sábado, 29 de febrero de 2020

SAN BERNARDO, INVITACIÓN AL AYUNO


Texto de San Bernardo tomado de un sermón en tiempo de Cuaresma. El Santo Abad nos invita a un ayuno integral: conviene que ayune todo lo que ha pecado.

«S
i solo pecó la gula, que ayune la gula, y basta. Mas si pecaron los demás miembros, ¿por qué no han de ayunar? Ayunen, pues, los ojos que saquearon el alma; ayunen los oídos, la lengua, las manos e incluso la misma alma. Ayunen los ojos de miradas curiosas y de toda altanería, para que, sinceramente humillados, se sometan a la penitencia los que antes vagaban libremente para el pecado. Ayunen los oídos, maliciosamente deseosos de cuentos, chismes y futilidades que nada aprovechan para la salvación. Ayune la lengua de la detracción y la crítica, de las conversaciones inútiles, vanas y ridículas. Alguna vez incluso, por la seriedad del silencio, ayune de las palabras que puedan parecer necesarias. Ayunen las manos de señas inútiles y de trabajos que no provengan de la obediencia. Pero ayune el alma, sobre todo, de los vicios y de su propia voluntad. Sin este ayuno, el Señor reprueba todo lo demás, como está escrito: El día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio interés» (San Bernardo, Obras completas, vol. III, BAC 1985, p. 425).

viernes, 21 de febrero de 2020

RECOMENDACIONES LITÚRGICAS DEL CARDENAL SARAH


Recojo algunos párrafos del libro Se hace tarde y anochece (Ed. Palabra 2019) del Cardenal Robert Sarah con Nicolas Diat. El Cardenal no considera una exageración afirmar «que la Iglesia atraviesa la crisis del sacramento y del sacrificio de la Eucaristía más grave de su historia». Las recomendaciones que siguen forman parte de un elenco de medidas que su Eminencia, cabeza de la Sagrada Congregación para el Culto divino, considera fundamentales para remontar la dolorosa crisis litúrgica que afecta a la Iglesia.

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«El aggiornamento de la liturgia no ha traído consigo los frutos esperados. Es imprescindible redoblar los esfuerzos por eliminar todos los aspectos folclóricos que convierten las Eucaristías en espectáculo» (p. 167).

«El Vaticano II pide expresamente que se preserve la lengua latina. ¿Hemos sido fieles al concilio? El empleo del latín en determinadas partes de la misa puede ayudar a recuperar la esencia más profunda de la liturgia: una realidad fundamentalmente mística y contemplativa que escapa a nuestra acción humana y que, no obstante, supone por nuestra parte una apertura al misterio celebrado» (p. 168).

«Animo a los sacerdotes más jóvenes a atreverse a prescindir de las ideologías de los fabricantes de liturgias horizontales y retomar las directrices de Sacrosanctum Concilium. Que vuestras celebraciones litúrgicas muevan a los hombres a encontrarse cara a cara con Dios y a adorarle; y que ese encuentro los transforme y divinice» (p. 169).

«Creo que es importante salvaguardar las riquezas de la liturgia que nos ha trasmitido la mejor tradición de la Iglesia. En particular, la orientación del altar, que compartimos con la mayoría de las Iglesias de Oriente, estén o no unidas a Roma. Ya he tenido ocasión de insistir en la importancia de este punto: se trata de saber hacia quién queremos mirar y caminar. ¿Queremos mirar hacia el Señor que viene glorioso de Oriente?... La celebración cara a Oriente no debe convertirse en la expresión de una actitud partidista y polémica, sino en la expresión del movimiento más íntimo y esencial de cualquier liturgia: el de volvernos hacia el Señor» (p. 169).

«La liturgia es entrar en el misterio de Dios; dejarnos llevar al misterio y estar en el misterio, decía el papa Francisco el 14 de febrero de 2019. Y la forma extraordinaria es un medio excelente para ello: ¡no la convirtamos en motivo de división! El empleo de la forma extraordinaria forma parte integral del patrimonio vivo de la Iglesia católica: no es un objeto de museo ni un testimonio de un pasado glorioso y superado. ¡Está llamada a ser fecunda para los cristianos de hoy en día!» (p. 170).

«Hay que alentar encarecidamente la posibilidad de celebrar según el antiguo misal romano como signo de identidad permanente de la Iglesia. Porque lo que fue hasta 1969 la liturgia de la Iglesia, lo más sagrado para todos nosotros, no se pudo convertir a partir de esa fecha en lo más reprobable. Es preciso reconocer que lo que era fundamental en 1969 sigue siéndolo hoy: es una misma sacralidad, una misma liturgia. Yo invito de todo corazón a llevar a cabo con el espíritu pastoral del papa Francisco la reconciliación litúrgica enseñada por el papa Benedicto» (p. 170-171).

martes, 11 de febrero de 2020

EL «AUFER A NOBIS», UNA ORACIÓN PARA ACERCARSE A DIOS



En la forma extraordinaria del Rito Romano, el sacerdote, una vez que ha recitado el salmo 42 y ha hecho su confesión general profundamente inclinado en señal de humildad, sube al altar mientras reza en voz baja una antigua y venerable oración, el Aufer a nobis: «Te suplicamos, Señor, que borres nuestras iniquidades para que merezcamos entrar con pureza de corazón en el sanctasanctórum. Por Cristo nuestro Señor». Amén.

La mención al Sanctasanctórum no puede ser más oportuna en este momento inicial de la Misa. Evoca al celebrante aquella unción y pureza con que en el Antiguo Testamento el sumo sacerdote debía entrar en la estancia más sagrada del templo: el Sancta Sanctorum, el lugar santo por excelencia, sede de la presencia de Dios y morada de su gloria.  Solo una vez al año y sin compañía alguna, entraba el sumo sacerdote a este recinto santo para ofrecer sacrificios expiatorios por los pecados propios y del pueblo. Cabe imaginar el estupor que envolvería al sacerdote de la Antigua Alianza cuando debía cumplir estos ritos minuciosamente establecidos.

Por desgracia, hoy vemos que la llegada del sacerdote al altar se asimila cada vez más a la aparición de un actor en el escenario. No es raro el ministro que saluda con un sonriente buenos días, o el que siente la necesidad de presentarse con nombre y apellido a la feligresía que lo observa de sus bancas. El altar cara al pueblo y la supresión de las oraciones al pie del altar han contribuido a dar un aire profano a todo un ritual de entrada que, en la misa tradicional, resplandece por su reverencia y sentido de lo sagrado. Es una pena que esta breve oración haya desparecido en el nuevo rito. Además, la supresión de otras tantas oraciones y gestos piadosos ha dejado al sacerdote en un cierto estado de indefensión espiritual, que temo ha ido en perjuicio de su piedad eucarística. También lo induce a experimentar ciertos momentos de la celebración litúrgica como instantes «vacíos» que él debe llenar o animar con sus personales improvisaciones.

Como dice el Cardenal Bona en su ensayo sobre el Sacrificio de la Misa, «si a todas las funciones sagradas hay que acercarse santamente, y todas santamente se han de realizar, con mucha mayor santidad se ha de ofrecer este divino sacrificio, puesto que nada puede haber más santo, nada más excelente, nada más divino». La forma extraordinaria del Rito Romano robustece en el sacerdote la conciencia de su misión sagrada junto al altar, le reclama una profunda atención, lo dispone a cruzar el velo y adentrarse con reverencia gozosa en el Sancta Sanctorum por antonomasia: el altar donde se renueva el Sacrificio de Cristo, el lugar desde donde debe rociar a las almas con la Sangre preciosa del Redentor, el lugar donde reposa el Santísimo.