martes, 4 de octubre de 2016

AL AMPARO DE TUS ALAS


«¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no quisiste. Mirad, vuestra casa se os va a quedar desierta. Así pues, os aseguro que ya no me veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 23, 37-39). Y comenta San Juan Crisóstomo: «¡Cuánto amor no delata esta imagen de la gallina! Porque ardiente es el que esta ave tiene por sus polluelos. Esta imagen de las alas aparece en muchos pasajes de los profetas, en el cántico de Moisés y en los Salmos, y ninguna como ella para darnos a entender la mucha protección y providencia de Dios para con su pueblo» (Homilías sobre San Mateo, Homilía 74, 3). 
¡Qué desgracia pretender sustraerse al amparo y calor de Dios! En cambio, que lógico el consejo de un alma que procuró vivir permanentemente a la sombra de su Padre Dios: «Hombre libre, sujétate a voluntaria servidumbre para que Jesús no tenga que decir por ti aquello que cuentan que dijo por otros a la Madre Teresa: “Teresa, yo quise… Pero los hombres no han querido”» (San Josemaría Escrivá, Camino 761).

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