martes, 27 de noviembre de 2018

EL VALOR DE LAS RÚBRICAS


Appareat servis tuis opus tuum (Ps 90, 16), aparezca, Señor, ante tus siervos tu propia obra. Me gusta considerar estas palabras del salmo como expresión del auténtico ideal que la Iglesia alberga cuando, por medio de su liturgia, tributa el culto debido a Dios y santifica a los miembros de su pueblo. Ellas señalan en cierto modo el poder sublime de la liturgia católica.  ¿Acaso no pertenece a la esencia de la liturgia un carácter revelador –su dimensión epifánica, como diría Guardini–, es decir, de manifestación e irrupción de lo sagrado y trascendente en nuestro mundo sensible? La liturgia es ella misma y realiza su esencia en cuanto que es capaz de hacer presente la obra de Dios entre nosotros; mientras ella persista en aparecer como simple obra humana, producto de la creatividad del celebrante, pierde su sentido y no hace más que favorecer la desilusión entre los fieles, incapaces ya de percibir la presencia de Dios en medio de tanta espontaneidad y protagonismo humano.
Desde esta perspectiva es posible entender mejor el importante papel que las prescripciones rituales juegan en la liturgia: ellas facilitan que la obra de Dios aparezca, pura, íntegra, bella y majestuosa, entre nosotros. La despectiva acusación de «rubricismo» o «ritualismo», que no pocas veces se ha dirigido a la liturgia tradicional, es señal de no haber comprendido el hondo significado de esta «señalética litúrgica». Ella está al servicio del ministro y de su acción sagrada; contribuye a que el pueblo vea en el sacerdote que celebra no al padre tal, o al padre cual, con sus peculiaridades personales, con su estilo propio, sino a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. El color rojo con que las rúbricas van impresas en el misal, sugiere también la idea que son como la cruz que debe tomar gustosamente el sacerdote para celebrar no “su” misa, sino “Su” misa, la de Cristo. Solo una delicada obediencia a las rúbricas permitirá al sacerdote realizar, durante la celebración, el programa insoslayable del Bautista: Conviene que Él crezca y yo disminuya (Jn 3, 30), conviene que aparezca tu obra, Señor, no la mía.

jueves, 22 de noviembre de 2018

EL CANTO SAGRADO


Rafael. Santa Cecilia y Santos. 

Hoy, fiesta de santa Cecilia, patrona de la música, de quien se dice que Cantantibus organis in corde decantabat Domino (mientras tocaba los instrumentos, ella cantaba a Dios en su corazón), nos complace recoger una hermosa y profunda reflexión del Cardenal Sarah sobre la naturaleza del canto sagrado.

«L
a profundidad del misterio de Dios lleva a hablar a san Agustín en sus Confesiones de la experiencia de “los límites de las palabras”. Entonces, en silencio, nos llenamos de gozo. Al Dios inefable no lo podemos nombrar: “Si no lo puedes pronunciar, y tampoco lo debes callar, ¿qué queda, sino que te desahogues en el júbilo para que, sin palabras, se regocije tu corazón, y el campo inmenso de las alegrías no quede aprisionado por los límites de las sílabas?”, se pregunta el santo doctor.
De esta gozosa experiencia del misterio nace el canto sagrado: El canto de las liturgias cristianas debería alejarse de ciertos cánticos locuaces para volver a encontrar la grandeza contemplativa del canto de los monjes de Oriente y Occidente.
El canto gregoriano no se opone al silencio: nace de él y a él conduce. Diría incluso que está como tejido de silencio. ¡Qué experiencia tan sobrecogedora la de cantar con los monjes de la Gran Cartuja, en la penumbra de la noche, la Salve Regina de las vísperas! Las últimas notas acaban muriendo una a una en medio de un silencio filial, envolviendo nuestra confianza en la Virgen María. Es una experiencia esencial para comprender la reflexión de Joseph Ratzinger en su libro Un canto nuevo para el Señor: “Un callar que finalmente convierte lo inefable en santo, y también pide ayuda a las voces del cosmos para que lo no dicho se haga perceptible. Esto significa que la música de Iglesia, emanando de la palabra y del silencio percibido en ella, presupone una constante escucha de toda la plenitud del Logos”. (Cardenal Robert Sarah, La fuerza del silencio, Palabra 2017, p. 146).

domingo, 18 de noviembre de 2018

CARDENAL ZEN: LA ANTIGUA LITURGIA ES ALIMENTO PARA ALMA


«M
e alegro que en la Iglesia haya tanta gente, también muchos jóvenes, que aprecien los tesoros de la antigua liturgia de la Iglesia. Me alegro porque se trata realmente de un tesoro que al menos parte de la Iglesia aprecia y busca mantener para el bien de todos. La antigua liturgia puede ser beneficiosa incluso para aquellos que no la frecuentan regularmente, porque es un alimento para el alma» (Cardenal Joseph Zen, Del mensaje a los participantes en la peregrinación Summorum Pontificum 2018).


miércoles, 14 de noviembre de 2018

HUMILDAD Y MORTALIDAD, UN SERMÓN DE SAN AGUSTÍN

Cementerio General de Santiago, Chile
Foto: Daniel Concha B.

  En un sermón sobre los beneficios que reporta al alma el pensamiento de la muerte, San Agustín se detiene a considerar la incertidumbre que envuelve la hora de la muerte y que grava aún más nuestra ya penosa condición mortal. Poena certa est, hora incerta, la muerte es segura pero su hora incierta, repite; y añade: «no hay entre todas las cosas humanas una más cierta que la incertidumbre de la muerte». Por eso, «mientras vivimos, debemos estar alerta; es aquí donde hemos de escoger lo que allá hemos de tener». Y así como la transitoriedad de la vida terrena, gravada por la incertidumbre del fin, nos invita a una permanente vigilancia, la mortalidad de nuestra actual condición debe ser motivo de una profunda humildad: ni a los ángeles caídos les fue dicho acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás.
  «¿Cómo, pues, –continúa diciendo el Santo doctor– hemos podido cantar en el salmo: Tened piedad de mí, ¡oh Señor!, porque me ha pisoteado el hombre? (Ps 55, 2). Hombre aquí se dice quien vive a lo humano; quienes viven a lo divino son llamados dioses: Dioses sois, y todos hijos del Altísimo; en tanto que, a los réprobos, que, llamados a ser hijos de Dios, quisieron ser más bien hombres, es decir, vivir a lo humano, se les dice: Pero vosotros moriréis como hombres y caeréis como uno de los príncipes (Ps 81, 6). Si, en efecto, es mortal el hombre ¿no debe ser ello motivo de ordenar bien su vida, más que de jactarse? ¿De qué se ufana este gusano que mañana morirá? Digo a vuestra caridad, hermanos míos, que aun del diablo tienen los hombres orgullosos que aprender a ruborizarse. Él, aunque soberbio, es inmortal; aunque maligno, es un espíritu y para el último día le aguarda un fallo condenatorio. Con todo, esta muerte que a nosotros nos aflige, él no la padece. Al hombre fue a quien se le dijo: Morirás de muerte (Gen 2, 17). Use, pues, bien el hombre de este castigo. ¿Qué significa “use bien de este castigo”? Que no haga razón de orgullo lo mismo que mereció el castigo; que su condición mortal le sirva para quebrar su altivez, y vea se dirigen a él estas palabras: ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? (Eccli 10, 9). El diablo, aunque soberbio, no es tierra ni ceniza. Para prevenir al hombre contra la soberbia se le dijo: Pero vosotros moriréis como hombres y caeréis como uno de los príncipes. Use, pues, bien el hombre de su castigo, hermanos; use bien de su mal, y le será de provecho. ¿Quién ignora que la necesidad de morir no es sino un castigo, que agrava la incertidumbre del cuándo»? (San Agustín, Sermón 97. Sobre el pensamiento de la muerte).

jueves, 8 de noviembre de 2018

EL REFRIGERIO DE LA SANTA MISA


Un sacerdote decía que sin asistencia de pueblo no se justificaba la celebración de la Misa. Oyó este comentario un amigo suyo, también sacerdote, y le contestó: Pero fulano, ¿no sientes el clamor del pueblo purgante que nos reclama el refrigerio de la Santa Misa? En efecto, la Iglesia purgante, esa parte del pueblo de Dios que se purifica en el más allá, y vive a la espera de poder entrar en el gozo de su Señor, se beneficia poderosamente del Santo Sacrifico. La Iglesia ha tenido siempre una viva conciencia de que el principal sufragio para socorrer a las almas del Purgatorio es el Sacrificio del Altar. Por eso, desde la más remota antigüedad, en todas las misas reza por los difuntos: pide a Dios que no los olvide, Memento Domine...; que les conceda el locum refrigerii, lucis, et pacis, el lugar del consuelo, de la luz y de la paz; y al renovar sacramentalmente el Sacrifico del Calvario, les abre el tesoro de los méritos infinitos de Cristo. «Oigo decir a muchos, comenta un Padre de la Iglesia: ¿de qué le sirve a un alma que ya ha salido de este mundo, con pecados o sin ellos, que se le recuerde en la oración? Y les respondo: si un rey envía al destierro a quienes le ofendieron, más luego se le acercan los parientes de los desterrados ofreciéndole el homenaje de una corona en favor de ellos, ¿no los recompensará librando de la pena a sus allegados? Del mismo modo nos comportamos nosotros con los difuntos, aunque hayan sido pecadores. Ofreciendo a Dios nuestras preces, no tejemos una corona, sino que tratamos de hacer propicio al Dios clemente, por ellos y por nosotros, ofreciéndole a Cristo sacrificado por nuestros pecados» (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis Mistagógica V, 10).

lunes, 5 de noviembre de 2018

MONSEÑOR SAMPLE: LA MISA TRADICIONAL HABLA AL CORAZÓN DE LOS JÓVENES


Semanas atrás, la página New Liturgical Movement publicó una interesante entrevista, también por su valor testimonial, con el Arzobispo de Portland, Monseñor Alexander K. Sample, sobre temas relacionados con el sacerdocio y la liturgia. Monseñor Sample es conocido por su amor a la liturgia tradicional y ha celebrado la Misa Pontifical según la Forma Extraordinaria en ocasiones muy señaladas. A continuación, un breve extracto traducido al español de dicha entrevista; concretamente, su respuesta a la pregunta de cuál sería, en su opinión, la razón de esa atracción que ejerce la Misa antigua sobre los jóvenes:

«Yo diría que su belleza, su solemnidad, el sentido de la trascendencia, del misterio. No un misterio en el sentido de exclamar: «¡Oh, no sabemos qué está pasando!», sino más bien de que hay un mysterium tremendum celebrado aquí, un misterio grandioso. La liturgia en el antiguo rito realmente expresa la naturaleza y el significado esencial de la Misa, que consiste en hacer presente el sacrificio que de una vez para siempre Cristo ofreció sobre la Cruz, y ahora, de modo sacramental e incruento, en la Santa Misa.
Creo que los jóvenes se sienten atraídos por ella porque alimenta una necesidad espiritual que tienen. Hay algo en esta forma de la liturgia, en ella misma, que habla al corazón de la juventud. Los jóvenes continuarán descubriéndolo, y serán los que llevarán adelante la Forma Extraordinaria cuando la generación mayor haya ido por su recompensa. Ciertamente, serán los jóvenes de tu generación, pero ... yo ya tengo 57 años. Fui bautizado en el antiguo rito, pero cuando alcancé el uso de razón y conocí la misa, ya habíamos llegado a la nueva liturgia. Así que todo el mundo más joven que yo realmente no tiene experiencia de esta liturgia. ¡Cualquier persona menor a mi edad podría considerarse «joven» para descubrir esta hermosa liturgia!».


jueves, 1 de noviembre de 2018

LAS RELIQUIAS DE LOS SANTOS

Brazos relicarios. Foto es.wikipedia.org


E
s una manifestación de piedad tener en gran estima y venerar los restos y reliquias de los santos, de modo similar a como se guardan y conservan con cariño los objetos que pertenecieron a nuestros seres queridos. Ya los cristianos de los primeros siglos conservaban como tesoros inestimables las reliquias de los mártires. Como señala el Catecismo Romano, si los vestidos (cfr. IV Reg. 2), los pañuelos (Cfr. Act 19), y hasta la sombra (Cfr. Act. 5) de los Santos, antes de que murieran, ahuyentaban las enfermedades y restituían las fuerzas, ¿quién osará negar que haga el Señor los mismos milagros por las sagradas cenizas, huesos y demás reliquias de los Santos?
Santo Tomás de Aquino se hace eco de una tradición intangible de la Iglesia cuando enseña, con relación a los Santos, que debemos, en su memoria, venerar dignamente todo aquello que nos han dejado, y sobre todo sus cuerpos, que fueron templos e instrumentos del Espíritu Santo, que habitaba y obraba en ellos, y que se configurarán con el Cuerpo de Cristo, después de su gloriosa resurrección. Por eso, el mismo Dios honra esas reliquias de manera conveniente, obrando milagros por ellas (S. Th., III, q. 25, a. 6).