sábado, 24 de diciembre de 2022

BELÉN, MISTERIO DE PARADOJAS SANTAS

El Nacimiento del Señor en Belén de Judá nos manifiesta el amor inmenso de Dios por los hombres. Un amor a veces paradojal, que siempre nos sorprende, que invita y mueve a la contemplación silenciosa, como tantos autores cristianos lo han hecho notar. Junto a una breve selección de textos, vayan también nuestros mejores deseos de una santa y feliz Navidad.

* * *

«Jesús yace en el pesebre, pero lleva las riendas del gobierno del mundo; toma el pecho, y alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, y nos viste a nosotros de inmortalidad; está amamantando, y lo adoran; no halló lugar en la posada, y Él fabrica templos suyos en los corazones de los creyentes. Para que se hiciera fuerte la debilidad, se hizo débil la fortaleza… Así encendemos nuestra caridad para que lleguemos a su eternidad» (San Agustín, Sermón 190).

«Es preciso mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres» (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa).

«Un establo era el último lugar del mundo en que podía ser esperado. La Divinidad se halla donde menos se espera encontrarla. Ninguna mente humana podría haber sospechado jamás que Aquel que pudo hacer que el sol calentara la tierra, hubiera de necesitar un día a un buey y a un asno para que le calentasen con su aliento... Nadie habría sospechado que al venir Dios a esta tierra se hallara hasta tal punto desvalido» (Venerable Fulton J. Sheen, Vida de Cristo).

«Pues ¿cómo el hombre no sale de sí considerando estos dos extremos tan distantes: Dios en un establo, Dios en un pesebre, Dios llorando y temblando de frío y envuelto en pañales? ¡Oh Rey de gloria! ¡Oh espejo de inocencia! ¿Qué a ti con estos cuidados? ¿Qué a ti con lágrimas? ¿Qué a ti con el frío y desnudez y con el tributo y castigo de nuestros pecados? ¡Oh caridad! ¡Oh piedad! ¡Oh misericordia incomprehensible de nuestro Dios! ¿Qué haré, Dios mío? ¿Qué gracias te daré? ¿Con qué responderé a tantas misericordias? ¿Con qué humildad responderé a esta humildad? ¿Con qué amor a este amor? ¿Y con qué agradecimiento a este tan grande beneficio»? (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo).

 


 

 

martes, 20 de diciembre de 2022

CONVENÍA QUE EL HIJO SE ENCARNARA

Recojo una página selecta y profunda de Tomás de Aquino sobre la conveniencia de que fuera precisamente la persona del Verbo la que se encarnara en orden a nuestra redención.

* * *

Si fue más conveniente que se encarnase el Hijo en lugar
del Padre o del Espíritu Santo

Respuesta: Fue lo más conveniente que se encarnase la persona del Hijo.

En primer lugar, por parte de la unión, pues las cosas que son semejantes se unen apropiadamente. Y la persona del Hijo, que es el Verbo de Dios, guarda una semejanza común, por un lado, con todo lo creado. El verbo del artista, es decir, su idea, es la semejanza ejemplar de sus obras. Por eso, el Verbo de Dios, que es su idea eterna, es la idea ejemplar de toda criatura. Por eso, así como por la participación en ese arquetipo se constituyen las criaturas en sus propias especies, aunque de manera variable, así también fue conveniente que, por la unión personal, no participativa, del Verbo con la criatura, ésta fuera restituida en orden a una perfección eterna e inmutable, pues también el artista restaura sus obras, en caso de que se deterioren, de acuerdo con la idea que le inspiró esas mismas obras. Por otro lado, el Verbo tiene una conformidad especial con la naturaleza humana, porque Él es la idea de la sabiduría eterna, de la que procede toda la sabiduría humana. Y ésta es la causa de que el progreso del hombre en la sabiduría, que es su perfección específica en cuanto ser racional, se produzca por participar del Verbo de Dios, al modo en que el discípulo se instruye por la recepción de la palabra del maestro. Por eso se dice en Eclo 1, 5: La fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en los cielos. Luego, con miras a la total perfección del hombre, fue conveniente que el propio Verbo de Dios se uniese personalmente a la naturaleza humana.

En segundo lugar, puede descubrirse un argumento de esta conveniencia en el fin de la unión, que es el cumplimiento de la predestinación, es a saber: de aquellos que han sido destinados de antemano a la herencia celestial, que solo es debida a los hijos, de acuerdo con Rom 8,17: Hijos y herederos. Y por eso fue conveniente que los hombres participasen de la filiación divina adoptiva por medio del que es Hijo natural, como dice el mismo Apóstol en Rom 8, 29: A los que de antemano conoció, también los predestinó a hacerse conformes con la imagen de su Hijo.

Finalmente, otro motivo de esta conveniencia puede tomarse del pecado del primer hombre, al que se suministra remedio por medio de la encarnación. Pues el primer hombre pecó codiciando la ciencia, como es manifiesto por las palabras de la serpiente, que prometía al hombre la ciencia del bien y del mal (Gen 3, 5). Por eso resultó conveniente que el hombre, que se había apartado de Dios mediante un apetito desordenado de saber, fuese reconducido a Él por el Verbo de la verdadera sabiduría. (S. Th., III, q. 3. a. 8 c)


Artículo completo en:
https://hjg.com.ar/sumat/d/c3.html#a8

 

martes, 29 de noviembre de 2022

GRAVEDAD SACERDOTAL

Publico un nuevo extracto del artículo La disciplina litúrgica de don Enrico Finotti aparecido en la revista Liturgia Culmen et Fons (n.1/2021). En esta oportunidad se trata de la gravitas sacerdotalis, la gravedad sacerdotal, un valor imprescindible en la persona del sacerdote cuando celebra los sagrados misterios. La gravitas era una de las antiguas virtudes romanas muy apreciada por la sociedad. Denota en quien la ejercita la idea de peso o profundidad, de seriedad y dignidad, valores de especial relevancia en quien debe presidir el culto a Dios. La vida del sacerdote debe reflejar esa gravedad que Cristo siempre manifestó a lo largo de su vida, tanto en los momentos de aclamación como de dolor.

La gravitas sacerdotalis

Fuente: liturgiaculmenetfons.it

«En cuanto al cuerpo, podemos recordar una virtud necesaria para el ejercicio del culto, sobre todo el público y oficial como es la liturgia: la gravitas sacerdotalis. El entero conjunto de las actuaciones corporales del ministro debe inspirarse en movimientos y gestos impregnados de gravedad, para no caer nunca en actitudes profanas, ni mucho menos ostentosas, y así transmitir a la asamblea santa la dignidad del sacerdote dotado de carácter sagrado y la sublimidad de los actos rituales, que en su máxima expresión alcanzan la identificación con los gestos mismos del Señor, cuando el sacerdote actúa in persona Christi capitis.

La gravitas brota del buen sentido natural y de la pietas sobrenatural, que recibe de la tradición litúrgica secular las mejores modalidades creadas por la fe de los Padres, perfeccionadas por la piedad de los santos y pulidas por el escrutinio secular del uso litúrgico. Recurrir con humildad a tales comportamientos es signo de sabiduría y es la mejor defensa contra una supuesta modernidad que no tardará en manifestarse efímera. La gravedad se adquiere, más que en el estudio, en la experiencia viva de la celebración, que debería ser ofrecida con seguridad ante todo por la liturgia pontifical y por el ejemplo luminoso de los obispos.

En consecuencia, la catedral debería representar el mejor campo litúrgico al que los futuros sacerdotes y todo el clero deberían poder recurrir siempre como lugar de verificación de un proceder correcto. Así, por ejemplo, que el cuerpo se inclina profundamente con reverencia ante el altar, la cruz, las imágenes sagradas y los objetos benditos según las indicaciones de las rúbricas; que hace una genuflexión devota ante el Santísimo Sacramento; que se arrodilla en la adoración eucarística y en los ritos penitenciales; que se postra en las ordenaciones sagradas y en la acción litúrgica del viernes santo; que camina con propiedad en las procesiones litúrgicas y se sienta con dignidad sagrada en los momentos señalados.

Todo este comportamiento depende al mismo tiempo de una vigilancia interior y de un continuo control exterior, que con en el ejercicio constante se convierte en un habitus permanente, otorgando al sacerdote la adquisición espontánea de la virtud de la gravitas. Es necesario evitar el error, hoy bastante difundido, de considerar la gravitas sacerdotalis y el compromiso con ella como un síntoma patológico que rompería una supuesta autenticidad e impediría el contacto pastoral. En realidad son precisamente estos dos elementos los que la exigen: sin la gravitas la autenticidad termina en superficialidad y la eficacia pastoral cae tristemente en profanación».


lunes, 21 de noviembre de 2022

LA VIDA ETERNA

En el último artículo de su comentario sobre el Credo, Santo Tomás de Aquino nos ha dejado un luminoso texto sobre la naturaleza de la vida eterna. Como dice San Agustín, el Símbolo de los Apóstoles ha de ser un espejo donde mirarnos: “mírate en él, para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu fe”.

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«De manera harto apropiada concluye el Símbolo las verdades que hay que creer, con la que es corona de todos nuestros deseos, a saber, con la vida eterna...». Vamos ahora a considerar en qué consiste la vida eterna.

En primer lugar consiste en la unión con Dios. Dios mismo es el premio y el fin de todos nuestros trabajos: “Yo soy tu protector, y tu galardón grande sobre manera” (Gen 15. 1).

A su vez, esta unión consiste en la visión perfecta: “Ahora vemos en un espejo, confusamente, entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13, 12).

Consiste también en la suprema alabanza. Dice san Agustín en el libro 22 De Civitate Dei: “Veremos, amaremos, y alabaremos”. Y el profeta: “Gozo y alegría se hallarán en ella; acción de gracias y voz de alabanza” (Is 51, 3).

En segundo lugar, la vida eterna consiste en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, porque en ella todos los bienaventurados tendrán más de lo que anhelan y esperan.

En esta vida nadie puede ver colmados sus deseos, ni existe cosa creada capaz de dar satisfacción completa a los anhelos del hombre, pues solo Dios los sacia, y aun los excede infinitamente; por eso el hombre no descansa sino en Dios: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Agustín, en el libro I de las Confesiones). Pero, como en la patria los santos poseerán a Dios de una manera perfecta, es evidente que sus anhelos quedarán satisfechos, y aún sobrará gloria. Por ello, el Señor dice: “Entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21). Y san Agustín comenta: “El gozo entero no entrará en los gozantes, sino que los gozantes enteros entrarán en el gozo”. Y en los salmos se lee: “Cuando aparezca tu gloria quedaré saciado” (Ps 16, 15); “Él colma de bienes tus deseos” (Ps 102, 5).

Todo lo apetecible sobreabundará allí. Si se ansían deleites, allí se hallará el más grande y más perfecto deleite, pues tendrá por objeto al sumo bien, es decir, a Dios: “Entonces en el Todopoderoso abundarás de delicias” (Iob 22, 26); “A tu derecha, deleites para siempre” (Ps 15, 11). Si se ambicionan honores, en la vida eterna se alcanzará todo honor... Si se anhela ciencia, perfectísima la alcanzaremos en el cielo: conoceremos la naturaleza de todas las cosas, toda la verdad, todo lo que queramos, y poseeremos allí, junto con la vida eterna misma, cuanto deseemos poseer: “Todos los bienes acudieron a mí juntamente con ella (con la Sabiduría)” (Sap 7, 11).

En tercer lugar, la vida eterna consiste en una seguridad total. En este mundo no se da la perfecta seguridad, pues cuanto más tiene uno y más sobresale, tanto más recela y más necesita; pero en la vida eterna no existirá la tristeza, ni se pasarán trabajos, ni miedo alguno. “Se disfrutará de abundancia sin temor a los males” (Prv 1, 33).

En cuarto lugar, consiste en la feliz compañía de todos los bienaventurados, compañía que será de lo más agradable, porque serán de cada uno los bienes de todos. Efectivamente, cada uno amará a los otros como a sí mismo, y por ello disfrutará con el bien de los demás como con el suyo propio. De lo que resultará que se acrecentará la alegría y el goce de cada uno en la misma medida en que gozan todos. “Vivir en ti es júbilo compartido” (Ps 86, 7)». (Cf. Tomás de Aquino, Obras catequéticas, Ed. Eunate, Pamplona 1995, pp. 93-95).


 

lunes, 14 de noviembre de 2022

EL SILENCIO SAGRADO

Acápite de una Conferencia de Mons. Guido Marini en el Congreso Diocesano de Soriano Calabro (Italia, 7 de septiembre de 2010). El silencio sagrado, propio de la liturgia, lejos de reducirse a un simple permanecer callado, es como el alma que nos introduce más plenamente en los ritos y oraciones del misterio que celebramos.

Texto completo en italiano: vatican.va

El silencio sagrado

«Una liturgia bien celebrada, en sus diversas partes, prevé una acertada alternancia de silencio y palabra, donde el silencio anima a la palabra, permite a la voz resonar con extraordinaria profundidad, manteniendo cada expresión vocal en el adecuado clima de recogimiento. Recuérdese a este propósito, lo que afirma la Instrucción General del Misal Romano: “Se debe observar, a su tiempo, el silencio sagrado, como parte de la celebración. Su naturaleza depende del momento en el que tiene lugar en la celebración concreta. Así, durante el acto penitencial y después de la invitación a la oración, el silencio ayuda al recogimiento; después de la lectura o la homilía, es una llamada a meditar brevemente lo que se ha escuchado; después de la Comunión, favorece la oración interior de alabanza y de súplica” (n. 45).

La Instrucción General no hace otra cosa que explicitar cuanto la Sacrosanctum Concilium formulaba en términos más generales: “Obsérvese a su debido tiempo el silencio sagrado” (n. 30).

Hay que resaltar que en ambos textos citados se habla de “silencio sagrado”. El silencio requerido, por tanto, no hay que considerarlo como si fuera una pausa entre un momento celebrativo y el siguiente. Hay que considerarlo más bien como un verdadero y propio momento ritual, complementario a la palabra, a la oración vocal, al canto, al gesto…

Desde este punto de vista, se entiende mejor el motivo por el que durante la plegaria eucarística y, en especial, el canon, el pueblo de Dios reunido en oración sigue en silencio la oración del sacerdote celebrante. Aquel silencio no significa inactividad o ausencia de participación. Ese silencio lleva a hacer que todos se introduzcan en el significado de aquel momento ritual que resitúa en la realidad del sacramento, el acto de amor con el que Jesús se ofrece al Padre en la Cruz para la salvación del mundo. Aquel silencio, verdaderamente sagrado, es el espacio litúrgico en el que hay que decir sí, con toda la fuerza de nuestro ser, al obrar de Cristo, para que llegue a ser también nuestro actuar en la vida cotidiana.

Así, el silencio litúrgico es verdaderamente sagrado porque es el lugar espiritual donde se realiza la adhesión de toda nuestra vida a la vida del Señor, es el espacio del “amén” prolongado en el corazón que se rinde al amor de Dios y lo abraza como nuevo criterio del propio vivir. ¿No es quizás éste el estupendo significado del “amén” conclusivo de la doxología al término de la plegaria eucarística, en la que todos decimos con la voz lo que ampliamente hemos repetido en el silencio del corazón orante?

Si todo esto es el sentido del silencio en la liturgia, ¿no es quizás cierto que nuestras liturgias necesitan más espacio para el silencio sagrado?»

lunes, 24 de octubre de 2022

LA FUERZA VIVIFICANTE DE LA ORACIÓN

«Todo en la Iglesia nace en la oración y todo crece gracias a la oración», señalaba recientemente el Papa Francisco. El siguiente texto del Cardenal Sarah, extraído de su libro La fuerza del silencio, confirma esta verdad en la vida de una gran santa de nuestro tiempo.

«Sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres»

«Me vienen a la memoria las firmes y emotivas palabras que la Madre Teresa dirigió a un joven sacerdote, Angelo Comastri, hoy cardenal arcipreste de la basílica de San Pedro en Roma, cuyo libro Dio scrive dritto contiene un espléndido mensaje. Este es el relato de su conmovedor encuentro con la santa, que transcribo con intensa emoción. “Llamé por teléfono a la casa general de las hermanas misioneras de la caridad para entrevistarme con la Madre Teresa de Calcuta, pero la respuesta fue tajante: imposible ver a la Madre: sus compromisos no se lo permiten. De todas formas, me presenté allí. La hermana que vino a abrirme me preguntó amablemente: ¿Qué desea? Querría ver un momento a la Madre Teresa. Ella me contestó sorprendida: ¡Cuánto lo siento! ¡No puede ser!... No me moví de allí, dándole a entender que no me iría sin haber visto a la Madre Teresa.

La hermana desapareció durante unos instantes y regresó acompañada de la Madre, quien me invitó a sentarme en una salita próxima a la capilla. En el entretanto, pude reponerme un poco y conseguí decir: Madre, soy un sacerdote muy joven: ¡estoy dando mis primeros pasos! Venía a pedirle que me acompañe con mi oración. La Madre me miró tierna y dulcemente y, sonriendo, me dijo: Siempre rezo por los sacerdotes. Rezaré también por usted. Luego me tendió una medalla de María Inmaculada, la deposito en mi mano y me preguntó: ¿Cuánto tiempo dedica al día a la oración? Me quedé sorprendido y algo desconcertado. Después de hacer memoria, repuse: Madre, celebro misa todos los días, todos los días rezo en breviario. Como bien sabe, ¡en nuestra época esto es una heroicidad! (era 1969). También rezo todos los días el Rosario y lo hago con gusto, porque lo aprendí de mi madre. La Madre Teresa apretó con sus manos rugosas el rosario que llevaba siempre consigo; luego clavó en mí aquellos ojos llenos de luz y de amor y me dijo: No basta con eso, hijo mío. No basta con eso, porque el amor no puede reducirse al mínimo indispensable: ¡el amor exige el máximo! En ese momento no entendí las palabras de la Madre Teresa y, casi justificándome, contesté: Madre, en realidad lo que quería preguntarle era qué actos de caridad hace usted. Inmediatamente, su rostro se volvió severo y la Madre me dijo con voz firme: ¿Cree usted que yo podría vivir la caridad si no le pidiera cada día a Jesús que llene mi corazón de su amor? ¿Cree usted que podría recorrer las calles en busca de los pobres si Jesús no comunicara a mi alma el fuego de la caridad? Me sentí muy pequeño...

Miré a la Madre Teresa con honda admiración y el deseo sincero de penetrar en el misterio de su alma, tan llena de la presencia de Dios. Ella subrayando cada una de sus palabras, añadió: Lea atentamente el evangelio y verá cómo también Jesús, por la oración, sacrificaba la caridad. ¿Y sabe por qué? Para enseñarnos que sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres. En esa época veíamos a muchos sacerdotes y religiosos abandonar la oración para hacer una inmersión -así lo llamaban- en el campo social. Las palabras de la Madre Teresa fueron para mí como un rayo de sol; y en mi fuero interno repetí lentamente; Sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres”. (Cardenal Robert Sarah, La fuerza del silencio, Ed. Palabra 2017, n. 55, p. 52-53).

martes, 18 de octubre de 2022

DISCIPLINA LITÚRGICA II

Imagen de wikipedia.org

El cuidado de los gestos rituales en la misa es un bien que realza y protege un valor fundamental de la liturgia: la necesaria gravedad (gravitas) con que debe ser celebrada. En una entrada anterior sobre el tema (ver aquí) se trató de la gestualidad de las manos y brazos del celebrante; del mismo artículo recojo ahora lo que se dice en relación con los gestos rituales de la cabeza y la mirada.

Fuente: liturgiaculmenetfons.it

La cabeza y la mirada

De Don Enrico Finotti

En el conjunto del cuerpo la cabeza representa la identidad profunda de la persona, mientras que la mirada revela los sentimientos interiores del alma. De aquí el valor de un sabio dominio de los movimientos de la cabeza que deben señalar las diversas fases del culto y orientar a los fieles a una imitación atenta. La cabeza se dirige normalmente hacia el lugar del misterio y en los momentos de meditación se mantiene baja en acto de reflexión; al pronunciar los Nombres Santos se inclina. Nunca es correcto agitar la cabeza en cualquier dirección secundando ruidos o mostrando una curiosidad innecesaria. El sacerdote no preside la asamblea santa al modo de un animador, sino con la gravedad de quien está siempre vuelto hacia el Señor y, por eso mismo, se convierte más que nunca en guía y ejemplo para el pueblo.

Una delicadeza aún mayor se refiere a la mirada que exige el control de los ojos. El sacerdote conduce a su pueblo a los santos misterios contemplándolos, él mismo en primer lugar, con adoración y amor. Centro indiscutido de una atención permanente durante todo el curso de la celebración litúrgica es el altar, al que se dirige la mirada de los ministros y de los fieles; el altar nunca debe salir del horizonte de referencia, ni siquiera cuando desde el ambón se proclama la palabra de Dios o cuando se administran los sacramentos. Cristo tiene en el símbolo del altar (especialmente cuando está dedicado) su trono invisible de presidencia y su punto de referencia para otorgar toda gracia y beneficio espiritual. Sin embargo, hay un momento en el que, sin desaparecer, el altar pierde temporalmente su fulgor: son los momentos en los que ese otro Altar vivo, que es Cristo mismo en su presencia real, se hace visible en el sacramento. Entonces el altar de alguna manera depone su majestad para postrarse ante Aquél que oficia permanentemente en el altar de oro del cielo y desciende sub especie sacramenti sobre su altar terrenal.


 

lunes, 10 de octubre de 2022

CRISTIANDAD Y FUTURO

Para el connotado profesor norteamericano de cultura clásica John Senior (1923–1999), sería un error pensar que el camino futuro de la Cristiandad solo podría asegurarse mediante un proceso de adecuación o connivencia con la mentalidad del mundo moderno. Muy por el contrario, solo si la Cristiandad es asumida con radicalidad y fidelidad en todos sus fundamentos, principios y exigencias, podrá resurgir con fuerza y volver a irradiar el orbe con su luz fecunda y humanizadora. El relativismo exánime que el autor denunciara hace más de 40 años sigue siendo hoy una amenaza mortal a nuestra Cultura y Civilización Cristiana.

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«Se ha dicho que la Cristiandad, si es que va a sobrevivir, debe adecuarse al mundo moderno, debe llegar a un acuerdo con la forma en que están las cosas en el actual contexto. Es completamente al revés: si vamos a sobrevivir, debemos afrontar la Cristiandad. La fuerza reaccionaria más poderosa que impide el progreso es el culto al progreso mismo, que, apartándonos de nuestras raíces, torna imposible el crecimiento y hace innecesaria la elección. Estamos expirando en una impotente y perezosa deriva, en la esponjosa calidez de una absoluta incertidumbre. Donde nada es jamás verdadero, ni correcto, ni equivocado, no hay problemas; donde la vida no tiene significado, nos vemos libres de cualquier responsabilidad, del modo en que es libre un esclavo o un carroñero. La futilidad alimenta la negligencia, y contra ella hay una dura alternativa: frente a la incertidumbre radical de acuerdo a la que ha vivido el hombre moderno -como en el juego de la ruleta rusa-, sofocado en un indiferente “ahora” entre un clic y una explosión, y viviendo por la sombría gracia de las recamaras vacías-, el riesgo de la certeza» (John Senior, La muerte de la cultura cristiana, Homo Legens 2018, p. 211-212).

martes, 4 de octubre de 2022

DISCIPLINA LITÚRGICA

Publico en español un breve extracto de un artículo de don Enrico Finotti (Cf. LITURGIA CULMEN ET FONS, n.1 – 2021, p. 7) sobre la importancia y el sentido teológico de la disciplina en la liturgia y otros ámbitos que dicen relación a ella. Al tratar de la disciplina ritual, el autor señala el valor que encierra la gestualidad litúrgica del celebrante, empezando por los movimientos y gestos que realiza con sus manos y brazos. En efecto, una disciplina ritual en los gestos del sacerdote es de gran importancia para el decoro del culto y el recogimiento de la asamblea. También a través de gestos corporales el hombre manifiesta la presencia de lo sagrado y el modo adecuado de comportarse ante una realidad que lo trasciende y supera.

Texto completo: liturgiaculmenetfons.it

Las manos y los brazos

"La posición de las manos y de los brazos es quizá el elemento más recurrente y visible de la gestualidad sagrada. Las manos juntas constituyen la actitud ordinaria para entrar y estar en el altar; de este gesto, cuidado con propiedad y mantenido con constancia, depende la devoción del sacerdote y del pueblo que lo observa. La indisciplina de las manos, que manipulan innecesariamente objetos y páginas, o que se agitan en posiciones inconexas y profanas, secundando de modo superficial movimientos inconscientes e irreflexivos, inducen a la distracción y revelan un ánimo desprovisto de devoción y lejos del sentimiento interior que debe inspirar los gestos sagrados.

Con las manos apoyadas sobre las rodillas, el sacerdote se sienta a escuchar la palabra de Dios; con las manos levantadas, con la debida discreción, el sacerdote eleva la alabanza y proclama la gloria del Altísimo; con las manos noblemente extendidas sobre las oblatas o sobre el pueblo invoca la epíclesis del Espíritu Santo; con las manos temblorosas toca los dones místicos, los eleva con dignidad sagrada, los parte con cuidadosa circunspección, los ofrece con veneración en la santa comunión; finalmente, con las manos bendice y despide al pueblo. Se comprende entonces la importancia que corresponde al sacerdote en la disciplina de las manos, que deben ser el reflejo de las «manos santas y venerables» (Canon Romano) del Señor, contempladas en el acto sublime de la institución de la Eucaristía. Por eso la Iglesia unge las manos sacerdotales con el sagrado crisma y manda que el sacerdote, tras la ablución ritual en la sacristía, acceda al acto de la consagración luego del lavabo, así como los Apóstoles fueron purificados mediante el lavatorio de los pies".

sábado, 1 de octubre de 2022

LAS PEQUEÑAS BATALLAS DE UNA GRAN SANTA

En los escritos autobiográficos de Teresa de Lisieux abundan los pequeños combates que la santa libraba periódicamente y que la condujeron en poco tiempo a la cima de una santidad sublime. A base de hacerse pequeña Dios la engrandeció de tal manera que su vida, en extremo sencilla, conmovió al mundo y consolidó en la Iglesia un camino luminoso de perfección, el camino de la infancia espiritual. «Yo no he dado a Dios más que amor» escribió Teresita, consciente de que es el amor lo que vuelve grande y trascendente lo más pequeño y corriente.

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«En otra ocasión, estaba en el lavadero enfrente de una hermana que me salpicaba de agua sucia la cara cada vez que golpeaba los pañuelos contra su banca.

Mi primer impulso fue echarme para atrás y enjugarme el rostro, a fin de hacer ver a la hermana que me asperjaba que me haría un gran favor obrando con más suavidad. Pero en seguida pensé que era bien tonta rehusar unos tesoros que tan generosamente se me daban, y me guardé de manifestar mi lucha interior.

Me esforcé por sentir el deseo de recibir en la cara mucha agua sucia, de suerte que acabó por gustarme aquel nuevo género de aspersión, y me prometí a mí misma volver otra vez a aquel sitio afortunado en el que tantos tesoros se recibían.

Ya veis, Madre amadísima, que soy un alma muy pequeña que solo puede ofrecer a Dios cosas muy pequeñas. Y aún me sucede muchas veces dejar escapar algunos de estos pequeños sacrificios, que tanta paz llevan al alma. Pero no me desanimo por eso: me resigno a tener un poco menos de paz y procuro estar más alerta en otra ocasión». (Orar con Teresa de Lisieux, Desclée De Brouwer 1997, p. 58. Selección de J. P. Manglano).


sábado, 24 de septiembre de 2022

REDENTORA DE LOS CAUTIVOS

En una conocida súplica a la Virgen, estrella luminosa que nuestros ojos nunca deben dejar de contemplar, San Bernardo nos invita a dirigir nuestra mirada a María con fe y confianza inquebrantables, porque es el medio por excelencia para vernos libres de la más penosa de las cautividades: la del pecado. Un texto especialmente adecuado para meditar en la festividad de Nuestra Señora de la Merced.  

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«¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.

Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.

Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.

Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.

No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara». 

SAN BERNARDO


 

jueves, 8 de septiembre de 2022

MARÍA, AURORA DE SALVACIÓN

Nacimiento de la Virgen. Giotto, 1305

Oración de San Juan Pablo II en la fiesta de la Natividad de María (Frascati, 8 de septiembre de 1980).

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¡Oh Virgen naciente,

esperanza y aurora de salvación para todo el mundo, vuelve benigna tu mirada materna hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias!

¡Oh Virgen fiel,

que siempre estuviste dispuesta y fuiste solícita para acoger, conservar y meditar la Palabra de Dios, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro precioso que nos han transmitido nuestros padres!

¡Oh Virgen poderosa,

que con tu pie aplastaste la cabeza de la serpiente tentadora, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las cuales hemos renunciado a Satanás, a sus obras y a sus seducciones, y que sepamos dar en el mundo un testimonio alegre de esperanza cristiana!

¡Oh Virgen clemente,

que abriste siempre tu corazón materno a las invocaciones de la humanidad, a veces dividida por el desamor y también, desgraciadamente, por el odio y por la guerra, haz que sepamos siempre crecer todos, según la enseñanza de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial!

Amén.



 

sábado, 3 de septiembre de 2022

BELLEZA LITÚRGICA Y BELLEZA DIVINA

Traduzco al español una interesante reflexión sobre la belleza de la Misa como el ámbito más apropiado para experimentar la belleza de Dios. 

Fuente: itresentieri.it

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Cuidar la belleza de la misa... 
para experimentar la belleza de Dios
por Maria Bigazzi

La santa Misa es el sacrificio de Jesús, el mismo sacrificio de la cruz que se perpetúa en nuestros altares de modo incruento.

La belleza y el cuidado de la liturgia se dirigen del todo a Dios, al que nunca podremos honrar plenamente a causa de nuestra miseria, pero al que debemos dar siempre todo lo que esté de nuestra parte.

La pobreza se detiene a los pies del altar decía san Francisco de Asís; para Dios nada es demasiado.

Pero para penetrar más hondamente en el grandioso misterio del sacrificio de Jesús por nuestra salvación, acontecimiento humanamente tan grande y difícil de comprender si no es con los ojos de la fe, –también ella don de Dios–, la celebración de la santa Misa debe ser cuidada y debe invitar a los fieles a la adoración y al respeto.

En la Misa el centro de gravedad debe estar en Dios, no en el hombre.

Y esto es lo que lamentablemente no sucede en muchas celebraciones, hoy convertidas en un espectáculo, donde lo profano le roba espacio a lo sagrado.

Para acercarnos más a Dios, que es Bondad, Verdad y Belleza, debemos atesorar estas mismas perfecciones.

La celebración eucarística debe exaltar la belleza y majestad de Dios, debe invitar al corazón a participar plenamente en el sacrificio de Jesús, a inmolarse con Él, porque la Misa, además de prefigurar la alegría futura, es sacrificio y sufrimiento, y participar en ella significa revivir lo que Jesús vivió durante su pasión y muerte.

Concentración, adoración, silencio y respeto. Estos comportamientos deben caracterizar la celebración eucarística.

Precisamente por ello, la Misa en el antiguo rito romano es hoy más popular, ya que incluso los jóvenes y las nuevas generaciones han comprendido la necesidad y la importancia de estos aspectos que unen más íntimamente a Jesús y, por medio de un lenguaje universal propio de la universitas christianorum, unen también a todos los hermanos en Cristo del mundo.

El amor que Dios enciende en los corazones que se acercan a la santa Misa con devoción, adoración y respeto es tal, que ya no se apaga más y seguirá ardiendo por Él durante la eternidad.

sábado, 20 de agosto de 2022

SEÑORA, DI QUE SÍ

San Bernardo de Claraval (1090-1153) es conocido como el Doctor melifluo porque sus sermones suelen destilar con frecuencia la dulzura de la miel. Esta dulzura, fruto de su inmenso amor a Cristo y María, se hace muy patente cuando canta las excelencias de la Virgen Madre. A continuación dejo un texto bien conocido en el que, con audacia y amor filial, Bernardo se encara con nuestra Señora para que no tarde en dar su consentimiento al arcángel Gabriel: nunca antes tantas cosas importantes han estado supeditadas a la humilde respuesta de la esclava del Señor (Lc 1, 37).

 * * *

«Oísteis, oh Virgen, el hecho, oísteis el modo también: lo uno y lo otro es cosa maravillosa, lo uno y lo otro es cosa agradable. Gozaos, hija de Sión, alegraos, hija de Jerusalén (Zach 9, 9). Y pues a vuestros oídos ha dado el Señor gozo y alegría, oigamos nosotros de vuestra boca la respuesta de alegría que deseamos, para que con ella entre la alegría y gozo en nuestros huesos afligidos y humillados. Oísteis, vuelvo a decir, el hecho, y lo creísteis; creed lo que oísteis también acerca del modo. Oísteis, que concebiréis, y daréis a luz un hijo; oísteis que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mirad que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor, que le envió. Esperamos también nosotros, Señora, esta palabra de misericordia: a los cuales tiene condenados a muerte la divina sentencia, de que seremos librados por vuestras palabras.

Ved que se pone entre vuestras manos el precio de nuestra salvación; al punto seremos librados si consentís. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y con todo eso morimos; mas por vuestra breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir.

Esto os suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los otros santos padres tuyos, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo os pide el mundo todo postrado a vuestros pies.

Y no sin motivo aguarda con ansia vuestra respuesta, porque de vuestra palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo vuestro linaje. Dad, oh Virgen, aprisa vuestra respuesta. ¡Ah¡ Señora, responded aquella palabra que espera la tierra, que espera el infierno, que esperan también los ciudadanos del cielo. El mismo Rey y Señor de todos, cuanto deseó vuestra hermosura, tanto desea ahora la respuesta de vuestro consentimiento; en la cual sin duda se ha propuesto salvar el mundo. A quien agradasteis por vuestro silencio, agradaréis ahora mucho más por vuestras palabras, pues Él os habla desde el cielo, diciendo: ¡Oh hermosa entre las mujeres, hazme que oiga tu voz! Si vos le hiciereis oír vuestra voz, Él os hará ver el misterio de nuestra salvación.

¿Por ventura no es esto lo que buscabais, por lo que gemíais, por lo que orando días y noches suspirabais? ¿Qué hacéis, pues? ¿Sois vos aquella, para quien se guardan estas promesas, o esperamos a otra? No, no, vos misma sois, no es otra. Vos sois, vuelvo a decir, aquella prometida, aquella esperada, aquella deseada, de quien vuestro santo padre Jacob, estando para morir esperaba la vida eterna, diciendo: Vuestra salud esperaré, Señor (Gen 49, 18). Vos, en fin, sois aquella en quien y por la cual Dios mismo, nuestro Rey, dispuso antes de los siglos obrar la salvación en medio de la tierra. ¿Por qué esperaréis de otra, lo que a vos misma os ofrecen? ¿Por qué aguardaréis de otra, lo que al punto se hará por vos, como deis vuestro consentimiento, y respondáis una palabra? Responded, pues, presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responded una palabra y recibid otra Palabra; pronunciad la vuestra, y concebid la divina; articulad la transitoria, y admitid en vos la eterna.

¿Por qué tardáis? ¿Qué receláis? Creed, decid que sí, y recibid. Cobre ahora aliento vuestra humildad, y vuestra vergüenza confianza. De ningún modo conviene, que vuestra sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En solo este negocio no temáis, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es agradable la vergüenza en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras. Abrid, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Creador. Mirad, que el deseado de todas las gentes está llamando a vuestra puerta. ¡Ay! si deteniéndoos en abrirle, pasa adelante, y después volvéis con dolor a buscar al amado de vuestra alma. Levantaos, corred, abrid, Levantaos por la fe, corred por la devoción, abrid por el consentimiento». (De las homilías de San Bernardo sobre las excelencias de la Virgen Madre. Homilía 4, 8).

 

 

martes, 9 de agosto de 2022

TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ Y LA ALABANZA DIVINA

Comparto un breve texto de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (en el mundo Edith Stein) extraído del primer capítulo de su obra La oración de la Iglesia, y que lleva por título La oración de la Iglesia como liturgia y eucaristía. Teresa Benedicta destaca aquí la dimensión cósmica e integradora de la liturgia que Cristo inauguró con su Sacrifico Redentor.  

* * *

«En lugar del templo salomónico, Cristo ha construido un templo de piedras vivas, la comunión de los santos. En medio está él como el eterno y sumo sacerdote; sobre el altar es él la víctima perpetua, Y de nuevo toda la creación toma parte en la Liturgia, en el solemne oficio divino: los frutos de la tierra y las ofrendas misteriosas, las flores y los candelabros, las alfombras y el velo, los sacerdotes consagrados y la unción y bendición de la casa de Dios. Tampoco faltan los querubines. Creados por la mano del artista, velan las visibles formas junto al Santísimo. Como imágenes vivientes suyas, los «monjes angélicos» rodean el altar del sacrificio y cuidan de que no se interrumpa la alabanza de Dios, así en la tierra como en el cielo...

Nosotros, es decir, no solo los religiosos cuyo oficio es la solemne alabanza divina, sino todo el pueblo cristiano, cuando en las fiestas solemnes afluye a las catedrales y a las iglesias abaciales, cuando toma con alegría parte activa en el oficio divino y en las formas renovadas de la liturgia, muestra que es consciente de su vocación a la alabanza divina. La unidad litúrgica de la Iglesia del cielo y de la Iglesia de la tierra, que dan gracias a Dios «por Cristo», encuentra la expresión más vigorosa en el prefacio y en el Sanctus de la santa misa. En la liturgia no hay lugar a dudas de que nosotros no somos plenos ciudadanos de la Jerusalén celeste, sino peregrinos en camino hacia nuestra patria. Tenemos siempre necesidad de una preparación, antes que podamos atrevernos a elevar nuestros ojos a las luminosas alturas y unir nuestras voces al «Santo, santo, santo» de los coros celestiales. Todo lo creado que se destina al servicio divino, debe retirarse del uso profano, tiene que ser consagrado y santificado.

El sacerdote, antes de subir las gradas del altar, tiene que purificarse por la confesión de los pecados, y los fieles juntamente con él; antes de cada nuevo paso a lo largo del santo sacrificio, tiene que repetir la petición de perdón para sí mismo, para los circundantes y para todos aquellos a quienes han de alcanzar los frutos del sacrificio. El sacrifico mismo es sacrificio de expiación, que, juntamente con las ofrendas, transforma también a los fieles, les abre el cielo y los hace dignos de una acción de gracias agradable a Dios» (Edith Stein, Escritos espirituales, Madrid 2001, p. 10-11).


 


jueves, 4 de agosto de 2022

SAN JUAN MARÍA VIANNEY Y EL SAGRARIO

Pensamientos y afectos de San Juan María Vianney sobre el Sagrario y la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento:

● ¿Qué hace nuestro Señor en el Sagrario? Nos espera.

● Nuestro Señor está en el cielo. Está también en el Sagrario. ¡Qué felicidad!

● Nuestro Señor está allí, escondido, esperando que vayamos a visitarle y a hacerle nuestras peticiones. Ved qué bueno es: se acomoda a nuestra pequeñez. Si se hubiera presentado lleno de gloria delante de nosotros, no nos hubiéramos atrevido a acercarnos.

● ¿Qué mayor felicidad que estar en la presencia de Dios, solos, a sus pies, ante los santos Sagrarios?

● Él está en los santos Sagrarios como un religioso en su celda.

● Cuando no podamos ir a la iglesia, volvámonos del lado del Sagrario. Para Dios no hay muros que valgan.

●Cuando os despertéis durante la noche, transportaos rápidamente en espíritu ante el Sagrario.

● Luego de una procesión con el Santísimo Sacramento comenta: ¿Cómo podría estar cansado? Llevaba al que me lleva.

● En lugar de hacer ruido en los periódicos, haced ruido a la puerta del Sagrario.

● Nada es suficientemente precioso para contener el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.


Fuente: José López Teulón, El Santo Cura de Ars. El hombre que se hizo misericordia, Madrid 2009.



 

martes, 2 de agosto de 2022

ODIAN LO QUE IGNORAN

Tertuliano, el gran apologista latino, hizo célebre la frase «desinunt odisse cum desinunt ignorare», «dejan de odiar cuando dejan de ignorar» (Ad Nationes, 1, 1).

Para él, la ignorancia explicaría el odio y las persecuciones de que son víctimas los cristianos. Dirigiéndose a los paganos les recuerda que aquellos «que con vosotros antes ignoraban y con vosotros odiaban, así que comienzan a conocer dejan de odiar lo que dejaron de ignorar; es más, se hacen aquello que odiaban y comienzan a odiar aquello que eran». Reencontramos la misma idea en su más famosa apología: «Aquellos, pues, que aborrecen porque ignoran la calidad de la cosa aborrecida, ¿por qué no pueden siquiera sospechar (ya que lo ignoran) que pueda ser bueno aquello que aborrecen, o que injustamente aborrecen aquello que ignoran?» (Apologeticum, c. 1).

No hace mucho y desde una óptica similar, un prelado dirigía esta cuestión a los críticos de la liturgia tradicional: Los que permitís que se prohíba la Misa Tradicional, ¿la habéis celebrado alguna vez? Los que desde lo alto de vuestras cátedras de liturgia dictáis amargas sentencias sobre la Misa de antes, ¿habéis meditado alguna vez en sus oraciones, sus ritos y sus sagrados gestos ancestrales?

En muchos casos los argumentos esgrimidos para prohibir la vieja liturgia delatan una profunda ignorancia. No hay razonamientos serios ni fundamentaciones sólidas; abundan, en cambio, las consignas efectistas, los eslóganes añosos, que por lo general apuntan más al sentimiento que a la razón. Da la sensación de que se busca impactar más que pensar. Parafraseando a Tertuliano, nos gustaría repetir al oído de muchos detractores de la misa tradicional: dejad de ignorar y dejaréis de odiar; dejad de ignorar y comenzaréis a amar.

Son muchos los que hoy en la Iglesia valoran y trabajan por el mantenimiento y expansión de la antigua liturgia. Sembrar una sospecha generalizada de sus afanes podría tener algo de temerario. Se trata de un maravilloso tesoro que algunos quisieran ver relegado a los sótanos de la vida de la Iglesia. Pero privar a las nuevas generaciones de ese tesoro nos parece cruel, más aún en los tiempos que corren donde cualquier costumbre o rito ancestral se aprecia y custodia como reliquia sagrada.


 

martes, 19 de julio de 2022

AD ORIENTEM, UNA INVITACIÓN SIEMPRE VIGENTE

Papa Francisco celebra ad orientem en el santuario de Loreto

Como Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el cardenal Robert Sarah reiteró de palabra y por escrito la conveniencia de la celebración ad orientem de la Sagrada Eucaristía. Siguiendo la senda de reconocidos liturgistas como Josef A. Jungmann, Louis Bouyer, Klaus Gamber y el propio Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, el cardenal Sarah proponía en una conferencia en la ciudad de Londres el 2016: «Es muy importante que volvamos tan pronto como sea posible a una orientación común, que los sacerdotes y los fieles se vuelvan juntos en la misma dirección – hacia el este o al menos hacia el ábside – al Señor que viene»... «Así, queridos padres, les pido que implementen esta práctica en donde sea posible, con prudencia y con la necesaria catequesis, ciertamente, pero también con la confianza de pastor de que esto es algo bueno para la Iglesia, algo bueno para las personas». Lamentablemente su propuesta cayó en saco roto; sin embargo, los principios que la avalan siguen siendo actuales y su implementación bien podría constituirse en una primera piedra para recuperar y acentuar la dimensión sagrada de la Misa.

Treinta años antes, la escritora católica canadiense Anne Roche Muggeridge, en su libro sobre la crisis que azota a la Iglesia, escribía al respecto con algo de fina intuición femenina:  

«Si un ángel me permitiera dar una sugerencia sobre lo que por encima de todo devolvería rápidamente el sentido de lo sagrado a la Misa, sería ésta: acabar con la Misa cara al pueblo. Estoy convencida de que la posición del sacerdote en el altar es el símbolo litúrgico externo más importante, y el que tiene la mayor carga doctrinal. Volver a poner al sacerdote de nuestro mismo lado del altar, mirando con nosotros hacia Dios, convertiría de golpe la Misa, de un ejercicio de relación interpersonal, en la oración universal de la Iglesia a nuestro Padre Dios. Con el sacerdote frente a Dios, una vez más como guía del pueblo, la importancia del micrófono disminuirá, y el sacerdote podría dejar de hacernos muecas. Él y nosotros podemos volver a pensar solamente en el Misterio que está sucediendo» (Anne Roche Muggeridge, The Desolate City: Revolution in the Catholic Church, rev. ed. San Francisco: Harper & Row, 1990, pp. 176-77. La primera edición de esta obra es de 1986).

Fuente: liturgyguy.com





sábado, 16 de julio de 2022

BAJO TU AMPARO

Sub tuum præsídium confúgimus,

Sancta Dei Génitrix,

nostras deprecatiónes ne despícias

in necessitátibus;

sed a perículis cunctis líbera nos semper,

Virgo gloriósa et benedícta.

 * * *

Bajo tu amparo nos acogemos,

Santa Madre de Dios:

no desprecies las súplicas que te dirigimos

en nuestras necesidades,

antes bien, líbranos siempre de todos peligros,

Virgen, gloriosa y bendita.



martes, 12 de julio de 2022

SUSCIPE SANCTA TRINITAS

La gloria de la Trinidad Beatísima es el fin supremo de todo cuanto existe. Fue también el sumo afán que empapó el alma y la vida entera de Cristo: Yo te he glorificado sobre la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar (Jn 17, 4). En un luminoso texto que dejo a continuación, M. Philipon explana esta idea y nos señala cómo la Misa es el medio por excelencia para sumarnos a la corriente glorificadora de la Trinidad que brota del Corazón de nuestro Salvador.

* * *

«Si tuviésemos el sentido de Dios, querríamos pasar nuestra vida sobre la tierra, como los bienaventurados en el cielo, en adoración de «Aquel que es». El universo es nada en comparación con la Trinidad. No nos dejemos distraer de lo esencial por la marcha alborotada de las causas segundas. ¿Qué es la creación del mundo ante la silenciosa Generación del Verbo en el seno del Padre y de la eterna Espiración del Amor en quien se consuma, en la Unidad, la vida íntima de la Trinidad? Todo en el universo, del átomo a Cristo, está ordenado a cantar el poder del Padre, la sabiduría del Hijo, el Amor que es el Espíritu Santo. La Iglesia, asistida del Espíritu de Dios, no cesa de proclamar: «Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.» Más en su imposibilidad de alabar dignamente a Dios, se refugia en el alma de su Cristo, para hacer subir «por El, con El y en El todo honor y toda gloria al Padre, en la unidad del Espíritu». «Per Ipsum et cum Ipso, et in Ipso est tibi Deo Patri omnipotenti, in unitate Spiritus Sancti, omnis honor et gloria» (Canon de la Misa).

Aquí nos encontramos en el centro más vital del misterio cristiano. La Misa ocupa en la vida cotidiana de la Iglesia militante el mismo lugar dominante que el Calvario de la historia del mundo. Cristo, escondido en la hostia, vive presente en medio de los hombres, en su Iglesia de la tierra, para continuar en ella su obra primordial de la glorificación del Padre y su misión de Redentor del mundo. El Corazón Eucarístico de Jesús es el verdadero centro del mundo desde donde se derrama la vida divina a toda la Iglesia.

El Cristo de la Misa, el Crucificado del Gólgota, está siempre allí, levantado entre el cielo y la tierra para reconciliar a los hombres con Dios y unirlos a su alabanza adoradora y reparadora de Verbo Encarnado. Hay que unirse a la oblación de la Misa en las profundidades mismas de esta alma del Verbo Redentor y saber penetrar más allá sus sentimientos de adoración, de acción de gracias, de oración y de expiación reparadora, hasta el amor infinito del Corazón de Cristo. Esos cuatro fines clásicos del sacrificio eucarístico, que dimanan de la virtud de la religión, deben ser tomados como de su fuente, de la virtud teologal del alma del Verbo Encarnado.

El Cristo de la gloria, contemplativo del Padre, y que siempre vive en la claridad de su Faz, quiere abarcar en su mirada beatífica todos los horizontes de la Trinidad. Su alma, iluminada por el Esplendor del Verbo, contempla con asombro las infinitas perfecciones de Dios y todo el universo. Esta visión esplendorosa viene a ser en El inspiradora del amor, de la adoración, de la acción de gracias, de la plegaria y de la expiación reparadora. Todo es luz en su alma de Verbo Encarnado, pero luz que se transforma en amor. La contemplación cara a cara de los abismos de la Trinidad despierta en El un amor irresistible que se concluye en una alabanza de un valor infinito.

De este modo, el sentimiento que domina su alma de Cristo, en la Eucaristía, como en otros tiempos en la tierra, como hoy en los cielos, es el amor a su Padre, el afán primordial de su gloria. Todo lo demás, incluso la redención del mundo, ocupa un lugar secundario ante sus ojos y se orienta a este último fin. ¿No decía El, la víspera de su muerte: El mundo ha de saber que Yo amo al Padre y que cumplo con lo que me ha mandado, Levantaos, y vamos de aquí? (Jn 14 31). Esta era la señal de partida de su Pasión para la gloria del Padre.

La Iglesia de la tierra, como la gotita de agua del cáliz, no tiene más que perderse en la alabanza de amor que se eleva del Cristo de la Misa hacia la adorable Trinidad. He aquí por qué cada mañana, antes de enrolarse en sus duros combates, la Iglesia militante, elevando el cáliz y la hostia, se recoge en el alma de su Cristo, susurrando con El, en el silencio del amor: «Suscipe, Sancta Trinitas!», ¡Recibe, Trinidad Santa!» (M. Philipon o.p., La Trinidad en vi vida, Ed Lumen 1993, pp. 44-47).