sábado, 22 de mayo de 2021

LA MISA TRADICIONAL, UNA ENTREVISTA SUSTANCIOSA (I)

Misa tradicional en San Roque, París

Publico (en dos partes) traducida al español una entrevista del padre Eric Iborra, vicario parroquial de San Roque, una hermosa iglesia situada en el corazón de París. El texto me parece de máximo interés porque don Eric habla desde su propia y personal experiencia, como sacerdote que ejerce el ministerio en una central parroquia «bi-ritualista», es decir, donde se celebran de modo habitual ambas formas del rito romano: la ordinaria y la extraordinaria. Una convivencia quizá imposible para algunos; para muchos, un bien posible y precioso que difundir. Y el testimonio del padre Iborra viene a confirmar esta segunda opción. La entrevista apareció en Appel de Chartres (Llamada de Chartres), informativo de la asociación Notre-Dame de Chrétienté (Nuestra Señora de la Cristiandad), que organiza cada año para Pentecostés la conocida peregrinación de Notre-Dame de Paris a Notre-Dame de Chartres.

Texto original en francés: Appel de Chartres n. 245-fevrier-2021


LA LITURGIA TRADICIONAL
Por el padre Eric Iborra

¿Cómo ha sido su descubrimiento de la Forma Extraordinaria del Rito Romano?

¡Simplemente por obediencia a mi arzobispo! En el año 2007, el cardenal Vingt-Trois me nombró vicario en la parroquia de Saint-Eugène, bien conocida en el mundo tradicional. Notificado por Pascua, pude aprender el usus antiquior con los monjes de la abadía de Triors. Debo decir que sintonicé inmediatamente. Necesité una semana de práctica para poder decir mi primera misa rezada, luego de 18 años de ordenación en los que ya practicaba, en privado, la versión original del Misal de 1969. Durante algunos años seguí utilizando para mi oración personal la Liturgia Horarum, que había practicado desde mis años de seminario en Roma. Antes de cambiar al Breviario de 1960 luego de mis años en San Eugenio...

En cuanto sacerdote, ¿qué piensa usted de esta forma litúrgica como expresión de la fe?

Durante mi aprendizaje en Triors, quedé impresionado por la precisión de los ritos que, al envolver al celebrante –también a la comunidad– con sus rúbricas, hacen comprender mejor a ambos la grandeza del misterio que se realiza en el altar. Ello significa que la liturgia no es algo que se fabrica, sino algo que se recibe, y esto al término de un desarrollo homogéneo que subraya su antigüedad fundamental. Es el misterio de la tradición litúrgica. Los ritos que rodean la actualización del sacrificio único de Cristo por el sacerdote (cf. Epístola a los Hebreos) ponen especialmente de relieve la presencia real en las oblatas. ¡Un llamado de fe, a cada genuflexión!

Otro aspecto –el de la orientación, a decir verdad, siempre presente en la versión latina del Misal de 1969– es el recuerdo de que la misa no es una amena conversación de salón, sino un acto de culto rendido a Aquel que está entronizado «más allá del velo» (cf. nuevamente la Epístola a los Hebreos). El sacerdote tiene entonces conciencia de ser el pastor que guía a su rebaño (representando al «Supremo Pastor de las ovejas», según la expresión de san Pedro) hacia el Padre, ofreciendo a su vez el sacrificio de propiciación que da precisamente acceso al cielo. No es sólo un maestro frente a una audiencia...

¿En qué medida –según su opinión– esta forma litúrgica contribuye a alimentar la fe del sacerdote y de los fieles?

El usus antiquor, cuando se celebra con recogimiento, nos recuerda que la liturgia no nos pertenece; que nuestras celebraciones, como dicen los prefacios, son una participación en la liturgia celestial. La multiplicidad de los ritos de la Misa hace que en este ámbito el sacerdote sea más un servidor que un maestro. Las repeticiones, las redundancias mismas, me recuerdan el balbuceo de los profetas del Antiguo Testamento ante la trascendencia divina, cuando ella se les manifestaba; en la liturgia nos encontramos sobrecogidos, nos tapamos la boca con nuestra mano frente al Misterio, como en el pasado Jeremías o Ezequiel. Es también el sentido del canto –y Joseph Ratzinger lo ha señalado en muchas ocasiones– que sublima la palabra, superada por la profundidad de lo que acontece; sublimación que termina en el silencio del canon, a veces velado por los motetes que acompañan su recitación.

Nosotros «entramos en el canon», cruzando el «velo» (siempre la Epístola a los Hebreos) o la «nube» (Moisés). En la liturgia tradicional, cuyos ritos orquestan este apofatismo, hay algo de mistagógico, una iniciación al Misterio que sobrepasa toda expresión y domina toda celebración. El velo impuesto por los ritos, los ornamentos, el silencio, el latín, la música sacra, es un poco como el iconostasio de las liturgias orientales, con las que la liturgia tradicional tiene tantos puntos en común, más en todo caso que la nueva.

El motu proprio «Summorum Pontificum» de Benedicto XVI pretendía, entre otras cosas, facilitar un enriquecimiento mutuo de las dos formas del rito. ¿Cómo percibe este enriquecimiento en el marco de su apostolado?

El Papa Benedicto XVI ha hecho algunas propuestas de enriquecimiento de la forma extraordinaria que son una manera discreta de sugerir que no se trata de una pieza de museo, sino que, situada en la historia, como toda realidad humana, es susceptible de evolución. La tradición nunca ha dejado de evolucionar. Benedicto XVI había propuesto actualizar el calendario litúrgico, introducir (o reintroducir) algunos prefacios o formularios de misas. Creo que la Congregación para la Doctrina de la Fe trabaja con cautela en ello. Pero, inversamente, el descubrimiento de la forma extraordinaria permite comprender mejor el origen y los gestos de los ritos de la forma ordinaria, ya que la concisión de las rúbricas del Misal de 1969 crea una nebulosa que fomenta la creatividad a veces desafortunada del celebrante, incluso cuando quiere hacerlo bien. Podemos inspirarnos en los ritos y gestos de la antigua liturgia para dar más consistencia a la nueva, a veces un poco escasa en su ritualidad...

Observo que en las parroquias «bi-ritualistas» por las que he pasado, la celebración de la forma ordinaria ha ganado en solemnidad, hasta el punto de que algunos feligreses cambian de una forma a otra. Me parece que el hecho de que los mismos sacerdotes, como es el caso, celebren ambas formas, permite también derribar prejuicios.

La Forma Extraordinaria va a la par con lo que se denomina «Tradición». Aparte del rito, ¿se manifiesta esta Tradición en el apostolado con los fieles (catecismo, escautismo, cantos, ayudar misas, compromisos parroquiales, de parejas)? ¿Qué frutos le atribuye?

El Motu proprio ha permitido celebrar el conjunto de los sacramentos según la forma tradicional. Esto permite tener una pastoral más homogénea: bautismo, confirmación, eucaristía, y también matrimonio, unción y funerales, sin olvidar, por supuesto, la confesión. El hecho de confesar durante la misa facilita el acceso a este sacramento de personas que vienen a menudo de lejos para frecuentar nuestras parroquias. En las parroquias «bi-ritualistas», las actividades de formación, las peregrinaciones, los servicios tienen frecuentemente una formación compuesta: unos aprenden de otros y viceversa. Algunos grupos están más específicamente ligados a una forma en particular.

De modo particular insistiría en dos realidades que me han marcado más: la música y el servicio al altar. La celebración dominical de la liturgia antigua es exigente en el plano musical y a menudo se traduce en la puesta en marcha de un coro de buen nivel. Es también un instrumento de apostolado, ad extra (una liturgia enaltecida) y ad intra (los coristas progresan en su fe y en las virtudes propias de la pertenencia a un grupo exigente). Lo mismo ocurre con el servicio al altar, mucho más exigente en la forma extraordinaria, que lleva a cierto número de acólitos a descubrir, a lo largo de las celebraciones, una vocación sacerdotal o religiosa.

El uso del latín en la liturgia a menudo desconcierta a los fieles que se preguntan sobre este rito. Algunos lo ven como un obstáculo a la comprensión y, por tanto, a la unidad. ¿Es una constatación que usted también ha hecho?

Está claro que el latín ya no se comprende fácilmente y en lo personal estoy lejos de ser un buen latinista. Pero no hay que exagerar esta dificultad; la Vulgata no es tan hermética a los oídos franceses (o españoles, N. del T.), y la mayor parte de los textos del ordinario son fáciles de memorizar. Como dice santo Tomás de Aquino, no es necesario comprender todo en detalle para poder rezar durante la liturgia. En algunas parroquias se puede disponer de un folleto bilingüe que facilita la integración de las personas que están de paso y no disponen de misal. Esta puede ser una forma de alentar a quienes la falta de comprensión de los textos pudiera llegar a constituir un obstáculo insuperable. Pero en general los que aprecian la atmósfera de la liturgia tradicional no se dejan paralizar por esto, y el lado misterioso de una lengua que apenas se entiende puede incluso incrementar el encanto...

No voy a detenerme ahora en todas las ventajas que se pueden encontrar en el latín. Citaré solo dos de las que he tenido experiencia: es la lengua de la unidad (nos damos cuenta de ello cuando viajamos o cuando vienen extranjeros a nuestra parroquia); y es la lengua que ha llegado a ser sagrada (mientras que la lengua vernácula es también la de lo «corriente»). Para un mejor conocimiento del latín litúrgico, hay a veces en las parroquias cursos de iniciación, basados en textos muy bien preparados.

¿Qué aporta el uso del misal a los fieles que asisten a la misa según esta forma?

En los lugares donde no hay un folleto bilingüe, el misal suple. Pero el interés de un misal no se limita a la comprensión de lo que se escucha en un determinado momento. También permite familiarizarse con la liturgia (su ciclo y su ordinario, su común y su propio); puede servir de apoyo a la oración silenciosa por la meditación de los textos litúrgicos que contiene. Tiene una dimensión catequética, que a menudo incluye una introducción a los diversos sacramentos y oficios, notas sobre los santos y las fiestas, oraciones y cantos habituales, e incluso extractos del catecismo. En resumen, es un vademécum precioso, enriquecido con recuerdos e imágenes. ¡Y no se olvide de poner su nombre y dirección si quiere encontrarlo luego de haberlo olvidado en un banco o una silla!

Segunda parte: aquí


 

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