Preparando
el lanzamiento de su libro La
fuerza del Silencio, el Cardenal Robert Sarah ha concedido una luminosa
entrevista a la revista La nef. Allí
nos encontramos con una verdadera lección magistral sobre la necesidad y el poder de
ese imprescindible hábito del espíritu que llamamos silencio. He traducido una
de sus respuestas sobre la importancia del silencio en la liturgia.
¿Qué papel atribuye usted al silencio en nuestra liturgia
latina, dónde lo ve y cómo se concilia silencio y participación?
Ante
la majestad de Dios, nuestras palabras se pierden. ¿Quién se atrevería a tomar
la palabra frente al Omnipotente? San Juan Pablo II veía en el silencio la
esencia de toda actitud de oración, porque ese silencio cargado de una
presencia adorante manifiesta «la humilde aceptación de los límites de la
criatura frente a la infinita trascendencia de un Dios que no cesa de revelarse
como Dios de amor». Negar este silencio lleno de temor confiado y de adoración es negarle a Dios la libertad de
poder asirnos por su amor y su presencia. El silencio sagrado es el lugar donde
podemos encontrar a Dios, porque nos aproximamos a él con la actitud justa del
hombre que tiembla y se mantiene a distancia, en espera confiada. Nosotros,
sacerdotes, debemos aprender el temor filial de Dios y la sacralidad de nuestra
relación con él. Tenemos que aprender a conmovernos de estupor ante la santidad
de Dios y ante la gracia inaudita de nuestro sacerdocio. El silencio nos enseña
una importante regla de la vida espiritual: la familiaridad no favorece la
intimidad; al contrario, una justa distancia es condición para la comunión. Es
a través de la adoración que la humanidad marcha hacia el amor. El silencio
sagrado abre al silencio místico, lleno de intimidad amorosa. Bajo el yugo de
la razón secular, hemos olvidado que lo sagrado y el culto son las únicas
puertas de acceso a la vida espiritual. No vacilo en afirmar que el silencio
sagrado es una ley cardinal de toda celebración litúrgica. En efecto, nos
permite entrar en la participación del misterio celebrado. El Concilio Vaticano
II señala que el silencio es un excelente medio para favorecer la participación
del pueblo de Dios en la liturgia.
Los
padres conciliares querían poner de manifiesto lo que constituye una verdadera
participación litúrgica: la entrada en el misterio divino. Bajo el pretexto de
hacer más fácil el acceso a Dios, algunos han querido que todo en la liturgia
sea inmediatamente inteligible, racional, humano y horizontal. Pero, obrando
así, corremos el riesgo de reducir el misterio sagrado a buenos sentimientos.
So pretexto de pedagogía, ciertos sacerdotes se permiten comentarios interminables,
chatos y horizontales. ¿Temen estos
pastores que el silencio ante el Todopoderoso desvíe a los fieles? ¿Creen que
el Espíritu Santo no es capaz de abrir sus corazones a los misterios
difundiendo en ellos la luz de la gracia espiritual?
San
Juan Pablo II nos advierte: el hombre entra a participar de la presencia
divina, «sobre todo dejándose educar en un silencio de adoración, porque en la
cima del conocimiento y experiencia de Dios está su trascendencia absoluta».
El
silencio sagrado es un bien de los fieles y los clérigos no deben privarlos de
él.
El
silencio es la tela en la cual deberían ser cortadas nuestras liturgias. Así,
nada en ellas sabría romper la atmósfera silenciosa que es su clima natural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario