lunes, 24 de octubre de 2022

LA FUERZA VIVIFICANTE DE LA ORACIÓN

«Todo en la Iglesia nace en la oración y todo crece gracias a la oración», señalaba recientemente el Papa Francisco. El siguiente texto del Cardenal Sarah, extraído de su libro La fuerza del silencio, confirma esta verdad en la vida de una gran santa de nuestro tiempo.

«Sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres»

«Me vienen a la memoria las firmes y emotivas palabras que la Madre Teresa dirigió a un joven sacerdote, Angelo Comastri, hoy cardenal arcipreste de la basílica de San Pedro en Roma, cuyo libro Dio scrive dritto contiene un espléndido mensaje. Este es el relato de su conmovedor encuentro con la santa, que transcribo con intensa emoción. “Llamé por teléfono a la casa general de las hermanas misioneras de la caridad para entrevistarme con la Madre Teresa de Calcuta, pero la respuesta fue tajante: imposible ver a la Madre: sus compromisos no se lo permiten. De todas formas, me presenté allí. La hermana que vino a abrirme me preguntó amablemente: ¿Qué desea? Querría ver un momento a la Madre Teresa. Ella me contestó sorprendida: ¡Cuánto lo siento! ¡No puede ser!... No me moví de allí, dándole a entender que no me iría sin haber visto a la Madre Teresa.

La hermana desapareció durante unos instantes y regresó acompañada de la Madre, quien me invitó a sentarme en una salita próxima a la capilla. En el entretanto, pude reponerme un poco y conseguí decir: Madre, soy un sacerdote muy joven: ¡estoy dando mis primeros pasos! Venía a pedirle que me acompañe con mi oración. La Madre me miró tierna y dulcemente y, sonriendo, me dijo: Siempre rezo por los sacerdotes. Rezaré también por usted. Luego me tendió una medalla de María Inmaculada, la deposito en mi mano y me preguntó: ¿Cuánto tiempo dedica al día a la oración? Me quedé sorprendido y algo desconcertado. Después de hacer memoria, repuse: Madre, celebro misa todos los días, todos los días rezo en breviario. Como bien sabe, ¡en nuestra época esto es una heroicidad! (era 1969). También rezo todos los días el Rosario y lo hago con gusto, porque lo aprendí de mi madre. La Madre Teresa apretó con sus manos rugosas el rosario que llevaba siempre consigo; luego clavó en mí aquellos ojos llenos de luz y de amor y me dijo: No basta con eso, hijo mío. No basta con eso, porque el amor no puede reducirse al mínimo indispensable: ¡el amor exige el máximo! En ese momento no entendí las palabras de la Madre Teresa y, casi justificándome, contesté: Madre, en realidad lo que quería preguntarle era qué actos de caridad hace usted. Inmediatamente, su rostro se volvió severo y la Madre me dijo con voz firme: ¿Cree usted que yo podría vivir la caridad si no le pidiera cada día a Jesús que llene mi corazón de su amor? ¿Cree usted que podría recorrer las calles en busca de los pobres si Jesús no comunicara a mi alma el fuego de la caridad? Me sentí muy pequeño...

Miré a la Madre Teresa con honda admiración y el deseo sincero de penetrar en el misterio de su alma, tan llena de la presencia de Dios. Ella subrayando cada una de sus palabras, añadió: Lea atentamente el evangelio y verá cómo también Jesús, por la oración, sacrificaba la caridad. ¿Y sabe por qué? Para enseñarnos que sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres. En esa época veíamos a muchos sacerdotes y religiosos abandonar la oración para hacer una inmersión -así lo llamaban- en el campo social. Las palabras de la Madre Teresa fueron para mí como un rayo de sol; y en mi fuero interno repetí lentamente; Sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres”. (Cardenal Robert Sarah, La fuerza del silencio, Ed. Palabra 2017, n. 55, p. 52-53).

martes, 18 de octubre de 2022

DISCIPLINA LITÚRGICA II

Imagen de wikipedia.org

El cuidado de los gestos rituales en la misa es un bien que realza y protege un valor fundamental de la liturgia: la necesaria gravedad (gravitas) con que debe ser celebrada. En una entrada anterior sobre el tema (ver aquí) se trató de la gestualidad de las manos y brazos del celebrante; del mismo artículo recojo ahora lo que se dice en relación con los gestos rituales de la cabeza y la mirada.

Fuente: liturgiaculmenetfons.it

La cabeza y la mirada

De Don Enrico Finotti

En el conjunto del cuerpo la cabeza representa la identidad profunda de la persona, mientras que la mirada revela los sentimientos interiores del alma. De aquí el valor de un sabio dominio de los movimientos de la cabeza que deben señalar las diversas fases del culto y orientar a los fieles a una imitación atenta. La cabeza se dirige normalmente hacia el lugar del misterio y en los momentos de meditación se mantiene baja en acto de reflexión; al pronunciar los Nombres Santos se inclina. Nunca es correcto agitar la cabeza en cualquier dirección secundando ruidos o mostrando una curiosidad innecesaria. El sacerdote no preside la asamblea santa al modo de un animador, sino con la gravedad de quien está siempre vuelto hacia el Señor y, por eso mismo, se convierte más que nunca en guía y ejemplo para el pueblo.

Una delicadeza aún mayor se refiere a la mirada que exige el control de los ojos. El sacerdote conduce a su pueblo a los santos misterios contemplándolos, él mismo en primer lugar, con adoración y amor. Centro indiscutido de una atención permanente durante todo el curso de la celebración litúrgica es el altar, al que se dirige la mirada de los ministros y de los fieles; el altar nunca debe salir del horizonte de referencia, ni siquiera cuando desde el ambón se proclama la palabra de Dios o cuando se administran los sacramentos. Cristo tiene en el símbolo del altar (especialmente cuando está dedicado) su trono invisible de presidencia y su punto de referencia para otorgar toda gracia y beneficio espiritual. Sin embargo, hay un momento en el que, sin desaparecer, el altar pierde temporalmente su fulgor: son los momentos en los que ese otro Altar vivo, que es Cristo mismo en su presencia real, se hace visible en el sacramento. Entonces el altar de alguna manera depone su majestad para postrarse ante Aquél que oficia permanentemente en el altar de oro del cielo y desciende sub especie sacramenti sobre su altar terrenal.


 

lunes, 10 de octubre de 2022

CRISTIANDAD Y FUTURO

Para el connotado profesor norteamericano de cultura clásica John Senior (1923–1999), sería un error pensar que el camino futuro de la Cristiandad solo podría asegurarse mediante un proceso de adecuación o connivencia con la mentalidad del mundo moderno. Muy por el contrario, solo si la Cristiandad es asumida con radicalidad y fidelidad en todos sus fundamentos, principios y exigencias, podrá resurgir con fuerza y volver a irradiar el orbe con su luz fecunda y humanizadora. El relativismo exánime que el autor denunciara hace más de 40 años sigue siendo hoy una amenaza mortal a nuestra Cultura y Civilización Cristiana.

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«Se ha dicho que la Cristiandad, si es que va a sobrevivir, debe adecuarse al mundo moderno, debe llegar a un acuerdo con la forma en que están las cosas en el actual contexto. Es completamente al revés: si vamos a sobrevivir, debemos afrontar la Cristiandad. La fuerza reaccionaria más poderosa que impide el progreso es el culto al progreso mismo, que, apartándonos de nuestras raíces, torna imposible el crecimiento y hace innecesaria la elección. Estamos expirando en una impotente y perezosa deriva, en la esponjosa calidez de una absoluta incertidumbre. Donde nada es jamás verdadero, ni correcto, ni equivocado, no hay problemas; donde la vida no tiene significado, nos vemos libres de cualquier responsabilidad, del modo en que es libre un esclavo o un carroñero. La futilidad alimenta la negligencia, y contra ella hay una dura alternativa: frente a la incertidumbre radical de acuerdo a la que ha vivido el hombre moderno -como en el juego de la ruleta rusa-, sofocado en un indiferente “ahora” entre un clic y una explosión, y viviendo por la sombría gracia de las recamaras vacías-, el riesgo de la certeza» (John Senior, La muerte de la cultura cristiana, Homo Legens 2018, p. 211-212).

martes, 4 de octubre de 2022

DISCIPLINA LITÚRGICA

Publico en español un breve extracto de un artículo de don Enrico Finotti (Cf. LITURGIA CULMEN ET FONS, n.1 – 2021, p. 7) sobre la importancia y el sentido teológico de la disciplina en la liturgia y otros ámbitos que dicen relación a ella. Al tratar de la disciplina ritual, el autor señala el valor que encierra la gestualidad litúrgica del celebrante, empezando por los movimientos y gestos que realiza con sus manos y brazos. En efecto, una disciplina ritual en los gestos del sacerdote es de gran importancia para el decoro del culto y el recogimiento de la asamblea. También a través de gestos corporales el hombre manifiesta la presencia de lo sagrado y el modo adecuado de comportarse ante una realidad que lo trasciende y supera.

Texto completo: liturgiaculmenetfons.it

Las manos y los brazos

"La posición de las manos y de los brazos es quizá el elemento más recurrente y visible de la gestualidad sagrada. Las manos juntas constituyen la actitud ordinaria para entrar y estar en el altar; de este gesto, cuidado con propiedad y mantenido con constancia, depende la devoción del sacerdote y del pueblo que lo observa. La indisciplina de las manos, que manipulan innecesariamente objetos y páginas, o que se agitan en posiciones inconexas y profanas, secundando de modo superficial movimientos inconscientes e irreflexivos, inducen a la distracción y revelan un ánimo desprovisto de devoción y lejos del sentimiento interior que debe inspirar los gestos sagrados.

Con las manos apoyadas sobre las rodillas, el sacerdote se sienta a escuchar la palabra de Dios; con las manos levantadas, con la debida discreción, el sacerdote eleva la alabanza y proclama la gloria del Altísimo; con las manos noblemente extendidas sobre las oblatas o sobre el pueblo invoca la epíclesis del Espíritu Santo; con las manos temblorosas toca los dones místicos, los eleva con dignidad sagrada, los parte con cuidadosa circunspección, los ofrece con veneración en la santa comunión; finalmente, con las manos bendice y despide al pueblo. Se comprende entonces la importancia que corresponde al sacerdote en la disciplina de las manos, que deben ser el reflejo de las «manos santas y venerables» (Canon Romano) del Señor, contempladas en el acto sublime de la institución de la Eucaristía. Por eso la Iglesia unge las manos sacerdotales con el sagrado crisma y manda que el sacerdote, tras la ablución ritual en la sacristía, acceda al acto de la consagración luego del lavabo, así como los Apóstoles fueron purificados mediante el lavatorio de los pies".

sábado, 1 de octubre de 2022

LAS PEQUEÑAS BATALLAS DE UNA GRAN SANTA

En los escritos autobiográficos de Teresa de Lisieux abundan los pequeños combates que la santa libraba periódicamente y que la condujeron en poco tiempo a la cima de una santidad sublime. A base de hacerse pequeña Dios la engrandeció de tal manera que su vida, en extremo sencilla, conmovió al mundo y consolidó en la Iglesia un camino luminoso de perfección, el camino de la infancia espiritual. «Yo no he dado a Dios más que amor» escribió Teresita, consciente de que es el amor lo que vuelve grande y trascendente lo más pequeño y corriente.

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«En otra ocasión, estaba en el lavadero enfrente de una hermana que me salpicaba de agua sucia la cara cada vez que golpeaba los pañuelos contra su banca.

Mi primer impulso fue echarme para atrás y enjugarme el rostro, a fin de hacer ver a la hermana que me asperjaba que me haría un gran favor obrando con más suavidad. Pero en seguida pensé que era bien tonta rehusar unos tesoros que tan generosamente se me daban, y me guardé de manifestar mi lucha interior.

Me esforcé por sentir el deseo de recibir en la cara mucha agua sucia, de suerte que acabó por gustarme aquel nuevo género de aspersión, y me prometí a mí misma volver otra vez a aquel sitio afortunado en el que tantos tesoros se recibían.

Ya veis, Madre amadísima, que soy un alma muy pequeña que solo puede ofrecer a Dios cosas muy pequeñas. Y aún me sucede muchas veces dejar escapar algunos de estos pequeños sacrificios, que tanta paz llevan al alma. Pero no me desanimo por eso: me resigno a tener un poco menos de paz y procuro estar más alerta en otra ocasión». (Orar con Teresa de Lisieux, Desclée De Brouwer 1997, p. 58. Selección de J. P. Manglano).