Hoy
solemnidad de Pentecostés me complace reproducir una oración al Espíritu Santo,
tomada del Decenario al Espíritu Santo de Francisca Javiera del Valle. En esta
humilde costurera de Carrión de los Condes (Palencia 1856-1930), uno admira la
exquisita sabiduría que un alma puede alcanzar, aun careciendo de letras,
precisamente gracias a la acción de los dones del Paráclito. ¡Cuántos teólogos
hubiesen deseado alcanzar, con su estudio, su erudición o su cultura, las
alturas teológicas y el amor encendido a las que llegó esta santa mujer!
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos
criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de
Dios y gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido
llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad
infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te
conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy las
inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende
a la tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y
hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la
herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre
tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su
caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del
intento que llevaba, le iluminaste con
tu
luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto
Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de
tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti;
mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el
resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no
logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en
todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto
haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como
insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira,
Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que,
después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te
han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina
de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
“Señor, ¿qué quieres que haga?”
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de
los corazones que Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la
grande pena de no verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que
olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a
Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a
otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado,
servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos
designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de
existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina
presencia por los siglos sin fin. Así sea.
(Tomada
del Decenario al Espíritu Santo de
Francisca Javiera del Valle, Ed. Rialp, Madrid 1998, p. 44-47).
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