Mañana,
16 de octubre, el Papa Francisco canonizará a la Bienaventurada Isabel de la Trinidad, una joven carmelita francesa que con solo 26 años alcanzó tal
grado de madurez interior y sobrenatural, que bien puede ser contada entre los
grandes místicos de la Iglesia. Pregonera de la inefable presencia de la
Trinidad en el alma, ella misma nos revela lo que fue el gran sueño de su vida: convertir
su entera existencia en una permanente alabanza de la gloria divina.
«Voy
a hacerle una confidencia muy íntima, nos dice en una de sus cartas: mi mayor
sueño consiste en ser “la alabanza de su gloria”. Esto lo he leído en San
Pablo, y mi Esposo me ha hecho comprender que ésa era mi vocación aquí en el
destierro mientras espero ir a cantar el Sanctus eterno en la ciudad de los
santos. Pero eso exige una gran fidelidad, ya que, para ser alabanza de gloria,
hay que estar muerta a todo lo que no sea El, para no vibrar más que al toque
de sus dedos, y la miserable Isabel le hace algunas faenas a su Maestro. Pero
El, como Padre tierno, la perdona, su mirada divina la purifica, y ella, como
San Pablo, procura “olvidar lo que ha dejado atrás y lanzarse de lleno hacia lo
que tiene por delante”. ¡Cómo se siente la necesidad de santificarse y de
olvidarse de uno mismo para vivir por entero al servicio de la Iglesia…!» (Las páginas más bellas de sor Isabel.
Ed. Monte Carmelo, Burgos 1999, p. 205)
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