jueves, 24 de agosto de 2017

EL HALLAZGO DEL CÁLIZ

Cáliz del cardenal Cisneros
Convento de las Agustinas Recoletas (Madrid)

Otra joya que adorna el ofertorio de la forma extraordinaria del rito romano es la oración para la ofrenda del vino. Concisa y profunda, reza así: 

Offérimus tibi, Dómine, cálicem salutáris, tuam deprecántes claméntiam: ut in conspéctu divinae majestátis tuae, pro nostra, et totíus mundi salúte cum odóre suavitátis ascéndat. Amen.

Te ofrecemos, Señor, el cáliz de salvación, implorando de tu clemencia que llegue en olor de suavidad hasta la presencia de tu Divina Majestad, por nuestra salvación y la del mundo entero. Amén.

Es probable que la recitación piadosa de esta hermosa oración durante largos años, influyera en aquel hallazgo casi «místico» que Romano Guardini experimentó del vaso sagrado que llamamos cáliz –receptáculo del precio de nuestra salvación–, y que recogió en una de sus obras litúrgicas:
«Una  vez, y de esto hace ya largo tiempo, hallé el cáliz. Ver, eso sí, muchísimas; pero hallarle, en Beuron fue la primera, visitando el tesoro de la sacristía, que el monje encargado de guardar los objetos del culto me enseñó gentilmente». Luego de una descripción detallada del cáliz que tenía ante sus ojos, añade:
«¡Ah, y cómo en aquella ocasión sentí el sagrado misterio! Como si el tallo sustentador brotara de honda y sólida base, con fuerza severamente concentrada, y de él floreciera aquella figura, que tiene un sentido único: recoger y guardar. ¡Oh, tú, santo y sagrado arcano, Cáliz que en tu fondo resplandeciente escondes el tesoro de las gotas divinas, el misterio inefable de la sangre dulce y fecunda, puro fuego y puro amor! Y proseguía el discurso... Mas, no; que ya no era discurrir, sino sentir y contemplar. ¿No está ahí el mundo? ¿Y la creación entera, que, en último término, sólo tiene un sentido? El hombre, en carne y hueso, en cuerpo y alma, con su corazón palpitante... ¿No dijo San Agustín con frase grandiosa que lo más hondo de mi ser de hombre consiste en que soy capaz de abarcar a Dios»? (Romano Guardini, Los signos sagrados, Ed. Litúrgica española, Barcelona 1965, p. 102).

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