lunes, 28 de agosto de 2017

LOS ÚLTIMOS COMBATES DE AGUSTÍN

En el libro octavo de sus Confesiones, San Agustín nos hacer revivir el tremendo drama interior de sus últimos combates previos a su conversión. Páginas maravillosas que tocan las profundidades del corazón humano, y que han inmortalizado la vida cristiana como un arduo combate que tiene por fin descansar en Dios: quia fecisti nos ad te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te; porque nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. 
He aquí tres textos de esta incomparable obra de uno de los más grandes genios de la cristiandad.

«Y
a no tenía yo que responderte cuando me decías: Levántate, tú que duermes, y sal de entre los muertos, y te iluminará Cristo; y mostrándome por todas partes ser verdad lo que decías, no tenía ya absolutamente nada que responder, convicto por la verdad, sino unas palabras lentas y soñolientas: Ahora… En Seguida… Un poquito más. Pero este ahora no tenía término y este poquito más se iba prolongando» (San Agustín, Confesiones, VIII, 5).

«Y
 decíame a mí mismo interiormente: “¡Ea! Sea ahora, sea ahora”; y ya casi pasaba de la palabra a la obra, ya casi lo hacía; pero no lo llegaba a hacer. Sin embargo, ya no recaía en las cosas de antes, sino que me detenía al pie de ellas y tomaba aliento y lo intentaba de nuevo; y era ya un poco menos lo que distaba, y otro poco menos, y ya casi tocaba el término y lo tenía; pero ni llegaba a él, ni lo tocaba, ni lo tenía, dudando en morir a la muerte y vivir a la vida, pudiendo más en mí lo malo inveterado que lo bueno desacostumbrado y llenándome de mayor horror a medida que me iba acercando al momento en que debía mudarme. Y aunque no me hacía volver atrás ni apartarme del fin, me retenía suspenso. Reteníanme unas bagatelas de bagatelas y vanidades de vanidades, antiguas amigas mías; y tirábanme del vestido de la carne, y me decían por lo bajo: “¿Nos dejas?” Y “¿desde este momento no estaremos contigo por siempre jamás?” Y “¿desde este momento nunca más te será lícito esto y aquello?”… Tal era la contienda que había en mí mismo contra mí mismo» (Ibid, VIII, 11).

«M
as yo, tirándome debajo de una higuera, no sé cómo, solté la rienda a las lágrimas, brotando dos ríos de mis ojos, sacrifico tuyo aceptable. Y aunque no con estas palabras, pero sí son el mismo sentido, te dije muchas cosas como éstas: ¡Y tú, Señor, hasta cuándo! ¡Hasta cuándo, Señor, has de estar irritado No quieras más acordarte de nuestras iniquidades antiguas! Sentíame aún cautivo de ellas y lanzaba voces lastimeras: “¿Hasta cuándo, hasta cuándo, ¡mañana!, ¡mañana!? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no poner fin a mis torpezas en esta misma hora? (Ibid, 12)


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