domingo, 31 de marzo de 2024

CRISTO VIVE

Resurrección de Murillo
Imagen: wikipedia.org

«Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos.

¿No es la certeza de que Cristo resucitó la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida al servicio del Evangelio? “Si Cristo no resucitó, —decía el apóstol san Pablo— es vana nuestra predicación y es vana también nuestra fe” (1 Co 15, 14). Pero ¡resucitó!

El anuncio que en estos días volvemos a escuchar sin cesar es precisamente este: ¡Jesús ha resucitado! Es “el que vive” (Ap 1, 18), y nosotros podemos encontrarnos con él, como se encontraron con él las mujeres que, al alba del tercer día, el día siguiente al sábado, se habían dirigido al sepulcro; como se encontraron con él los discípulos, sorprendidos y desconcertados por lo que les habían referido las mujeres; y como se encontraron con él muchos otros testigos en los días que siguieron a su resurrección.

Incluso después de su Ascensión, Jesús siguió estando presente entre sus amigos, como por lo demás había prometido: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). El Señor está con nosotros, con su Iglesia, hasta el fin de los tiempos. Los miembros de la Iglesia primitiva, iluminados por el Espíritu Santo, comenzaron a proclamar el anuncio pascual abiertamente y sin miedo. Y este anuncio, transmitiéndose de generación en generación, ha llegado hasta nosotros y resuena cada año en Pascua con una fuerza siempre nueva». (Benedicto XVI, Audiencia general, miércoles 26 de marzo de 2008)

Fuente: vatican.va


 

sábado, 30 de marzo de 2024

DE LOS BRAZOS DE LA CRUZ A LOS BRAZOS DE SU MADRE

Descendimiento de Rubens

Los auxilios que un grupo selecto de almas enamoradas prestaron a Cristo muerto para descenderlo de la Cruz y darle digna sepultura han inspirado páginas bellísimas en la literatura espiritual. He aquí algunas de ellas.

1. «Nicodemo y José de Arimatea discípulos ocultos de Cristo interceden por Él desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio, entonces dan la cara audacter (Mc XV, 43): ¡valentía heroica!

Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor…, lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones…, lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!

Cuando todo el mundo os abandone y desprecie…, ¡serviam!, os serviré, Señor». (San Josemaría Escrivá, Via Crucis, XIV, 1)

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2. «Después de esto considera cómo aquel mismo día por la tarde llegaron aquellos dos santos varones, José y Nicodemo que, arrimadas sus escaleras a la Cruz, descendieron en brazos el Cuerpo del Salvador. Como la Virgen vio que, acabada ya la tormenta de la pasión, llegaba a tierra el sagrado Cuerpo, aparéjase Ella para darle puerto seguro en sus pechos y recibirlo de los brazos de la Cruz en los suyos…

Pues cuando la Virgen le tuvo en sus brazos, ¿qué lengua podrá explicar lo que sintió? ¡Oh ángeles de la paz, llorad con esta Sagrada Virgen; llorad, cielos; llorad, estrellas del cielo, y todas las criaturas del mundo acompañad el llanto de María! Abrázase la Madre con el cuerpo despedazado, apriétalo fuertemente en sus pechos (para solo esto le quedaban fuerzas), mete su cara entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con rostro, tíñese la cara de la sacratísima Madre con la sangre del Hijo, y riégase la del Hijo con lágrimas de la Madre. ¡Oh dulce Madre! ¿Es ése, por ventura, vuestro dulcísimo Hijo? ¿Es ése el que concebiste con tanta gloria y pariste con tanta alegría? ¿Pues qué se hicieron vuestros gozos pasados? ¿Dónde se fueron vuestras alegrías antiguas? ¿Dónde está aquel espejo de hermosura en que os mirábades?

Lloraban todos los que presentes estaban; lloraban aquellas santas mujeres, aquellos nobles varones; lloraba el cielo y la tierra y todas las criaturas acompañaban las lágrimas de la Virgen». (San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación, Madrid 1991, p. 99).

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3. «Tras de esto resta considerar con cuánta devoción y compasión desclavarían aquellos santos varones el Sacratísimo cuerpo de la Cruz, y con qué lágrimas y sentimiento lo recibiría en sus brazos la afligidísima Madre, y cuáles serían allí las lágrimas del amado discípulo, de la santa Magdalena y de las otras piadosas mujeres; cómo lo envolverían en aquella sábana limpia y cubrirían su rostro con un sudario, y, finalmente, lo llevarían en sus andas y lo depositarían en aquel huerto donde estaba el santo sepulcro.

En el huerto se comenzó la Pasión de Cristo, y en el huerto se acabó; y por este medio nos libró el Señor de la culpa cometida en el huerto del Paraíso, y por ella, finalmente, nos lleva al huerto del Cielo» (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Madrid 1990, p. 147).



 

viernes, 29 de marzo de 2024

AFECTOS A JESÚS CRUCIFICADO

Cristo de la buena muerte

«Alma mía, levanta los ojos y mira a este Hombre crucificado; mira al Cordero divino sacrificado sobre el altar de la cruz; considera que es el Hijo predilecto del Padre eterno, y que ha muerto por el amor que te profesa. Mira cómo tiene los brazos abiertos para abrazarte, la cabeza inclinada para darte el beso de paz, el costado abierto para darte entrada en su corazón. ¿Merece ser amado un Dios tan bueno y amoroso? ¿Qué respondes a esto? Hijo mío, te dice Jesús desde lo alto de la cruz, mira si ha habido en el mundo quien te haya amado más que tu Dios». (San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, Madrid 1977, p. 175).


jueves, 28 de marzo de 2024

EN LA INTIMIDAD DEL CENÁCULO

Imagen: pinterest.es

«Sea ésta la hora de reavivar el grandísimo recuerdo. Se hace presente a nuestro espíritu todo lo dicho, todo lo realizado en esta última Cena nocturna, ardientemente deseada por el mismo divino Maestro, en vísperas de su pasión y de su muerte. El mismo Señor quiso dar a aquella reunión tal plenitud de significado, tal riqueza de recuerdos, tal conmoción de palabras y de sentimientos, tal novedad de actos y de preceptos, que nunca terminaremos de meditarlos y explorarlos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Se echa encima la muerte, con inauditos presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en confidencias supremas, cerniéndose así entre la vida y la muerte». (San Pablo VI, Extracto de la homilía del Jueves Santo, 27-III-1975).

Fuente: vatican.va 

lunes, 25 de marzo de 2024

LA UNCIÓN DE BETANIA, UNA LECCIÓN

Imagen: wikipedia.org

Conmovido con el ejemplo de María en casa de Simón el leproso, que vierte un ungüento de nardo puro de gran precio sobre Jesús, comenta san Josemaría:

«Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios.

  —Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco.

  —Y contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: «opus enim bonum operata est in me» una buena obra ha hecho conmigo» (Camino, n° 527).

La generosidad de María es modelo para los cristianos de todas las épocas en el afán de no escatimar nada en lo que se refiere al culto de Dios. No obstante las críticas que su actuación despierta, disfrazadas por un manto de preocupación social, a ella le basta con que su Señor esté contento. Y Jesús sale en su defensa: «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena conmigo, pues a los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mc 14, 6-7).

No cree María que hace una cosa extraordinaria al gastar ese perfume tan valioso para ungir al Señor. Quizá piense que ya no habrá otra oportunidad de hacer algo grande por su Maestro, y actúa coherentemente, con la espontaneidad del amor que no sabe de cicaterías. Así han actuado siempre los cristianos de todos los siglos, destinando lo mejor que tenían para honrar al Señor realmente presente bajo el velo de las especies sacramentales. El proceder de María ha quedado como una dulce invitación a no ser mezquinos con el Señor, a darle todo, «a romper el frasco» (Mc 14, 3), en correspondencia al amor de Cristo que ha ungido a la humanidad entera con el bálsamo de infinito valor de su Sangre preciosísima.


martes, 19 de marzo de 2024

LA TRINIDAD DEL CIELO Y DE LA TIERRA

La devoción a San José ha marcado profundamente el alma de muchos santos. Es el caso de San Josemaría Escrivá, cuya veneración por el Santo Patriarca creció hasta el fin de sus días, y siempre muy unida a su amor por la Sagrada Familia de Nazaret. «La devoción a san José en el fundador del Opus Dei –se lee en el diccionario a él dedicado- estaba íntimamente unida a la devoción a la Sagrada Familia, en cuya inseparabilidad insistía. Jesús, María y José formaban una familia unida a la que con frecuencia llamaba trinidad de la tierra: ‘Entre los bienes que el Señor ha querido darme, está la devoción a la Trinidad Beatísima: la Trinidad del cielo, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, único Dios, y la trinidad de la tierra: Jesús, María y José. Comprendo bien la unidad y el cariño de esta Sagrada Familia. Eran tres corazones, pero un solo amor’. Por eso conviene mantenerlos unidos también en la vida interior, según un itinerario de la vida espiritual que va desde la trinidad de la tierra hasta la Trinidad del Cielo: ‘A través de Jesús, María y José, la trinidad de la tierra, cada uno encontrará su modo propio de acudir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, la Trinidad del Cielo’» (Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, voz SAN JOSÉ, Monte Carmelo 2013, p.1108).


 

jueves, 14 de marzo de 2024

UNA INTOLERANCIA INMOTIVADA

Con el recrudecimiento de las hostilidades hacia la liturgia tradicional, las siguientes palabras del cardenal Joseph Ratzinger, dichas hace más de 20 años, parecen adquirir una sorprendente actualidad. Decía el entonces Prefecto para la Doctrina de la Fe: «También es importante para la correcta concienciación en asuntos litúrgicos que concluya de una vez la proscripción de la liturgia válida hasta 1970. Quien hoy aboga por la perduración de esa liturgia o participa en ella es tratado como un apestado; aquí termina la tolerancia. A lo largo de la historia nunca ha habido nada igual, esto implica proscribir también todo el pasado de la Iglesia. Y de ser así, ¿cómo confiar en su presente? Francamente, yo tampoco entiendo por qué muchos de mis hermanos obispos se someten a esta exigencia de intolerancia que, sin ningún motivo razonable, se opone a la necesaria reconciliación interna de la Iglesia» (Cf. Dios y el mundo, Buenos Aires 2005, p. 393). Este texto condensa lo que fue la postura invariable de Ratzinger/Benedicto XVI con relación al uso de la antigua liturgia. A sus ojos, lo que aquí está en juego es algo serio; al proscribir el pasado también se siembra la sospecha y desconfianza en el presente. Si lo que se hacía antes ya no es tolerable, ¿qué futuro se depara a lo que hoy se prescribe como genuino y auténtico? Está claro que la libre coexistencia de los ritos es un beneficio mutuo, y probablemente el único camino viable para la paz y un sano orden litúrgico.

 

viernes, 8 de marzo de 2024

MIRAR A CRISTO CRUCIFICADO

Cristo de Torreciudad

«Cuantas veces se detiene el alma a mirar con devoción el Crucifijo, otras tantas le mira Jesucristo con ojos de infinita ternura»

(San Alfonso María de Ligorio)

viernes, 1 de marzo de 2024

EL ECLIPSE DE LA MAJESTAD DIVINA EN LA LITURGIA

Hace algunos meses publiqué en el blog la primera parte de un artículo de don Enrico Finotti sobre la importancia que tiene para la liturgia la idea de la Majestad divina (ver aquí). No obstante, poco a poco un vago y acentuado «asambleísmo» ha terminado por ocultar la verdad central de que en toda celebración litúrgica estamos en presencia de la majestad infinita de Dios, presencia que nos reclama un comportamiento reverente y sagrado. Publico ahora una traducción del apartado tercero del mismo artículo.


Algunas insidias a la divina Majestad en la liturgia 
Por Don Enrico Finotti

Especialmente en los decenios postconciliares, se difundieron en la mentalidad y en la práctica litúrgicas ideas y comportamientos fuertemente perjudiciales para la majestad propia de la liturgia, y hay que constatar, por desgracia, daños incalculables a la dignidad de la celebración y al patrimonio del arte y del decoro sagrado. Un despojo universal de iglesias y sacristías ha caracterizado la aplicación inconsciente y frenética de la «reforma litúrgica». Aquella simplificación ideológica que golpeó las iglesias protestantes en la «reforma» luterana parece, en muchos casos, haber penetrado en el espléndido y cálido concierto de la liturgia católica, privándola de su color y belleza trascendentes.

El tono gris de las nuevas salas litúrgicas y el lenguaje vacío de la funcionalidad han desvitalizado el aliento y la luz de la tradición litúrgica tamizada por los siglos e impregnada de la piedad de los pueblos cristianos. La mística de los santos y el genio de los artistas inspirados por la fe, la piedad de los padres y la gravedad de los sacerdotes, han dado paso a la funcionalidad ordinaria y a la banalidad superficial de lo cotidiano secularizado. Ya no se acude a la Majestad divina, sino que uno se junta para una mera reunión de camaradería movida de un vago sentimiento de religiosidad. El ambiente ya no sagrado, los vestidos totalmente simplificados y ligeros, los gestos espontáneos y sin compostura, el lenguaje común de la calle, todo encaja en este cuadro.

El sacerdote y los demás ministros ya no consideran necesario prepararse para el rito con la oración; los ornamentos (a veces ni siquiera bendecidos y reducidos a traje de circunstancia) se visten con precipitación y a veces con molestia, mientras se conversa o se hace otra cosa. De hecho, no se trata de presentarse ante la Majestad divina, sino simplemente de animar a la asamblea, que interactúa en la sala litúrgica de modo similar a una relajada comunicación en la plaza pública.

Esta es la triste situación de tantas parroquias que han perdido por completo el sentido de la Majestad divina y consideran un progreso lo que la tradición más genuina aborrece como mistificación y pérdida de lo sagrado trascendente. Ya no hay presencia de Dios en esas reuniones, a no ser que Él mismo llame a su puerta como uno más entre tantos amigos. Ellos son los verdaderos protagonistas y su programación se impone a todos los que acuden a la iglesia, que solo pueden ser acogidos si están abiertos al libre impulso del «espíritu» y no tristemente volcados en la tradición de siempre. ¡He aquí el fruto del eclipse del sentido de la Majestad divina! 

Las causas de tal deriva son complejas, pero al menos podemos identificar algunas: el concepto de noble simplicidad; el concepto de pobreza de la Iglesia; la misa coram populo; el biblicismo litúrgico. Examinaremos brevemente estas causas.