jueves, 20 de julio de 2017

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL NOMBRE DE DIOS

La revelación del nombre de Dios contenida en el libro del Éxodo ha inspirado profundas reflexiones en muchos Padres y Doctores de la Iglesia. San Agustín nos ha dejado unas valiosas consideraciones sobre el misterio de Dios al meditar las respuestas que Dios da a Moisés sobre cuál es su nombre. Ser inmutable y eterno; Creador misericordioso amante de los hombres, son las principales notas que Dios ha querido revelar a su siervo Moisés. En los siguientes comentarios de San Agustín se puede apreciar una vez más, cómo su honda formación platónica y su fe profunda en la revelación divina, se funden en una armoniosa síntesis teológica al servicio de la comprensión de la fe: fides quærens intellectum.

«H
abla Dios a Moisés… Dice, pues: Yo soy el que soy; me envió el que es. Al preguntar por el nombre de Dios, se le contestó eso: Yo soy el que soy. Dirás a los hijos de Israel: El que es, me envió a vosotros. ¿Qué significa eso? ¡Oh Dios, oh Señor nuestro!, ¿cómo te llamas? Contesta: me llamo “Es”. ¿Y qué significa “Me llamo Es”? Que permanezco eternamente, que no puedo cambiar. Porque las cosas que cambian no son, pues no permanecen. ¿Qué significa permanecer? Lo que se muda fue algo y será algo; pero no es, puesto que es mudable. Luego la inmutabilidad de Dios se dignó presentarse con este vocablo: Yo soy el que soy».
¿Por qué entonces después se puso otro nombre al decir: Y dijo el Señor a Moisés: Yo soy el Dios de Abrahán. El Dios de Isaac, el Dios de Jacob? Porque como Dios es inmutable, hizo todas las cosas por misericordia, y el mismo Hijo de Dios se dignó tomar carne mudable, permaneciendo en su ser Verbo de Dios, para venir y socorrer al hombre. Se dignó, pues, revestirse de carne mortal aquel que es, para que pueda decirse: Yo soy Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob». (San Agustín, Sermón VI sobre La vocación de Moisés, 4-5, Ed. BAC, Madrid 1981, Vol. VII, p. 106)

«D
ecía, pues, el ángel, y en el ángel el Señor a Moisés, cuando le preguntaba su nombre: Yo soy el que soy. Esto dirás a los hijos de Israel. El que es me envió a vosotros. Ser es vocablo de inmutabilidad. Todo aquello que cambia deja de ser lo que era y comienza a ser lo que no era. El ser es. Un ser verdadero, un ser puro, un ser auténtico no lo tiene sino aquel que no cambia. Él es el ser verdadero. De quien se dice: Todo lo cambias y se cambiará, pero tú eres siempre el mismo. ¿Qué significa: Yo soy el que soy, sino soy eterno? No soy criatura, ni cielo, ni tierra, ni ángel, ni virtud, ni trono, ni dominación, ni potestad. Siendo, pues, este nombre propio de eternidad, es mayor la dignación con que toma nombre de misericordia.
Yo soy Dios de Abrahán, y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Aquel nombre era para él, éste para nosotros. Si él hubiese querido ser sólo en sí mismo, ¿qué seríamos nosotros?  Si entendió, o mejor, puesto que entendió cuando le dijeron: Yo soy el que soy, el que es me envió a vosotros, creyó que esa sublimidad era excesiva para los hombres, y vio que esa sublimidad distaba mucho de los hombres. Porque quien entendiere dignamente lo que es y auténticamente es, y fuere tocado por la luz de la esencia veracísima, aunque sea repentinamente como un relámpago, se ve muy inferior, muy distante, muy desemejante… Dios reanima al que desespera, pues le vio temeroso, como diciéndole: porque he dicho: Yo soy el que soy, y también: El que es me envió, has entendido qué es el ser, y has desesperado de comprenderlo. Levanta la esperanza: Yo soy Dios de Abrahán, Dios de Isaac y de Jacob. Soy el que soy, soy el mismo ser, pero de modo que quiero estar con los hombres. Así, de algún modo podremos buscar a Dios y descubrir al que es; y por cierto, no está lejos de cada uno de nosotros: pues en él vivimos, nos movemos y somos. Por lo tanto, alabemos su esencia y amemos su misericordia» (San Agustín, Sermón VII sobre La zarza que arde, 7, Id p. 117).

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