Imagen de un artículo publicado en catholicherald.co.uk
Reproducimos
una interesante columna aparecida ayer en el diario La Tercera de Santiago de
Chile. El destacado periodista y profesor de comunicación Juan Ignacio Brito, une su voz al clamor de tantos otros creyentes que se dirigen a sus autoridades
con similar súplica: ¡Sed consecuentes: Abrid las iglesias! ¡Abrid profusamente
las fuentes de la gracia a los corazones sedientos! Con un poco de buena voluntad, se puede.
ABRAN
LAS IGLESIAS
Por
Juan Ignacio Brito, periodista
Fuente: latercera.com
“Desconfinamiento”
es la palabra de moda. Después de semanas de cierre obligado, se experimenta
con reabrir centros comerciales, se proponen planes de “retorno seguro” a
clases y se discute cómo cuadrar el calendario electoral. Hasta los
manifestantes tratan de recuperar en la Plaza Baquedano el impulso perdido a
raíz de la pandemia.
Mientras
tanto, las iglesias siguen cerradas. Hay justa inquietud por el efecto
económico de la crisis, así como por las consecuencias del encierro en la salud
mental, la enseñanza escolar y universitaria, los hábitos de consumo, la
convivencia familiar, la práctica deportiva, la alimentación, etc. A pocos
parece preocupar, en cambio, que una porción importante de los chilenos esté
impedida de asistir a templos y recibir los sacramentos.
Es
obvio que las iglesias deben acatar las disposiciones sanitarias, en especial
las que se refieren al distanciamiento social y las aglomeraciones que pueden
provocar el contagio. Pero también lo es que existen maneras de rendir culto
sin violar esas normas. Actuando en contra de esta obviedad, la Corte Suprema
dio la semana pasada un portazo a un recurso de protección presentado por
laicos católicos de Los Ángeles, quienes pedían a la justicia dejar sin efecto
una orden arbitraria del seremi de Salud del Biobío que ordenó clausurar todas
las iglesias de esa diócesis.
Como
el cierre generalizado de iglesias ocurre en medio del silencio de la mayoría
de los obispos, los laicos han debido arreglárselas como han podido. Un colegio
católico santiaguino, por ejemplo, decidió impartir algunos sacramentos. La
medida permitió que cientos de fieles que no habían podido confesarse ni
comulgar lograran hacerlo. Sin embargo, varios informativos y matinales de
televisión “denunciaron” la medida, pese a que las imágenes que ellos mismos
emitieron mostraban a fieles y sacerdotes respetando estrictamente las
disposiciones de higiene y distanciamiento.
La
imposibilidad de recibir los sacramentos o de orar frente a Cristo sacramentado
equivale a una amputación, pues cercena una dimensión clave de la persona
humana. Es por esa razón que nuestro ordenamiento constitucional y los
compromisos internacionales a los que adhiere el Estado chileno en materia de
derechos humanos reconocen la libertad religiosa como una garantía que no puede
ser conculcada.
Para
los creyentes, la fe no es una opción, sino una necesidad más prioritaria que
los requerimientos materiales que ahora están en proceso de desconfinamiento.
Por ello, la autoridad civil y religiosa debe facilitar la reapertura de las
iglesias, cuidando que ellas no se conviertan en foco de contagio, pero
terminando con la cuarentena en que se halla la práctica religiosa.
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