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forma extraordinaria del rito romano es particularmente espléndida a la hora de
vestir el altar para la Santa Misa. Mientras el novus ordo ha tendido a convertir el altar en una gran superficie
prácticamente desnuda y fría, el vetus
ordo tiende a adornar el altar con generosidad: crucifijo, candelabros,
manteles, atril, flores, sacras…, más aun si en él descansa el sagrario. Cada
objeto, perfectamente dispuesto, manifiesta la fe y el amor con que la Iglesia
quiere adornar para su Dios este nuevo Gólgota donde Cristo renueva su
Sacrificio.
Entre
los implementos que visten el altar están las sacras. Las sacras o tabellae secretarum (tablas de oraciones
secretas) son tres pequeños cuadros con las oraciones que el sacerdote debe
decir de modo que pueda leerlas sin necesidad de recurrir al Misal. El arte cristiano
ha producido sacras verdaderamente hermosas.
El
misal únicamente prescribe una, que se coloca al centro del altar (al pie del
crucifijo o delante del sagrario), donde junto a varias otras oraciones siempre
se graban las palabras de la Consagración. Su principal objeto es que el
sacerdote pueda leer ahí la fórmula consagratoria sin tener que volver la
mirada al misal. Hermoso detalle de la Iglesia madre para con el celebrante: facilitarle
leer las palabras de la consagración sin dejar de contemplar las especies
sagradas; pronunciar y mirar al mismo tiempo.
Además
de esta sacra central, es costumbre poner otras dos. Una a la derecha del
celebrante, en el «lado de la Epístola», en donde se imprime la oración del
Lavabo (Lavabo inter innocentes manus
meas…), y otra a la izquierda del celebrante, en el «lado del Evangelio»,
en donde se imprimen los primeros versículos del Evangelio de San Juan (In principio erat Verbum…), el llamado
Prólogo, que se lee al final de la Misa.
Aquí
también se podría hablar de un proceso irreversible: la misa actual solo puede
enriquecerse contemplando la «sacra» de la misa tradicional.
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