La liturgia nos recuerda hoy una hermosa advocación mariana:
María Auxiliadora. Este oficio de
auxiliar y socorrer tan propio de María Virgen, siempre ha sido fuertemente sentido por los fieles desde los inicios
mismos de la Iglesia. Incluso antes de
ser auxilio de los cristianos, María fue auxilio de Cristo mismo, como toda
madre buena auxilia a sus hijos en cada una de sus necesidades. Auxilio
muy especial prestó al tierno Niño Jesús, cuando junto a San José, su casto
esposo, lo escondieron de las iras de un furioso Herodes burlado por los Magos.
En
el siglo XVI el Papa San Pío V acudió una vez más al auxilio de María. Ante la
amenaza turca que se cernía sobre Europa, el Pontífice pidió a los fieles del mundo entero que el día 7 de octubre, mediante el rezo del Rosario, impetraran del
corazón maternal de la Virgen su protección sobre la cristiandad. La victoria de las tropas cristianas en Lepanto, junto al estrecho de Corinto, fue la audaz respuesta de
María auxiliadora a los ruegos de sus hijos. Cubriendo a Europa con su manto, “el Occidente cristiano quedaba libre de
peligro, y la Iglesia se salvaba en su estado y forma visible” (Cf. Franz
M. Moschner, Rosa Mística, Ed. Rialp,
Madrid 1957, p.270). Como signo de reconocimiento y gratitud el Papa dio a
Nuestra Señora el título de auxilium
christianorum, auxilio de los cristianos, como memoria perenne de que María
nunca abandona a los hijos que buscan en ella su refugio.
En
estos tiempos en que la odiosidad anticatólica pareciera multiplicarse en formas muy sutiles y variadas, invoquemos con serenidad a la Virgen: Auxilium christianorum, ora pro nobis; Santa María, Auxilio de los
cristianos, ruega por nosotros. Y la victoria quedará asegurada.
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