jueves, 29 de junio de 2023

SAN PEDRO Y SAN PABLO


Las lágrimas de San Pedro. El Greco

Breve reflexión de Benedicto XVI sobre el simbolismo de las llaves y de la espada con que la iconografía cristiana suele representar a los Apóstoles Pedro y Pablo respectivamente.

* * * 

«A Jesús, que le pregunta “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”, Pedro responde:  "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 15-16). Acto seguido, Jesús pronuncia la declaración solemne que define, de una vez por todas, el papel de Pedro en la Iglesia: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (...). A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19).

Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras:  Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parezca oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo. Siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro. Así queda descrito con imágenes muy plásticas lo que la reflexión sucesiva calificará con el término: “primado de jurisdicción”. (Benedicto XVI, Audiencia general, 7 de junio de 2006).

San Pablo en prisión. Rembrandt

«La tradición iconográfica representa a san Pablo con la espada, y sabemos que ésta significa el instrumento con el que fue asesinado. Pero, leyendo los escritos del apóstol de los gentiles, descubrimos que la imagen de la espada se refiere a su misión de evangelizador. Él, por ejemplo, sintiendo cercana la muerte, escribe a Timoteo: «He luchado el noble combate» (2 Tm 4,7). No es ciertamente la batalla de un caudillo, sino la de quien anuncia la Palabra de Dios, fiel a Cristo y a su Iglesia, por quien se ha entregado totalmente. Y por eso el Señor le ha dado la corona de la gloria y lo ha puesto, al igual que a Pedro, como columna del edificio espiritual de la Iglesia». (Benedicto XVI, Homilía 29 de junio de 2012).

 

martes, 27 de junio de 2023

COMO MARÍA AL PIE DE LA CRUZ

«Si deseamos un perfecto dechado de los sentimientos de que debemos estar animados al asistir a la santa misa, no busquemos otro que María al pie de la cruz. En pie, como un sacerdote ante el altar, ofrece a su Hijo, y se ofrece a sí misma con él, como víctima para la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Participa de los sufrimientos y de los interiores afectos de la víctima; padece en su corazón todos los tormentos, todas las humillaciones que padeció Jesús en su cuerpo y en su alma. Mártir es en supremo grado, porque, de ver padecer a su Hijo, sufre más que si ella padeciera todas aquellas angustias. Y lo es de buena voluntad y libremente, porque, sabiendo ser necesario el sacrificio para la gloria de Dios y nuestra salvación, da su consentimiento para la obra reparadora que lleva a cabo su Hijo, y le da con todo cariño, dichosa de cooperar a nuestra redención. ¡Cuán fecundos son de esa manera sus dolores! Padeciendo con Jesús y por los mismos fines, tendrá parte en la dispensa de las gracias merecidas por Él.; será, secundariamente y dependiente de su Hijo, la Medianera universal de la gracia; y, para declarar este cometido, Jesús, antes de expirar, le entrega como hijo a San Juan y, con éste, a todos sus discípulos.

Cuando, pues, oímos misa, trasladémonos en espíritu al pie del calvario, postrémonos humildemente junto a María, madre del Salvador y nuestra, y pidámosle nos comunique un tanto de sus sentimientos. Las estrofas del Stabat Mater nos inspirarán excelentes oraciones:

“Oh Madre, fuente de amor, haz que sienta tu dolor; que llore contigo.

“Haz que arda mi corazón en el amor de Cristo Dios para darle gozo.

“Santa Madre, graba fuertemente en mi corazón las llagas del Crucificado.

“De tu llagado Hijo, que se dignó padecer tanto por mí, dame parte en los dolores.

“Dame que llore contigo, que me duela con el Crucificado mientras viva.

“Quiero estar contigo junto a la cruz, y juntar mi llanto con el tuyo.

“Virgen la más preclara de las vírgenes, no seas dura conmigo; dame que contigo llore.

“Pon sobre mí la muerte de Cristo; dame parte en su pasión y que medite sus llagas.

“Con sus llagas hiéreme; con su cruz y con la sangre de tu Hijo embriágame. 

¿No es verdad que sentir así con María es corresponder al deseo de Jesús, de que la misa sea una memoria y representación viva de la Pasión; es comulgar con los sentimientos y afectos de Jesús y percibir abundantemente los frutos del santo sacrificio; es mantenerse unidos al divino Crucificado durante doto el día ofreciendo con él y por él todas nuestras obras como otras tantas víctimas inmoladas por obediencia y amor?». (A. Tanquerey, La Santa Misa, Santiago de Chile 1937. P. 42-43).

sábado, 17 de junio de 2023

UN REFUGIO SEGURO


«Sancta Maria, Stella maris» —Santa María, Estrella del mar, ¡condúcenos Tú!

    —Clama así con reciedumbre, porque no hay tempestad que pueda hacer naufragar el Corazón Dulcísimo de la Virgen. Cuando veas venir la tempestad, si te metes en ese Refugio firme, que es María, no hay peligro de zozobra o de hundimiento.

(San Josemaría Escrivá, Forja n. 1055)

 

lunes, 12 de junio de 2023

LITURGIA Y MAJESTAD DE DIOS

Imagen: wikipedia.org

En un logrado artículo que lleva por título Offerimus praeclarae divinae maiestati tuae (Ofrecemos a tu excelsa Majestad divina), expresión inspirada en una de las oraciones del Canon Romano, don Enrico Finotti expone algunas implicaciones luminosas que el concepto de Majestad divina irradia necesariamente sobre la liturgia y el culto en general. Publico en español el primer apartado de este sugerente escrito, digno de una atenta reflexión.



Offerimus praeclarae divinae maiestati tuae
Por don Enrico Finotti

Fuente: liturgiaculmenetfons.it

I

La majestad de la Trinidad divina

El Canon romano, la Anáfora eucarística príncipe y modelo originario de la regula sacrificalis Romanae Ecclesiae (regla sacrificial de la Iglesia romana), presenta de manera acabada la actitud justa que se debe adoptar en el culto sagrado: se trata de acceder ante la divina Majestad. El Prefacio establece sus protocolos con expresiones inequívocas: Per quem maiestatem tuam laudant Angeli, adorant Dominationes, tremunt Potestates. Caeli, caelorumque Virtutes, ac beata Seraphim, socia exultatione concelebrant. El Trisagio lleva a su máxima exaltación la gloria de la divina Majestad cuando proclama: Sanctus, sanctus, sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt caeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis. Dos de los mayores embolismos del Canon guían los pasos del pontifex (sacerdos) en el acto del ejercicio cultual, especialmente en la ofrenda sacrificial, con locuciones precisas y nobles; en el Unde et memores dice: Offerimus praeclarae maiestati tuae (Ofrecemos a tu excelsa Majestad); en el Supplices se repite: In conspectu divinae maiestatis tuae (Ante la presencia de tu divina Majestad). Además, la tradición latina rodea con un silencio solemne toda la recitación del Canon, mientras que la griega cubre el cumplimiento de los santos Misterios a la mirada de los fieles con el iconostasio. Un clima de temor sagrado envuelve la hora tremenda en la que el cielo desciende a la tierra. La expresión también se hace eco en la piedad popular cuando en las letanías del Sagrado Corazón de Jesús se aclama: Cor Iesu, maiestatis infinitae.   

Que Dios sea Majestad viene atestiguado igualmente por breves referencias en la doctrina cristiana. El Catecismo de San Pío X comienza diciendo que Dios es el ser perfectísimo, Creador y Señor del cielo y de la tierra. Él no solo es el origen de todas las cosas, sino que es su Señor y a todas las gobierna con su Providencia. En el Credo del Pueblo de Dios, pronunciado por Pablo VI (1968), se dice: Dios es absolutamente uno en su esencia infinitamente santa, así como en todas sus perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor. Por esta razón el Catecismo tridentino recomienda a los párrocos un celo ardiente, para que el pueblo fiel ascienda, temeroso y con máximo respeto, a contemplar la gloria de la majestad divina dentro de los límites establecidos por Dios (parte I art. I). Si ya la catequesis y la predicación nos ponen frente al concepto de la divina Majestad, cuanto más la liturgia en su más insigne monumento, el Canon Romano, deberá conducirnos a percibir el sentido de la Majestad a la que se ofrece la sagrada oblación. No es casualidad que la misma Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium declare que la liturgia es principalmente culto de la Divina Majestad (SC 33).

La Majestad divina se manifiesta por medio de acontecimientos absolutamente singulares, poderosos y tremendos en las teofanías bíblicas del Antiguo Testamento, y viene celebrada en las visiones del Apocalipsis donde ya se contempla en el misterio aquel culto del todo maravilloso, solemne y majestuoso que el Kyrios, inmolado y glorioso, recibe de las huestes angélicas y del número inmenso de los elegidos que se postran ante Él y por Él adoran al Padre Eterno y a la Trinidad Santa. El Apocalipsis describe entonces la liturgia vigente en la eternidad bienaventurada y nos comunica aquí en la tierra los acontecimientos del culto celestial hacia los que estamos orientados y que son objeto de nuestro vivo deseo. En este sentido, la liturgia realizada en el altar del cielo por los ángeles y los santos en el lumen gloriae (luz e la gloria) es para la Iglesia peregrinante modelo e inspiración sublime para el culto que celebra aquí en la tierra en el lumen fidei (luz de la fe). 

Este es el motivo por el que la Iglesia católica, a lo largo de toda su historia, ha comprendido la naturaleza de la divina liturgia y la ha celebrado siempre bajo una modalidad de alto perfil espiritual, de indiscutible calidad artística, de generosa profusión de materiales preciosos, de grandiosas galas rituales, de solemnes himnos místicos y de excelentes sustancias perfumadas. Se trata de elevar con incansable ardor nuestro débil patrimonio espiritual y nuestra opaca visión sobrenatural para recibir de ese culto perfecto y eterno la irradiación mística que nos habilita, con tanta paciencia y misericordia, para la liturgia celestial que nos aguarda allá arriba ante el esplendor de la Majestad divina. 

La Iglesia, instruida interiormente por la moción del Espíritu Santo, ha percibido que a la Majestad se accede con solemnidad; a la Belleza se accede mediante lo bello; al Orden se accede con protocolo; a lo Sobrenatural se accede con asombro místico; al Misterio se accede con gravedad. 

De aquí procede el carácter breve, noble y solemne del Rito romano clásico y el carácter complejo, hierático y místico de los ritos orientales. Se trata de dos modalidades distintas, iguales en su origen y complementarias en su principio inspirador: acceder dignamente ante la divina Majestad y adorar con fe y amor a la Trinidad Santísima. 

En realidad, todos los pueblos están de acuerdo en que Dios es Majestad infinita. Forma parte de la ley natural, esa ley inscrita en la naturaleza del hombre, percibir inmediatamente el carácter apofático y trascendente que envuelve a la divinidad. A pesar del profundo daño infligido por el pecado original a la dimensión religiosa intrínseca del ser humano, todas las religiones manifiestan de algún modo el sentido de la majestad en su relación con la divinidad, y emplean sus mejores energías en elevar un culto lo más espléndido posible para obtener la complacencia del Todopoderoso. El culto del Antiguo Testamento y luego el culto definitivo del Nuevo Testamento no hacen sino purificar los cultos humanos y darles aquella plena realización que es ese único culto grato a Dios que el Hijo Unigénito ofrece eternamente a la Majestad divina sobre el altar de oro del cielo.

 



 

domingo, 4 de junio de 2023

GLORIA AL PADRE Y AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO

En estas pocas líneas Benedicto XVI sintetiza el sentido de la celebración litúrgica del misterio de la Santísima Trinidad. Somos invitados a festejar y alabar el misterio mismo de Dios en toda su bondad, belleza y fecundidad. 

«En esta solemnidad, la liturgia nos invita a alabar a Dios no sólo por una maravilla realizada por él, sino sobre todo por cómo es él; por la belleza y la bondad de su ser, del que deriva su obrar. Se nos invita a contemplar, por decirlo así, el Corazón de Dios, su realidad más profunda, que es la de ser Unidad en la Trinidad, suma y profunda comunión de amor y de vida. Toda la sagrada Escritura nos habla de él. Más aún, es él mismo quien nos habla de sí en las Escrituras y se revela como Creador del universo y Señor de la historia».

(Extracto de una homilía de Benedicto XVI en Savona, 17 de mayo de 2008, fiesta de la Santísima Trinidad).