A
finales del siglo XIX y principios del XX la Orden del Carmelo regaló a la
Iglesia tres prodigios de santidad: Isabel de la Trinidad (1880-1906), Teresa
de Lisieux (1873-1897) y Teresa de los Andes (1900-1920). Tres muchachas
jóvenes, casi contemporáneas y que desde temprana edad coquetearon con Dios y en breve robaron su corazón. Pero antes, el
mismo Jesucristo ya las había conquistado para sí, como lo declara Teresa de
los Andes: “Jesucristo, ese loco de amor que me ha vuelto loca”. Pareciera que
Dios se complació de modo especial con estas tres vírgenes del Carmelo, porque
en poco tiempo las alzó a las más altas cumbres de la contemplación infusa,
haciendo de ellas dignas hijas de la gran Teresa de Ávila. Tres mujeres santas,
hermosas, virtuosas y tremendamente femeninas. ¡Cuántos pretendientes en este
mundo se hubieran peleado por conquistar uno de estos corazones! Pero Jesucristo
se adelantó y las cautivó: “En este instante estoy presa por Él -escribe Teresa
a su hermana-. Me tiene encarcelada en el horno del amor. Vivo en Él, mi hermana
querida. ¡Qué paz, qué dulzura, qué silencio, qué mar de bellezas encierra ese
Divino Corazón!” Estas palabras expresan la delicadeza de una mujer enamorada,
de una auténtica y divina coqueta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario