sábado, 16 de mayo de 2020

LA MISA, CORAZÓN DE LA CULTURA CRISTIANA


Releo algunas páginas de la conocida obra de John Senior sobre la restauración de la cultura cristiana. Y a poco andar en su lectura, vuelvo a impresionarme con esta sorprendente aseveración del autor: «¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa». Se trata ciertamente de una afirmación envuelta en un halo de lirismo espiritual, pero cargada de una misteriosa profundidad teológica y antropológica. Percibo que cualquier intento por restaurar la cultura cristiana debe comenzar por la restauración de la Misa católica, fuente viva que ha inspirado las realizaciones más sublimes del hombre creyente. La banalidad en el culto y la mera funcionalidad como criterio de comportamiento ante lo sagrado son dinamita en los cimientos mismos de nuestra cultura cristiana.


«N
uestra acción, cualquier cosa que hagamos en el orden político y social, debe tener su fundamento indispensable en la oración, el corazón de la cual es el santo sacrificio de la Misa, plegaria perfecta de Cristo mismo, sacerdote y víctima, en la cual el sacrificio del Calvario se hace presente de un modo incruento. ¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa. Ésta no es mi opinión personal o de alguna otra persona, o una teoría o un deseo, sino el hecho central en dos mil años de historia. La Cristiandad, que el secularismo llama Civilización Occidental, es la Misa y todo el aparato que la protege y favorece. Toda la arquitectura, el arte, las instituciones políticas y sociales, toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pensar de los pueblos, su música y su literatura, todas estas realidades, cuando son buenas, son medios de favorecer y de proteger el santo sacrificio de la Misa. Para celebrar la Misa es necesario un altar, y sobre el altar un techo, por si llueve. Para reservar el Santísimo Sacramento, construimos una pequeña Casa de Oro, y sobre ella una Torre de Marfil con una campana y un jardín alrededor con rosas y lirios de pureza, emblemas todos de la Virgen María –Rosa Mystica, Turris Davidica, Turris Eburnea, Domus Aurea–, que llevó su Cuerpo y su Sangre en su seno, Cuerpo de su cuerpo, Sangre de su sangre. Alrededor de la iglesia y del jardín donde enterramos a los fieles difuntos, viven los que se ocupan de ella: el sacerdote y los religiosos cuyo trabajo es la oración, y que conservan el misterio de la fe en ese tabernáculo de música y palabras que es el Oficio Divino. Y en torno a ellos, se reúnen los fieles que participan del culto divino y realizan los otros trabajos necesarios para perpetuar y hacer posible el Sacrificio: producen el alimento y confeccionan el vestido, construyen y salvaguardan la paz, para que las próximas generaciones puedan vivir por Él, por quien el Sacrificio continuará hasta la consumación de los siglos». (John Senior, Las restauración de la cultura cristiana, Ed. Vórtice, Buenos Aires 2016, p. 31-32).

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