de los santos, y todo el pueblo cristiano te invoca.
El humilde levita de un tiempo ocupa ahora la cátedra de San Marcos, en la que tú te sentaste con tanto esplendor de doctrina, de virtud, de ejemplos.
Santo Padre Pío X, en ti confío. No temo morir. No rehúyo el trabajo. Que tu brazo poderoso me asista, y que todo cuanto me queda por hacer en la vida sirva para edificación, bendición y alegría de estos queridísimos hijos de Venecia, hijos tuyos y míos, con los que me es dulce vivir, pero más precioso aún y más grato me es sacrificarme, en efusión de mansedumbre y de apostolado pastoral» (Juan XXIII, Diario del alma, Ed. Cristiandad, Madrid 1964. p. 466).

lunes, 10 de octubre de 2016

EL PELIGRO DE UNA EDUCACIÓN FUERA DE LUGAR

La educación sexual segregada de su ámbito natural, esto es, la comunicación respetuosa y delicada de padres e hijos en el seno de la familia, aunque aparezca bien intencionada, corre el riesgo de terminar en algo semejante a lo que advirtió el gran Gómez Dávila: «La educación sexual se propone facilitarle al educando el aprendizaje de las perversiones sexuales». (Nicolás Gómez Dávila, Escolios. Selección, Bogotá 2001, p. 334).


viernes, 7 de octubre de 2016

CARDENAL SARAH: LA LITURGIA ESTÁ ENFERMA

Sin duda el espíritu litúrgico del Papa Benedicto se ha posado sobre el cardenal Sarah. Tal como lo advertía hace décadas el cardenal Ratzinger, el actual Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto divino y la disciplina de los sacramentos nos dice hoy, de modo categórico, que la liturgia está enferma: padece de bullicio y urge aplicarle el remedio del silencio y de la contemplación. 
Como en la entrada anterior, hoy ofrezco la traducción de otra de las respuestas dadas por el cardenal Sarah en la entrevista ofrecida a la revista francesa La Nef.

¿No hay una cierta paradoja al afirmar la necesidad del silencio en la liturgia, y al mismo tiempo reconocer que las liturgias orientales no tienen momentos de silencio, siendo que ellas son especialmente hermosas, sagradas, y orantes?

Su comentario es juicioso y demuestra que no es suficiente establecer «momentos de silencio» para que la liturgia esté impregnada de un silencio sagrado.
El silencio es una actitud del alma. No es una pausa entre dos ritos; él mismo es plenamente un rito. En efecto, los ritos orientales no prevén tiempos de silencio durante la Divina Liturgia. Sin embargo, conocen intensamente la dimensión apofática de la oración delante del Dios «inefable, incomprensible e inasible». La Divina Liturgia está en cierta medida llena de misterio. Se celebra detrás del iconostasio, que para los cristianos orientales es el velo que protege el misterio. Para nosotros, latinos, el silencio es un iconostasio sonoro. El silencio es una forma de mistagogia, que nos permite entrar en el misterio sin deshonrarlo. En la liturgia, el lenguaje de los misterios es silencioso. El silencio no oculta, sino que revela con profundidad.
San Juan Pablo II nos enseña que «el misterio se vela continuamente, se cubre de silencio, para evitar que se construya un ídolo en lugar de Dios». Me gustaría afirmar que en nuestros días el riesgo de que los cristianos se vuelvan idólatras es grande. Prisioneros por el ruido de discursos humanos interminables, no estamos lejos de fabricarnos un culto a nuestra medida, un Dios a nuestra propia imagen. Como lo hizo notar el Cardenal Godfried Danneels, «la liturgia occidental, tal como se vive hoy, tiene como principal defecto el ser muy parlanchina». En África, ha dicho el padre Faustino Nyombayré, sacerdote de Ruanda, «la superficialidad no es ajena a la liturgia o a las sesiones supuestamente religiosas, de donde se sale agotado y sudoroso, más bien que reposado y empapado de aquello que se ha celebrado para vivirlo y testimoniarlo mejor». Las celebraciones se tornan a veces ruidosas y agotadoras. La liturgia está enferma. El síntoma más evidente de esta enfermedad es la omnipresencia del micrófono; se ha vuelto tan indispensable que la gente se pregunta cómo era posible una celebración antes de su invención.
Tanto el ruido exterior como nuestros propios ruidos interiores nos vuelven extraños a nosotros mismos. En medio del bullicio, el hombre no puede más que precipitarse en la banalidad; somos superficiales en lo que decimos, pronunciamos palabras vacías, donde se habla y se habla… hasta que se encuentra algo que decir, una especie de «mezcolanza» irresponsable hecha de bromas y de palabras que matan. Nos volvemos superficiales también en lo que hacemos; vivimos en la trivialidad, supuestamente lógica y moral, sin encontrar allí nada de anormal.
Con frecuencia salimos de nuestras liturgias ruidosas y superficiales sin haber encontrado a Dios ni la paz interior que nos ofrece.

jueves, 6 de octubre de 2016

LA ADMIRABLE CLARIDAD LITÚRGICA DEL CARDENAL SARAH

Preparando el lanzamiento de su libro La fuerza del Silencio, el Cardenal Robert Sarah ha concedido una luminosa entrevista a la revista La nef. Allí nos encontramos con una verdadera lección magistral sobre la necesidad y el poder de ese imprescindible hábito del espíritu que llamamos silencio. He traducido una de sus respuestas sobre la importancia del silencio en la liturgia.

¿Qué papel atribuye usted al silencio en nuestra liturgia latina, dónde lo ve y cómo se concilia silencio y participación?

Ante la majestad de Dios, nuestras palabras se pierden. ¿Quién se atrevería a tomar la palabra frente al Omnipotente? San Juan Pablo II veía en el silencio la esencia de toda actitud de oración, porque ese silencio cargado de una presencia adorante manifiesta «la humilde aceptación de los límites de la criatura frente a la infinita trascendencia de un Dios que no cesa de revelarse como Dios de amor». Negar este silencio lleno de temor confiado y de  adoración es negarle a Dios la libertad de poder asirnos por su amor y su presencia. El silencio sagrado es el lugar donde podemos encontrar a Dios, porque nos aproximamos a él con la actitud justa del hombre que tiembla y se mantiene a distancia, en espera confiada. Nosotros, sacerdotes, debemos aprender el temor filial de Dios y la sacralidad de nuestra relación con él. Tenemos que aprender a conmovernos de estupor ante la santidad de Dios y ante la gracia inaudita de nuestro sacerdocio. El silencio nos enseña una importante regla de la vida espiritual: la familiaridad no favorece la intimidad; al contrario, una justa distancia es condición para la comunión. Es a través de la adoración que la humanidad marcha hacia el amor. El silencio sagrado abre al silencio místico, lleno de intimidad amorosa. Bajo el yugo de la razón secular, hemos olvidado que lo sagrado y el culto son las únicas puertas de acceso a la vida espiritual. No vacilo en afirmar que el silencio sagrado es una ley cardinal de toda celebración litúrgica. En efecto, nos permite entrar en la participación del misterio celebrado. El Concilio Vaticano II señala que el silencio es un excelente medio para favorecer la participación del pueblo de Dios en la liturgia.

Los padres conciliares querían poner de manifiesto lo que constituye una verdadera participación litúrgica: la entrada en el misterio divino. Bajo el pretexto de hacer más fácil el acceso a Dios, algunos han querido que todo en la liturgia sea inmediatamente inteligible, racional, humano y horizontal. Pero, obrando así, corremos el riesgo de reducir el misterio sagrado a buenos sentimientos. So pretexto de pedagogía, ciertos sacerdotes se permiten comentarios interminables, chatos y  horizontales. ¿Temen estos pastores que el silencio ante el Todopoderoso desvíe a los fieles? ¿Creen que el Espíritu Santo no es capaz de abrir sus corazones a los misterios difundiendo en ellos la luz de la gracia espiritual?

San Juan Pablo II nos advierte: el hombre entra a participar de la presencia divina, «sobre todo dejándose educar en un silencio de adoración, porque en la cima del conocimiento y experiencia de Dios  está su trascendencia absoluta».
El silencio sagrado es un bien de los fieles y los clérigos no deben privarlos de él.
El silencio es la tela en la cual deberían ser cortadas nuestras liturgias. Así, nada en ellas sabría romper la atmósfera silenciosa que es su clima natural.

martes, 4 de octubre de 2016

AL AMPARO DE TUS ALAS


«¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no quisiste. Mirad, vuestra casa se os va a quedar desierta. Así pues, os aseguro que ya no me veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 23, 37-39). Y comenta San Juan Crisóstomo: «¡Cuánto amor no delata esta imagen de la gallina! Porque ardiente es el que esta ave tiene por sus polluelos. Esta imagen de las alas aparece en muchos pasajes de los profetas, en el cántico de Moisés y en los Salmos, y ninguna como ella para darnos a entender la mucha protección y providencia de Dios para con su pueblo» (Homilías sobre San Mateo, Homilía 74, 3). 
¡Qué desgracia pretender sustraerse al amparo y calor de Dios! En cambio, que lógico el consejo de un alma que procuró vivir permanentemente a la sombra de su Padre Dios: «Hombre libre, sujétate a voluntaria servidumbre para que Jesús no tenga que decir por ti aquello que cuentan que dijo por otros a la Madre Teresa: “Teresa, yo quise… Pero los hombres no han querido”» (San Josemaría Escrivá, Camino 761).

sábado, 1 de octubre de 2016

TERESA DE LISIEUX. SANCTA SANCTE TRACTANDA

Sancta sancte tractanda, dice un viejo adagio latino; las cosas santas deben tratarse santamente. Que bien lo comprendió Teresita del Niño Jesús cuando apuntaba en uno de sus manuscritos autobiográficos:

«También me sentía feliz por tocar los vasos sagrados y preparar los corporales destinados a recibir a Jesús. Me daba cuenta de que tenía que ser muy fervorosa; recordaba con frecuencia las palabras dirigidas a un santo diácono; Sé santo, tú que tocas los vasos del Señor». (Santa Teresa de Lisieux, Historia de un alma, BAC, Madrid 1997, p.171)