Cada
año la Iglesia recuerda en este día la egregia figura de San Alfonso María de
Ligorio (1696–1787): santo, fundador, obispo, doctor celosísimo, patrono de
confesores y moralistas… Su vida encarna de manera admirable el título mismo de
una de sus más célebres obras de espiritualidad: Práctica del amor a Jesucristo. Esta obra que ha ayudado a tantas
almas a conocer y amar a Jesucristo se cierra con 18 máximas –máximas de vida
eterna las llama san Alfonso– que, grabadas en la mente del cristiano, aseguran
el vivir recto y virtuoso que conduce a la salvación:
•
Todo lo de esta vida termina, tanto el gozar como el sufrir. La eternidad no
acaba jamás.
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En la hora de la muerte ¿de qué sirven todas las grandezas de este mundo?
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Todo lo que viene de Dios, sea próspero o adverso, es bueno y para nuestro
bien.
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Es necesario dejar todo, para ganarlo todo.
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Sin Dios no puede haber paz.
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Solo amar a Dios y salvarse, es necesario.
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Solo hay que temer el pecado.
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Si se pierde a Dios, todo se ha perdido.
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El que no desea nada de este mundo, es señor del mundo.
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El que reza se salva, el que no reza se condena.
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Venga la muerte, pero sea para agradar a Dios.
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Cueste Dios lo que costare, nunca es demasiado caro.
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Para el que ha merecido el infierno, toda otra pena es ligera.
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Quien mira a Jesús en la cruz, todo lo sufre.
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Lo que no se hace por Dios, se convierte en pena.
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El que a solo Dios quiere, posee todos los bienes.
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Dichoso el que puede decir de corazón: Jesús mío, te quiero solo a ti y nada
más que a ti.
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Quien ama a Dios, en todas las cosas encuentra contento; quien no le ama, en
ninguna lo encuentra. (San Alfonso María de Ligorio, Obras maestras de espiritualidad, Ed. BAC. Madrid 2011, p. 192).
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