Cáliz del cardenal Cisneros
Convento de las Agustinas Recoletas (Madrid)
Otra joya
que adorna el ofertorio de la forma extraordinaria del rito romano es la oración
para la ofrenda del vino. Concisa y profunda, reza así:
Offérimus tibi, Dómine, cálicem salutáris, tuam deprecántes
claméntiam: ut in conspéctu divinae majestátis tuae, pro nostra, et totíus
mundi salúte cum odóre suavitátis ascéndat. Amen.
Te ofrecemos, Señor, el
cáliz de salvación, implorando de tu clemencia que llegue en olor de suavidad
hasta la presencia de tu Divina Majestad, por nuestra salvación y la del mundo
entero. Amén.
Es
probable que la recitación piadosa de esta hermosa oración durante largos años,
influyera en aquel hallazgo casi «místico» que Romano Guardini experimentó del vaso
sagrado que llamamos cáliz –receptáculo del precio de nuestra salvación–, y que
recogió en una de sus obras litúrgicas:
«Una vez, y de esto hace ya largo tiempo, hallé el
cáliz. Ver, eso sí, muchísimas; pero hallarle, en Beuron fue la primera,
visitando el tesoro de la sacristía, que el monje encargado de guardar los
objetos del culto me enseñó gentilmente». Luego de una descripción detallada
del cáliz que tenía ante sus ojos, añade:
«¡Ah,
y cómo en aquella ocasión sentí el sagrado misterio! Como si el tallo
sustentador brotara de honda y sólida base, con fuerza severamente concentrada,
y de él floreciera aquella figura, que tiene un sentido único: recoger y
guardar. ¡Oh, tú, santo y sagrado arcano, Cáliz que en tu fondo resplandeciente
escondes el tesoro de las gotas divinas, el misterio inefable de la sangre
dulce y fecunda, puro fuego y puro amor! Y proseguía el discurso... Mas, no;
que ya no era discurrir, sino sentir y contemplar. ¿No está ahí el mundo? ¿Y la
creación entera, que, en último término, sólo tiene un sentido? El hombre, en
carne y hueso, en cuerpo y alma, con su corazón palpitante... ¿No dijo San
Agustín con frase grandiosa que lo más hondo de mi ser de hombre consiste en que soy capaz de abarcar a Dios»? (Romano
Guardini, Los signos sagrados, Ed. Litúrgica
española, Barcelona 1965, p. 102).
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