Por
labios de Ezequiel Profeta Dios manifestó, entonces a modo de promesa, llevar a
cabo su proyecto acariciado: cambiarnos el corazón. “Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os
arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de
vosotros mi espíritu y os haré ir por
mis mandamientos y observar mis preceptos y ponerlos por obra” (Ez 36, 26-27).
Como se ve, Dios quiere operar en nosotros un verdadero trasplante de corazón:
quitarnos el corazón frío y duro que tenemos, para sustituirlo por otro más sensible
y encendido en el Amor del Espíritu Santo. A eso se ordena el don de piedad. “Mediante
éste, señalaba Juan Pablo II, el Espíritu Santo sana nuestro corazón de
todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los
hermanos”. (Meditación dominical, 28-5-1989). El corazón nuevo que el
Paráclito implanta en nuestra alma es un corazón humilde, que palpa su
indigencia existencial y huye de cualquier manifestación de autosuficiencia. Con
la fuerza de este don se experimenta gustosamente a Dios como un Padre cercano,
amoroso y providente, y se alcanza una profunda confianza y abandono en los
designios de su voluntad. La ternura para con Dios percibido como Padre, desborda
también en mansedumbre y caridad para con los demás. La piedad arranca del
corazón las durezas que crea el orgullo, el rencor, la discordia, la envidia y
tantas miserias más que anidan en las profundidades de nuestra naturaleza
herida por el pecado.
Por
otra parte, la íntima conexión de la filiación divina adoptiva y el obrar del
Espíritu Santo en el corazón del hombre redimido, es puesta de manifiesto por
Santo Tomás de Aquino en este breve y profundo texto: “Y como por la benevolencia* que uno tiene
para con otro resulta que lo adopta como hijo, para que así le pertenezca la
herencia, convenientemente se atribuye al Espíritu Santo la adopción de los
hijos de Dios, según aquello de Rom.
8, 15: ‛Habéis recibido el Espíritu de
adopción por el que clamamos: Abba!, ¡Padre’!” (S.C. 4, 21).
En
nuestros días urge recuperar la piedad especialmente en el ámbito del culto a
Dios. Si en la celebración litúrgica alguien se vuelve incapaz de manifestar
ternura para con Cristo presente en el Santísimo Sacramento, cabe esperar que muy
pronto su corazón se volverá duro y helado como un témpano o como una roca.
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*Es
la forma de amor más noble, que en Dios se le atribuye o apropia al Espíritu
Santo porque procede del Padre y del Hijo per
viam amoris, por vía de amor.
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