El padre Louis Bouyer fue uno
de los primeros teólogos de renombre, que ya en la misma década de los 60,
expresó públicamente su descontento frente al así llamado “espíritu del
Concilio” y frente a los derroteros que tomaban las reformas impulsadas por la
asamblea conciliar. Se trató de un grito de alarma lanzado al aire por parte de
una voz autorizada y nada sospechosa de tradicionalismo. Sus preocupaciones y
temores los expuso en un opúsculo publicado en 1968 bajo el título La descomposición del Catolicismo.
Consciente de que con su ensayo atraería sobre sí las iras de quienes
trabajaban sin pausa en el desmantelamiento de la Iglesia, no dudó sin embargo en
presentar un diagnóstico realista, por momentos crudo, de la situación de la
Iglesia postconciliar y proponer medidas, a veces drásticas, para remontar el
trágico panorama de crisis en que la Iglesia se sumergía. Su pena y su dolor
eran grandes, como grandes habían sido también sus esperanzas y expectativas puestas
en el Concilio. “A menos que nos tapemos
los ojos, -escribe en las primeras páginas de su libro- hay incluso que decir francamente que lo que estamos viendo se parece
mucho menos a la regeneración con la que se había contado que a una descomposición
acelerada del catolicismo”.
Ya entonces Bouyer veía con
claridad, que cualquier reforma con pretensiones de éxito duradero que se
quisiese llevar a cabo en la Iglesia, debía comenzar por una selección mucho más atenta, casi minuciosa se podría decir, de quienes están llamados a
enseñar, regir y santificar la grey del Señor, es decir, de los obispos. Estas
son sus palabras, a las que me parece no
hay nada que añadir: “Finalmente, ¡el
episcopado! Hace unos meses conversaba yo sobre la situación actual de la
Iglesia con un obispo africano, que no sólo es uno de los mejores obispos del
continente negro, sino uno de los mejores de la Iglesia contemporánea. Con esa
amable sonrisa maliciosa con que Dios ha iluminado los rostros más oscuros de
la humanidad me decía: “¿Qué quiere usted? La Iglesia, después del Concilio, se
halla en una situación parecida a la de nuestros ejércitos africanos. De la
noche a la mañana se ha hecho generales a personas elegidas y formadas para no
ser nunca más que sargentos mayores. Esto no podrá marchar en tanto no se salga
de esta situación”. Confieso que tengo la impresión de que aquel obispo ponía
el dedo en la llaga del episcopado actual.”
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