Releo
algunas páginas de la conocida obra de John Senior sobre la restauración de la
cultura cristiana. Y a poco andar en su lectura, vuelvo a impresionarme con esta
sorprendente aseveración del autor: «¿Qué es la cultura cristiana?
Esencialmente la Misa». Se trata ciertamente de una afirmación envuelta en un
halo de lirismo espiritual, pero cargada de una misteriosa profundidad
teológica y antropológica. Percibo que cualquier intento por restaurar la cultura cristiana
debe comenzar por la restauración de la Misa católica, fuente viva que ha
inspirado las realizaciones más sublimes del hombre creyente. La banalidad en
el culto y la mera funcionalidad como criterio de comportamiento ante lo
sagrado son dinamita en los cimientos mismos de nuestra cultura cristiana.
«N
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uestra
acción, cualquier cosa que hagamos en el orden político y social, debe tener su
fundamento indispensable en la oración, el corazón de la cual es el santo
sacrificio de la Misa, plegaria perfecta de Cristo mismo, sacerdote y víctima,
en la cual el sacrificio del Calvario se hace presente de un modo incruento.
¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa. Ésta no es mi opinión
personal o de alguna otra persona, o una teoría o un deseo, sino el hecho
central en dos mil años de historia. La Cristiandad, que el secularismo llama
Civilización Occidental, es la Misa y todo el aparato que la protege y
favorece. Toda la arquitectura, el arte, las instituciones políticas y
sociales, toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pensar de los
pueblos, su música y su literatura, todas estas realidades, cuando son buenas,
son medios de favorecer y de proteger el santo sacrificio de la Misa. Para
celebrar la Misa es necesario un altar, y sobre el altar un techo, por si llueve.
Para reservar el Santísimo Sacramento, construimos una pequeña Casa de Oro, y
sobre ella una Torre de Marfil con una campana y un jardín alrededor con rosas
y lirios de pureza, emblemas todos de la Virgen María –Rosa Mystica, Turris
Davidica, Turris Eburnea, Domus Aurea–, que llevó su Cuerpo y su Sangre en
su seno, Cuerpo de su cuerpo, Sangre de su sangre. Alrededor de la iglesia y
del jardín donde enterramos a los fieles difuntos, viven los que se ocupan de
ella: el sacerdote y los religiosos cuyo trabajo es la oración, y que conservan
el misterio de la fe en ese tabernáculo de música y palabras que es el Oficio
Divino. Y en torno a ellos, se reúnen los fieles que participan del culto
divino y realizan los otros trabajos necesarios para perpetuar y hacer posible
el Sacrificio: producen el alimento y confeccionan el vestido, construyen y
salvaguardan la paz, para que las próximas generaciones puedan vivir por Él,
por quien el Sacrificio continuará hasta la consumación de los siglos». (John
Senior, Las restauración de la cultura cristiana, Ed. Vórtice, Buenos
Aires 2016, p. 31-32).
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