Brazos relicarios. Foto es.wikipedia.org
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una manifestación de piedad tener en gran estima y venerar los restos y
reliquias de los santos, de modo similar a como se guardan y conservan con
cariño los objetos que pertenecieron a nuestros seres queridos. Ya los
cristianos de los primeros siglos conservaban como tesoros inestimables las reliquias de los mártires. Como señala el
Catecismo Romano, si los vestidos (cfr.
IV Reg. 2), los pañuelos (Cfr. Act 19), y hasta la sombra (Cfr. Act. 5) de los
Santos, antes de que murieran, ahuyentaban las enfermedades y restituían las
fuerzas, ¿quién osará negar que haga el Señor los mismos milagros por las
sagradas cenizas, huesos y demás reliquias de los Santos?
Santo
Tomás de Aquino se hace eco de una tradición intangible de la Iglesia cuando
enseña, con relación a los Santos, que debemos,
en su memoria, venerar dignamente todo aquello que nos han dejado, y sobre todo
sus cuerpos, que fueron templos e instrumentos del Espíritu Santo, que habitaba
y obraba en ellos, y que se configurarán con el Cuerpo de Cristo, después de su
gloriosa resurrección. Por eso, el mismo Dios honra esas reliquias de manera
conveniente, obrando milagros por ellas (S. Th., III, q. 25, a. 6).
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