sábado, 25 de mayo de 2013

GLORIA A TI, TRINIDAD SANTA

No es fácil para un búho hablar del misterio de la Trinidad Santísima por aquello que ya advertía el viejo Aristóteles: nuestro entendimiento se comporta respecto de las cosas más inteligibles, de modo semejante a como los ojos de un búho se encuentran frente a la luz del sol. La infinita luminosidad del Misterio de la vida íntima de Dios casi nos enceguece; ante la Trinidad es de noche, solía decir el místico castellano. Pero nuestro Señor Jesucristo nos ha abierto una vía de acceso al conocimiento y gozo de esta verdad, en la que el hombre encuentra el porqué y el para qué de su existencia. “Procuro tratar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, decía en un día de 1968 San Josemaría Escrivá a sus más cercanos colaboradores: es como una necesidad imperiosa porque, si no, no encuentro sentido a la vida”.
 También Benedicto XVI nos ha dejado una notable reflexión sobre este misterio: “Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor "no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia" (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
 Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo —nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el micro-universo —las células, los átomos, las partículas elementales—. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el "nombre" de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad.

 "¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Sal 8, 2), exclama el salmista. Hablando del "nombre", la Biblia indica a Dios mismo, su identidad más verdadera, identidad que resplandece en toda la creación, donde cada ser, por el mismo hecho de existir y por el "tejido" del que está hecho, hace referencia a un Principio trascendente, a la Vida eterna e infinita que se entrega; en una palabra, al Amor. "En él —dijo san Pablo en el Areópago de Atenas— vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28). La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su "genoma" la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor (Angelus, Domingo 7 de junio de 2009, Solemnidad de la Santísima Trinidad). 
 Unidos a las criaturas invisibles y en representación de todas las visibles nos sentimos invitados a cantar: Tibi laus, Tibi gloria, Tibi gratiarum actio un sæcula sempiterna, o Beata Trinitas! A Ti la alabanza, a Ti la gloria, a Ti la acción de gracias por los siglos de los siglos, ¡oh Trinidad Beatísima!

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