Los
pocos días que separan la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, aclamado por la muchedumbre como Rey bendito e Hijo de David, y su afrentosa muerte, vociferada por
un gentío que ahora lo desprecia y pospone a un bandido, inspira en Fray Luis de
Granada una honda reflexión ascética sobre la miseria e inconsistencia de los halagos del mundo. Con su habitual maestría literaria y espiritual, Fray
Luis nos presenta la gloria del mundo como una tiranía implacable y seductora, pero
que finalmente traiciona a cuantos le han rendido pleitesía.
«T
|
ienes
también aquí un grande argumento y motivo para despreciar la gloria del mundo, tras que los hombres andan tan
perdidos, y por cuya causa hacen tantos extremos ¿Quieres, pues, ver en qué se
debe estimar esa gloria? Pon los ojos en esta honra que aquí hace el mundo a
este Señor, y verás que el mismo mundo que hoy le recibió con tanta honra, de
ahí a cinco días lo tuvo por peor que Barrabás, y le pidió la muerte, y dio
contra Él voces diciendo: «Crucifícalo, crucifícalo».
De
manera que el que hoy le predicaba por hijo de David, que es por el más Santo
de los Santos, mañana le tiene por el peor de los hombres y por más indigno de
la vida que Barrabás.
Pues
¿qué ejemplo más claro para ver lo que es la gloria del mundo y en lo que se
deben estimar los testimonios y juicios de los hombres? ¿Qué cosa más liviana,
más antojadiza, más ciega, más desleal e inconstante en sus pareceres que el
juicio y testimonio de este mundo?
El
Bosco, Ecce Homo (c. 1480)
Hoy
dice, y mañana desdice; hoy alaba, y mañana blasfema; hoy livianamente os
levanta sobre las nubes, y mañana con mayor liviandad os sume en los abismos;
hoy dice que sois hijo de David, mañana dice que sois peor que Barrabás.
Tal
es el juicio de esta bestia de muchas cabezas y de este engañoso monstruo que
ninguna fe, ni lealtad, ni verdad guarda con nadie, y ninguna virtud ni valor
mide sino con su propio interés. No es bueno sino quien es para con él pródigo,
aunque sea pagano, y no es malo sino el que le trata como él merece, aunque
haga milagros, porque no tiene otro peso para medir la virtud sino sólo su interés.
Pues
¿qué diré de sus mentiras, y engaños? ¿A quién jamás guardó fielmente su
palabra? ¿A quién dio lo que prometió? ¿Con quién tuvo amistad perpetua? ¿A
quién conservó mucho tiempo lo que le dio? ¿A quién jamás vendió vino que no se
lo diese aguado con mil zozobras?
Sólo
esto tiene de constante y de fiel: que a ninguno fue fiel. Éste es aquel
falso Judas que, besando a sus amigos, los entrega a la muerte. Éste es aquél
traidor de Joab que, abrazando al que saludaba como amigo, secretamente le
metió la espada por el cuerpo. Pregona vino y vende vinagre; promete paz y
tiene de secreto armada la guerra.
Malo
de conservar, peor de alcanzar, peligroso para tener y dificultoso de dejar.
¡Oh
mundo perverso, prometedor falso, engañador cierto, amigo fingido, enemigo
verdadero, lisonjeador público, traidor secreto, en los principios dulce, en
los dejos amargo, en la cara blando, en las manos cruel, en las dádivas escaso,
en los dolores pródigo, al parecer algo, de dentro vacío, por de fuera florido
y debajo de la flor espinoso!». (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo,
Madrid 1990, p. 101).
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