Con
justa razón a María Goretti (1890-1902) se la ha llamado la Santa Inés del
siglo XX. Ambas murieron a los doce años de edad por amor a Dios y en defensa
del precioso tesoro de la castidad. Pero si el martirio siempre conmueve,
cuando Dios regala esta palma a un adolescente son las fibras más íntimas del
corazón las que entran en resonancia. El último combate de Marietta -así la
llamaban cariñosamente sus familiares- nada tiene que envidiar a los relatos
contenidos en las actas de los mártires
de los primeros siglos. Tras resistirse a los violentos asaltos de un mocetón
licencioso de 19 años, recibe catorce puñaladas de su agresor ya enajenado ante
la fortaleza incomparable de la muchacha. Horas después María Goretti muere en
el hospital, en medio de fuertes dolores y auxiliada con los últimos
sacramentos. Tampoco faltó en su agonía el sello genuino de todo verdadero mártir
de Cristo: el perdón. Sí, responde a quienes le preguntan por el perdón
hacia su asesino, le perdono por amor a
Jesús, y quiero que venga también conmigo al cielo.
El
24 de junio de 1950 el Papa Pio XII, en una de las ceremonias más concurridas
que se conocen, canonizaba a la nueva virgen
y mártir. En su homilía el Santo Padre recordaba que “no todos estamos llamados a
sufrir el martirio, pero sí estamos todos llamados a la consecución de la
virtud cristiana. Pero esta virtud requiere una fortaleza que, aunque no llegue
a igualar el grado cumbre de esta angelical doncella, exige, no obstante, un largo,
diligentísimo e ininterrumpido esfuerzo, que no terminará sino con nuestra
vida. Por esto, semejante esfuerzo puede equipararse a un lento y continuado
martirio, al que nos amonestan aquellas palabras de Jesucristo: El reino de los
cielos se abre paso a viva fuerza, y los que pugnan por entrar lo arrebatan”. (De la
homilía pronunciada por el papa Pío XII en la canonización de santa María
Goretti (AAS 42 (1950), 581-582)
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