sábado, 30 de mayo de 2020

POSTRADOS ANTE EL PARÁCLITO


Acto de contrición
(Tomado del Decenario al Espíritu Santo
de Francisca Javiera del Valle)

¡O
h Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente; que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.

Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar estos seres para Ti tan deseados.

¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?

¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el fin para que fuimos criados.

¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
   
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres criaturas, tenemos por esencia la misma nada.

Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque no podemos tener vida sino en Ti.

¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!

¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me partiera el corazón en mil pedazos! ¡O que de un encendido amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!

Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido por quien sois, Dios infinito en bondades.

Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el último instante de mi vida y continúe después amándote por los siglos sin fin. Amén.

martes, 26 de mayo de 2020

ORACIÓN DE NEWMAN A SAN FELIPE NERI


En esta oración que Newman compuso a su «amado y santo Patrono» San Felipe Neri (forma parte de una novena que dejó inacabada), el santo inglés pide con sencillez de niño la abundancia de los dones del Espíritu Santo para alcanzar la vida eterna. Su plegaria fue atendida con creces.

«F
elipe, mi amado y santo Patrono, me pongo en tus manos, y por amor a Jesús, a causa de ese amor que te eligió y te hizo santo, te imploro que ruegues por mí, para que así como Él te ha llevado al cielo, me lleve también a mí al cielo en el momento debido.

Te pido especialmente me alcances una verdadera devoción, como la que tuviste, al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la siempre bendita Trinidad, para que así como El llenó milagrosamente tu corazón con su gracia en Pentecostés, yo también pueda a mi medida tener los dones necesarios para mi salvación.

Por tanto, te pido me alcances esos sus siete grandes dones, para que dispongan y exciten mi corazón hacia la fe y la virtud.

Implora para mí el don de la Sabiduría, para que pueda preferir el cielo a la tierra, y discernir la verdad de la falsedad.

El don de Entendimiento, por el cual pueda tener impresos en mi mente los misterios de su Palabra.

El don de Consejo, para que pueda ver mi camino en los momentos de perplejidad.

El don de Fortaleza, para que pueda combatir con mi enemigo con valentía y tenacidad.

El don de Ciencia, para ser capaz de dirigir todas mis acciones con pura intención a la gloria de Dios.

El don de Piedad, para hacerme devoto y hombre de conciencia.

Y el don del santo Temor, para hacerme sentir respeto, reverencia y sobriedad, en medio de todas mis bendiciones espirituales.

El más dulce de los Padres, Flor de pureza, Mártir de la caridad, ruega por mí»

(John H. Newman, Meditaciones y devociones, Buenos Aires 2007, p. 210).

domingo, 24 de mayo de 2020

PENDIÓ DEL MADERO Y AHORA ESTÁ SENTADO EN EL CIELO

Misal Romano de fines del siglo XVIII

En este breve sermón sobre la Ascensión del Señor, San Agustín esboza una de sus peculiares tesis sotereológicas: la muerte de Cristo como cebo tendido a Satanás para ruina suya y rescate nuestro. El demonio, al instigar la muerte de Cristo, el Cordero inmaculado e inocente, y regocijarse en ella, cometió tal injusticia que perdió todos «sus derechos» sobre la humanidad caída y sometida al imperio de la muerte.

* * *
«L
a glorificación de nuestro Señor Jesucristo llegó a su término con su resurrección y ascensión. Su resurrección la celebramos el domingo de Pascua, su ascensión la celebramos hoy. Uno y otro son días de fiesta para nosotros, pues resucitó para dejarnos una prueba de la resurrección, y ascendió para protegernos desde lo alto. Tenemos, pues, como Señor y Salvador nuestro a Jesucristo que, primero, pendió del madero y, ahora, está sentado en el cielo. Pendiendo del madero, pagó nuestro precio; sentado en el cielo, reúne lo que compró.

Una vez que haya reunido a todos, obra que realiza en el curso del tiempo, vendrá al final de los tiempos, según está escrito: Dios vendrá manifiestamente (Sal 49, 3). No vendrá encubierto, como la primera vez, sino al descubierto, según acaba de afirmarse. En efecto, convenía que viniese encubierto para ser juzgado, pero vendrá al descubierto para juzgar. Si hubiese venido al descubierto la primera vez, ¿quién hubiese osado juzgarle, mostrando a las claras quién era? Ya el mismo apóstol Pablo dice: Pues, si lo hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al rey de la gloria (1 Cor 2, 8). Y si a él no le hubiesen entregado a la muerte, no hubiese muerto la muerte. El diablo fue vencido en lo que era su trofeo. Él saltó de gozo cuando, sirviéndose de la seducción, arrojó al primer hombre a la muerte. Seduciéndolo, dio muerte al primer hombre; dando muerte al último, libró al primero de sus propios lazos.

La victoria de nuestro Señor Jesucristo se convirtió en plena con su resurrección y ascensión al cielo. Entonces se cumplió lo que habéis oído en la lectura del Apocalipsis: Venció el león de la tribu de Judá (Ap 5, 53). A él se le llama, a la vez, león y cordero: león por su fortaleza, cordero por su inocencia; león en cuanto invicto, cordero en cuanto manso. Este cordero degollado venció con su muerte al león que busca a quien devorar. También al diablo se le llama león por su fiereza, no por su valor. Dice el Apóstol Pedro: Conviene que estemos vigilantes contra las tentaciones, porque vuestro adversario el diablo ronda, buscando a quien devorar (1 Pr 5, 8). Indicó también cómo hace la ronda: Cual león rugiente ronda buscando a quien devorar. ¿Quién no iría a parar a los dientes de este león si no hubiera vencido el león de la tribu de Judá? Un león frente a otro león y un cordero frente al lobo. El diablo saltó de gozo cuando murió Cristo, y en la misma muerte de Cristo fue vencido el diablo. Como en una ratonera, se comió el cebo. Gozaba con la muerte cual si fuera el jefe de la muerte. Se le tendió como trampa lo que constituía su gozo. La trampa del diablo fue la muerte del Señor; el cebo para capturarle, la muerte del Señor. Ved que resucitó nuestro Señor Jesucristo. ¿Dónde queda la muerte que pendió del madero? ¿Dónde quedan los insultos de los judíos? ¿Dónde la hinchazón y soberbia de los que ante la cruz agitaban su cabeza y decían: Si es el Hijo de Dios, que baje de la cruz? (Mt 27, 40-42). Ved que hizo más de lo que le exigían ellos en chanza; en efecto, más es resucitar del sepulcro que descender del madero.

Y ahora, ¡qué gloria la suya al haber ascendido al cielo y estar sentado a la derecha del Padre! Por eso no lo vemos, como tampoco lo vimos colgar del madero, ni fuimos testigos de su resurrección del sepulcro. Todo esto lo creemos, lo vemos con los ojos del corazón. Se nos alabó por haber creído sin haber visto. A Cristo lo vieron también los judíos. Nada tiene de grande ver a Cristo con los ojos físicos; lo grandioso es creer en Cristo con los ojos del corazón. Si se nos presentase ahora Cristo, se parase ante nosotros, callado, ¿cómo sabríamos quién era? Y además, en caso de permanecer callado, ¿de qué nos aprovecharía? ¿No es mejor que, ausente, hable en el evangelio antes que, presente, esté callado? Y, sin embargo, no está ausente si se le aferra con el corazón. Cree en él y lo verás. No está ausente a tus ojos y posee tu corazón. Si estuviese ausente de nosotros, sería mentira lo que acabamos de oír: He aquí que yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos (Mt 28,20)». (San Agustín, Sermón 263).

Fuente: augustinus.it

viernes, 22 de mayo de 2020

UNA JUSTIFICADA INDIGNACIÓN

Fotografía del mismo artículo original


Reproduzco traducido al español un testimonio que, a modo de desahogo, publica Aldo Maria Valli en su blog Duc in Altum. Valli, conocido escritor y comunicador italiano, protesta contra el abusivo protocolo que los obispos italianos han suscrito con el gobierno para reabrir las iglesias al culto público. En ocasiones, sus columnas podrán parecer en exceso duras; no lo sé. Sí sé que son del todo sinceras: brotan del corazón de un hombre profundamente católico que carga con el dolor de contemplar la Iglesia abandonada y humillada por quienes más deberían guardarla y exaltarla. De aquí nuestra solidaridad.

Una palabra al día / Guante
Por Aldo Maria Valli

E
s difícil expresar en una sola palabra la mezcla de tristeza, indignación y consternación que siento cuando, durante la Santa Misa, veo al celebrante ponerse el guante de látex antes de distribuir el Santísimo Sacramento de la Eucaristía en las manos de los fieles.

Se podría hacer una larga lista de razones higiénicas, médicas, científicas, teológicas y jurídicas por las que esta práctica indigna (uso del guante, comunión en la mano) resulta simplemente grotesca, una deformación desde todos los puntos de vista, una degeneración de la que el Enemigo ciertamente se está regocijando.

Lo que no puedo entender es que la gran mayoría de los sacerdotes y fieles acepten todo esto sin pestañear e, incluso, encuentren razones para apoyar tal barbarie. ¿Y qué decir de los obispos?

Lo que está sucediendo confirma que una crisis de la fe y una crisis de la razón van de la mano y se alimentan mutuamente. Nos hemos vuelto locos en la medida en que hemos dejado de creer. Lo absurdidad del punto de vista higiénico y la profanación son dos caras de la misma moneda.

¿Cómo va Nuestro Señor a soportar el ultraje, ahora que con un guante hemos lanzado un reto tan indecente?

A.M.V.



jueves, 21 de mayo de 2020

SAN BERNARDINO DE SIENA, PREDICADOR DEL NOMBRE DE JESUS

San Bernardino del Greco

El nombre de Jesús en labios de los santos tiene una fuerza y encanto sin igual. San Bernardino de Siena, insigne predicador franciscano en la Italia renacentista, hizo del Santo Nombre de Jesús un tema predilecto de sus sermones. Sirviéndose de su vasta formación religiosa y humanista, también supo dar formas plásticas a su enseñanza con mucho provecho para las almas. Hizo del anagrama cristológico IHS (interpretado popularmente como Iesus Hominum Salvator, Jesús Salvador de los hombres) un verdadero estandarte de su predicación: lo mandó pintar en letras doradas para llevarlo como bandera en sus viajes, y así logró que fuera reproducido en casas, iglesias y edificios públicos. En sus sermones se perciben destellos de esa sublime doctrina paulina sobre la fuerza redentora del nombre del Salvador. 

«E
l nombre de Jesús es el esplendor de los predicadores, ya que su luminoso resplandor es el que hace que su palabra sea anunciada y escuchada. ¿Cuál es la razón de que la luz de la fe se haya difundido por todo el orbe de modo tan súbito y ferviente sino la predicación de este nombre? ¿Acaso no es por la luz y la atracción del nombre de Jesús que Dios nos llamó a la luz maravillosa? A los que de este modo hemos sido iluminados, y en esta luz vemos la luz, dice con razón el Apóstol: Un tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor: caminad como hijos de la luz.

Por lo tanto, este nombre debe ser publicado para que brille, no puede quedar escondido. Pero no puede ser predicado con un corazón manchado o una boca impura, sino que ha de ser colocado y mostrado en un vaso escogido. Por esto dice el Señor, refiriéndose al Apóstol: Éste es un vaso que me he escogido yo para que lleve mi nombre a los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel. Un vaso —dice— que me he escogido, como aquellos vasos escogidos en que se expone a la venta una bebida de agradable sabor, para que el brillo y esplendor del recipiente invite a beber de ella; para que lleve —dice— mi nombre.

En efecto, del mismo modo que un campo, cuando se enciende fuego en él, queda limpio de todas las zarzas y espinas secas e inútiles, y así como, al salir el sol y disiparse las tinieblas, se esconden los asaltantes, los maleantes nocturnos y los que entran a robar en las casas, así la predicación de Pablo a los pueblos, semejante al fragor de un gran trueno o a un fuego que irrumpe con fuerza o a la luz de un sol que nace esplendoroso, destruía la infidelidad, aniquilaba la falsedad, hacía brillar la verdad, como cuando la cera se derrite al calor de un fuego ardiente.

Él llevaba por todas partes el nombre de Jesús, con sus palabras, con sus cartas, con sus milagros y ejemplos. Alababa siempre el nombre de Jesús, y lo llamaba en su súplica. El Apóstol llevaba este nombre como una luz, a los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel, y con él iluminaba las naciones, proclamando por doquier aquellas palabras: La noche va pasando, el día está encima; desnudémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos de las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Mostraba a todos la lámpara que arde y que ilumina sobre el candelero, anunciando en todo lugar a Jesucristo, y éste crucificado.

De ahí que la Iglesia, esposa de Cristo, apoyada siempre en su testimonio, se alegre, diciendo con el salmista: Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas, es decir, que las relataba siempre. A esto mismo exhorta el salmista, cuando dice: Cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su salvación, es decir, proclamad a Jesús, el salvador enviado por Dios». (De los Sermones de San Bernardino de Siena, presbítero (Sermón 49, Sobre el glorioso nombre de Jesucristo, cap. 2; Opera omnia 4, 505-506).

Fuente: vatican.va 


sábado, 16 de mayo de 2020

LA MISA, CORAZÓN DE LA CULTURA CRISTIANA


Releo algunas páginas de la conocida obra de John Senior sobre la restauración de la cultura cristiana. Y a poco andar en su lectura, vuelvo a impresionarme con esta sorprendente aseveración del autor: «¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa». Se trata ciertamente de una afirmación envuelta en un halo de lirismo espiritual, pero cargada de una misteriosa profundidad teológica y antropológica. Percibo que cualquier intento por restaurar la cultura cristiana debe comenzar por la restauración de la Misa católica, fuente viva que ha inspirado las realizaciones más sublimes del hombre creyente. La banalidad en el culto y la mera funcionalidad como criterio de comportamiento ante lo sagrado son dinamita en los cimientos mismos de nuestra cultura cristiana.


«N
uestra acción, cualquier cosa que hagamos en el orden político y social, debe tener su fundamento indispensable en la oración, el corazón de la cual es el santo sacrificio de la Misa, plegaria perfecta de Cristo mismo, sacerdote y víctima, en la cual el sacrificio del Calvario se hace presente de un modo incruento. ¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa. Ésta no es mi opinión personal o de alguna otra persona, o una teoría o un deseo, sino el hecho central en dos mil años de historia. La Cristiandad, que el secularismo llama Civilización Occidental, es la Misa y todo el aparato que la protege y favorece. Toda la arquitectura, el arte, las instituciones políticas y sociales, toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pensar de los pueblos, su música y su literatura, todas estas realidades, cuando son buenas, son medios de favorecer y de proteger el santo sacrificio de la Misa. Para celebrar la Misa es necesario un altar, y sobre el altar un techo, por si llueve. Para reservar el Santísimo Sacramento, construimos una pequeña Casa de Oro, y sobre ella una Torre de Marfil con una campana y un jardín alrededor con rosas y lirios de pureza, emblemas todos de la Virgen María –Rosa Mystica, Turris Davidica, Turris Eburnea, Domus Aurea–, que llevó su Cuerpo y su Sangre en su seno, Cuerpo de su cuerpo, Sangre de su sangre. Alrededor de la iglesia y del jardín donde enterramos a los fieles difuntos, viven los que se ocupan de ella: el sacerdote y los religiosos cuyo trabajo es la oración, y que conservan el misterio de la fe en ese tabernáculo de música y palabras que es el Oficio Divino. Y en torno a ellos, se reúnen los fieles que participan del culto divino y realizan los otros trabajos necesarios para perpetuar y hacer posible el Sacrificio: producen el alimento y confeccionan el vestido, construyen y salvaguardan la paz, para que las próximas generaciones puedan vivir por Él, por quien el Sacrificio continuará hasta la consumación de los siglos». (John Senior, Las restauración de la cultura cristiana, Ed. Vórtice, Buenos Aires 2016, p. 31-32).

domingo, 10 de mayo de 2020

LA INCONSISTENTE GLORIA DE ESTE MUNDO


Los pocos días que separan la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, aclamado por la muchedumbre como Rey bendito e Hijo de David, y su afrentosa muerte, vociferada por un gentío que ahora lo desprecia y pospone a un bandido, inspira en Fray Luis de Granada una honda reflexión ascética sobre la miseria e inconsistencia de los halagos del mundo. Con su habitual maestría literaria y espiritual, Fray Luis nos presenta la gloria del mundo como una tiranía implacable y seductora, pero que finalmente traiciona a cuantos le han rendido pleitesía.

«T
ienes también aquí un grande argumento y motivo para despreciar la gloria  del mundo, tras que los hombres andan tan perdidos, y por cuya causa hacen tantos extremos ¿Quieres, pues, ver en qué se debe estimar esa gloria? Pon los ojos en esta honra que aquí hace el mundo a este Señor, y verás que el mismo mundo que hoy le recibió con tanta honra, de ahí a cinco días lo tuvo por peor que Barrabás, y le pidió la muerte, y dio contra Él voces diciendo: «Crucifícalo, crucifícalo».

De manera que el que hoy le predicaba por hijo de David, que es por el más Santo de los Santos, mañana le tiene por el peor de los hombres y por más indigno de la vida que Barrabás.

Pues ¿qué ejemplo más claro para ver lo que es la gloria del mundo y en lo que se deben estimar los testimonios y juicios de los hombres? ¿Qué cosa más liviana, más antojadiza, más ciega, más desleal e inconstante en sus pareceres que el juicio y testimonio de este mundo?


El Bosco, Ecce Homo (c. 1480)

Hoy dice, y mañana desdice; hoy alaba, y mañana blasfema; hoy livianamente os levanta sobre las nubes, y mañana con mayor liviandad os sume en los abismos; hoy dice que sois hijo de David, mañana dice que sois peor que Barrabás.

Tal es el juicio de esta bestia de muchas cabezas y de este engañoso monstruo que ninguna fe, ni lealtad, ni verdad guarda con nadie, y ninguna virtud ni valor mide sino con su propio interés. No es bueno sino quien es para con él pródigo, aunque sea pagano, y no es malo sino el que le trata como él merece, aunque haga milagros, porque no tiene otro peso para medir la virtud sino sólo su interés.

Pues ¿qué diré de sus mentiras, y engaños? ¿A quién jamás guardó fielmente su palabra? ¿A quién dio lo que prometió? ¿Con quién tuvo amistad perpetua? ¿A quién conservó mucho tiempo lo que le dio? ¿A quién jamás vendió vino que no se lo diese aguado con mil zozobras?

Sólo esto tiene de constante y de fiel:  que a ninguno fue fiel. Éste es aquel falso Judas que, besando a sus amigos, los entrega a la muerte. Éste es aquél traidor de Joab que, abrazando al que saludaba como amigo, secretamente le metió la espada por el cuerpo. Pregona vino y vende vinagre; promete paz y tiene de secreto armada la guerra.

Malo de conservar, peor de alcanzar, peligroso para tener y dificultoso de dejar.

¡Oh mundo perverso, prometedor falso, engañador cierto, amigo fingido, enemigo verdadero, lisonjeador público, traidor secreto, en los principios dulce, en los dejos amargo, en la cara blando, en las manos cruel, en las dádivas escaso, en los dolores pródigo, al parecer algo, de dentro vacío, por de fuera florido y debajo de la flor espinoso!». (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Madrid 1990, p. 101).



viernes, 1 de mayo de 2020

ABRID LAS IGLESIAS

Imagen de un artículo publicado en catholicherald.co.uk

Reproducimos una interesante columna aparecida ayer en el diario La Tercera de Santiago de Chile. El destacado periodista y profesor de comunicación Juan Ignacio Brito, une su voz al clamor de tantos otros creyentes que se dirigen a sus autoridades con similar súplica: ¡Sed consecuentes: Abrid las iglesias! ¡Abrid profusamente las fuentes de la gracia a los corazones sedientos! Con un poco de buena voluntad, se puede.

ABRAN LAS IGLESIAS
Por Juan Ignacio Brito, periodista
Fuente: latercera.com 

“Desconfinamiento” es la palabra de moda. Después de semanas de cierre obligado, se experimenta con reabrir centros comerciales, se proponen planes de “retorno seguro” a clases y se discute cómo cuadrar el calendario electoral. Hasta los manifestantes tratan de recuperar en la Plaza Baquedano el impulso perdido a raíz de la pandemia.

Mientras tanto, las iglesias siguen cerradas. Hay justa inquietud por el efecto económico de la crisis, así como por las consecuencias del encierro en la salud mental, la enseñanza escolar y universitaria, los hábitos de consumo, la convivencia familiar, la práctica deportiva, la alimentación, etc. A pocos parece preocupar, en cambio, que una porción importante de los chilenos esté impedida de asistir a templos y recibir los sacramentos.

Es obvio que las iglesias deben acatar las disposiciones sanitarias, en especial las que se refieren al distanciamiento social y las aglomeraciones que pueden provocar el contagio. Pero también lo es que existen maneras de rendir culto sin violar esas normas. Actuando en contra de esta obviedad, la Corte Suprema dio la semana pasada un portazo a un recurso de protección presentado por laicos católicos de Los Ángeles, quienes pedían a la justicia dejar sin efecto una orden arbitraria del seremi de Salud del Biobío que ordenó clausurar todas las iglesias de esa diócesis.

Como el cierre generalizado de iglesias ocurre en medio del silencio de la mayoría de los obispos, los laicos han debido arreglárselas como han podido. Un colegio católico santiaguino, por ejemplo, decidió impartir algunos sacramentos. La medida permitió que cientos de fieles que no habían podido confesarse ni comulgar lograran hacerlo. Sin embargo, varios informativos y matinales de televisión “denunciaron” la medida, pese a que las imágenes que ellos mismos emitieron mostraban a fieles y sacerdotes respetando estrictamente las disposiciones de higiene y distanciamiento.

La imposibilidad de recibir los sacramentos o de orar frente a Cristo sacramentado equivale a una amputación, pues cercena una dimensión clave de la persona humana. Es por esa razón que nuestro ordenamiento constitucional y los compromisos internacionales a los que adhiere el Estado chileno en materia de derechos humanos reconocen la libertad religiosa como una garantía que no puede ser conculcada.

Para los creyentes, la fe no es una opción, sino una necesidad más prioritaria que los requerimientos materiales que ahora están en proceso de desconfinamiento. Por ello, la autoridad civil y religiosa debe facilitar la reapertura de las iglesias, cuidando que ellas no se conviertan en foco de contagio, pero terminando con la cuarentena en que se halla la práctica religiosa.