sábado, 22 de octubre de 2016

SAN JOSÉ SÁNCHEZ DEL RÍO, GRANDE COMO UN IGNACIO DE ANTIOQUÍA

Conmueve descubrir en el joven mártir cristero San José Sánchez del Río, canonizado recientemente por el Papa Francisco, aquella misma nobleza de espíritu que hallamos en los grandes mártires de la primera hora. Aunque separados por veinte siglos de distancia, pero contemporáneos por un idéntico amor sin límites a Jesucristo, resulta imposible no ver en la muerte heroica de San Joselito reminiscencias del grandioso martirio del Padre apostólico de Antioquía. Precisamente en vísperas de la fiesta de San Ignacio, el joven mártir mexicano fue inscrito en el catálogo de los santos.
Así, el mismo Espíritu que ponía en el corazón de Ignacio ansias de padecer y morir por Cristo, pone igualmente en el corazón de José Luis el deseo de defender, si es necesario con la entrega de la propia vida, los derechos de Cristo Rey sobre este mundo suyo –suyo porque lo ha creado con su Omnipotencia y recreado con su Sangre—.
«No voy a tener una oportunidad como ésta para llegar a Dios», escribe Ignacio en su carta a los romanos.  «Mamá, nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora», repite Joselito a su madre para obtener su consentimiento y poder unirse al ejército cristero. 

Ignacio teme un peligro: que algunos fieles de Roma, quizá más influyentes, puedan conseguir para él un indulto. Por eso dirá en su carta a los romanos: «Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras; para llegar a ser pan limpio de Cristo». A su vez, enterado Joselito de los esfuerzos de su familia para ofrecer un rescate por él, les hace saber que no paguen un solo centavo por su libertad. Prefiere morir antes que traicionar en lo más mínimo a Cristo Rey.
Es hecho prisionero a causa de un acto noble y heroico de caridad: cede su caballo al capitán de su menguado batallón, don Luis Guízar Morfín, diciendo: ─Mi general, aquí está mi caballo. Sálvese usted aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí─. Y a su madre escribe: «Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios».
Finalmente con la misma serena paz y alegría con que Ignacio navegó hacia Roma vigilado por soldados brutales y fieros como leopardos, Joselito caminó con sus pies desollados por los verdugos hacia la fosa que le habían preparado, vitoreando: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!».
Con toda la Iglesia proclamamos: «Te Martirum candidatus laudat exercitus», a ti, Dios nuestro, te alaba el blanco ejército de tus Mártires. La página sangrienta que acompaña toda la Historia de la Iglesia jamás podrá ser borrada; la escribe con caligrafía de oro el mismo Espíritu Santo a través de los siglos, y se convierte en semilla fecunda de santos y santas que adornan el jardín de Dios: la santa Iglesia Católica.

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