domingo, 25 de marzo de 2018

ALÉGRATE HIJA DE SIÓN



Recojo esta piadosa reflexión teológica de Fray Luis de Granada sobre el misterio del Domingo de Ramos.

«C
onsidera también las palabras de la profecía con que esta entrada se representa, que son éstas: «Alégrate mucho, hija de Sión, y haz fiesta, hija de Jerusalén, y mira cómo viene para ti tu Rey pobre y manso, asentado sobre una asna y un pollino, hijo suyo» (Zac 9, 9).
Todas estas palabras son palabras de grande consolación. Porque decir «tu Rey y para ti» es decir que este Señor es todo tuyo, y que todos sus pasos y trabajos son para ti. Para ti viene, para ti nace, para ti trabaja, para ti ayuna, para ti ora, para ti vive, para ti muere, para ti, finalmente, resucita y sube al Cielo.
Y no te escandalice el nombre de Rey, porque este Rey no es como los otros reyes del mundo, que reinan más para su provecho que para el de sus vasallos, empobreciendo a ellos para enriquecer a sí y poniendo a peligro las vidas de ellos por guardar la suya. Mas este nuevo Rey no ha de ser de esta manera, porque Él te ha de enriquecer a costa suya, y defenderte con la sangre suya, y darte vida perdiendo Él la suya.
Porque para esto dice Él por San Juan que le fue dado poderío sobre toda carne, para que a todos los que fueren suyos de Él la vida eterna (Jn 17, 2). Y éste es aquel principado de que dice el profeta que está puesto sobre los hombros del que lo tiene, y no sobre los de su pueblo, para que el trabajo de la carga sea suyo, y el provecho y fruto sea nuestro.
Y dice más: que viene manso y asentado sobre una pobre cabalgadura. De manera que aquel Dios de venganzas, aquel que está asentado sobre los Querubines y vuela sobre las plumas de los vientos, y trae millares de coros de ángeles a par de sí, ése viene ahora tan manso y humilde como aquí se nos representa, para que ya no huyas de Él, como lo hizo Adán en el Paraíso, y como el pueblo de los judíos cuando les daba Ley; antes te llegues a Él, viéndole hecho cordero de león, porque el que hasta aquí no venció tu corazón con la fuerza del poder ni con la grandeza de la majestad, quiere ahora vencerlo con la grandeza de su humildad y con la fuerza de su amor.
Ésta es la nueva manera de pelear que escogió el Señor, como dijo la santa profetisa (1 Re 2, 10), y con esto quebrantó las puertas de sus enemigos y venció sus corazones.
Y esto es lo que por figura se nos representa en este tan solemne recibimiento que aquí se hizo; donde, como dice el evangelista, toda aquella ciudad se revolvió y todos salieron a recibirle con ramos de palmas y olivas en las manos, y otros echando sus vestiduras por tierra, cantando sus alabanzas y pidiéndole salud eterna.
Pues ¿qué es esto sino representarnos aquí el Espíritu Santo cómo habiendo este Señor batallado antes con el mundo con rigores, con diluvios, con castigos y amenazas espantosas, sin acabar de rendirlos, después que escogió esta nueva manera de pelear, y procedió no con castigos, sino con beneficios; no con rigor, sino con amor; no con ira, sino con mansedumbre; no con majestad, sino con humildad, y, finalmente, no matando a sus enemigos, sino muriendo por ellos, entonces se apoderó de sus corazones y trajo todas las cosas a sí, como dice Él en su Evangelio: «Si Yo fuere levantado (Jn 12, 32) en un madero, poniendo la vida por el mundo, todas las cosas traeré a mí, no con fuerzas de acero, sino con cadenas de amor; no con azotes y castigos, sino con buenas obras y beneficios»?
Entonces, pues, comenzaron luego los hombres unos a cortar ramos de oliva, despojándose de sus haciendas y gastándolas en obras de piedad y misericordia, que por la oliva es entendida, y otros pasaron más adelante, que tendieron sus ropas por tierra para adornar el camino por do iba el Salvador, que son los que con la mortificación de sus apetitos y propias voluntades, y con el castigo y maltratamiento de su carne, y con la muerte de sus propios cuerpos, sirvieron a la gloria de este Señor; como lo hicieron innumerables mártires, que dejaron arrastrar las túnicas de sus cuerpos por la confesión y gloria de Él» (Vida de Jesucristo, Ed. Rialp, Madrid 1990, p. 98-99).

No hay comentarios:

Publicar un comentario