domingo, 27 de diciembre de 2015

LA ESCUELA DE NAZARET

“Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.” 
(Beato Pablo VI, Alocución en Nazaret, 5 de enero de 1964)

miércoles, 23 de diciembre de 2015

LA PUERTA SANTA DE LA ENCARNACIÓN

En el admirable y viejo himno mariano conocido con el nombre de Akáthistos, que significa “no sentado” porque se canta de pie como signo de alegría y alabanza a la Virgen, nos encontramos con este significativo saludo a la Madre de Dios: Salve, ¡oh Puerta única por la cual sólo ha pasado el Verbo!  
En el Año Santo de la Misericordia y ante la inminencia de la Navidad, nos sentimos inclinados a contemplar en la Virgen Madre la puerta santa que atravesó Dios para entrar en este mundo y derramar sobre él los innumerables tesoros de su gracia. A ella, Madre de Misericordia, deseamos saludar con estos hermosos versos del Akáthistos:
Salve, ¡oh Puerta única por la cual sólo ha pasado el Verbo!
Salve, ¡Escalera celestial por la que Dios descendió a la tierra!
Salve, ¡oh Puente que pasas a los mortales de la tierra al cielo!

miércoles, 16 de diciembre de 2015

LECCIONES DE ADVIENTO

El Oficio de lecturas del tercer domingo de adviento nos ofrece parte de un espléndido sermón de San Agustín, en que se señala cómo la humildad de Juan, voz que anuncia la aparición pública del Verbo hecho carne, fue esencial para cumplir su misión y preparar los corazones a recibir al Salvador. Sin esa profunda humildad toda su labor hubiera terminado en la más penosa esterilidad; solo el camino de la humildad nos conduce derechamente al encuentro del Mesías.
Dice el Santo doctor:

 “...Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta.
Y cuando le preguntaron: ¿Quién eres? respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto: ¡Allanad el camino del Señor! La voz que grita en el desierto, la voz que rompe el silencio. Allanad el camino del Señor, como si dijera: «Yo resueno para introducir la palabra en el corazón; pero ésta no se dignará venir a donde yo trato de introducirla, si no le allanáis el camino».
¿Qué quiere decir: Allanad el camino, sino: «Suplicad debidamente»? ¿Qué significa: Allanad el camino, sino: «Pensad con humildad»? Aprended del mismo Juan un ejemplo de humildad. Le tienen por el Mesías, y niega serlo; no se le ocurre emplear el error ajeno en beneficio propio.
Si hubiera dicho: «Yo soy el Mesías», ¿cómo no lo hubieran creído con la mayor facilidad, si ya le tenían por tal antes de haberlo dicho? Pero no lo dijo: se reconoció a sí mismo, no permitió que lo confundieran, se humilló a sí mismo.
Comprendió dónde tenía su salvación; comprendió que no era más que una antorcha, y temió que el viento de la soberbia la pudiese apagar”. (De los sermones de san Agustín; sermón 293, 3)

lunes, 30 de noviembre de 2015

ANDRÉS, APÓSTOL DE LA CRUZ

Extracto de la catequesis que Benedicto XVI dedicó al Apóstol Andrés, el 14 de junio de 2006.

“Una tradición sucesiva, a la que he aludido, narra la muerte de Andrés en Patrás, donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Ahora bien, en aquel momento supremo, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz distinta de la de Jesús. En su caso se trató de una cruz en forma de aspa, es decir, con los dos maderos cruzados en diagonal, que por eso se llama "cruz de san Andrés".
Según un relato antiguo —inicios del siglo VI—, titulado "Pasión de Andrés", en esa ocasión el Apóstol habría pronunciado las siguientes palabras: "¡Salve, oh Cruz, inaugurada por medio del cuerpo de Cristo, que te has convertido en adorno de sus miembros, como si fueran perlas preciosas! Antes de que el Señor subiera a ti, provocabas un miedo terreno. Ahora, en cambio, dotada de un amor celestial, te has convertido en un don. Los creyentes saben cuánta alegría posees, cuántos regalos tienes preparados. Por tanto, seguro y lleno de alegría, vengo a ti para que también tú me recibas exultante como discípulo de quien fue colgado de ti... ¡Oh cruz bienaventurada, que recibiste la majestad y la belleza de los miembros del Señor!... Tómame y llévame lejos de los hombres y entrégame a mi Maestro para que a través de ti me reciba quien por medio de ti me redimió. ¡Salve, oh cruz! Sí, verdaderamente, ¡salve!".
Como se puede ver, hay aquí una espiritualidad cristiana muy profunda que, en vez de considerar la cruz como un instrumento de tortura, la ve como el medio incomparable para asemejarse plenamente al Redentor, grano de trigo que cayó en tierra. Debemos aprender aquí una lección muy importante: nuestras cruces adquieren valor si las consideramos y aceptamos como parte de la cruz de Cristo, si las toca el reflejo de su luz. Sólo gracias a esa cruz también nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y adquieren su verdadero sentido.
Así pues, que el apóstol Andrés nos enseñe a seguir a Jesús con prontitud (cf. Mt 4, 20; Mc 1, 18), a hablar con entusiasmo de él a aquellos con los que nos encontremos, y sobre todo a cultivar con él una relación de auténtica familiaridad, conscientes de que sólo en él podemos encontrar el sentido último de nuestra vida y de nuestra muerte”. (Benedicto XVI, Audiencia general, miércoles 14 de junio de 2006)

domingo, 1 de noviembre de 2015

CON EL CORAZÓN ANCLADO EN EL CIELO

Copio un hermoso párrafo de una homilía pronunciada por el Papa Francisco el 1 de noviembre de 2013, en el Cementerio romano del Verano.


“Hemos escuchado en la segunda Lectura lo que el apóstol Juan decía a sus discípulos: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce... Somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3, 1-2). Ver a Dios, ser semejantes a Dios: ésta es nuestra esperanza. Y hoy, precisamente en el día de los santos y antes del día de los muertos, es necesario pensar un poco en la esperanza: esta esperanza que nos acompaña en la vida. Los primeros cristianos pintaban la esperanza con un ancla, como si la vida fuese el ancla lanzada a la orilla del Cielo y todos nosotros en camino hacia esa orilla, agarrados a la cuerda del ancla. Es una hermosa imagen de la esperanza: tener el corazón anclado allí donde están nuestros antepasados, donde están los santos, donde está Jesús, donde está Dios. Esta es la esperanza que no decepciona; hoy y mañana son días de esperanza”.

Fuente: vatican.va

jueves, 29 de octubre de 2015

LA PEDAGOGÍA DE LA ANTIGUA LITURGIA

Presentamos en castellano un extracto de la homilía que Mons. Guido Pozzo, Secretario de la Comisión Ecclesia Dei, pronunció el pasado 23 de octubre en la iglesia de Santa María in Campitelli, con ocasión de la peregrinación Summorum Pontificum a Roma.

“¿Dónde se puede por otra parte vivir, contemplar e interiorizar, de modo privilegiado y seguro, el encuentro con el misterio divino?
La grandeza de la liturgia no consiste en ofrecer una diversión espiritual, por muy grata que sea, sino en dejar que nos toque el misterio de Dios que se hace presente a nosotros, pues por nuestras solas fuerzas no conseguiríamos aproximarnos a él.
La celebración de la Santa Misa en el rito romano tradicional pone en evidencia elementos y aspectos indispensables para hacernos percibir la sacralidad del Rito, la presencia real de Cristo, el carácter sacrificial de la Misa que es, precisamente, el sacrificio de Cristo. Todo esto ayuda en la construcción del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
La liturgia antigua no es una reliquia del pasado sino una realidad viva de la Iglesia que contribuye a hacer actual el patrimonio de santidad y de oración que la Tradición nos transmite.
La celebración de la Santa Misa según la liturgia tradicional nos hace también tomar una mejor conciencia de que la razón de ser de la liturgia es la adoración del misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La grandeza de la liturgia y su fuerza residen en la educación de los creyentes a la adoración: solo en la adoración puede madurar la experiencia  profunda de un verdadero encuentro con el Dios vivo. En el acto de adoración también madura la misión social de la eucaristía, que no solo estrecha las distancias entre Dios y nosotros, sino que tiende también a derribar las fronteras que nos separan unos de otros y que impiden la reconciliación fraterna y el buen entendimiento entre los hombres.
Durante vuestra peregrinación romana, ahora que está a punto de abrirse el año jubilar de la misericordia, proclamad en voz alta la profesión de nuestra fe católica. Creemos con una certeza firme que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Firmes en esta segura confianza, nosotros nos confiamos a Él: Cristo presente en medio de nosotros vence la potencia del Maligno y la Iglesia, como comunidad visible de su misericordia, permanece como el signo de nuestra reconciliación definitiva con el Padre”.

sábado, 24 de octubre de 2015

EVANGELIO DEL SUFRIMIENTO Y FAMILIA. UN SORPRENDENTE TESTIMONIO DE SAN JUAN PABLO II

A finales de mayo de 1994, Juan Pablo II regresaba al Vaticano después de haber estado internado casi un mes en el hospital Gemelli de Roma. Ese año el Santo Padre lo había dedicado a la familia, sobre la que entonces también se cernían densos e inquietantes nubarrones. Durante el Ángelus del domingo 29 de mayo, el Santo Padre hizo una impactante confidencia –poco frecuente en él- sobre el sentido del sufrimiento padecido, asociándolo al futuro de la familia. Un texto digno de meditación ahora que está por concluir el Sínodo sobre la familia.

"Por medio de María quisiera expresar hoy mi gratitud por este don del sufrimiento, asociado nuevamente al mes mariano de mayo. Quiero agradecer este don. He comprendido que es un don necesario. El Papa debía estar en el hospital; debía estar ausente de esta ventana durante cuatro semanas; del mismo modo que sufrió hace trece años, debía sufrir también este año.
He meditado, he vuelto a pensar en todo esto durante mi hospitalización. Y he reencontrado a mi lado la gran figura del cardenal Wyszynski, primado de Polonia, de cuyo fallecimiento se cumplió ayer el decimotercer aniversario. Al comienzo de mi pontificado, me dijo: 'Si el Señor te ha llamado, debes llevar a la Iglesia hasta el tercer milenio'.  El mismo llevó a la Iglesia en Polonia hacia su segundo milenio cristiano. Así me habló el cardenal Wyszynski.
Y he comprendido que debo llevar a la Iglesia de Cristo hasta este tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que eso no basta: necesitaba llevarla con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en este año? ¿Por qué en este Año de la familia? Precisamente porque se amenaza a la familia, porque se la ataca. El Papa debe ser atacado, el Papa debe sufrir, para que todas las familias y el mundo entero vean que hay un evangelio -podría decir- superior: el evangelio del sufrimiento, con el que hay que preparar el futuro, el tercer milenio de las familias, de todas las familias y de cada familia.
Quería añadir estas reflexiones en mi primer encuentro con vosotros, queridos romanos y peregrinos, al final de este mes mariano, porque debo este don del sufrimiento a la Santísima Virgen y se lo agradezco. Comprendo que era importante tener este argumento ante los poderosos del mundo. Tengo que encontrarme nuevamente con los poderosos del mundo y tengo que hablar. ¿Con cuáles argumentos? Me queda este argumento del sufrimiento. Y quisiera decirles: comprended, comprended por qué el Papa ha estado nuevamente en el hospital, por qué ha sufrido nuevamente, comprendedlo, pensad una vez más en ello".
Fuente: vatican.va

viernes, 23 de octubre de 2015

LA MISA, GRAN OBRA DE MISERICORDIA

“A los ojos de la fe, escribe el Beato Columba Marmión, la misa pertenece a un orden de valores infinitamente más elevado: glorifica plenamente a Dios. Muchos espíritus son incapaces de comprender esta verdad; tacharán nuestras palabras de exageradas, pero en el otro mundo, frente a la realidad, comprenderán que las acciones verdaderamente grandes son aquellas cuyo alcance persiste en la eternidad.

Se habla a veces, con una especie de irreflexivo desdén, de un sacerdote que “dice su misita” y que apenas puede ocuparse de un trabajo útil. Y sin embargo, a los ojos de la Verdad infalible, ese sacerdote, por su sola misa celebrada con piedad, aun cuando no haya nadie que asista a ella, realiza una obra divina, porque honra al soberano Señor y lo vuelve propicio a las miserias del mundo entero” (C. Marmión, Jesucristo ideal del sacerdote, Buenos Aires 1954, p.180).

jueves, 15 de octubre de 2015

UNA AUTÉNTICA AMIGA DE DIOS

Santa Teresa de Jesús, decía Benedicto XVI, “representa una de las cimas de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos”. Al celebrar hoy su fiesta en este año de jubileo por los 500 años de su natalicio, sirva como humilde homenaje el siguiente extracto de la audiencia que el Papa emérito dedicó a esta gran mujer, que dejó este mundo musitando con sincera satisfacción: «muero hija de la Iglesia».

“No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura. En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico.
Asimismo, la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia quaedam hominis ad Deum», un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae ii-ii, 23, 1). La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella misma con él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición para prorrumpir en una oración.
Otro tema importante para la santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia. Santa Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia: manifiesta un vivo «sensus Ecclesiae» frente a los episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo. Reforma la Orden carmelita con la intención de servir y defender mejor a la «santa Iglesia católica romana», y está dispuesta a dar la vida por ella (cf. Vida 33, 5).
Un último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quiero subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma. La santa tiene una idea muy clara de la «plenitud» de Cristo, que el cristiano revive. Al final del recorrido del Castillo interior, en la última «morada» Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en la unión con Cristo a través del misterio de su humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día. Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida. (Benedicto XVI, Miércoles 2 de febrero de 2011).

viernes, 2 de octubre de 2015

LOS ÁNGELES, NUESTROS MEJORES AMIGOS

La existencia de los ángeles custodios es una hermosa manifestación de la auténtica solidaridad creacional que Dios ha deseado establecer entre todas sus criaturas. 
El Catecismo Romano enseña que “la Providencia de Dios ha dado a los Ángeles la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre”. Son las criaturas más perfectas que Dios ha creado, invisibles a nuestra mirada puramente humana, pero bien visibles y patentes a los ojos de la fe. A continuación un breve extracto de un sermón sobre los Ángeles Custodios del Santo Cura de Ars.

“Hermanos míos, nuestros ángeles custodios son nuestros más fieles amigos, porque están con nosotros día y noche, en todo tiempo y lugar; la fe nos enseña que los tenemos siempre a nuestro lado. Eso es lo que hizo decir a David: «No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos (Sal 90,11)”. Y para que veamos cuán grandes son sus cuidados para con nosotros, el profeta dice que nos llevan en sus manos como una madre lleva a su hijo.
¡Ah! es que el Señor previó los peligros sin número a los que estaríamos expuestos en la tierra, en medio de tantos enemigos y que todos buscan nuestra perdición. Sí, son los ángeles buenos que nos consuelan en nuestras penas, que hacen nos demos cuenta cuando el demonio nos quiere tentar, que presentan a Dios nuestras oraciones y todas nuestras buenas acciones, que nos asisten en la hora de la muerte y presentan nuestras almas a su soberano juez”.

martes, 15 de septiembre de 2015

DÉJAME LLORAR CONTIGO

Fac me tecum plangere; Fac me vere tecum flere; Fac ut tecum lugeam; déjame llorar contigo.

En la preciosa secuencia de la Misa de hoy (Stabat Mater dolorosa) se reitera una misma súplica a la Virgen dolorosa: que nos permita llorar con ella. Se comprende entonces que llorar junto a su Madre, participar de sus mismas lágrimas, sea el medio más eficaz de acompañar y consolar a Jesús en la Cruz.

lunes, 14 de septiembre de 2015

UN GRITO DE JUAN PABLO II

Hoy fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, me parece oportuno recordar lo que Juan Pablo II llamó el grito de la Iglesia al final del siglo XX: ¡qué no se desvirtúe la Cruz de Cristo! (cf 1 Cor 1, 17). Clamor que hoy es también advertencia celestial para no ceder a la tentación de vaciar de contenido la Cruz de Cristo, simplemente por temor a contristar al mundo. 
Decía entonces el santo Papa polaco:

“EL mundo de hoy trata de desvirtuar la Cruz… Ésta es la tradición anticristiana que se difunde ya desde hace varios siglos y pretende desvirtuar la Cruz, y quiere decirnos que el hombre no tiene sus raíces en la Cruz, que no tiene tampoco la perspectiva y la esperanza en la Cruz, que el hombre es sólo humano y debe vivir como si Dios no existiese… Non evacuetur crux Christi, que no se desvirtúe la Cruz de Cristo, porque, si se desvirtúa la Cruz de Cristo el hombre pierde sus raíces y sus perspectivas: queda destruido… Éste es el grito al final del siglo XX… Es el grito de toda la Cristiandad: de América, de África, de Asia, de todos. Es el grito de la nueva evangelización”.
(San Juan Pablo II, meditación al finalizar el Vía crucis en el Coliseo, 1-4-1994)

Texto completo en italiano:

viernes, 28 de agosto de 2015

TARDE TE AMÉ

“¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti”. (San Agustín, Confesiones, L. 10)

sábado, 22 de agosto de 2015

GLORIOSA EMPERATRIZ DE TODAS LAS CRIATURAS

Gloriosa emperatriz de todas las criaturas. Así llama San Buenaventura a la Virgen María en uno de sus sermones sobre la Asunción. Una hermosa mención mariana para este día en que la Iglesia celebra su realeza y nos dirige esta invitación: 

Christum regem, qui suam coronavit Matrem, venite, adoremus. Venid, adoremos a Cristo Rey, que ha coronado a su Madre. Y cuánta razón en este pensamiento de un alma enamorada: “Llénate de seguridad: nosotros tenemos por Madre a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, Reina del Cielo y del Mundo”. (San Josemaría Escrivá, Forja 273).

sábado, 15 de agosto de 2015

AVE TEMPLUM SANCTISSIMAE TRINITATIS


Assumpta est Maria in coelum, gaudent angeli. María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima…
Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender. Sólo la fe acierta a ilustrar cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. Sabemos que es un divino secreto”. (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n°171)

jueves, 13 de agosto de 2015

SIGNOS LITÚRGICOS ENRIQUECEDORES. EL CONFITEOR DE LA MISA TRADICIONAL

En la forma extraordinaria del rito romano abundan los signos y gestos litúrgicos que lucen e impresionan más que en su forma ordinaria. Y esto me induce a pensar que la vigencia y conocimiento de la misa tradicional no puede considerarse un simple adorno para satisfacer ciertas sensibilidades refinadas, sino una auténtica necesidad que no puede estar ausente de una profunda y cabal formación litúrgica de sacerdotes y fieles.
Un ejemplo entre muchos es la reiteración del Confiteor al inicio de la misa tal como se realiza en el rito antiguo. Ya antes de la reforma litúrgica, G. Chevrot destacaba la fuerza expresiva de esta doble recitación frente a la posibilidad de una recitación conjunta –sacerdote y pueblo al mismo tiempo- del Yo Confieso, que finalmente se adoptó en el rito nuevo. Estas son sus propias palabras:
La segunda oración dicha al pie del altar es el Confiteor… El sacerdote se inclina profundamente, y, públicamente se reconoce pecador y se golpea el pecho… «Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa», dice el sacerdote por tres veces, que corresponde al triple pecado de pensamientos, de palabras y de acciones. Sigue inclinado y parece esperar su sentencia, pero la asamblea le responde invocando sobre él la piedad divina: «Que Dios todopoderoso tenga misericordia de ti y, perdonados tus pecados, te lleve a la vida eterna.» Y llega entonces el momento de que la concurrencia confiese sus pecados.
La reiteración del Confiteor es mucho más impresionante que si su fórmula fuera dicha una sola vez por el oficiante y los fieles conjuntamente. El sacerdote, que inmediatamente ejercerá el inaudito privilegio de traer a Jesús sobre el altar, tenía que ser el primero que por sí solo se pusiera en el rango de los pecadores, pero los concurrentes se reúnen con él inmediatamente. A partir de esta segunda oración entra en acción la Comunión de los santos. La Iglesia del Cielo y la Iglesia de la Tierra son tomadas por testigos de nuestros pecados e imploramos su ayuda fraternal para que obtengan nuestro perdón. La Bienaventurada Virgen María, inmune de todo pecado; el arcángel San Miguel, que combatió el orgullo de los Ángeles rebeldes; Juan el Bautista, que predicó la necesidad de la penitencia para el perdón; Pedro y Pablo, las dos columnas de la Iglesia, que fueron también dos pecadores: Pedro, que cayó en un momento de debilidad, para convertirse enseguida en el modelo de arrepentimiento, y Pablo, el antiguo perseguidor de Cristo, que reparó sus errores por un prodigioso apostolado; todos los santos, todas las santas y todos los cristianos de la Tierra ruegan por esta asamblea que se arrepiente de sus pecados (Georges Chevrot, Nuestra Misa, Madrid 1962, p. 41-42). 
El destacado del texto es nuestro.

sábado, 8 de agosto de 2015

LA CRUZ DE CRISTO, FUERZA INVENCIBLE DE DOMINGO

No es rebajando las exigencias del Evangelio de Cristo sino abrazando con amor las exigencias de su Cruz, cómo los santos han servido a la Iglesia y conquistado millares de almas para su Señor. Ojalá no lo olviden algunos padres sinodales que próximamente se reunirán junto al sucesor de Pedro para orar, fortalecer e incentivar la pastoral familiar.
¡Qué bien lo entendió Santo Domingo de Guzmán y cuántas lumbreras pudo así regalar a la Iglesia la Orden por él fundada! Incluso del más sabio de todos sus hijos, Santo Tomás de Aquino, se cuenta  que su libro fue siempre el crucifijo.

“La cruz de Jesús –dice al respecto Fray Manuel Ángel Martínez de Juan, OP- es para los cristianos de todos los tiempos el testimonio más elocuente del amor de Dios hacia la humanidad y el símbolo de su victoria sobre el pecado y la muerte. Constituye el elemento esencial de la espiritualidad cristiana que todos debemos esforzarnos por reproducir en nuestra vida. La cruz inspira todo impulso hacia la santidad. Santo Domingo, siguiendo las huellas del Salvador, se abrazó a la cruz y la amó sólo porque Jesús también la amó e hizo de ella la expresión más alta de su amor al Padre y a la humanidad.
Domingo se impregnó hasta lo más profundo de su ser de estos sentimientos de Jesús e imprimió en el corazón de sus frailes el amor a la cruz y a todo lo que ella representa. Su pobreza voluntaria, su vida austera, su caridad apostólica, sus renuncias constantes son la mejor muestra de su amor a la cruz de Jesús. Pero donde se expresa con mayor claridad su unión a Cristo sufriente es en la oración. Quienes convivieron con él de cerca nos cuentan que durante la celebración de la eucaristía derramaba tal cantidad de lágrimas, sobre todo al pronunciar las palabras del canon, que una gota no esperaba a la otra. Esta emotividad y dramatismo brotaba del asombro y de la tristeza propia de los santos al recordar la incomprensión del amor infinito de Dios por parte de la humanidad. Domingo sufre con Cristo y en Cristo por quienes viven alejados de Cristo. De ahí nace su deseo de anunciar a todos la Palabra de Dios como prolongación del ministerio de Jesús. En su oración privada y personal Domingo abría su corazón a Cristo sufriente para suplicarle con lágrimas e incluso con rugidos: “Señor, ten piedad de tu pueblo. ¿Qué será de los pobres pecadores?” Y para intensificar su oración unía a ella el esfuerzo corporal mediante genuflexiones, postraciones, flagelaciones… Todo ello expresa la misma preocupación de Jesús por la salvación de la humanidad...
Este amor a la cruz fue igualmente inmortalizado por los bellos frescos de Fray Angélico donde Domingo aparece orando al pie de la cruz, ya sea arrodillado junto al madero ensangrentado del crucificado, ya sea abriendo sus brazos en forma de cruz al mismo tiempo que observa como la sangre de Cristo riega la tierra sedienta, o cubriendo su rostro después de haber contemplado tanto dolor en Jesús crucificado, o postrándose ante la cruz y tocando casi con su mano la sangre que corre por el madero, o abrazándose con ternura al árbol de la vida”.

viernes, 7 de agosto de 2015

BODAS DE DIAMANTE SACERDOTALES DEL PRELADO DEL OPUS DEI

El 7 de agosto de 1955 Mons. Javier Echevarría, actual prelado del Opus Dei, recibió de manos de Mons. Juan Ricote, entonces obispo auxiliar de Madrid, la ordenación sacerdotal. Con motivo de sus bodas de diamante sacerdotales, agradecemos a la Trinidad Beatísima el ministerio fecundo y humilde de este hijo egregio de San Josemaría Escrivá, cuya vida ha quedado bien plasmada en su lema episcopal: Deo omnis gloria.

jueves, 6 de agosto de 2015

LA TRANSFIGURACIÓN, MISTERIO DE LUZ

"La liturgia nos invita hoy a fijar nuestra mirada en este misterio de luz. En el rostro transfigurado de Jesús brilla un rayo de la luz divina que él tenía en su interior. Esta misma luz resplandecerá en el rostro de Cristo el día de la Resurrección. En este sentido, la Transfiguración es como una anticipación del misterio pascual.
La Transfiguración nos invita a abrir los ojos del corazón al misterio de la luz de Dios presente en toda la historia de la salvación. Ya al inicio de la creación el Todopoderoso dice: "Fiat lux", "Haya luz" (Gn 1, 3), y la luz se separó de la oscuridad. Al igual que las demás criaturas, la luz es un signo que revela algo de Dios: es como el reflejo de su gloria, que acompaña sus manifestaciones. Cuando Dios se presenta, "su fulgor es como la luz, salen rayos de sus manos" (Ha 3, 4). La luz -se dice en los Salmos- es el manto con que Dios se envuelve (cf. Sal 104, 2). En el libro de la Sabiduría el simbolismo de la luz se utiliza para describir la esencia misma de Dios: la sabiduría, efusión de la gloria de Dios, es "un reflejo de la luz eterna", superior a toda luz creada (cf. Sb 7, 27. 29 s). En el Nuevo Testamento es Cristo quien constituye la plena manifestación de la luz de Dios. Su resurrección ha derrotado para siempre el poder de las tinieblas del mal. Con Cristo resucitado triunfan la verdad y el amor sobre la mentira y el pecado. En él la luz de Dios ilumina ya definitivamente la vida de los hombres y el camino de la historia. "Yo soy la luz del mundo -afirma en el Evangelio-; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).
¡Cuánta necesidad tenemos, también en nuestro tiempo, de salir de las tinieblas del mal para experimentar la alegría de los hijos de la luz! Que nos obtenga este don María, a quien ayer, con particular devoción, recordamos en la memoria anual de la dedicación de la basílica de Santa María la Mayor. Que la Virgen santísima consiga, además, la paz para las poblaciones de Oriente Próximo, martirizadas por luchas fratricidas. Sabemos bien que la paz es ante todo don de Dios, que hemos de implorar con insistencia en la oración, pero en este momento queremos recordar también que es compromiso de todos los hombres de buena voluntad. ¡Que nadie se substraiga a este deber"!

(Meditación del Papa Benedicto XVI, Castelgandolfo, 6 de agosto de 2006)

domingo, 2 de agosto de 2015

J. H. NEWMAN. MARÍA, MADRE DE DIOS Y REINA DE LOS ÁNGELES

Hoy, 2 de agosto, la Iglesia conmemora a Nuestra Señora de los Ángeles. Aprovecho la ocasión para presentar una breve y fina meditación del Beato J. H. Newman en la que contempla la realeza de María sobre los ángeles en su relación al más augusto título de Madre de Dios.

María es Regina Angelorum,
Reina de los ángeles

"Puede ser apropiado conectar este gran título con la Maternidad de María, es decir, con la venida del Espíritu Santo sobre ella en Nazareth, después de la anunciación del ángel Gabriel y del nacimiento de nuestro Señor en Belén. Como madre de nuestro Señor ella está más cerca de Él que cualquier ángel, aun de los serafines que lo rodean y claman continuamente “Santo, Santo, Santo”.
Los dos Arcángeles que tienen un oficio especial en el Evangelio son San Miguel y San Gabriel, y ambos están asociados con María en la historia de la encarnación: Gabriel cuando descendió sobre ella el Espíritu Santo y Miguel cuando nació el Divino Niño.
San Gabriel la saludó como “llena de gracia” y “bendita entre las mujeres”, le anunció que descendería sobre ella el Espíritu Santo y que tendría un Hijo que iba a ser el Hijo de Altísimo.
Del ministerio de San Miguel en el nacimiento del Hijo divino leemos en el Apocalipsis escrito por el Apóstol San Juan. Sabemos que nuestro Señor vino para establecer el Reino de los Cielos entre los hombres, y fue muy duro nacer asaltado por los poderes del mundo que querían destruirlo. Herodes buscó quitarle la vida, pero fue derrotado cuando José huyó a Egipto con el Niño y su Madre. Pero San Juan nos dice en el Apocalipsis que Miguel y sus ángeles fueron los guardianes reales de la Madre y el Niño, en ese momento y en otras ocasiones. 
San Juan tuvo una visión, “un gran signo en el cielo”, entendiendo por cielo la Iglesia o el Reino de Dios: “una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”, y cuando estaba por dar a luz apareció “un gran Dragón rojo”, es decir, el espíritu maligno, listo “para devorar a su hijo” cuando naciera. El Hijo fue preservado por su propio poder divino, pero luego el espíritu maligno la persiguió a ella. Sin embargo, San Miguel y sus ángeles llegaron para el rescate y prevalecieron contra él.
“Hubo una gran batalla”, dice el escritor sagrado. “Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron… Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás” (Apoc 12, 1-9). Ahora como entonces, la Bienaventurada Madre de Dios tiene huestes de ángeles que la sirven, y ella es su reina".(John Henry Newman, Meditaciones y Devociones, Buenos Aires, 2006, p. 49-50)

miércoles, 29 de julio de 2015

EL ENGRANDECIMIENTO DE LO CHICO

En un precioso librito titulado El corazón de Jesús al corazón del sacerdote, pensado como una serie de confidencias que Jesús dirige a sus sacerdotes desde el ocultamiento de sus Sagrarios, el Beato Manuel González (1877-1940), conocido como el Obispo del Sagrario abandonado, nos ha dejado una extraordinaria explicación de la parábola evangélica del grano de mostaza. Para el autor, con esta parábola Jesucristo nos ha querido señalar la ley permanente que rige el desarrollo de su Reino: el engrandecimiento de lo chico, más aun, de lo ínfimo.  Un texto para refrescar la esperanza de todo operario llamado a trabajar en la viña del Señor en tiempos de deserción.

Semejante es el Reino de los cielos a un grano de mostaza.
Simili est regnum Caelorum grano sinapis 
(Mt., 13, 31)

¡Verdad, Sacerdote mío, que ante mi Cuna de Belén se te viene a las mentes mi parábola del grano de mostaza?
El misterio de lo chico

¡Era tan chico todo aquello de Belén! ¡Un pesebre, una cuadra, unas pajas, la oscuridad de la media noche, el frío del invierno, la ausencia de parientes, amigos, vecinos, la inseguridad del después, la escasez de medios materiales!...¡Mira que era chico todo aquello!
Pues ese era el grano de mostaza de este árbol que se llama la Iglesia Católica.
Detén tu pensamiento unos instantes ante ese milagro mío de engrandecimiento de los chico.
Cuenta los minutos que han transcurrido desde esas doce de la noche más buena y cuenta, si puedes, las cosas buenas y grandes que, brotando de aquella Cuna-pesebre, han visto desfilar esos minutos… Sangre de mártires, lágrimas de penitentes, lirios de vírgenes, resplandores de genios, buriles de artistas, plumas de sabios, espadas de vencedores, cetros de reyes, coronas de Sacerdotes, cruces de resignados, palmas de héroes…
Después traspasa los umbrales de la vida terrena, llega a las regiones en donde no se cuenta por minutos, ni por años, ni por siglos, sino por eternidades, y en el Cielo te dirán que allá está el granero de los frutos maduros del Árbol de Belén; en el Purgatorio, que ahí se acelera la madurez de los que acá no la alcanzaron, y el Infierno, que en su fuego eterno se queman los despojos del Árbol…
Y después de ese milagro perpetuo de engrandecimiento de lo chico, ¡cuántos cada día!
Chico es el Sagrario donde vivo en cada pueblo. ¡Chico por lo pobre y por lo abandonado! ¡Chico por el espacio que ocupan las especies tras de las que me oculto! ¡Chico por el trato tan esquivo y ruin que me dan en muchos de ellos!
Y ¡lo que sale en cada minuto de esa Hostia chiquita para sus vecinos buenos y malos, cariñosos y ariscos!
Cosa chica es un lágrima, una gota de sudor, una moneda de cinco céntimos, una crucecita de un minuto, un suspiro… ¡Chico todo eso, es verdad!
Pero si esa gota de lágrimas es la que asoma a los ojos de una María que me visita en mis soledades del Sagrario; si esa gota de sudor y esa palabra es del Sacerdote apóstol, quizás de gente que no quieren oírle; si esa moneda es la limosna callada de la pobre viuda: si esa crucecita es la Cruz de la abnegación anónima o la pena silenciosamente sufrida del vencimiento interior de las almas en cruz, entonces ¡viene el milagro! ¡la semillita mínima pasa a árbol grande.
Jesús, único Engrandecedor

Sacerdote, que en tus visitas te lamentas tantas veces de lo infructuoso de tus trabajos, de lo estéril de tu sacrificio por tu pueblo, del desaliento de tu alma ante tanta deserción…
            Sacerdote, que te cruzas de brazos o que estás a punto de dejarlos caer porque no puedes hacer nada. Cura, que no predicas los días de fiesta porque te oyen pocos, que no das catecismo porque acuden pocos niños, que no te sientas en el confesionario temprano porque no vienen penitentes, que dejas las obras de celo emprendidas y no emprendes ninguna nueva  porque ¡se consigue tan poco! ¿Has meditado en mi parábola del grano de semilla?  ¡Has reparado en el milagro que tantas veces he hecho y que otras tantas estoy dispuesto a repetir de hacer grande todo lo chico que se siembre en MI campo?
            ¿Qué quisieras hacer cosas grandes y no puedes?
            Y es verdad: lo grande solamente lo hago Yo.
Tú haz lo tuyo

¿Cosas chicas? Esas son las que te pido. Sacerdote mío, ¡a sembrar tu granito!, entre muchos o entre pocos, con éxito pronto, tardío o nulo…!
            Lo demás…Yo.

(Beato Manuel González, El corazón de Jesús al corazón del sacerdote, VIII)

domingo, 26 de julio de 2015

LOS ABUELOS DE JESÚS

¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe!
Copio esta reflexión del Papa Francisco sobre los santos Joaquín y Ana, padres de la santísima Virgen María, donde destaca el rol fundamental de la familia como lugar de excepción en la transmisión de la fe.

"Hoy la Iglesia celebra a los padres de la Virgen María, los abuelos de Jesús: los santos Joaquín y Ana. En su casa vino al mundo María, trayendo consigo el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción; en su casa creció acompañada por su amor y su fe; en su casa aprendió a escuchar al Señor y a seguir su voluntad.
Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado a nosotros.
¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe! Refiriéndome al ambiente familiar quisiera subrayar una cosa: hoy, en esta fiesta de los santos Joaquín y Ana, se celebra, tanto en Brasil como en otros países, la fiesta de los abuelos.  Qué importantes son en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. El Documento conclusivo de Aparecida nos lo recuerda: "Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos". (Papa Francisco, Río de Janeiro 26 de julio de 2013).

martes, 14 de julio de 2015

CARDENAL SARAH, VOLVER A LEER "SACROSANCTUM CONCILIUM"

Atento al deseo del Papa Francisco cuando lo nombró Prefecto de la Sagrada Congregación para el culto divino: “quiero que continúe implementando la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II“, "y que continúe la buena obra en la liturgia iniciada por el Papa Benedicto XVI”», el Cardenal Sarah ha publicado un artículo en L'Osservatore Romano (edición del 12 de junio de 2015), donde nos ofrece unas cuantas pautas para una comprensión profunda y una hermenéutica fiel de la Constitución Sacrosanctum Concilium, “carta magna de toda acción litúrgica”. A continuación presentamos nuestra propia traducción de este interesante artículo.

Acción silenciosa del corazón
por Robert Sarah
Cardenal Prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos

Cincuenta años después de su promulgación por el Papa Pablo VI, ¿se leerá, por fin, la constitución del Concilio Vaticano II sobre la sagrada Liturgia? La "Sacrosanctum concilium" no es de hecho un simple catálogo de "recetas" de reformas, sino una verdadera y propia "carta magna" de toda acción litúrgica. El Concilio ecuménico nos ofrece en ella una lección magistral acerca del método. Efectivamente, lejos de contentarse con una aproximación meramente disciplinar y externa a la liturgia, el Concilio quiere hacernos contemplar lo que está en su esencia. 
La práctica de la Iglesia siempre deriva de lo que recibe y contempla en la revelación. La pastoral no se puede desvincular de la doctrina. En la Iglesia "lo que procede de la acción está ordenado a la contemplación" (cfr. n. 2). La Constitución conciliar nos invita a redescubrir el origen trinitario de la obra litúrgica. En efecto, el Concilio establece una continuidad entre la misión de Cristo Redentor y la misión de la litúrgica de la Iglesia. "Así como Cristo fue enviado por el Padre, Él a su vez ha envió a los Apóstoles" para que "mediante el Sacrificio y los Sacramentos, en torno a los cuales gravita toda la vida litúrgica" realicen "la obra de la salvación" (n. 6). 
Realizar la liturgia, por tanto, no es otra cosa que actuar la obra de Cristo. La liturgia es esencialmente "actio Christi": la “obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios" (n. 5). Él es el Sumo Sacerdote, el verdadero sujeto, el verdadero actor de la liturgia (cfr. N. 7). Si este principio vital no es acogido en la fe, se corre el riesgo de hacer de la liturgia una obra humana, una autocelebración de la comunidad.
Por el contrario, la obra propia de la Iglesia consiste en introducirse en la acción de Cristo, apuntarse en aquella obra cuya misión Él ha recibido del Padre. Pues "se nos dio la plenitud del culto divino", porque "su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación" (n. 5). Entonces la Iglesia, Cuerpo de Cristo, debe volverse a su vez en un instrumento en manos del Verbo. Este es el sentido último del concepto clave de la constitución conciliar: la "actuosa participatio" [participación activa]. Tal participación consiste para la Iglesia en llegar a ser un instrumento de Cristo-Sacerdote, con el fin de participar en su misión trinitaria. La Iglesia participa activamente en la obra litúrgica de Cristo en la medida en que es su instrumento. 
En este sentido, hablar de "comunidad celebrante" no carece de ambigüedad y requiere una verdadera cautela (cfr. Instrucción "Redemptoris Sacramentum", n. 42). La "participatio actuosa" no debería entonces ser entendida como la necesidad de hacer algo. En este punto la enseñanza del Concilio ha sido frecuentemente deformada. Se trata más bien de dejar que Cristo nos tome y nos asocie a su sacrificio. En consecuencia, la "participatio" litúrgica debe ser entendida como una gracia de Cristo, que "asocia siempre consigo a la Iglesia" ("Sacrosanctum Concilium", n. 7). A Él corresponde tener la iniciativa y el primado. La Iglesia "lo invoca como a su Señor y por medio de Él da culto al Padre eterno" (n. 7). 
De este modo, el sacerdote está llamado a convertirse en ese instrumento que deja traslucir a Cristo. Como lo recordaba recientemente nuestro Papa Francisco, el celebrante no es el presentador de un espectáculo, ni debe buscar la simpatía de la asamblea poniéndose frente a ella como su principal interlocutor. Entrar en el espíritu del concilio significa por el contrario ocultarse, renunciar a ser el punto focal.
Contrariamente a lo que a veces se ha sostenido, es del todo conforme a la constitución conciliar, incluso hasta conveniente, que durante el rito penitencial, el canto del Gloria, las oraciones y la plegaria eucarística, todos, sacerdotes y fieles, se vuelvan juntos en dirección al Oriente, para expresar su deseo de participar en la obra de culto y redención realizada por Cristo. Este modo de proceder podría ser puesto en marcha oportunamente en las catedrales donde la vida litúrgica debe ser ejemplar (cfr. N. 41). 
Está claro que hay otras partes de la misa en que el sacerdote, actuando "in persona Christi Capitis", entra en diálogo nupcial con la asamblea. Pero este cara a cara no tiene otro fin que conducir a un tête-à-tête con Dios que, a través de la gracia del Espíritu Santo, se volverá en un corazón a corazón. El Concilio propone así otros medios para favorecer la participación: "las aclamaciones de los fieles, las respuestas, el canto de los salmos, las antífonas, los cantos, así como las acciones, los gestos y la actitud del cuerpo" (n. 30).
Una lectura demasiado rápida y sobre todo demasiado humana, ha llevado a la conclusión de que era necesario que los fieles estuvieran constantemente ocupados. La mentalidad occidental contemporánea, modelada por la técnica y fascinada por los medios de comunicación, ha querido hacer de la liturgia una obra de pedagogía eficaz y rentable. En este espíritu, se ha buscado volver a las celebraciones de carácter convivial. 
Los actores litúrgicos, motivados por razones pastorales, tratan a veces de hacer una obra didáctica introduciendo en las celebraciones elementos profanos y espectaculares. ¿A caso no hemos asistido al florecer de testimonios, puestas en escena y aplausos? Se cree así favorecer la participación de los fieles, cuando en realidad se reduce la liturgia a un juego humano.
"El silencio no es una virtud, ni el ruido un pecado, es verdad", dice Thomas Merton, "pero el alboroto, la confusión y el ruido continuo en la sociedad moderna o en ciertas liturgias eucarísticas africanas son la expresión de la atmósfera de sus pecados más graves, de su impiedad, de su desesperación. Un mundo de propaganda, de infinitas argumentaciones, de invectivas, de críticas, o simplemente de palabrería, es un mundo en el que la vida no vale la pena ser vivida. La misa se convierte en un alboroto confuso, las oraciones en ruido exterior o interior". (Thomas Merton,"Le signe de Jonas", Ed. Albin Michel, París, 1955, p. 322). Así, se corre el riesgo real de no dejar ningún lugar para Dios en nuestras celebraciones. Así incurrimos en la misma tentación de los hebreos en el desierto. Intentaron crear un culto a su medida y a su altura, y no olvidemos que terminaron postrados ante el ídolo del becerro de oro.
Es tiempo de ponernos a la escucha del Concilio. La liturgia es "ante todo el culto de la divina Majestad" (n. 33). Tiene valor pedagógico en la medida en que está completamente ordenada a la glorificación de Dios y al culto divino. La liturgia nos sitúa realmente en presencia de la trascendencia divina. Participación verdadera significa renovar en nosotros aquel "asombro" que San Juan Pablo II tenía en gran estima (cfr. "Ecclesia de Eucharistia", n. 6). Este estupor sagrado, este temor gozoso, reclama nuestro silencio ante la majestad divina. A menudo se olvida que el silencio sagrado es uno de los medios señalados por el concilio para fomentar la participación. Si la liturgia es obra de Cristo, ¿será necesario que el celebrante introduzca en ella sus propios comentarios? Hay que recordar que cuando el misal autoriza una admonición, esto no debe convertirse en un discurso profano y humano, un comentario más o menos sutil sobre la actualidad, o un saludo mundano a las personas presentes, sino en una brevísima exhortación a entrar en el misterio (cfr. Presentación general del Misal Romano, n. 50). En cuanto a la homilía, ella misma es un acto litúrgico que tiene sus propias reglas. La "participatio actuosa" en la obra de Cristo presupone que se deje el mundo profano para entrar en ''la acción sagrada por excelencia"(“Sacrosanctum Concilium”, n. 7). De hecho, "nosotros pretendemos, con una cierta arrogancia, permanecer en lo humano para entrar en lo divino" (Robert Sarah, "Dieu ou rien", Pág. 178).
En este sentido, es lamentable que el sagrario de nuestras iglesias no sea un lugar estrictamente reservado para el culto divino, que se entre allí con trajes profanos, o que el espacio sagrado no esté claramente delimitado por la arquitectura. Porque, como enseña el Concilio, Cristo está presente en su palabra cuando esta es proclamada, y es  igualmente perjudicial  que los lectores no tengan un traje apropiado que ponga en evidencia que no están pronunciando palabras humanas sino una palabra divina.
La liturgia es una realidad fundamentalmente mística y contemplativa, y por ello fuera del alcance de nuestra acción humana; también la "participatio" es una gracia de Dios. Por tanto, presupone de nuestra parte una apertura al misterio celebrado. Por eso, la constitución recomienda la plena comprensión de los ritos (cfr. N. 34), y al mismo tiempo prescribe "que los fieles sean capaces de recitar o cantar juntos, también en lengua latina, las partes del ordinario de la misa que les corresponden" (n 54). Efectivamente, la comprensión de los ritos no es obra de la razón humana dejada a sí misma, que debería abarcarlo todo, comprenderlo todo, dominarlo todo. La comprensión de los ritos sagrados es aquella del "sensus fidei", que ejercita la fe viviente a través del símbolo y que conoce más por sintonía que por concepto. Esta comprensión presupone acercarse al misterio con humildad.
¿Pero se tendrá el valor de seguir al Concilio hasta este punto? Sin embargo, una lectura semejante, iluminada por la fe, es fundamental para la evangelización. De hecho, "así presenta la Iglesia, a los que están fuera, como un signo alzado en medio de las naciones, para que debajo de él se congreguen en una sola cosa los hijos de Dios dispersos" (n. 2). La liturgia debe dejar de ser un lugar de desobediencia a las prescripciones de la Iglesia.
Más precisamente, no puede ser ocasión de laceraciones entre cristianos. Las lecturas dialécticas de la "Sacrosanctum Concilium", las hermenéuticas de la ruptura en un sentido o en otro, no son el fruto de un espíritu de fe. El concilio no ha querido romper con las formas litúrgicas heredadas de la tradición, más bien ha querido profundizar en ellas. La constitución establece que "las nuevas formas se desarrollen de un modo orgánico a partir de las formas ya existentes" (n. 23).
En este sentido, es necesario que los que celebran de acuerdo con el ''usus antiquior" lo hagan sin espíritu de oposición, sino en el espíritu de la "Sacrosanctum Concilium”. Del mismo modo, sería erróneo considerar la forma extraordinaria del rito romano como derivada de una teología distinta a la de la liturgia reformada. También sería deseable que se introdujera como anexo, en una próxima edición del misal, el rito de la penitencia y del ofertorio según el ''usus antiquior" con la finalidad de subrayar que las dos formas litúrgicas se iluminan mutuamente, en continuidad y sin oposición.
Si vivimos en este espíritu, entonces la liturgia dejará de ser el lugar de la rivalidad y de la críticas, para hacernos finalmente participar activamente en aquella liturgia "que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado como ministro del santuario "(n. 8).

El texto original puede verse aquí: 
Otras traducciones al español del mismo artículo:

viernes, 3 de julio de 2015

“SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO”

Hoy, fiesta del Apóstol Tomás, el Breviario nos ofrece esta hermosa consideración de San Gregorio Magno sobre los beneficios que Dios nos otorgó sirviéndose de las vacilaciones del discípulo. Luego de ver y palpar las llagas del Señor, y vencidas ya sus dudas, el apóstol proclama la divinidad de Jesús en la confesión de fe más explícita del Evangelio: “Señor mío y Dios mío”.

“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Sólo este discípulo estaba ausente y, al volver y escuchar lo que había sucedido, no quiso creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad. ¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?
Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.
Palpó y exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído?" Como sea que el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: Porque me has visto has creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él, pues, creyó, aunque vio, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada.” (San Gregorio Magno, papa, Sobre los evangelios, Homilía 26, 7-9: PL 76,1201-1202)