domingo, 19 de mayo de 2013

PENTECOSTÉS. UNA ORACIÓN TEOLOGAL


Hoy solemnidad de Pentecostés me complace reproducir una oración al Espíritu Santo, tomada del Decenario al Espíritu Santo de Francisca Javiera del Valle. En esta humilde costurera de Carrión de los Condes (Palencia 1856-1930), uno admira la exquisita sabiduría que un alma puede alcanzar, aun careciendo de letras, precisamente gracias a la acción de los dones del Paráclito. ¡Cuántos teólogos hubiesen deseado alcanzar, con su estudio, su erudición o su cultura, las alturas teológicas y el amor encendido a las que llegó esta santa mujer!

Oración final para todos los días

Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
  ¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!
  ¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!
  ¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.
  Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
  ¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!
  Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
  ¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
  ¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con
tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería.
  Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
  ¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!
  Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.
  ¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!
  ¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
  Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”
  ¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman!
  ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!
  ¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea.

(Tomada del Decenario al Espíritu Santo de Francisca Javiera del Valle, Ed. Rialp, Madrid 1998, p. 44-47).

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