En
los primeros meses del año 1545, justo un año antes de su muerte, Lutero
escribió un injurioso y desvergonzado panfleto titulado Contra el papado de Roma, fundado por el diablo. Aunque no contiene
ninguna idea novedosa, asevera un buen conocedor del reformador protestante, «es
preciso darlo a conocer porque la tónica constante en la vida del Reformador –el
odium papae– (el odio al papa) reaparece
aquí con una fuerza loca y desencadenada, como un grito desesperado de un
moribundo que recoge un momento todas sus energías vitales para lanzar al mundo
una denuncia, una condenación y un mensaje testamentario cuyas cláusulas no
pueden disimular una desilusión y una derrota.
De
un psiquiatra danés que ha estudiado en dos gruesos volúmenes la psicosis
luterana, copiamos las frases siguientes:
‘Su odio al papa corre
como un hilo rojo, como una idea directiva, a través de sus últimos escritos. Comienza cautelosamente,
vislumbrando en el papa, como muchos otros herejes, al terrible y místico
anticristo de la Escritura; el papa se configura cada vez más claramente como
el peor enemigo suyo, y, consiguientemente, de Dios. Con esta idea, que va
tomando formas cada vez más vigorosas, trata de fortalecer y aliviar su ánimo
interiormente destrozado, y se exalta hasta un patetismo que resuena con las
trompetas del último día y hasta las cimas de un lenguaje que ofrece una
lírica sin igual de vocablos contumeliosos. Sus escritos contienen una infinidad
de denuestos, injurias, groserías y obscenidades populares, que se amontonan
cada vez más alto y culminan en los años que preceden a su muerte… En los
apelativos que da al papa hallamos representada toda la zoología: cerdo, burro,
Farzesel (designación fétida del papa
Farnese: Furz-Esel), rey de los
asnos, perro, rey de las ratas, lobo, oso-lobo, hombre-lobo, león, dragón y
cocodrilo, dragón infernal, larva, bestia, etc. Su punto más alto se halla en el texto que escribió Lutero poco
antes de su muerte para las despreciables caricaturas de Cranach sobre el papa’» (Ricardo García-Villoslada, Martín Lutero, Vol. II, Ed. BAC, Madrid, 2008, p. 539).
Aunque
en sus lecciones sobre el Génesis Lutero aseguraba ego non curo papam, el
papa no me importa, no sin razón se ha señalado esta extraña contradicción en
la psicología del reformador: «No deja de ser curioso que este Martín Lutero
cuya vida entera de Reformador no fue otra cosa que una perpetua y casi morbosa
obsesión del papa, asegure aquí que el papa no le inquieta ni le importa un
comino y que cuanto más irritado lo ve contra Lutero, tanto más éste lo
menosprecia. Entonces, ¿cómo se explica que esté repitiendo a todas horas la
cantinela del anticristo y del asno romano y por qué deja en testamento a sus
seguidores el odio al Papa?» (Id., p.
538).
Se
comprenderá finalmente que a quienes profesamos una auténtica veneración filial
por el Santo Padre, sea quien sea, se nos excuse respetuosamente si nos negamos
a participar en cualquier evento conmemorativo de los quinientos años de la reforma
luterana; reforma, a nuestro parecer, de consecuencias devastadoras.
Son las ventajas, quizá, de ser un simple católico de a pie, o, como se diría hoy, de la periferia.
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