Si
el Evangelista Juan pudo escribir: «hemos
conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), a Santa Teresa de los Andes se
le podría atribuir, parafraseando al discípulo amado, una sentencia similar: he conocido el amor que Dios me tiene y he
enloquecido por él. Solo un crecimiento vertiginoso en el amor a Dios puede
explicar que un alma pura y delicada, antes de alcanzar los 20 años, fuera
elevada a las más altas cumbres de la santidad y de la contemplación infusa.
Teresa
desde muy joven se sintió cautivada por el Corazón de Cristo: «En este instante
estoy presa por Él. Me tiene encarcelada en el horno del amor. Vivo en él, mi
hermana querida. ¡Qué paz, qué dulzura, qué silencio, qué mar de bellezas
encierra ese divino Corazón!». Locura es el término más apropiado para
describir su vida. Al poco tiempo de entrar en el Carmelo, escribe una carta a su
hermano Luis donde se halla una de sus frases célebres: «Cuando una ama, no puede hablar sino
del objeto amado. ¿Qué será cuando el objeto amado reúne en sí todas las
perfecciones posibles? No sé cómo puede hacer otra cosa que contemplarle y
amarle. ¿Qué quieres si Jesucristo, ese loco de amor, me ha vuelto
loca»?
¡Cuánta
razón llamar a los santos los locos de Cristo! ¡Y qué locura más
razonable y dichosa!
No hay comentarios:
Publicar un comentario