jueves, 29 de marzo de 2018

CON EL ENCANTO DE BETANIA


E
n una de sus homilías, san Josemaría Escrivá nos transmite esta devota experiencia eucarística: «Os diré que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro». (Es Cristo que pasa, nº154).
En Betania, efectivamente, Jesús descansaba, era atendido con primor, se le acompañaba y escuchaba atentamente. Allí, el Maestro se veía libre de la fatiga de preguntas capciosas e inoportunas por parte de escribas y fariseos. En Betania Jesús experimentaba su amor correspondido, palpaba la fe de sus íntimos, sentía el contento de sus seguidores y amigos.  
Como herencia de este espíritu eucarístisco de su fundador, pienso que las Capillas del Opus Dei conservan este ambiente encantador de Betania; en ellas Jesús es siempre el centro, todo resplandece, una cálida atmósfera de paz y sencilla belleza favorece la oración; en definitiva, son «ese lugar tranquilo y apacible donde está Cristo».
He aquí unas cuantas imágenes de capillas u oratorios del Opus Dei de distintos lugares del mundo:













domingo, 25 de marzo de 2018

ALÉGRATE HIJA DE SIÓN



Recojo esta piadosa reflexión teológica de Fray Luis de Granada sobre el misterio del Domingo de Ramos.

«C
onsidera también las palabras de la profecía con que esta entrada se representa, que son éstas: «Alégrate mucho, hija de Sión, y haz fiesta, hija de Jerusalén, y mira cómo viene para ti tu Rey pobre y manso, asentado sobre una asna y un pollino, hijo suyo» (Zac 9, 9).
Todas estas palabras son palabras de grande consolación. Porque decir «tu Rey y para ti» es decir que este Señor es todo tuyo, y que todos sus pasos y trabajos son para ti. Para ti viene, para ti nace, para ti trabaja, para ti ayuna, para ti ora, para ti vive, para ti muere, para ti, finalmente, resucita y sube al Cielo.
Y no te escandalice el nombre de Rey, porque este Rey no es como los otros reyes del mundo, que reinan más para su provecho que para el de sus vasallos, empobreciendo a ellos para enriquecer a sí y poniendo a peligro las vidas de ellos por guardar la suya. Mas este nuevo Rey no ha de ser de esta manera, porque Él te ha de enriquecer a costa suya, y defenderte con la sangre suya, y darte vida perdiendo Él la suya.
Porque para esto dice Él por San Juan que le fue dado poderío sobre toda carne, para que a todos los que fueren suyos de Él la vida eterna (Jn 17, 2). Y éste es aquel principado de que dice el profeta que está puesto sobre los hombros del que lo tiene, y no sobre los de su pueblo, para que el trabajo de la carga sea suyo, y el provecho y fruto sea nuestro.
Y dice más: que viene manso y asentado sobre una pobre cabalgadura. De manera que aquel Dios de venganzas, aquel que está asentado sobre los Querubines y vuela sobre las plumas de los vientos, y trae millares de coros de ángeles a par de sí, ése viene ahora tan manso y humilde como aquí se nos representa, para que ya no huyas de Él, como lo hizo Adán en el Paraíso, y como el pueblo de los judíos cuando les daba Ley; antes te llegues a Él, viéndole hecho cordero de león, porque el que hasta aquí no venció tu corazón con la fuerza del poder ni con la grandeza de la majestad, quiere ahora vencerlo con la grandeza de su humildad y con la fuerza de su amor.
Ésta es la nueva manera de pelear que escogió el Señor, como dijo la santa profetisa (1 Re 2, 10), y con esto quebrantó las puertas de sus enemigos y venció sus corazones.
Y esto es lo que por figura se nos representa en este tan solemne recibimiento que aquí se hizo; donde, como dice el evangelista, toda aquella ciudad se revolvió y todos salieron a recibirle con ramos de palmas y olivas en las manos, y otros echando sus vestiduras por tierra, cantando sus alabanzas y pidiéndole salud eterna.
Pues ¿qué es esto sino representarnos aquí el Espíritu Santo cómo habiendo este Señor batallado antes con el mundo con rigores, con diluvios, con castigos y amenazas espantosas, sin acabar de rendirlos, después que escogió esta nueva manera de pelear, y procedió no con castigos, sino con beneficios; no con rigor, sino con amor; no con ira, sino con mansedumbre; no con majestad, sino con humildad, y, finalmente, no matando a sus enemigos, sino muriendo por ellos, entonces se apoderó de sus corazones y trajo todas las cosas a sí, como dice Él en su Evangelio: «Si Yo fuere levantado (Jn 12, 32) en un madero, poniendo la vida por el mundo, todas las cosas traeré a mí, no con fuerzas de acero, sino con cadenas de amor; no con azotes y castigos, sino con buenas obras y beneficios»?
Entonces, pues, comenzaron luego los hombres unos a cortar ramos de oliva, despojándose de sus haciendas y gastándolas en obras de piedad y misericordia, que por la oliva es entendida, y otros pasaron más adelante, que tendieron sus ropas por tierra para adornar el camino por do iba el Salvador, que son los que con la mortificación de sus apetitos y propias voluntades, y con el castigo y maltratamiento de su carne, y con la muerte de sus propios cuerpos, sirvieron a la gloria de este Señor; como lo hicieron innumerables mártires, que dejaron arrastrar las túnicas de sus cuerpos por la confesión y gloria de Él» (Vida de Jesucristo, Ed. Rialp, Madrid 1990, p. 98-99).

martes, 20 de marzo de 2018

LA MISA TRIDENTINA, UN CATECISMO PARA NUESTROS DÍAS



El 17 de febrero de 2018, don Roberto Spataro, secretario de la Pontificia Academia Latinitas, ha impartido una interesante conferencia en Vicenza, Italia, sobre la misa tridentina como verdadero catecismo para nuestros días.
El orador ha señalado que, frente al generalizado analfabetismo religioso, la misa tridentina refuerza la nueva evangelización, en cuanto supone una poderosa ayuda ante la falta de formación de los fieles.
La misa en latín es el lugar donde la pureza de la fe se preserva del todo y se transforma místicamente en un acto de alabanza y súplica a Dios.
La fe permanece así «blindada» en gestos venerables, en palabras que han brotado de la sabiduría de los Padres y Doctores de la Iglesia.
El marco catequético adecuado –dijo Don Spataro– es la atmósfera litúrgica que transmite una visión global del hombre y de Dios, del hombre delante de Dios.
De hecho, la adoración, expresada frecuentemente en la misa tridentina por medio de la genuflexión, es la actitud más apropiada con la que el hombre reconoce el misterio de Dios.
Finalmente, si esta forma de misa es una enseñanza catequética que fortalece la fe, la oración y la vida, también es importante su metodología para que los contenidos enseñados sean bien comprendidos y acogidos.
Y la misa tridentina tiene su propia metodología catequética: el silencio y las imágenes.
Sin silencio, no es posible escuchar a Dios.
El aprendizaje viene también fomentado por las imágenes sagradas, los colores, los ornamentos, las ceremonias, a las que se añaden la música y el canto sagrado, otro medio a través del cual las verdades de la fe pueden ser saboreadas y mejor percibidas por las potencias interiores del alma.


miércoles, 14 de marzo de 2018

LA FE QUE SE HACE ARTE

Catedral de Colonia. Foto: wikipedia.org


     El poeta alemán Heinrich Heine (1797–1856) veía en la majestuosidad de las catedrales medievales una auténtica «encarnación» de la fe en el arte. No obstante su espíritu algo escéptico, percibía que solo una convicción sólida en la posesión de la verdad era capaz de otorgar al hombre el coraje y la magnanimidad necesarias para levantar esos templos. Así pudo escribir con relación a la catedral de Colonia: «Los antiguos tenían dogmas, con los pue podían construir catedrales. Nosotros tenemos opiniones y con las opiniones no se construyen catedrales». Efectivamente, en base a simples opiniones el hombre se cierra a la excelencia en todo orden de cosas. La renuncia a la posesión de la verdad solo puede crear tedio y mediocridad, nada auténticamente perdurable.

martes, 6 de marzo de 2018

ARRASTRADOS POR EL QUERER DE DIOS

                         
Reproduzco buena parte de un sermón cuaresmal de San Bernardo sobre el combate cristiano por alcanzar la plena conformidad con el querer divino, dicha suma de la criatura espiritual.

La voluntad de Dios

«H
ermanos, la voluntad del Señor creó primero a los ángeles. Y cuando ellos la abrazaron, se convirtió en su felicidad… Toda su felicidad y el río caudaloso de su dicha consiste en que la voluntad divina es también la suya. Dios se complace en el ritmo armonioso del universo y eso mismo es el regocijo de los ángeles. Eso pedimos: que las criaturas de la tierra realicen la voluntad divina lo mismo que las del cielo. Que el hombre, lo mismo que el ángel, se compenetre de tal modo con Dios, que llegue a ser un solo espíritu con él.
Mas ¡ay de mí! ¡Cuántos obstáculos me separan! ¡Cuántos estorbos me lo impiden! Siempre me cierran el paso la malicia, la debilidad, la concupiscencia y la ignorancia. La naturaleza, o mejor, la degradación de nuestra naturaleza nos ha inyectado unos instintos tan horribles y tales ansias de hacer daño, que nuestras míseras almas sienten un placer insaciable en la maldad. ¿Se puede concebir algo más contradictorio a la voluntad divina? Entre ella y nosotros se abre una sima inmensa. Dios se complace en hacer beneficios, y a nosotros, ingratos ese instinto cruel nos instiga a maltratar incluso a los inocentes. De aquí brotan las raíces de la amargura, de la envidia y de la murmuración. Aquí tienen su origen las disensiones, y esto es lo que llena el mundo de enemistades.

Debemos podar estos brotes tan venenosos con la hoz de la justicia. Practicando esta virtud, no haremos a nadie lo que no queremos para nosotros y todo lo que esperamos de los demás se lo haremos también a ellos. Pero mientras vivamos en este mundo, esclavos del mal, nos es imposible arrancar o matar completamente la maldad de nuestros corazones: podremos machacar la cabeza de la serpiente, mas no tardará en mordernos los talones.

 En segundo lugar, la fragilidad de este cuerpo corruptible impide que nuestra voluntad se compenetre con la de Dios. Rechazamos instintivamente lo que nos molesta, y por ello nuestra voluntad se aparta frecuentemente de la divina.  Solamente la fortaleza, que es la segunda entre las virtudes, nos ayuda a no oponernos a ella.

Mas nuestro frágil cuerpo no es el único impedimento. También nos estorba la concupiscencia, que nos dispersa en mil deseos insaciables. ¿Será capaz de unirse esta voluntad tan deforme y esquiva a esa otra completamente recta y uniforme? ¡Qué desgraciado soy, Señor Dios mío! Estoy harto de guerras, peligros y estorbos. En ninguna parte encuentro seguridad. Lo mismo temo lo que me halaga como lo que me repugna. El hambre y la comida, el sueño y las vigilias, el trabajo y el descanso, me declaran la guerra. El sabio suplica: No me des ni riqueza ni pobreza. Sabe que una y otra esconden trampas y peligros. El único remedio está en reprimir la concupiscencia con la templanza, y así se logra cierta unidad, bien que incompleta. Lo confirma el Apóstol: Con mi espíritu consiento la ley de Dios, y con mi carne, a la ley del pecado. Por una parte está de acuerdo y por otra no. Así sucederá hasta que llegue lo perfecto y se acabe lo limitado.

El cuarto impedimento es la ignorancia, que bien sabéis cuánto nos estorba. ¿Cómo voy a tomar por guía una voluntad que ignoro? Es cierto que la conozco parcialmente, pero no como ella me comprende a mí. Por eso debemos pedir con insistencia que crezca en nosotros la prudencia, para que Dios nos haga comprender más y más su voluntad y sepamos siempre qué es lo que le agrada. De este modo, el conjunto de las virtudes realizará esa unión tan dichosa y tan deseable. Nuestra voluntad estará identificada con la de Dios, y cuanto a él le agrada, nos agradará también a nosotros. Y como antes dijimos de los ángeles, esto será la plenitud de nuestro gozo» (San Bernardo, Sermones litúrgicos. En la Cuaresma, Serm 7. BAC, Madrid 1985)